viernes, 9 de julio de 2021

"Atontar por la izquierda" por Najat el Hachmi



Dejó dicho el ministro de Universidades, Manuel Castells, que es injusto y elitista impedir que los alumnos pasen de curso por tener algún suspenso porque con esto se va machacando a los de abajo y favoreciendo a los de arriba. Así que ahora lo más progresista es decirles a los estudiantes que saben cuando no saben, que aprenden cuando no aprenden, que son aptos cuando no lo son. Los de abajo van a ser más felices creyendo que tienen la misma educación de calidad que los de arriba aunque acaben la escolarización con déficits vergonzosos en materias básicas. A este paso volveremos a lo de las cuatro reglas y poco más. ¿Para qué quieren los pobres alcanzar la excelencia? ¿Esforzarse? ¿Que maestros y profesores sigan insistiendo en dotarles de algo más que lo instrumental? ¿Para qué? ¿Para acabar repartiendo paquetes en bicicleta o engrosando las cifras del paro juvenil?

Tiene razón el ministro cuando dice que no todo depende del esfuerzo, que las circunstancias condicionan el rendimiento académico. Pero digo yo, ¿no podríamos, en este caso, mejorar tales condiciones en vez de rebajar el nivel educativo de quienes las sufren? Estoy segura de que muchos alumnos tendrían mejores resultados si pudieran comer bien (28,8% de pobreza infantil en España según Save the Children), si sus padres pudieran tener trabajos estables con salarios decentes (el 46% de las familias monomarentales vive en situación de exclusión social, según la Federación de Asociaciones de Madres Solteras), si los centros a los que asisten estuvieran en buenas condiciones (50.000 estudiantes en barracones según este diario) o no fueran segregados según la clase social y el origen (España es el tercer país de la OCDE con más escuelas gueto según un estudio de Save the Children y EsadeEcPol). Pero supongo que poner fin a todos estos problemas es más caro que convertir los aprobados en premio de consolación para paliar la miseria en la que viven tantos menores.

Tampoco es que me sorprendan las palabras del ministro: a los pobres se les dan trabajos basura, comida basura, viviendas basura y vidas basura. Una educación de calidad, como la que seguramente recibió él mismo, sería una incongruencia. No sea que los niños marginados acaben creyéndose con derecho a dejar de serlo al darse cuenta de que el talento, la inteligencia y el esfuerzo se manifiesta igual en ellos que en los hijos de los de arriba.

miércoles, 7 de julio de 2021

"La incapacidad de escuchar" por Manuel Cruz




Hay gente que confunde argumentar con hablar sin parar. Suele ser la misma que confunde hablar de corrido con hablar corriendo. Otros, en cambio, hablan tan despacio que parece como si les fatigara su propia habla y tuvieran que sentarse a descansar a media palabra. Tanta es su lentitud que uno acaba temiendo que vayan a desfallecer a la mitad de una esdrújula (por no hablar de los adverbios de modo terminados en -mente, que se les deben hacer un auténtico calvario).
Quienes hablan tan deprisa pueden transmitir dos sensaciones, bien diferentes entre sí. Una es la de que tienen tantas cosas que decir que las palabras se convierten para ellos en una rémora para su pensamiento, una especie de maleza lingüística en sus bocas que obstaculiza que por ellas pueda salir, fresco y poderoso, todo un caudal desbocado de ideas. No se me ocurre mejor ejemplo de persona que transmitiera esta sensación que el de Manuel Fraga. Pero luego están quienes con su atropellamiento lingüístico lo que transmiten es la sensación de que les atenaza un auténtico horror al vacío y necesitan llenar con su incesante parloteo todo el tiempo en el que están en el uso de la palabra. Parece como si para esas personas no debiera haber, entre frase y frase, resquicio alguno de silencio, tal vez porque prefieren tener a su interlocutor pendiente por completo de lo que ellos están diciendo antes que darle la oportunidad de que pueda tomar alguna distancia reflexiva sobre lo que está escuchando. Evidencian con ello que en realidad hablan sin parar porque, en sentido propio y fuerte, no tienen nada que decir.
Por su parte, también quienes hablan despacio pueden subdividirse en dos grupos, de acuerdo igualmente con la sensación que transmiten. Los hay, en primer lugar, que con su lentitud en el hablar hacen llegar a su interlocutor una sensación de enorme profundidad y poderío en el mensaje. Sobre todo si esa lentitud va acompañada de la debida gestualidad. La mirada sostenida y la pausa en el lenguaje pueden ser percibidas como indicadores de que esa persona no solo no teme lo más mínimo ser contrariado, sino que, por el contrario, con sus silencios invita a su interlocutor a que le interrumpa para dialogar con él en cualquier momento.
Aunque los hay también, claro está, que utilizan esa misma pausa, esa misma mirada intensa y sostenida, para dar apariencia de hondura y trascendencia a las mayores insustancialidades o tópicos. ¿Quién no se ha encontrado en alguna ocasión, pongamos por caso, con el presuntuoso de turno que, achinando los ojos como el que está sufriendo mucho al evacuar su propia reflexión o como si se le estuviera ocurriendo en el mismo momento en el que la dice, termina profiriendo, mientras clava su mirada en la de su interlocutor con expresión pretendidamente inteligente, trivialidades del tipo “¿verdad que el ser humano es lo más importante que hay?”, “la libertad es algo fundamental en la vida” y otras parecidas, tan indiscutibles como vacías? En este caso, la imponente gestualidad de quien parece estar masticando sus palabras mientras las pronuncia se diría que persigue más una cierta intimidación simbólica a su interlocutor que el refuerzo propiamente dicho del mensaje.
Hace algunos meses, en el transcurso de una entrevista en la televisión pública catalana, un periodista me preguntaba si mi experiencia en el Congreso de los Diputados y en el Senado me había llevado a la conclusión de que ya no hay oradores como los de antes. Tuve que responderle que sí, pero no sin dejar de añadir a continuación que lo propio podría decirse no solo de los políticos sino también de los periodistas que cubren la actuación de aquellos en las Cortes. Si hubiera cronistas parlamentarios como los de antes (un “antes” que, sin necesidad de alejarse demasiado en el tiempo, alcanzaría hasta la Transición y los primeros compases de la democracia: pienso en Luis Carandell, en Víctor Márquez Reviriego o en el propio Miguel Ángel Aguilar) habrían encontrado un filón para sus crónicas no solo en la forma de hablar de algunas de sus señorías sino, más importante aún, en la forma de pensar que transparentan sus palabras. Nunca se me olvidará aquel diputado que presentó su intervención en la tribuna del hemiciclo anunciando que iba a formularle al ministro de turno una batería de preguntas (obviamente retóricas), y procedió a continuación a leerle lo que de toda evidencia era una ristra de tuits.
¿Cómo calificar un pensamiento que funciona a golpe de este tipo de ocurrencias? En el benévolo supuesto de que lo consideremos pensamiento, lo que no podremos es concederle el calificativo de discursivo. Por supuesto que en ocasiones hay quienes intentan disimular la materia prima con la que han construido sus intervenciones (esto es, con sus mensajes en las redes sociales), pero el origen termina por resultar indisimulable. Cuando alguien echa mano reiteradamente del “… y diré más”, suele ser indicio inequívoco de que está procediendo a la mera yuxtaposición de elementos del mismo signo, demostrando con su empecinamiento en las copulativas, en la mera adición, su completa incapacidad para argumentar.
Porque no es casual que del repertorio lingüístico de este tipo de hablantes haya desaparecido todo rastro, por ejemplo, de adversativas, disyuntivas, causales, comparativas, concesivas o condicionales. Lejos de ser una desaparición casual, constituye un síntoma claro de empobrecimiento en materia de pensamiento. Acaso lo que nos debería preocupar entonces es, mucho más que la desaparición de los brillos oratorios de antaño, el ocaso de ideas que dicha desaparición parece estar expresando. Pero, por no abandonar el hilo de lo que estábamos planteando, tal vez lo que debería constituir una preocupación aún mayor, si cabe, es el miedo a la palabra del otro que este tipo de actitudes comporta.
He aquí el denominador común que comparten un sector de los que hablan tan deprisa y de los que hablan tan despacio: la resistencia a que sus palabras puedan encontrarse con las del otro. Una resistencia que expresa no ya solo la escasa seguridad en lo que están defendiendo –hasta el punto de que ni se atreven a correr el riesgo de ponerlo a prueba- sino, me atrevería a decir que sobre todo, una profunda, estructural, incapacidad. Es la incapacidad de quien no alcanza a percibir el valor de la palabra ajena, de quien no es capaz de apreciar el regalo intelectual que significa que el otro nos haga caer en la cuenta de que estábamos equivocados.
No creo que quepa hacerse demasiadas ilusiones al respecto. La tendencia que parece dominante en nuestra sociedad es la que considera un valor –o incluso una virtud- ser capaz de desplegar una defensa numantina de palabras alrededor de las propias convicciones, como si no hubiera mayor triunfo que el conseguir mantener a salvo de la crítica aquello de lo que se venía convencido de casa. Quizá deberíamos actualizar la exhortación kantiana a que la humanidad alcance su mayoría de edad reinterpretando esta última bajo una nueva clave, en la que la palabra del otro tenga cabida. O, si prefieren decirlo de una manera apenas diferente: el día que la gente descubra el placer de escuchar, nuestro mundo será una fiesta.

sábado, 5 de junio de 2021

"¿Por qué somos dantescos?" por José Mª Micó



Hace poco más de un año, las imágenes de los ataúdes llegando en grandes cantidades al Palacio de Hielo de Madrid hacían inevitable el recuerdo de una de las ilustraciones que Sandro Botticelli preparó para su inacabado pero impresionante programa iconográfico de la Comedia. Lo que Dante y Virgilio ven al cruzar las murallas de la capital del infierno y entrar en el círcu­lo sexto es una gran extensión de sepulcros, y el autor la compara con las necrópolis de Arlés y de Pula, famosas y relativamente cercanas para sus primeros lectores.

En tiempos de incertidumbre, las fotografías madrileñas parecían una performance posmoderna del juicio final, y eran, a su manera, una cita de Dante. Porque la Comedia es una obra medieval cargada de futuro. En los siete siglos que nos separan de la muerte de su autor se ha copiado, comentado, impreso, ilustrado y traducido innumerables veces, pero si hoy se publicase como novedad en una colección de narrativa, bastaría con juntar dos palabras que están à la page para asignarle la mejor estrategia promocional: autoficción y distopía. Y no faltaría quien propusiese su adaptación en formato de serie televisiva ni quien encontrase el mejor resumen de su argumento en el estribillo de un popular bolero, porque es la historia de un amor como no hay otro igual que nos hace comprender todo el bien y todo el mal.

Dante somos todos

Dante relata, como si fuese real, su exploración de una semana por los tres reinos del ultramundo, pero desde el primer verso está hablando de nosotros, porque su experiencia es también la representación de nuestro paso por la vida, una manera ejemplar de comprender nuestras servidumbres y nuestros anhelos. Avanza a paso ligero por los pecados capitales que considera más leves (los de incontinencia: lujuria, gula y pereza), después abandona ese esquema y analiza diversas formas de violencia, y en los últimos círculos del infierno se demora en la condena del engaño, que culmina en la traición, mostrando desde el primer canto hasta el último una obsesión por la avaricia (“vieja loba infame”) como causa de los peores males. El protagonista se enfrenta a las consecuencias del pecado, variadas y vistosas formas de horror en una exposición permanente de desvíos espirituales y lacras morales: el torbellino de los lujuriosos, el albañal de los lisonjeros, la gravosa hilera de los soberbios, la lluvia pertinaz que enfanga a los airados, el bosque de los suicidas, la cómica y purulenta hidropesía de los falsarios, el hielo abisal de los traidores. Pero no se trata de abstracciones intelectuales: es Francesca de Rimini la que cuenta cómo se enamoró de su cuñado, es el padre de Guido Cavalcanti quien yace entre los epicúreos y echa de menos a su hijo, es el papa Nicolás III quien confiesa su nepotismo, es Mahoma —para Dante un cismático, más que un hereje— quien se abre literalmente las carnes ante el espectador, es el trovador Bertran de Born quien pasea “con la cabeza asida por los pelos, / como un farol”, es Ulises quien arenga a sus hombres y emprende una trágica exploración en pos del conocimiento: “Pensad en vuestro origen, que no fuisteis / hechos para vivir como animales, / sino para seguir virtud y ciencia”.
En la poderosa imaginación de Dante, que prolifera en la nuestra, esos personajes siguen ahí por los siglos de los siglos, y tal vez nos esperan. Somos peregrinos como el autor, pero también cabe una posibilidad más inconfesable: que nos reconozcamos en los condenados del Infierno o en los penitentes del Purgatorio. ¿Quién no conoce a un político corrupto, a un glotón simpático, a un trepador sin escrúpulos, a un artista vanidoso, a un colega mezquino, a un mentiroso compulsivo, a un poeta afecto al poliamor? Todos tienen su espacio en los versos de Dante por haber sido como somos nosotros; están donde tienen que estar, pero su caso los singulariza y exige la atención del poeta, sensible a infinitos matices y a delicadas ambigüedades, como cuando se encuentra entre los sodomitas a su maestro Brunetto Latini y prefiere recordar con afecto su gran lección: “La eternidad que el hombre alcanzar puede”. Los libros que nos salvan de las rutinas del día —aunque sea contándonos las rutinas o las ruinas de sus personajes— forman parte de un territorio sin género en el que la verdad y la mentira no se mezclan, ni se confunden, ni se compensan, ni se alternan, ni se desafían, porque son sencillamente la misma cosa. El Purgatorio, con sus estratos incomunicados (salvo para quien, como el narrador, va progresando en su camino de perfección), puede ser la metáfora de este segundo año pandémico: los pecadores tienen que purgar sus errores durante un espacio de tiempo variable, en función de sus culpas y de la ayuda externa que puedan recibir en forma de oraciones o de relatos de casos ejemplares, y su penitencia se parece bastante a la nuestra, de duración y final imprevisibles, basada en un sacrificio personal y colectivo, pero orientada hacia la esperanza de un futuro mejor. Tampoco podemos descartar identificarnos con alguno de los personajes del Paraíso, que en realidad es una especie de abstracción, un lugar sin espacio y un tiempo sin tiempo, una sostenida hipérbole de miles de versos en la que culmina la aventura del protagonista y que podría resumirse con las palabras que, según se dice, pronunció Goethe en su lecho de muerte: “¡Luz, más luz!”. En el mediodía perfecto del empíreo, Dante va conociendo ejemplos de santidad, “chispas fugacísimas / que ante mis ojos se desvanecían”. El amor de Beatriz lo ayuda a resistir esa luz cada vez más intensa y a comprender los designios de Dios y los misterios de su creación, encerrada en un punto de claridad absoluta y figurada como un libro: “En su profundidad vi que se encierra, / cosida con amor en un volumen, / todo lo que despliega el universo”. En nuestro tiempo de realidades virtuales, en las que la ficción de Dante se mueve como pez en el agua, sigue siendo reconfortante la idea de que todo pueda encerrarse en un objeto sencillo y hermoso de menos de 1.000 páginas que nos acompañará toda la vida.


Dante para rato

En el Purgatorio, el poeta latino Estacio intenta un abrazo imposible con su admirado Virgilio, que le recuerda que ambos son espíritus: “No, hermano, que eres sombra y sombra ves”. Entre los centenares de personajes de la trama, Dante es el único ser vivo, el único que a su paso mueve las piedras o proyecta sombra, y con ello provoca la ira de los demonios, el desconcierto de los pecadores, la incomodidad de los penitentes y la curiosidad de los beatos, y en su periplo, tras las dudas iniciales, asume con responsabilidad y un punto de orgullo su condición de testimonio elegido de unos hechos extraordinarios. Es nuestro enviado al más allá y nos cuenta lo que ha visto. El propósito de Dante no fue componer la figura para la eventual contemplación de la posteridad, como en la vanidad de los retratos, sino alzar una obra memorable, suma del esfuerzo humano y del misterio, sobrehumano a su modo, de la inspiración.

Las grandes obras de lo que llamamos literatura universal son incomparables, pero casi todas pertenecen a un cierto linaje, porque perfeccionan una tradición o inician una moda. En Dante van de la mano, como en otros autores antiguos, la cultura clásica y la nueva poesía en romance que nació con los trovadores, pero la lista de sus obras en latín y en italiano está formada por una sucesión de creaciones asombrosas que son, casi sin excepción, especímenes únicos, libros singulares sin linaje (la Vida nueva, el De vulgari eloquentia, el Convivio, la Monarquía).


Confrontada con otras grandes obras, la Comedia resulta todavía más asombrosa: por la ambición de la empresa, por las circunstancias de su redacción, por la música de sus 15.000 endecasílabos, por la desazón moral de sus personajes, por la prodigiosa invención de una forma y de una estructura que crean la ilusión de la perfección, por la evocadora exactitud de sus innumerables tesoros verbales y por otras muchas razones que nos ayudan a entender la incansable dedicación de los filólogos y, lo que es más importante, su gran poder de sugestión sobre los mejores creadores de cualquier disciplina.

Y eso, que es una evidencia histórica válida para cualquier letra del alfabeto (Barceló, Blake, Boccaccio…), también es cosa de nuestro presente. Mientras escribo estas líneas, el joven pintor Jordi Díaz Alamà trabaja en un ambicioso programa pictórico del Infierno; hace unos meses, el bailaor Andrés Marín proyectaba un gran espectáculo basado en la Comedia e interrumpido por la pandemia, y el pasado 10 de mayo el compositor Mauricio Sotelo estrenó en el auditorio del Museo Reina Sofía una intensa pieza de “flamenco espectral” en la que algunos versos de mi traducción sonaron en la voz prodigiosa de Arcángel.

Son formas asequibles y modernas de sentirse en el paraíso, y siempre nos quedará la más elemental: leer a Dante, porque la Comedia es una novela en verso, un poema que nos habla del saber y del vivir, de la vida mortal y de la vida eterna, a través de una ficción autobiográfica que pretendía alcanzar —y lo ha acabado consiguiendo— dimensión ecuménica. Es la fábula ideal para dar un sentido grandioso a nuestras pequeñas vidas, una cartografía del más allá tan imaginaria como eficaz, porque traza el mejor mapa antiguo de un territorio invariable: la condición humana.

viernes, 28 de mayo de 2021

Día de Castilla-La Mancha

El lunes que viene es el Día de Castilla-La Mancha. Como sabéis, nuestro presidente Page es muy permeable a las buenas ideas de todos los partidos y prepara una batería de medidas para elevarnos como comunidad y ser el referente de la nueva España:

-A partir del próximo curso, antes de empezar la jornada, habrá que formar y cantar una seguidilla manchega en escuelas, institutos, hospitales y cualquier otra institución dependiente de la Consejería. Se gratificará la interpretación por parte de los funcionarios de jotas o bailes propios de la localidad. 

-Se repartirán efigies en cartón o goma eva a tamaño natural del presidente de la Comunidad para que presidan los lugares más significativos de los lugares públicos. 

-Será obligatoria en cada una de las dependencias de las dependencias públicas, incluidas aulas y habitaciones de hospital, la exposición del crucifijo con la bandera de Castilla-La Mancha en el lugar donde iba el RIP. 

-Los directores de hospitales, centros educativos y ayuntamientos deberán tatuarse un molino de viento en su brazo derecho. 

-La televisión de Castilla-La Mancha retransmitirá más corridas de toros y procesiones.

-En las plazas de los consistorios se instará a los alcaldes para que se comience el día con una proclama plenamente manchega, podrían ser las siguientes: "¡Ea!", "Bueno me tenéis!", "Gañáááán!", "¿Qué marcha me lleváis!"...   

jueves, 27 de mayo de 2021

El síndrome de Estocolmo en la ESO


Los grupos de la ESO suelen ser muy propensos a idolatrar al profesor, sobre todo los más pequeños. He sido testigo de adoraciones increíbles hacia personajes abominables y faltos de toda vocación profesional. Nosotros, los profesores, nos sentimos dioses dentro del aula y con demasiada frecuencia crece nuestra vanidad cuando nos vemos adulados por el alumnado al que impartimos materia. La entrega emocional de muchachos de doce, trece, catorce y quince años genera una efervescencia del ego que a menudo deforma la percepción de nosotros mismos y de nuestro cometido. Ellos suelen ser espontáneos, desean verse abrazados (a veces con síntomas del síndrome de Estocolmo) por los mayores que les educan, a pesar de los roces y las tensiones propias de la adolescencia. Y ese abrazo, esa demostración de afecto superlativo, a menudo lo interpretamos como que nuestra labor ha sido excelsa, insuperable. Es muy frecuente ver en las redes sociales y en los pasillos de los institutos al profesor ensoberbecido, entusiasmado, por ese amor incondicional del alumnado. Alardeamos de su cariño, de sus muestras de afecto, del poder de atracción de nuestra labor profesional. Un panorama idílico y digno de evocar una y otra vez si no hubiera visto cómo elementos de catadura bastante cuestionable gozan de un aprecio similar, superlativo, por parte de los chicos a los que imparten clase. El ansia de amor y de veneración es tan excesiva a esas edades que pocas veces tienen en cuenta la idoneidad de sus idolatrías. He visto adorar e incluso venerar a profesores a los que yo no confiaría ni la custodia de mis tortugas. Por eso, desde hace años, intento aquilatar esas desmesuradas muestras de apego. 

Hay que desnudar el ego, despojarlo del efecto que produce la adulación. En esta sociedad de la exposición permanente debemos templar gaitas y no dar una importancia extrema (animados por la vanidad) a lo que es un sencillo impulso espontáneo de generosidad adolescente. 

lunes, 24 de mayo de 2021

La inspiración lírica de Los Pecos y C. Tangana



¿Ha plagiado C. Tangana a Los Pecos o solo son referentes comunes los que les unen? Esta candente cuestión nos asalta cuando comparamos las letras de dos de sus canciones. La primera es la mítica "Esperanzas" de Los Pecos; la segunda, "Tú me dejaste de querer", de C. Tangana.

ESPERANZAS

He vivido unos años, algo duros sin ti; 

ahora quiero olvidarlos y volver a reír...

En mi vida sólo quedan esperanzas, 

en mis sueños mi ilusión siempre eres tú...

Sólo vivo esperando tu regreso, 

con tu marcha te llevaste 

mi corazón...

TÚ ME DEJASTE DE QUERER

Tú me dejaste de querer cuando te necesitaba,

cuando más falta hacías, tú me diste la espalda.

Tú me dejaste de querer cuando menos lo esperaba,

cuando más te quería, se te fueron las ganas

En la primera canción observamos cómo la desazón de un amor perdido provoca un desasosiego que, por mucho que se intenta evitar, no se puede porque el amor aún está arraigado en las entrañas del rubio y del moreno. En la segunda, la leyenda madrileña del trap, también se queja de un desamor, de alguien que lo ha abandonado en lo mejor de su relación. ¿Será la misma persona la que ha provocado este sentimiento o es que Tangana ha aprovechado el tirón sentimental de Los Pecos para plagiarlos? Sus referentes, es evidente, están en la poesía de los trovadores, en la Edad Media. Estos dos vates modernos rememoran esa queja amarga del amante despechado por el rechazo de la amada. Ni Arnaut Daniel, ni Dante, ni Petrarca, ni siquiera Garcilaso supieron plasmar con tanta maestría este sentimiento universal. Recorren un itinerario hacia el pasado, recuperan el amor cortés y la tradición petrarquista. Sin duda, tanto unos como el otro son tres poetas apegados a la tradición lírica más antigua que han conseguido estimular a las masas con un estro atávico. ¡Viva el "fins amor"! 



sábado, 22 de mayo de 2021

"Dos piezas surrealistas de la historia de España" por Manuel Vicent




1. Conocí a Pedro Sainz Rodríguez en los últimos años de su vida. Era el modelo del gordo listo, incansable y sutil, que desde su juventud, moviéndose en la sombra, había estado presente detrás de la cortina en todos los fregados políticos: en el cuarto de baño con la querida del nuncio apostólico Tedeschini para arrancarle unas cartas comprometidas; en la conspiración de la sanjurjada del 10 de agosto de 1932 contra la República, en los preparativos del Alzamiento del 18 de Julio, en las maniobras de la Monarquía durante 40 años junto a don Juan en Estoril para recuperar el trono. A veces me invitaba a comer y mientras le caía la sopa por la comisura hasta la servilleta, que llevaba anudada como un niño en el pescuezo, me contaba historias muy surrealistas.

—Mire usted, los que dicen que Franco se rajó en la sanjurjada mienten. Yo estaba presente en la entrevista en el restaurante Camorra de la cuesta de las Perdices, a la que acudimos los tres después de burlar a cuatro policías, y allí Franco le dijo a Sanjurjo: “Yo no le doy mi palabra de sumarme a su alzamiento, no se lo prometo; haré lo que sea, según las circunstancias; lo que le aseguro es que si el Gobierno decide mandar fuerza para dominar ese movimiento, yo no iré y, además, procuraré que no vaya nadie. No haré nada para que usted no triunfe”. Franco no se metía en líos porque temía perder su carrera. Por aquellos días para tratar de convencerlo lo cité en el pequeño hotel de la calle Victoria donde yo vivía en esos días. Llegó un poco alterado porque creía que lo habían seguido. Después de estar un buen rato charlando sonó del teléfono interior. Era el conserje que preguntaba si un señor había subido a mi habitación. Al oír esto Franco pensó que la policía lo iba a detener y se tumbó en la bañera detrás de las cortinas. Era simplemente el taxista que había traído a Franco y preguntaba si iba a bajar porque no le había pagado la carrera. Y cuatro años después le costó muchísimo unirse al alzamiento del 18 de julio. Exigió que le pusieran 40.000 duros en Italia y, aun así, la contraseña para sumarse a Mola fue un telegrama en el que se declaraba fiel a la República, por si las moscas. Franco era muy cauto. Por ejemplo, cuando se mató Mola y en el lugar del accidente se levantó un obelisco, en el Consejo de Ministros le dijimos que debía ir a inaugurarlo. Se negó en redondo: “No. no, aquello es un valle muy peligroso y puede llegar un avión rojo y soltarme una bomba”.

2. Un día le pregunté al escritor Ernesto Giménez Caballero cuál había sido el momento cumbre de su azarosa vida. Sentado en un sillón abacial allí en su estudio comenzó a agitar los brazos como las aspas de aquel molino que Don Quijote había confundido con un gigante y con una locura muy parecida, me dijo:

“El momento cumbre de mi vida sucedió durante una cena en Berlín, dos días antes de la Nochebuena de 1941, invitado a casa de Goebbels. Fuera sonaban las alarmas de bombardeos y se oían los clamores de las patrullas de la Gestapo. Antes de cenar yo le había regalado a Goebbels un capote de luces para que toreara a Churchill, y en eso Goebbels tuvo que salir porque lo llamó Hitler. Al quedar a solas con Magda, su mujer, en un salón privado donde ardían los troncos de la chimenea, me creí arrebatado por una fuerza superior y le expuse mi grandísima visión, la posibilidad de reanudar la Casa de Austria que se había interrumpido con Carlos II el Hechizado. Magda estaba sentada frente a mí en un sofá de raso verde y oro. Pero luego hizo que me acercara a ella para ofrecerme una copa de licor que calentó con las manos y humedeció levemente los bordes con los labios. En aquel ambiente de ascua y pasión, sentí que iba a jugarme la carta de un gran destino, no sólo mío, sino de mi patria y del mundo entero. Entonces le propuse la fórmula para llegar al armisticio de Europa reanudando al mismo tiempo la estirpe hispano-austríaca. Se trataba de casar a Hitler con una princesa española de nuevo cuño, como Ingunda, Brunequilda o Gelesvinta. Sólo había una candidata posible por su limpieza de sangre, su fe católica y sobre todo por su fuerza para arrastrar a las juventudes españolas: ¡Pilar Primo de Rivera! Había que casar a Hitler con la hermana de José Antonio. Al oír esto los ojos de Magda se humedecieron de emoción. Tomó mis manos y las estrechó con las suyas. Y acercando su boca a mi oído musitó el gran secreto: “Su visión es extraordinaria y yo la haría llegar con gusto al führer, pero resulta que HitIer tiene un balazo en un genital y es impotente desde sus tiempos de sargento. No hay posibilidad de continuar la estirpe. Lo de Eva Braun no es más que un tapadillo para disimular”.

jueves, 20 de mayo de 2021

Odio eterno a la literatura

Le doy clase a un chico colombiano que llegó a mitad de curso. Destaca cuando lee en voz alta, también en la comprensión escrita y en la redacción. No sabía nada de sintaxis, ni de morfología y en dos meses se ha puesto al nivel de sus compañeros. El muchacho me cuenta que en Colombia los métodos de la clase de Lengua y Literatura son muy distintos. El último año que estuvo allí todo lo cifraron al estudio y lectura de cuatro libros: "La metamorfosis" de Kafka; "Cien años de soledad" de García Márquez; "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde y "La Celestina" de Fernando de Rojas. No sé si este es el método que siguen todos los alumnos de 15 años en Colombia o si se trata de una fórmula singular. Me da igual. El punto de partida me parece mucho más sugerente que el nuestro. Con la lectura y análisis de estos cuatro libros (o de otros del mismo nivel) sería suficiente para avanzar en la lectura, en la escritura, para introducirlos en el lenguaje literario y para generar espíritu crítico. No haría falta más. 

La gramática teórica no debería ser nuestro único objetivo. Al final se convierte en la maza con la que rematamos cualquier atisbo de apego a la lengua. Tampoco la historia de la literatura tendría que servir para odiar de por vida a una lista infinita de autores, de los que se termina descubriendo qué pie calzaban e ignorando todos sus valores literarios y humanos. La clase de Lengua y Literatura debería estar apegada a la realidad, sí, y a la despensa de maravillosos poemas, narraciones y obras de teatro que deslumbren y emocionen. No deberíamos seguir sirviendo la lengua enlatada ni administrarla como se embute a las ocas para engordarles el hígado. Del órgano enfermo de estos animales se extrae una delicia culinaria; del hígado de nuestros adolescentes, solo bilis contra el texto escrito.   

sábado, 15 de mayo de 2021

Libros rehabilitados



Método infalible para rehabilitar libros que nos han regalado y que no nos ofrecen mucha confianza: 

Si, por pura mala suerte, el día de tu cumpleaños, alguien aparece con un libro de Máximo Huerta, hay una solución para no desaprovechar el engendro. Habría que memorizar "Matadero 5" de Kurt Vonnegut, abrir el libro de Huerta, cerrar los ojos bien fuerte e imaginar la novela de Vonnegut como si estuviéramos leyendo la otra, mano de santo. Te lo vas a pasar en grande. Aplica el mismo método si recibes un poemario de Marwan: cierra los ojos hasta que te duelan los párpados e intenta recitar interiormente el "Tratado de urbanismo" de Ángel González, otro autor rehabilitado. También vale con el último premio Planeta: lee varias veces "El hijo de César" de John Williams, abre el premio Planeta, cierra con convicción los ojos y, a disfrutar con tu imaginación de la buena literatura. Solo tenéis que consultarme sobre libros poco fiables y yo os doy una alternativa segura. La señora Francis de la literatura está a vuestra disposición.    

jueves, 13 de mayo de 2021

"Automoribundia" de Ramón Gómez de la Serna



En las greguerías de Ramón, todo es piruleta, todo es caramelo de fantasía, allegro sin arrimo político, evasión y fruslería. En una greguería cabe una metáfora y un sueño, la realidad solo como apoyo, para volar a partir de una nimiedad, de una rama en una nube. La Automoribundia de Ramón Gómez de la Serna es todo un ejercicio de reivindicación de independencia personal. Desde las primeras páginas deja claro que su instinto artístico lo inclinó a negar prebendas políticas y sometimientos. Ramón se recrea en el amor de los objetos, en el fetichismo. Su muñeca de cera, que lo espera todas las noches, impertérrita, sideral, para contemplarlo horas y horas, entusiasmado ante el papel, es el mejor ejemplo de su humorismo. Porque Ramón se define una y otra vez como humorista. Odia las conferencias graves, el tono del político augusto y el del escritor ensimismado. Pasa por malos momentos porque la literatura en España, como decía Max Estrella, es "colorín, pingajo y hambre". Le gusta deslumbrar a la concurrencia, divertir, entretener, épater le bourgeois desde el trapecio de un circo. Ramón admira a Charlot y a los clowns más que a Baroja, por supuesto. De él, espoleador de una de las mejores remesas de poetas, timonel de la tertulia de Pombo, de pelo fuerte y cuerpo recio, amante de los espejos y de las estampas, deberíamos tomar lo que más apreciaba de sí mismo, su humor, la seria frivolidad que lo llevó a ser contratado por un circo y a renegar de todo lo que oliera a gravedad, corruptela y manipulación. Ramón salta por encima de la Guerra Civil, por encima de la muerte y nos encierra con él en su torre para adorar la noche. Sí, su bohemia era sincera, vivía cuando oscurecía para que los vivos y sus ruidos no estorbaran a su pluma. Escribía, escribía y escribía, porque su vida, desde el principio la fundó en la escritura. Su tío le puso el título de humorista en un palco de las Cortes y él se tomó muy en serio su papel. Periodista de oficio, porque había que comer, porque sus novelas y sus extravagancias no le pagaban el alquiler, periodista prolífico, periodista sin pausa, renovó la profesión y aireó con la vanguardia el tufo rancio del noventayochismo. Ramón moderno y único, simpático, frívolo, sin despensa, sin sombrero.  

Algunas pildoras extraídas de Automoribundia:

El colegio: "Por eso persistíamos y nos dábamos ánimos. Si aprendíamos bien, tendríamos bigote. Esa era nuestra lógica."

Adolescencia: "Solo hay nua cosa más asquerosa que la adolescencia, y es el chorreo involuntario que tiene un tubo de Sindetikón (pegamento) cuando se ha apretado demasiado y se le deja sobre la mesa."

"Los genios son los que dicen mucho antes lo que se va a decir mucho después."

"El arte es la alegría de salvarse del catarro consuetudinario."

"Sé que la ambición es lo que oscurece la vida, y cuando se alía con la vanidad ya no se ve nada."

"La literatura no es un medio de comer, pero hay que ir comiendo mientras se escribe la literatura."

"¡Es tan difícil escribir un libro verdaderamente nuevo!"

"No he querido ser demasiado erudito porque eso hubiera sido cargar a la muerte con un peso muerto demasiado grande."

"La limpia y desinteresada heroicidad no existe sino en el acto de decir todo lo que se piensa de la más libre y expresiva manera."

"Como resumen comprobatorio de la vida, no hay más que el orinal."

"El mayor tesoro para el escritor es la soledad."  

martes, 11 de mayo de 2021

Ratios indecentes



Atención al bombardeo mediático de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha sobre la inversión en reparaciones y nuevos centros educativos. Es una operación de encubrimiento y lavado de cara porque están llegando a los institutos las ratios con las que se van a elaborar los cupos de profesores para el curso que viene y se quieren ocultar bajo el tufo publicitario. Treinta alumnos en secundaria y treinta y cinco en bachillerato, esa es la propuesta de la Administración. Se remiten a las ratios impuestas por la señora Cospedal. No, en todos estos años, no se les ha ocurrido cambiar la carga con que esta mujer nos aplastó durante su mandato. Ni siquiera el riesgo todavía permanente de la pandemia los ha arredrado para imponer este hacinamiento del alumnado. Lo he repetido en innumerables ocasiones, pero no me canso. Trabajar con treinta alumnos en 1º, 2º y 3º de ESO es tremendamente difícil, aboca al fracaso académico a muchos de ellos y a nosotros a la desesperación. Una y otra vez se nos muestra que no hay ningún interés en mejorar el sistema educativo y se desprecian con toda la insolencia del mundo las recomendaciones y peticiones básicas del profesorado. Nos arrojan, de nuevo, a los pies de los caballos (valga el tópico para ilustrar con mayor virulencia la situación), a los cascos de una educación con mascarillas, masificada e indecente.  

lunes, 10 de mayo de 2021

Chasco

Han sido muchos años preparándome a fondo. Muchas horas de entrenamiento, muchos kilómetros recorridos, mucho dinero invertido, sí. Mi vida, en parte, ha cifrado su éxito en esa cumbre. No hay pueblo que no recorra con ese único fin, no hay lugar de la geografía española y extranjera que no haya pisado con la intención única y exclusiva de formarme en esa dedicación. Ha sido mi norte desde mi adolescencia, mi pasión, mi obsesión, mi paraíso perdido. Milton lo buscó, yo lo encontré. Busco escritores amantes de este vicio mío, intento arroparlo con la autoridad de los poetas más reputados: Baudelaire, Valle-Inclán, Rubén Darío, Ángel González, James Joyce, Bukowski, Malcolm Lowry, todos, todos ellos me avalan, me respaldan en mi convencimiento. Y hoy, hoy, que podría haber demostrado con una prueba científica la altura de mis logros, he fracasado. Hoy la policía municipal de mi pueblo ha detenido mi coche para hacerme un control de alcoholemia y no ha pasado nada, nada. He soplado en el pitorro de plástico y cuál ha sido el resultado: 0,00. Sí, hermanos, cero con cero. Así me lo ha dicho la agente que ha oficiado la ceremonia. Tantos años, tanto empeño, tanto sacrificio, tanta barra de bar, tanto tiempo dedicado a este santa afición del beber, tantas cervezas, tantos gintonics, tantos güisquis, tanta absenta, para qué, para que un día, el señalado, llegues al momento culminante, al instante esplendoroso de soplar en la cánula de plástico y no haya nada. Un cero con cero tan triste, tan desmayado como un gatillazo. No hay gloria ni palabra que pueda aliviar tanta frustración.   

viernes, 7 de mayo de 2021

Las aulas y la realidad



Última tarea de la mañana: asistir a los ritos de aula de un primero de ESO durante una guardia. A última hora, después de pasar cinco horas sentados, escuchando monsergas y realizando ejercicios mecánicos del libro de texto, hay una necesidad perentoria de ir al baño. No porque no puedan retener esfínteres, sino porque se hace necesario desahogar la vitalidad de los 13 años de alguna manera. Una niña rubia que apenas levanta un metro treinta del suelo, con ademanes de persona mayor, explica a sus amigas cómo se resuelve una ecuación. Un pelirrojo con los mofletes colorados completa ejercicios en inglés y piensa en la tortilla de patatas que le estará preparando su madre. Un muchacho, peinado a lo Cristiano Ronaldo, se esmera en el dibujo de una pirámide. Otro, animado por lo poco que queda para que suene el timbre, no puede retener sus ganas de hablar y de expresar su alegría. La clase bulle, hierve poco a poco, de manera regular, como la paella cuando le echas el arroz. Escriben, borran, manejan la calculadora, pasan página, conversan de fracciones, tiempos verbales y reyes españoles. Suenan extraños estos temas de conversación en almas tan tiernas; mientras, madres y padres, en casa, comentan la agilidad del portero del Chelsea y la habilidad de una concursante de La isla de los famosos para ensartar melones en un espeto. Los pedagogos tienen razón: los contenidos que se imparten en las aulas están desconectados de la realidad cotidiana. 

miércoles, 5 de mayo de 2021

Apocalipsis y la Primera Guerra Mundial

Los documentales de Apocalipsis son estremecedores. Acabo de ver el de la Primera Guerra Mundial. La historia siempre es un constructo de ficción (incluso para Tolstoi), y ahí reside precisamente una de las claves del acierto de estos relatos visuales. Se recrea en ellos una secuencia de los hechos tan verosímil que engancha y absorbe, como una buena novela de época. Es emocionante asistir en palco de honor coloreado a las vidas cotidianas de gente que ya no existe y que no podría imaginar nunca un mundo como el actual. Solo libros como los de Stefan Zweig, Chéjov, Dostoyevski, Galdós, Clarín o el propio Tolstoi me han transmitido una sensación parecida. Es muy difícil comprender sociedades tan distintas y distantes a la nuestra, pero en estos episodios nos acercan tanto a ellas que casi nos salpica la saliva de los que vociferan. 

Aristócratas y burguesas, vestidas con sedas de cuento romántico, se pasean por una Viena atestada de tráfico, saludan a la cámara y eternizan su rastro de existencia en un objetivo maravilloso que nos remite a un pasado deslumbrante. Dejan a su paso un escalofrío diabólico. La familia real rusa posa sonriente, con bigotes apolillados y sombreros de merengue. Los mujiks y los proletarios expresan en sus gestos el hambre de revolución. Los desfavorecidos son personajes secundarios que pronto tomarán al asalto los primeros planos como soldados, revolucionarios o atestando las morgues. Las familias reales europeas deambulan sonrientes, ajenas a las cámaras, sin conciencia todavía de la proximidad de los magnicidios. El documental nos somete a la angustia de contemplar la vida pasada y saber que nunca podremos participar de ella. Por mucho que nos atraiga un rostro o nos cautive la simpatía de un gesto, sabemos que ya no están, que fueron, que nunca podremos conversar con ellos. Que después, los paisajes, las calles, los edificios, serán arrasados por dos guerras y una posmodernidad vertiginosa. No sé por qué, pero los austriacos me parecen mucho más agradables, sonrientes y simpáticos que los actuales. También los franceses, los rusos y los ingleses. Todo el mundo en 1914 era feliz en las calles burguesas. La primera mitad del siglo XX tendió un velo de tristeza sobre las aceras, solo hay que comparar el tono de Chéjov con el de Zweig para comprobarlo. Las imágenes, mientras tanto, siguen cosidas a la voz del narrador, como cuando vemos un partido de fútbol y el locutor nos describe la mala suerte de la pelota, en los pies de unos y otros. 

Estalla la guerra y un fervor sorprendente recorre los pueblos de Europa: los soldados cargan los obuses en los cañones; el perro salchicha de Guillermo II mueve la cola delante de su amo; el zar Nicolás II desenvaina el sable y su primo, el rey Jorge de Inglaterra, arenga al ejército entre un jolgorio de locura. Masas de soldados rusos y alemanes, entusiasmados, ingenuos, azuzados por empresarios y emperadores, vitorean a sus países y se preparan para rebanarse el pescuezo en el cenagal de una trinchera. La guerra, impulsada por los poderosos, como un capricho más de su ambición, destroza la alegría de 1914 en las calles de Viena y de París y de Berlín y de Moscú. Todo es humo, miembros amputados y sangre, sangre roja que se escapa de la pantalla y mancha, a pesar de la distancia de los años. El fervor, la alegría, el patriotismo, los bailes y las risas son aplastados por los batanes implacables de la muerte.           

sábado, 1 de mayo de 2021

"Para la libertad" de Isabel Díaz Ayuso

Cantad esta copla con música de Serrat. La idea era de Miguel Hernández, pero la ha versionado Isabel Díaz Ayuso: 

Para la libertad, rezo, bebo y toreo,

para la libertad. Visitaré los bares,

como fiel parroquiano, rico y nada ateo,

¡vivan los calamares!

Para la libertad, cuento más infectados

que horas en el año. Es un gran sacrificio

reventar los hospitales con más contagiados,

pero es nuestro oficio.

Porque aunque muera gente no hay que renunciar

ni a misa ni al toreo ni a unas fiestas buenas,

ya nacerán más hombres con ganas de rezar,

gritad: "¡Fuera cadenas!"

 Irán al paraíso los muertos del Zendal,

y nosotros al bollo del pincho y de la caña,

porque la vida sigue y no hay mejor pañal

que una juerga en España,

que una juerga en España.