jueves, 20 de mayo de 2021

Odio eterno a la literatura

Le doy clase a un chico colombiano que llegó a mitad de curso. Destaca cuando lee en voz alta, también en la comprensión escrita y en la redacción. No sabía nada de sintaxis, ni de morfología y en dos meses se ha puesto al nivel de sus compañeros. El muchacho me cuenta que en Colombia los métodos de la clase de Lengua y Literatura son muy distintos. El último año que estuvo allí todo lo cifraron al estudio y lectura de cuatro libros: "La metamorfosis" de Kafka; "Cien años de soledad" de García Márquez; "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde y "La Celestina" de Fernando de Rojas. No sé si este es el método que siguen todos los alumnos de 15 años en Colombia o si se trata de una fórmula singular. Me da igual. El punto de partida me parece mucho más sugerente que el nuestro. Con la lectura y análisis de estos cuatro libros (o de otros del mismo nivel) sería suficiente para avanzar en la lectura, en la escritura, para introducirlos en el lenguaje literario y para generar espíritu crítico. No haría falta más. 

La gramática teórica no debería ser nuestro único objetivo. Al final se convierte en la maza con la que rematamos cualquier atisbo de apego a la lengua. Tampoco la historia de la literatura tendría que servir para odiar de por vida a una lista infinita de autores, de los que se termina descubriendo qué pie calzaban e ignorando todos sus valores literarios y humanos. La clase de Lengua y Literatura debería estar apegada a la realidad, sí, y a la despensa de maravillosos poemas, narraciones y obras de teatro que deslumbren y emocionen. No deberíamos seguir sirviendo la lengua enlatada ni administrarla como se embute a las ocas para engordarles el hígado. Del órgano enfermo de estos animales se extrae una delicia culinaria; del hígado de nuestros adolescentes, solo bilis contra el texto escrito.   

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