Han sido muchos años preparándome a fondo. Muchas horas de entrenamiento, muchos kilómetros recorridos, mucho dinero invertido, sí. Mi vida, en parte, ha cifrado su éxito en esa cumbre. No hay pueblo que no recorra con ese único fin, no hay lugar de la geografía española y extranjera que no haya pisado con la intención única y exclusiva de formarme en esa dedicación. Ha sido mi norte desde mi adolescencia, mi pasión, mi obsesión, mi paraíso perdido. Milton lo buscó, yo lo encontré. Busco escritores amantes de este vicio mío, intento arroparlo con la autoridad de los poetas más reputados: Baudelaire, Valle-Inclán, Rubén Darío, Ángel González, James Joyce, Bukowski, Malcolm Lowry, todos, todos ellos me avalan, me respaldan en mi convencimiento. Y hoy, hoy, que podría haber demostrado con una prueba científica la altura de mis logros, he fracasado. Hoy la policía municipal de mi pueblo ha detenido mi coche para hacerme un control de alcoholemia y no ha pasado nada, nada. He soplado en el pitorro de plástico y cuál ha sido el resultado: 0,00. Sí, hermanos, cero con cero. Así me lo ha dicho la agente que ha oficiado la ceremonia. Tantos años, tanto empeño, tanto sacrificio, tanta barra de bar, tanto tiempo dedicado a este santa afición del beber, tantas cervezas, tantos gintonics, tantos güisquis, tanta absenta, para qué, para que un día, el señalado, llegues al momento culminante, al instante esplendoroso de soplar en la cánula de plástico y no haya nada. Un cero con cero tan triste, tan desmayado como un gatillazo. No hay gloria ni palabra que pueda aliviar tanta frustración.
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lunes, 10 de mayo de 2021
viernes, 7 de mayo de 2021
Las aulas y la realidad
Última tarea de la mañana: asistir a los ritos de aula de un primero de ESO durante una guardia. A última hora, después de pasar cinco horas sentados, escuchando monsergas y realizando ejercicios mecánicos del libro de texto, hay una necesidad perentoria de ir al baño. No porque no puedan retener esfínteres, sino porque se hace necesario desahogar la vitalidad de los 13 años de alguna manera. Una niña rubia que apenas levanta un metro treinta del suelo, con ademanes de persona mayor, explica a sus amigas cómo se resuelve una ecuación. Un pelirrojo con los mofletes colorados completa ejercicios en inglés y piensa en la tortilla de patatas que le estará preparando su madre. Un muchacho, peinado a lo Cristiano Ronaldo, se esmera en el dibujo de una pirámide. Otro, animado por lo poco que queda para que suene el timbre, no puede retener sus ganas de hablar y de expresar su alegría. La clase bulle, hierve poco a poco, de manera regular, como la paella cuando le echas el arroz. Escriben, borran, manejan la calculadora, pasan página, conversan de fracciones, tiempos verbales y reyes españoles. Suenan extraños estos temas de conversación en almas tan tiernas; mientras, madres y padres, en casa, comentan la agilidad del portero del Chelsea y la habilidad de una concursante de La isla de los famosos para ensartar melones en un espeto. Los pedagogos tienen razón: los contenidos que se imparten en las aulas están desconectados de la realidad cotidiana.
miércoles, 5 de mayo de 2021
Apocalipsis y la Primera Guerra Mundial
Aristócratas y burguesas, vestidas con sedas de cuento romántico, se pasean por una Viena atestada de tráfico, saludan a la cámara y eternizan su rastro de existencia en un objetivo maravilloso que nos remite a un pasado deslumbrante. Dejan a su paso un escalofrío diabólico. La familia real rusa posa sonriente, con bigotes apolillados y sombreros de merengue. Los mujiks y los proletarios expresan en sus gestos el hambre de revolución. Los desfavorecidos son personajes secundarios que pronto tomarán al asalto los primeros planos como soldados, revolucionarios o atestando las morgues. Las familias reales europeas deambulan sonrientes, ajenas a las cámaras, sin conciencia todavía de la proximidad de los magnicidios. El documental nos somete a la angustia de contemplar la vida pasada y saber que nunca podremos participar de ella. Por mucho que nos atraiga un rostro o nos cautive la simpatía de un gesto, sabemos que ya no están, que fueron, que nunca podremos conversar con ellos. Que después, los paisajes, las calles, los edificios, serán arrasados por dos guerras y una posmodernidad vertiginosa. No sé por qué, pero los austriacos me parecen mucho más agradables, sonrientes y simpáticos que los actuales. También los franceses, los rusos y los ingleses. Todo el mundo en 1914 era feliz en las calles burguesas. La primera mitad del siglo XX tendió un velo de tristeza sobre las aceras, solo hay que comparar el tono de Chéjov con el de Zweig para comprobarlo. Las imágenes, mientras tanto, siguen cosidas a la voz del narrador, como cuando vemos un partido de fútbol y el locutor nos describe la mala suerte de la pelota, en los pies de unos y otros.
Estalla la guerra y un fervor sorprendente recorre los pueblos de Europa: los soldados cargan los obuses en los cañones; el perro salchicha de Guillermo II mueve la cola delante de su amo; el zar Nicolás II desenvaina el sable y su primo, el rey Jorge de Inglaterra, arenga al ejército entre un jolgorio de locura. Masas de soldados rusos y alemanes, entusiasmados, ingenuos, azuzados por empresarios y emperadores, vitorean a sus países y se preparan para rebanarse el pescuezo en el cenagal de una trinchera. La guerra, impulsada por los poderosos, como un capricho más de su ambición, destroza la alegría de 1914 en las calles de Viena y de París y de Berlín y de Moscú. Todo es humo, miembros amputados y sangre, sangre roja que se escapa de la pantalla y mancha, a pesar de la distancia de los años. El fervor, la alegría, el patriotismo, los bailes y las risas son aplastados por los batanes implacables de la muerte.
sábado, 1 de mayo de 2021
"Para la libertad" de Isabel Díaz Ayuso
Cantad esta copla con música de Serrat. La idea era de Miguel Hernández, pero la ha versionado Isabel Díaz Ayuso:
Para la libertad, rezo, bebo y toreo,
para la libertad. Visitaré los bares,
como fiel parroquiano, rico y nada ateo,
¡vivan los calamares!
Para la libertad, cuento más infectados
que horas en el año. Es un gran sacrificio
reventar los hospitales con más contagiados,
pero es nuestro oficio.
Porque aunque muera gente no hay que renunciar
ni a misa ni al toreo ni a unas fiestas buenas,
ya nacerán más hombres con ganas de rezar,
gritad: "¡Fuera cadenas!"
Irán al paraíso los muertos del Zendal,
y nosotros al bollo del pincho y de la caña,
porque la vida sigue y no hay mejor pañal
que una juerga en España,
que una juerga en España.
jueves, 29 de abril de 2021
En plan...
Los usos lingüísticos de una comunidad son muy útiles para explicar los engranajes internos de nuestro pelaje. La tendencia a la simplicidad nos convierte en individuos que necesitan un "en plan..." para salir con presteza del paso. El gregarismo esnob nos empuja a "poner en valor" nuestras declaraciones para que parezcan más sesudas; "con lo cual" conseguimos un discurso vacío de contenido, pero hinchado de pedantería. A la sociedad del aluvión informativo y del empacho de interacciones informáticas nos priva "empatizar" con todo quisque y aparentar que "visibilizamos" a las minorías y a los marginados. Y si, de paso, en nuestros perfiles sociales citamos a Cervantes, sin saber que estamos atribuyéndole palabras de Marino Lejarreta, qué importa. Es el lenguaje de las apariencias, como siempre, el de los "horteras" que, ansiosos por imitar a nuestros modelos (de mayor rango social y escaso calado intelectual) caemos en la vulgaridad de sus usos y, lo que es más anodino, de sus costumbres.
miércoles, 28 de abril de 2021
Estrella y "Sierraldía"
martes, 27 de abril de 2021
Concursos de televisión
El mecánico locutor pregunta: "¿En qué isla del mar Jónico esperaba Penélope a Ulises?" El concursante está nervioso, es muy joven, sonríe, suda, se muerde las uñas, responde: "Lesbos". Un lamento fingido y sarcástico del presentador araña la dignidad del pobre muchacho. Siento lástima por él, pienso si no supondrá un trauma insuperable que le joderá la vida. Desesperado, aprieto la tecla de retroceso en el mando de la televisión. Vuelvo al momento en el que el odioso locutor plantea la pregunta, utiliza el mismo tono, silabeando con destreza de doblador. Y no, al pobre concursante no se le ve mejor. La misma gota de sudor recorre su sien derecha y se vuelve a morder las uñas en un tic apurado de desesperación. "Lesbos", vuelve a responder. Retrocedo una vez más en la línea del tiempo. El poder divino que nos ofrece la tecnología propicia convertir el pasado en presente una y otra vez; pero no cambia la respuesta, persiste en el error. Dos, tres, cuatro, hasta diez veces vuelvo la imagen atrás. Y no, el chico no rectifica, se reafirma en su "Lesbos" equivocado y el locutor en su burla. Busco en las instrucciones del mando por si hubiera alguna opción de cambiar las alternativas del pasado en la línea del tiempo. Las instrucciones están escritas en chino y en inglés. Imposible. Sigo probando. Retraso una y otra vez las imágenes: diez, quince, veinte vueltas atrás. Y, cuando estoy a punto de claudicar, resignado a la eliminación del concursante y a su posible suicidio, aparecen unas interferencias, cambia el rostro del chico: ahora se le ve mucho más seguro, sin el brillo del sudor en la piel, con las manos firmes sobre el atril. Contesta con fuerza, pronunciando las sílabas como el propio presentador. Paro la imagen, me recreo en la conquista. Voy a salvar a un joven concursante de la depresión. He encontrado la fórmula para alterar el pasado de los concursos televisivos. Podré hacer ganar dinero a quien lo merece y hundir a quienes me caigan antipáticos. Me pongo una copa, lo celebro, le doy al botón del mando y el chico responde: "Formentera". Lástima de cava.
lunes, 26 de abril de 2021
Aquellos claustros de profesores
Asistí a un claustro de profesores casi descalzo, con las chanclas rotas y la cabeza perdida por la fiesta del día anterior. En otro, por poco me duermo y lo peor era que yo dirigía el discurso (como le pasó a Jardiel Poncela en una conferencia). También recuerdo uno interminable en el que, imitando a los judíos de "La vida de Brian", votamos sobre la forma de votar y lo tuvimos que aplazar hasta el día siguiente. Otros, memorables, en los que algunos profesores, a imagen de nuestros diputados, nos enzarzábamos en discusiones agrias que nada tenían que ver con la enseñanza, sino con nuestros hipertrofiados egos. Cuando fui jefe de estudios, tuve la tentación de analizar en verso los resultados académicos de la evaluación. Sí, al final lo hice, aunque el resultado fue igual de pesado que cuando los recitaba en prosa. Habitualmente llegábamos a estas reuniones después de haber comido juntos y, en plena digestión de la fabada. Alguna solía dormitar con ruido de fondo, ante el jolgorio casi adolescente de la concurrencia. También se apostaba sobre su duración o sobre quién iba a soltarse en "ruegos y preguntas". Eran episodios que servían para aliviar el plomo con el que se cargaban muchas de estas sesiones.
Estas reuniones periódicas son inevitables, necesarias, y a veces hasta resuelven conflictos y aclaran malas interpretaciones, a pesar de la tenaza del trabajo burocrático y del miedo a molestar nuestras sensibles voluntades. Los últimos claustros a los que he asistido se han realizado a través del ordenador, cada uno desde casa. Se nos ha dado información relevante, bien organizada y se han planteado problemas de calado, pero ya no oigo a nadie roncando ni sin zapatos ni alterado por la discusión que ha mantenido con el compañero de comida. Hasta aquí nos va a llevar la pandemia, hasta añorar esas sesiones soporíferas de sobremesa en las que lo más interesante era esperar a oír las sandeces del profesor de...
domingo, 18 de abril de 2021
"La generación del 50: versos contra la censura" por Carlos Mayoral
miércoles, 14 de abril de 2021
Reivindicación de la Misiones Pedagógicas
La creación de las Misiones Pedagógicas y el teatro itinerante de "La Barraca" autorizan por sí mismos para hablar de la Segunda República como un régimen atípico, extraordinario, en el que se intentó modernizar y culturizar España como nunca se había hecho. En ningún momento de la historia, los poderes fácticos se habían movilizado de tal manera para difundir la cultura, la historia y para librar al pueblo de un analfabetismo que lo atenazaba. Los pobres en los años treinta eran multitud, las clases medias apenas inexistentes; los poderosos (las familias de siempre), las oligarquías de toda la vida, se revolcaban, amancebadas con la Iglesia católica, dominaban el destino del país y se aprovechaban de la docilidad de un pueblo ignorante. Nunca, en ningún periodo de la historia de España, he conocido un empeño mayor de los que gobiernan por redimir a los desfavorecidos. Las Misiones Pedagógicas pretendieron algo inaudito: llevar a las comunidades rurales más recónditas lo más granado de la cultura española y europea: libros, conferencias, proyecciones, audiciones, discos, obras de teatro, pinturas... La labor era ingente, el empeño, el más loable de todos los que yo haya leído en los anales de la historia de este país. Promover colegios, instalar centros de enseñanza allá donde nunca los había habido; nombrar maestros, pagarles dignamente, impulsar una educación laica, al margen de las diatribas doctrinarias e interesadas de la Iglesia católica. No me extraña que los partidos reaccionarios, encabezados por las oligarquías y amparados por la alta jerarquía eclesiástica, se opusieran y se revolvieran contra las actuaciones de los primeros gobiernos republicanos. Se perdía el privilegio de aprovecharse de un pueblo desde siempre sometido, acogotado por las miserias de los latifundios, el caciquismo y el sermón dominical. En cada una de las piedras de las escuelas inauguradas durante la Segunda República, veían los facciosos un intento de subvertir su statu quo, de socavar sus privilegios. Un pobre escolarizado era un pobre menos al que someter, un siervo menos de la gleba, un criado menos al que explotar. Un hombre dueño de su destino, medianamente culto, alfabetizado, conocedor del mundo, es un feligrés menos, un lacayo menos, un individuo propenso a no dejarse explotar. La República, en su intento de darle al pueblo el pan, la sal y las letras, soliviantó a los poderosos y estos reaccionaron como era de esperar, con la violencia de quien teme perder sus privilegios y sus mucamas.
En España no hubo ilustración. La República intentó instalarla dos siglos después, había pasado demasiado tiempo. El clero y los oligarcas no estaban por la labor de que no se les sirviera en las comidas, de que no hubiera una criada a la que estuprar. No, los hábitos tradicionales no se abandonan así como así, sin luchar por ellos, por muy justas que sean las reivindicaciones de los pobres. Las Misiones Pedagógicas pretendían cultivar en coto vedado. Y eso, no. La caza es sagrada.