10/IX/2022
Ni siquiera dos meses desde su ausencia. Sigue presente en todas partes: en casa, en los objetos, en el coche, en los armarios, en cada una de las acciones más rutinarias. Está en mis conversaciones, en las de mis amigos, en las de mis familiares, en las de mis alumnos. Su latencia es tan agobiante como su intangibilidad. Escucho el "No surprises" de Radiohead y me acongojo, lloro, reviento con total naturalidad, como si el llanto fuera sudor, como si cualquier pulsión en mi interior lo hiciera brotar de manera mecánica.
El primer día de clase ha sido tan raro, tan extraño como el paisaje que me rodea desde que Eva murió, deshecha entre mis brazos. Alumnos del curso pasado, a los que abandoné en mayo, cuando se manifestó el cáncer terrible, me han rodeado en el pasillo para saludarme, para consolarme. Ellas, más delicadas y sensibles, me expresan con vehemencia lo mucho que me echaron de menos y lamentan mi pérdida. De nuevo arrasado por la congoja, huyo de ellos para refugiarme en un departamento y descargar el sudor de mis ojos.
La tristeza, una tristeza inmensa, nunca sufrida antes, me acompaña allá donde voy. Cuando me encuentra solo, aprovecha y me asalta sin ninguna piedad. Me embarga una pena negra, en ocasiones insoportable. Incluso cuando estoy rodeado de amigos, mientras suelto por la boca alguna de las payasadas habituales, ella me araña las tripas, para advertir que sigue ahí, agazapada, compañera inseparable.
Los amigos me calman, me entretienen, me arropan; la familia me da de comer y me acuna. Todos los que me quieren bien sienten esa pena negra que me bulle dentro, porque resuena como un contrabajo con las cuerdas en constante vibración.
Hablo con divorciadas, arrasadas también por la soledad y el abandono. Y me decido a no huir de esta maldita pena negra, a no esquivarla, porque es inútil. No, no voy a intentar apartarla de mí, voy a recrearme en ella, voy a conversar con ella, como hago con Roma, mi perra, sin esperar contestación. Porque en la última clase, con un grupo difícil, algunos alumnos me han retado, han intentado ponerme a prueba, sacarme de mis casillas y yo he actuado con una paciencia inmensa, con la calma de quien ha atendido durante dos meses y medio la agonía de su compañera, de su amante, ante el asedio implacable del cáncer de páncreas. Ella, consumida, en sus últimos estertores, sin carne en las mejillas y todavía hermosa, me ha enseñado muchas cosas, entre otras, que nada me va a turbar como antes y que debo convivir con su constante latencia. Vuelve a sonar el "No surprises" de Radiohead.