miércoles, 14 de abril de 2021

Reivindicación de la Misiones Pedagógicas



La creación de las Misiones Pedagógicas y el teatro itinerante de "La Barraca" autorizan por sí mismos para hablar de la Segunda República como un régimen atípico, extraordinario, en el que se intentó modernizar y culturizar España como nunca se había hecho. En ningún momento de la historia, los poderes fácticos se habían movilizado de tal manera para difundir la cultura, la historia y para librar al pueblo de un analfabetismo que lo atenazaba. Los pobres en los años treinta eran multitud, las clases medias apenas inexistentes; los poderosos (las familias de siempre), las oligarquías de toda la vida, se revolcaban, amancebadas con la Iglesia católica, dominaban el destino del país y se aprovechaban de la docilidad de un pueblo ignorante. Nunca, en ningún periodo de la historia de España, he conocido un empeño mayor de los que gobiernan por redimir a los desfavorecidos. Las Misiones Pedagógicas pretendieron algo inaudito: llevar a las comunidades rurales más recónditas lo más granado de la cultura española y europea: libros, conferencias, proyecciones, audiciones, discos, obras de teatro, pinturas... La labor era ingente, el empeño, el más loable de todos los que yo haya leído en los anales de la historia de este país. Promover colegios, instalar centros de enseñanza allá donde nunca los había habido; nombrar maestros, pagarles dignamente, impulsar una educación laica, al margen de las diatribas doctrinarias e interesadas de la Iglesia católica. No me extraña que los partidos reaccionarios, encabezados por las oligarquías y amparados por la alta jerarquía eclesiástica, se opusieran y se revolvieran contra las actuaciones de los primeros gobiernos republicanos. Se perdía el privilegio de aprovecharse de un pueblo desde siempre sometido, acogotado por las miserias de los latifundios, el caciquismo y el sermón dominical. En cada una de las piedras de las escuelas inauguradas durante la Segunda República, veían los facciosos un intento de subvertir su statu quo, de socavar sus privilegios. Un pobre escolarizado era un pobre menos al que someter, un siervo menos de la gleba, un criado menos al que explotar. Un hombre dueño de su destino, medianamente culto, alfabetizado, conocedor del mundo, es un feligrés menos, un lacayo menos, un individuo propenso a no dejarse explotar. La República, en su intento de darle al pueblo el pan, la sal y las letras, soliviantó a los poderosos y estos reaccionaron como era de esperar, con la violencia de quien teme perder sus privilegios y sus mucamas. 

En España no hubo ilustración. La República intentó instalarla dos siglos después, había pasado demasiado tiempo. El clero y los oligarcas no estaban por la labor de que no se les sirviera en las comidas, de que no hubiera una criada a la que estuprar. No, los hábitos tradicionales no se abandonan así como así, sin luchar por ellos, por muy justas que sean las reivindicaciones de los pobres. Las Misiones Pedagógicas pretendían cultivar en coto vedado. Y eso, no. La caza es sagrada.        

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