lunes, 26 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra V

26 de septiembre de 2022

Ayer fui al cine. Hacía años que no veía una película en una sala convencional. Ya no recordaba la sensación de esperar en grupo un acontecimiento, un descubrimiento, un espectáculo. Tiene poco que ver con la televisión, donde lo ritual, la expectación, desaparecen por ser un electrodoméstico más, una rutina sin aliciente. La sala estaba llena -qué gusto- y ¿cómo no?, lo imprevisto apareció de nuevo, como me viene sucediendo habitualmente desde hace meses. La tromba de agua provocó goteras -casi cascadas- en el techo y parte de los espectadores tuvieron que desalojar el recinto. La película siguió, como si nada hubiera ocurrido, y fue un alivio, porque asistimos a una historia visual magnífica. La sencillez, la profundidad, la falta de pedantería de Alcarrás -esta era la película-, me cautivó desde el primer momento. No es habitual contar una historia rural con tanto gusto, con tanta delicadeza, con tanto mimo, con tanta naturalidad. Desde el primer momento, la directora propone incluirnos dentro de esa familia humilde, cuya vida es la tierra y su fruto. Y lo consigue, y de qué manera. Las escenas de silencio del abuelo, la alegría imparable de los chicos gamberros, la épica del padre que continuamente se caga en dios, la sabiduría oral de la abuela contando historias, la lírica de la hija, la rebeldía del hijo y el papel definitivo de la madre, reviven un mundo que casi se ha perdido, un mundo vaciado por la modernidad, demonizado en esas placas solares que pugnan por arrasar los melocotoneros. La última escena es demoledora. 

En Alcarrás no se sermonea, no se atiende a la corrección política, no hay artificiosidad, solo cine, puro cine, distinto al de El espíritu de la colmena o al de El Sur de Víctor Erice, pero hermanado en el fondo con él. Al salir, me metí la mano en el bolsillo y salió una nota, la última lista de la compra que me escribió Eva. La había visto ya en los ojos melancólicos, tranquilos, pero decididos de la madre, y ahí estaba otra vez, con esa letra redonda y clara, sencilla, como la película de Carla Simón. La habría disfrutado mucho, seguro.  

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