miércoles, 22 de junio de 2022

Desclasados

Me fastidia, me desagrada, me descomponen las historias de los desclasados. Mi novela, "La muerte en bermudas" trataba de esos asuntos, por eso, cuando hablo con alguien que ha sufrido el desprecio, el insulto y el ostracismo, me solivianto y me cago en los partidos y los energúmenos que amparan la violencia contra el distinto. Casi nunca he sido un apestado, ni he sufrido la animadversión de mis vecinos por mis costumbres, quizá porque siempre he actuado de manera demasiado convencional, y cada día me jode más haberme adscrito al mantra de los alienados. Cuando escucho los relatos de homosexuales, travestis o gente que se ha salido del molde, la sangre se me enciende y admiro cada vez más a todos aquellos con el valor necesario para rebelarse contra la convención impuesta.

Voy a una expresión de rebeldía liviana: en un pueblo, a cualquiera que no participe del fervor religioso y popular hacia el patrón o la patrona le resultará difícil, como poco, integrarse en la comunidad. Y no estamos en tiempos de Voltaire, sino tres siglos más adelante. Las mentalidades avanzan muy despacio y los que no participan de los ritos comunales son arrinconados y excluidos de la opinión general. Esto es lo más suave con que te puedes encontrar si no eres afín a la celebración popular (casi siempre en España de signo religioso): sentirte extraño, ajeno a tu comunidad, mal visto.

Mucho más agresivos y preocupantes resultan los relatos de quienes no comparten la heterosexualidad como única vía de placer o de relación. La homosexualidad y la transgresión sexual se siguen penalizando (pese a los pequeños avances) de manera virulenta. Alguien que no sea hetero, si vive en un pueblo, a menudo se ve obligado a trasladarse a la ciudad porque es insufrible la presión a la que se ven sometidos los colectivos LGTB en poblaciones reducidas. Seguimos sin aceptar al distinto. El sufrimiento personal de quienes no son de la cuerda sigue siendo palpable, no hay más que hablar con alguno de ellos para angustiarte por el aislamiento, la humillación y la ridiculización a que se los suele someter. Argumentar que los LGTB son un "lobby" que manipula a la sociedad ideológicamente es tan perverso como decir que los pobres son un grupo de presión que malvive a conciencia para no dejarnos disfrutar en paz a los demás de nuestros banquetes y lujos.

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