lunes, 1 de junio de 2020

La vida como un poema medido


El lenguaje poético tiene su base en las coincidencias, en las correspondencias, en el ritmo de las repeticiones. Hay veces que la vida misma se vuelve lírica y establece coincidencias, correspondencias y ritmos, como si un autor travieso y omnipotente jugara a ser poeta con nuestras trayectorias. Sentir la vida como carne lírica, sentirla como si uno fuera un poema al que alguien añade referencias y rimas no es muy habitual, pero cuando ocurre, un escalpelo te rasga la piel siguiendo la trazada del espinazo. 
Hoy me ha abordado en la calle un señor en silla de ruedas. Se ha bajado la mascarilla y me ha contado una sucesión de historias (ahora sí voy a utilizar el tópico) que me han erizado el vello (el que dice vello, dice también cerdas como alambres) y me han hecho pensar que nuestras vidas, a veces, muy pocas veces, son carne lírica. El hombre parecía salido de un libro de Galdós, patillas entrecanas unidas al bigote y ojos azules profundos, con reflejos de entusiasmo. Me confiesa que se ha leído mi última novela publicada y que se la está leyendo también su hermana, que, ¡oh, casualidad!, vive en Clermont Ferrand. La trama de Te negarán la luz comienza junto a la catedral de Clermont: el papa Urbano II lanza desde allí la proclama que desencadenaría la primera cruzada.  
Pero ahí no queda la cosa, el personaje de Galdós también leyó mi segundo libro, Bilis, inspirado en la estancia de mi abuelo Urbano en la cárcel durante la posguerra. Su abuelo (seguimos con las correspondencias emocionales) también pasó parte de esa etapa en otra cárcel, San Miguel de los Reyes. Hace poco transcribí el diario de un preso que vivió una fracción de su vida carcelaria en este penal. 
Y, por si fueran pocas coincidencias, me informa de que su otra hermana hizo una exposición artística el año pasado en la Fundación Antonio Pérez de San Clemente. Yo he pasado 13 años de mi vida profesional allí y la novela que voy a publicar este mes, La muerte en bermudas está inspirada en parte en ese pueblo manchego. 
Y el estrambote del poema, la coda final, es que el señor es de mi edad, y me conoció hace muchos, muchos años en Alcalá de Guadaira. Estaba yo cumpliendo el servicio militar y me saludó al pasar al cuartel cuando estaba haciendo guardia. Los dos coincidimos en Sevilla en 1981.
Quien sea amante de la poesía sabe que el ritmo lo impone la sustancia emotiva del poema, el devenir de los versos lo marcan las correspondencias de las sensaciones. Así la vida, en contados episodios.     

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