miércoles, 11 de noviembre de 2020

El intrusismo, la aportación española a la modernidad

En este país, desde tiempos inmemoriales, siempre estamos innovando, siempre experimentando para sorprender al oyente, al paciente, al lector, al televidente, al saboreador, al ciudadano. Además de contratar al primo en vez de al profesional preparado, hemos convertido en institución el instrusismo y le hemos otorgado carta de originalidad y buen hacer. Vayamos a los diferentes campos de juego:

-Empiezo por algo trivial. Para hacer un programa de cocina en televisión, en vez de llamar a cocineros o a significados especialistas en restauración, preferimos rescatar a malos actores o a famosillos que no tienen una dedicación clara. Sí, los profesionales nos podrían enseñar algo más, ¿y qué?, demasiado fácil. Resulta más original utilizar gente de la farándula que es mucho más simpática. 

-En las tertulias de radio y televisión se suelen tratar temas profundos: terrorismo, pandemias, educación, religión, política, guerras... Lo más lógico sería organizar las charlas en torno a especialistas de cada una de las ramas, pero no, nos puede nuestra tendencia al espectáculo. Los productores prefieren a los bocazas, a los charlatanes de feria. El insulto y la bellaquería nos privan.

-Buceemos en el mundo de la literatura. Aquí, aunque parezca imposible, también hemos conseguido la filigrana de colocar en las listas de los libros más vendidos a locutores de televisión, presentadores de programas del corazón, futbolistas y otros especímenes, tan alejados de la literatura como un troglodita de la física cuántica. 

-El mundo de la música parecía reservado a esa gentecilla bohemia entregada a su arte y con necesidad de experimentar siempre con nuevos sonidos, a esos genios con el don de la creación. Bueno, el reguetón y la música indie ha acabado con estos mitos. Cuando el oído se hace al flow y a la matraca de estos géneros, ya no hay Bach ni Zappa que pueda reeducarlo.

-Revisemos el ámbito de la política. Nuestros gobernantes deberíamos elegirlos de entre un selecto elenco de sabios y eruditos de excelencia demostrada. Pues no, nos parece mucho más divertido elegir presidentes que no dominen ningún idioma o ministros de economía que no sepan sumar (este modelo lo hemos exportado con bastante éxito). Cómo vas a comparar la satisfacción de reírte o cabrearte con la ocurrencia del gobernante de turno a la posibilidad de ver solucionados los problemas acuciantes de la comunidad.  

-Y por último, las joyas de la corona, la educación y la sanidad. En cuanto a la educación, parecía que nada podríamos hacer para sustituir al cuerpo del profesorado (mamón e inútil donde los haya), pero sí, hemos encontrado un recurso acojonante, flipante, de fábula: los influencers y los youtubers. Sí, dejemos en ellos la educación de nuestros muchachos y muchachas. Se acabó la discusión que enfrentaba a la enseñanza tradicional con la finlandesa. Internet ha venido a vernos para sacarnos del marasmo intelectual. 

-En cuanto a la sanidad, qué decir, en esto sí que somos pioneros. Hace siglos que sustituimos la confianza en la ciencia por los santos y las vírgenes. Donde esté una buena procesión, que se quiten los experimentos, los laboratorios, la investigación. Más barata, más emocionante y menos quebraderos de cabeza. Solo nos faltaría crear un buen cuerpo de curanderos y sanadores para sustituir a tanto funcionario con bata. Dadnos tiempo (Miguel Bosé y acólitos otros están en ello). Ya está bien de sangrar al estado. Comparen la diferencia: morir en la cama de una fría UCI o rodeados por chamanes colocados y en cueros. Sigamos con el espectáculo hasta el final.   

-Como coda, una excepción, el mundillo del deporte. Cuando se retransmite un partido, a la vista de nuestro espíritu cachondo, se debería llamar a un cocinero, a un profesor o a un médico, pero no, ahí sí se respeta la profesionalidad: los tenistas hablan de tenis, los futbolistas de fútbol, los ciclistas de ciclismo, los jueces de política y Tele 5 de vísceras... Unos puristas.

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