martes, 8 de marzo de 2016

"Te negarán la luz": historia de un gato rubio


Lo que son las coincidencias, hoy cuando estaba jugando con mi gato rubio y me clavaba las uñas en el dorso de la mano, me ha venido a la cabeza una canción de Guillermo de Poitiers en la que el protagonista también es un gato rubio. Se cuenta en ella una historia procaz e histriónica que no pude incluir en "Te negarán la luz". Solo conservamos nueve canciones suyas, pero son suficientes. Hasta el siglo XI, nadie se había atrevido a escribir de asuntos eróticos en lengua romance. Algunas de sus coplas, procaces y libertinas, sonrojarían ahora mismo a cualquier puritano por su crudeza. Esta -la más cantada- relata una aventura que suena mucho a cuento del Decamerón, incluso a peripecia del Quijote. Dejo aquí mi versión en prosa. Si queréis oírla cantada en lengua d´oc, solo hay que pinchar en el vídeo.
"Tened cuidado mujeres, gozad con caballeros todo lo que deseéis, pues no es pecado; pero cuidaos de clérigos y monjes, porque si con ellos lo hacéis, mereceréis que os quemen con un tizón. 
Iba yo por Limoges, en la Auvernia, vestido de peregrino cuando me abordaron las esposas de Garín y Bernardo, Agnes y Ermesinda. Se acercaron hasta mí y me saludaron: "Buen día tengáis, caballero. Parecéis de buen linaje y no como los necios que suelen pasar por aquí". Yo, al ver la lozanía de las dos, urdí un plan y nada contesté a sus halagos, solo farfullé unos sonidos torpes para convencerlas de que no podía hablar. Enseguida comprobé que mi ardid funcionaba. Confiando en que yo también era sordo, Agnes le dijo a Ermesinda: "Sin duda este peregrino es mudo. Justo lo que necesitamos. Le daremos hospedaje y haremos con él lo que nos plazca sin que nadie se entere de nada". Me dieron cobijo, me llevaron hasta su casa, me arrimaron a la lumbre, calenté mis costillas y me sentí muy bien junto a ellas. Me comí más de dos capones con pan blanco, buen vino y mucha pimienta. Y ya bien caliente y alimentado las escuché: "Debemos asegurarnos de que es mudo. Trae al gato rubio y haremos la prueba definitiva".Cuando vi a Agnes con el gatazo, grande y de espantosos bigotes, casi pierdo el coraje y el ardor. Me quitaron el hábito y me pusieron al animal en la espalda. Le tiraron del rabo y el animal, enfurecido, me arañó el costado causándome muchas heridas. Pero yo no rechisté, no dije ni mu. Las dos muchachas satisfechas con la prueba llegaron a una conclusión: "Hermana, sin duda es mudo. Ya podemos aparearnos y solazarnos con él sin ninguna preocupación". Allí estuve más de ocho días sin salir de ese horno. No os vais a creer las veces que me las jodí: pasaron de ciento ochenta y ocho. La polla no se me cayó a trozos de puro milagro. El mal que me pegaron no os lo puedo nombrar, pero lo podéis imaginar. Cuando llegué a palacio, le di este recado a mi vasallo: "Lleva este poema a Agnes y Ermesinda y diles que por deferencia conmigo maten al gato".    

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