domingo, 20 de marzo de 2016

Después de la galerna


Amainaron los vientos,
cesó la lluvia,
el cielo se abrió
y un sol radiante
iluminó el mar.
Arriamos las velas,
hechas jirones.
Apartamos el mástil
tronchado.
El esfuerzo salvó la nave
y nuestros cuerpos.
Solo algunos se escondieron
en las bodegas.
Solo algunos.
Y salieron a recibir al sol,
como todos los demás.
Amainaron los vientos
y el cielo se abrió
y nos colmó de luz.
Nos despojamos del salitre,
nos desprendimos de camisas
rasgadas por la lucha.
Restañamos las heridas
con labios y paciencia.
Ya no chillaban los oídos
como cigarras en verano,
ya no temblaban los músculos
como si fueran a reventar,
ya no nublaba la vista
la furia de la galerna.
Todo quedó en calma,
plácido y denso
como después del orgasmo.
Todo quedó en reposo.
El mar era miel
y el aire, susurros.
¡Qué felicidad el sosiego
después de la galerna,
qué languidez amplia
de caricia suave,
qué delicia!
¿Y si la nave no hubiera
surcado la mar?
¿Y si todos nos hubiéramos
escondido en las bodegas?
¿Y si no hubiéramos partido?
No reposaríamos desnudos,
abrasados por la violencia de la lluvia.
Seríamos otros: más débiles, más secos,
menos doloridos y menos satisfechos.
¡Qué mundo más tranquilo
sin galernas,
qué tranquilo y qué muerto!

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