sábado, 10 de abril de 2021

"Hölderlin, el poeta genial y malogrado" por Luis Fernando Moreno Claros




La vida del melancólico Hölderlin, exaltado y tierno, da mucho juego narrativo para un buen biógrafo. Así lo vio Härtling, quien en 1976 publicó Hölderlin. Una novela; en realidad, una biografía con algunos pasajes novelados. Si olvidamos la cantidad de pequeñas erratas de esta edición de Piel de Zapa (que recupera la de Montesinos en 1986), la “novela” constituye un magnífico acercamiento a la figura de Hölderlin. Es un relato denso y exhaustivo que también vivifica a los personajes que rodearon al poeta y los parajes en los que residió; sobre todo, revela con acierto el carácter de Hölderlin: niño concentrado y listo, joven atractivo y vigoroso, fogoso y espontáneo, sensible en extremo, y dotado de un talento excepcional para la poesía y el pensamiento. Sus años mozos, hasta que la demencia lo atacó en la treintena, transcurrieron entre amigos, amores, estudios y poemas; y el resto de su vida estuvo enclaustrado en una casa con torre redonda en Tübingen, a orillas del Neckar, sobreviviendo como un loco inofensivo, aporreando el piano y regalando poemas crípticos a las visitas. Härtling evita adentrarse en esos años de reclusión y se centra en los de lucidez; Safranski sí los aborda y va algo más allá de ellos al recordarnos a los “descubridores” del poeta, los románticos alemanes o, después, Nietzsche y Heidegger, que lo adoraban.
Era pacífico, pero revolucionario de espíritu, y fue uno de los fundadores del idealismo alemán con Hegel y Schelling

Antes de enfermar sin remedio, Hölderlin tuvo una vida agridulce. De familia acomodada, huérfano de padre a temprana edad, su madre se empeñó en que estudiara para párroco, contra su voluntad; él le daba largas a ocuparse de una parroquia y se ganaba el sustento como preceptor privado. Inteligente y estudioso, apasionado de las letras, conoció a figuras sobresalientes de la cultura alemana, Schiller o Goethe (quien apenas le hizo caso). Mantuvo gran amistad con los filósofos Hegel y Schelling, camaradas en el seminario de Tübingen (juntos iban para teólogos y a la vez perdieron la fe en el Dios tradicional). Juntos fundaron el movimiento filosófico del idealismo alemán y se emocionaron con la Revolución francesa. Hölderlin era hombre pacífico, pero sí fue revolucionario de espíritu y, como tantos jóvenes de su época, albergaba la idea de que, de la mano de unos líderes más honestos y sabios, llegaría para la humanidad una época definitiva de igualdad, fraternidad y libertad. Soñaba con gobiernos de hombres con cabeza, nada de déspotas, matones y descerebrados. Se desilusionó ante la crueldad sanguinaria de la Revolución, aunque se consoló pensando que los traidores a las grandes ideas sucumben, pero que éstas permanecen y que algún día serán realidad.

Vivió una época llena de cambios y contradicciones. Como visionario, en sus himnos elegiacos alertó de la crisis de la época moderna: un tiempo de transición que ha perdido a los dioses y la conciencia de lo sagrado, en el que el hombre se halla en peregrinación hacia la nada o hacia un nuevo renacer. Hölderlin lo llamó “el tiempo de la indigencia”, ése en el que los antiguos dioses han desaparecido y los venideros, si es que los hubiere, no han llegado todavía.

Aunque veía mayor hondura en la poesía que en la filosofía, tan atada a los conceptos, estudió filosofía con pasión, por ejemplo, a Kant. Helena Cortés y Arturo Leyte publicaron en 1990 su traducción de la Correspondencia completa de Hölderlin (Hiperión). De aquel volumen, hoy agotado, extraen algunas cartas en las que el poeta trata de filosofía. Es una delicia leer estas misivas emotivas y francas, en las que explica a su manera algunas cuestiones filosóficas.

En cuanto a su vida afectiva, el hermoso Hölderlin enamoraba con facilidad a mujeres y hombres (a su amigo Sinclair), pero fue desgraciado. Se apasionó por una mujer con la que no podía casarse: Susette Gontard, madre de un niño del que fue preceptor. La única manera de poseerla fue literaria: la idealizó en la figura de Diótima, la amada de Hiperión, el héroe de la novela homónima, obra en prosa de Hölderlin y que es una de las más bellas de las letras germanas.

El amor imposible, la libertad nunca alcanzada, la república que jamás llega, la existencia inconsistente, todo ello contribuyó tal vez al advenimiento de la enfermedad que lo privó en vida de la lucidez que sí iluminó sus versos, como éstos que tradujo el sevillano Cernuda en 1935, ayudado por el filósofo germano Jean Gebser: “Mas no es dado a nosotros / tregua en paraje alguno; / desaparecen, caen / los hombres resignados / ciegamente, de hora / en hora, como agua / de una peña arrojada / a otra peña, a través de los años / en lo incierto, hacia abajo”. Así es la condición humana según Hölderlin: sin dioses que los mimen, sin apoyos, frágiles, a los seres humanos sólo les queda el abismo de la existencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario