Hoy dormiré entre sábanas de raso, delicadas, suaves, amorosas, nata de labios. No voy a preguntarme sobre ellas, ni tampoco quiero recordar la última vez que estuve compartiéndolas, ni el pasado que esconden, ni adivinaré los cuerpos que estamparon el sudor entre sus fibras. Sábanas de raso acunarán mi sueño, solo deseo sentirlas así, cursis y sedosas, como una bata de terciopelo. Solo gozar de su sensualidad, de su tacto líquido. Como si no las hubiera usado nunca, como si las acabara de comprar, como si nadie las hubiera guardado en el cajón de la cómoda, como de estreno. Hoy dormiré, o no.
Secciones
martes, 16 de enero de 2024
Sábanas de raso
sábado, 13 de enero de 2024
Panegírico
domingo, 7 de enero de 2024
Eva y la escritura
Solo me siento acompañado cuando escribo, porque Eva leía todo lo que yo escribía, porque era mi correctora, mi lectora primera (y en ocasiones única). Y siempre lo hago para ella, aunque a veces no sea del todo consciente. Cuando se escribe, por mucho que lo nieguen algunos, siempre rondan latentes los posibles lectores, por muy humilde que sea el texto o el medio que se ha utilizado para transmitirlo. Después de terminar un fragmento de una novela o un estado de Facebook, incluso una nota cualquiera, me doy cuenta de que, de alguna manera, estoy condicionado por quienes van a leerme. A esos lectores hipotéticos se les unen todos aquellos que uno sabe a ciencia cierta que lo van a leer.
Mi padre solo leyó las 20 primeras páginas de una novela en la que el protagonista era él, no le dio tiempo a más, y a pesar de todo, aun sabiendo que no podría o no querría leerla, influyó y mucho en la composición de este libro. Eva leía todo lo que yo escribía y era mi crítica más fiable, porque leía muchísimo, porque me conocía y porque no tenía pelos en la lengua a la hora de decirme lo que le parecía flojo. Solo pudo leer 36 páginas de la novela que aún no he terminado y recuerdo una frase que me animó como ninguna: "Esto es lo tuyo", se refería al género y al estilo. Quizá por eso ahora solo me siento acompañado cuando escribo, porque lo hago todavía, inconscientemente, pensando en si le parecerían o no digeribles cada una de las frases que compongo; porque cuando releo, lo hago en parte con sus ojos. Porque es la única manera que he encontrado para seguir comunicándome con ella y no defraudarla.
martes, 2 de enero de 2024
Feliz 1588
¡Qué buen rollo transmite la música de Barry White mezclada con güisqui! Estoy en éxtasis o casi. Me he empeñado en elevar el estado de la soledad al Parnaso y en algunas ocasiones se consigue. Llamo a Lope, me lo encuentro en El arenal de Sevilla, lo oigo, lo veo, lo palpo, vibra su verbo en redondillas retozonas y lo amo, lo amo, como ahora mismo no amo a nadie. Lo reconozco detrás de esas tramas disparatadas, escondido en el barrio de Triana, esperando a una muchacha perdida por sus versos, jugando a los naipes en un garito de chirlo asegurado, esgrimiendo la espada contra un ladrón que intenta robarle la capa, tratando de teatros y amores con Cervantes (entusiasmado por la amistad del Fénix), intentando enrolarse en la Armada contra Inglaterra... Pero cambia la música y unos violines traicioneros me vuelven a traspasar el ánimo. No, no quiero. Me voy con él, con el rey de los poetas, allá donde vaya, a donde le plazca, soy su escudero fiel, su porquero. Me revienta el pecho con Purcell. No me da la gana, huyo con él, no me cabe otra, aquí estoy de más. ¡Feliz 1588! Solo el siglo XVI puede salvarme:
ese don Lope está aquí,
porque cayó para mí
como otro rayo del cielo.
martes, 26 de diciembre de 2023
La edad de la inocencia
He vuelto a ver La edad de la inocencia de Scorsese. Era una de nuestras películas favoritas y hoy la he sufrido especialmente. La he visto entre continuos hipidos y escalofríos, provocados, no sé si por las propias escenas rebosantes de dulzura, intensidad y elegancia; o por los recuerdos, la melancolía y los detalles que me trasladaban una y otra vez a Eva. Las rosas amarillas, símbolo del amor imposible de los protagonistas, esas que aún tengo plantadas en la maceta de la entrada de mi casa. Los ojos verdes de Michel Pfeiffer, su belleza cristalina, su mirada alegre que esconde una tristeza inmensa, los ojos verdes de Eva. Los troncos de la chimenea desmoronándose por la ferocidad del fuego, la enfermedad salvaje. Los guantes que estorban cuando hay que acariciar la mano deseada, el placer de su blancura. La renuncia a ver a la amada cuando es demasiado tarde para revivir lo perdido.
No hay nada en esta nueva realidad que vivo que me estremezca tanto como la recreación en el dolor y la pena a la que me somete la ficción. Nada de lo que me rodea me conmueve con tanta fuerza como los libros, las películas, la música o el teatro. Es como si mi alma estuviera anclada en el rincón de los contempladores, como si hubiera renunciado a vivir y solo la vida de los otros, las escenas de su pasión, fueran capaces de herirme, de conturbarme, de conmoverme. Una película perfecta para deshacerse.
lunes, 18 de diciembre de 2023
Niebla
La tristeza es niebla ácida que lo invade todo. Ninguna luz es capaz de atravesarla. Los cuerpos se deshacen (sobre todo viejos y adolescentes), no hay horizonte. Allá, al fondo, está la esperanza de la hierba, muy al fondo, tanto que ni siquiera se atisba, pura ilusión. Cala los huesos la humedad eterna, hasta volverte líquido. Solo quiero callar, dormir, abandonarme. No veo a nadie a mi alrededor, a nadie. La bruma lo invade todo: oculta el amor, el entusiasmo, la amistad, la ilusión, la ribera. Por mucho que intento salir de las tinieblas, solo consigo dar tumbos, me golpeo contra las paredes, contra las piedras, contra las esquinas de los muebles. Las palabras no circulan entre tanta espesura, todo es silencio; el olfato murió hace mucho y el tacto ya no se estremece con las pieles nuevas. Quizá la vida era esto: esperar como lago sin orillas a la muerte, envuelto en la nada. Ser agua. Solo esto.
martes, 12 de diciembre de 2023
Chet y los muertos
Me dispongo a ver un documental sobre Chet Baker y, desde el principio, vuela la convicción de que el genio devora al personaje y, al no poder aguantar los espacios en los que no está creando, se entrega a la droga y a la depravación. Conforme avanza el documental (de estupenda manufactura), se impone otra idea, más común: mejor separar al personaje y su talento. Las creaciones musicales de Chet Baker me cautivan, me enamoran, igual que a todas sus mujeres. Qué trivial, qué sucio todo lo que tiene que ver con su adicción a las drogas, con el maltrato hacia alguna de sus ellas, con el desprecio hacia sus hijos y hacia su madre. En cambio, Chet se pone a cantar, con esa lírica imperfecta, sopla la trompeta y toda su maldad desaparece. Me hace llorar, me produce una sensación extrema. El problema es que siempre que se trata la vida de un genio se suele escoger a estos, a los que han sufrido una vida convulsa y fuera de orden. ¿Es que el genio no puede vivir de otra forma? ¿Es que no hay otra manera de resistir la creación de tanta belleza que ocupar los momentos fuera de la música con droga y perversión? No sé. Hay muchos otros ejemplos de vidas ejemplares, pero claro, esas no interesan porque no tienen el morbo de la biografía convulsa. Sería un fiasco hacer un documental sobre Antón Chéjov o sobre Pérez Reverte (espera, sobre este no). A todas estas, yo me había metido aquí para escribir sobre los muertos, porque Chet está muerto, aunque siga escuchándolo a través de los altavoces de última generación, igual que tantas otras, a pesar de que sigan resonando en mis oídos sin pausa. Porque la gente genial, sea por sus obras o por su vida siempre sigue sonando
viernes, 8 de diciembre de 2023
Sevilla, Cervantes y Lope
Sevilla me atrae de manera casi azarosa: primero, la fijación que sentía mi padre hacia todo lo andaluz; luego, fue el servicio militar; ahora, es el lugar elegido por mi hija para vivir. Una de las novelas que escribí me llevó a Sevilla impulsivamente en su último capítulo. Con la que en este momento paso el rato, me sucede lo mismo. Paseo por la ciudad con la vista puesta en mis personajes. Es como esas rutas que se organizan alrededor de un libro famoso (o no tanto), solo que en mi caso el itinerario va dictando la trama y va configurando el carácter y las peripecias de los los protagonistas. Ayudan las conversaciones cadenciosas, dulces, líquidas del andaluz, incluso influyen en el ritmo y en el humor de los diálogos. En fin, que de esta forma se visita la ciudad con los ojos tan abiertos, con los oídos tan atentos y hasta con el olfato tan dispuesto que me parece estar a finales del siglo XVI en el Arenal, en la plaza de la Alfalfa, en el Guadalquivir, en la cárcel con Cervantes, en el corral de comedias con Lope... Lo de menos es el rigor histórico. Lo de más es que parezcan vivos, que se relacionen con desparpajo y liberalidad. Son mis compañeros de viaje, mis compadres. ¿Bebería Lope manzanilla?, la va a beber hasta caer redondo, os lo aseguro. ¿Comería Miguel chicharrones?, yo lo invito, hasta hartarse.
miércoles, 6 de diciembre de 2023
Me llamo Nadie
miércoles, 29 de noviembre de 2023
Un hombre desastrado
Soy un hombre desastrado, eso lo sabe mi madre y todo aquel que me conoce un poco. Desastrado mentalmente, es decir, que aquí dentro hay poco orden y concierto, o sea, que mi cabeza es un sindiós. La desgracia ha ayudado un poco, pero yo ya era así. Ayer, sin ir más lejos, fui a echar aceite al coche, porque me lo pidió la máquina, y grande (o no tanto) fue mi sorpresa al ver que el depósito no tenía tapón. El motor estaba negro, con chorreones por todos lados. Se lo llevé al mecánico y me dijo que no había salido ardiendo por puro milagro. Así soy yo, amante del riesgo y del peligro aventurero. A mí no me hace falta ir a Camboya ni a ningún país africano, ni siquiera a Jerusalén. Mi cabeza me compone las aventuras más arriesgadas sin contratarlas de antemano. Ninguna agencia de viajes, por muy moderna que sea, te puede ofrecer actividades tan excitantes como la de conducir un coche que asperja aceite o montar de noche una bici sin luces con algunas copas de más o poner la cabeza bajo una barra de párking cuando está cayendo o agotar la batería del móvil cuando te va el alojamiento en ello o equivocarte en el día de subir a un tren en Valladolid o dar clase a adolescentes o alternar con gente de cuestionable salud mental... Sí, soy un hombre desastrado, no lo comentéis por ahí, no está de moda ser sincero.
martes, 28 de noviembre de 2023
Gnomeo y Julieta
Todavía no he empezado con Shakespeare en Literatura Universal y las alumnas ya están planteando nuevas miradas hacia las obras del bardo. Ayer, gracias a ellas, descubrí la película de animación, Gnomeo y Julieta, impagable documento. Una de las chicas me mostró algunas escenas y contó el argumento, maravilloso. Todo termina bien y los disparates son para enmarcarlos. Por supuesto, los protagonistas son gnomos: los Montesco, con capuz rojo; los Capuleto, con capuz azul. No tengo palabras (eso nunca lo habría dicho William, aunque él nunca tuvo la suerte de ver Gnomeo y Julieta). Esto ha superado todas mis expectativas. Los clásicos están vivos, muy vivos, tan vivos que uno de los Montesco (recordad, capuz rojo) lleva triquini, como los ingleses en Benidorm. Ella, Julieta, es una especie de guerrera ninja y el ama es una rana. ¡Ah!, y la música es de Elton John. ¿Hay quién dé más? No se me cuece el pan esperando a llegar al teatro barroco, no sé si voy a poder aguantar, lo mismo me salto la Edad Media y el Renacimiento, o, espera, también tengo la vida de Petrarca contada por verduras. No hay que precipitarse.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
Espantos
Casi siempre estoy de acuerdo con Dragánov en casi todo, ese escritor búlgaro al que asesiné hace unos años. En casi todo, porque a veces no estoy de acuerdo conmigo mismo. Dice Dragánov que le dan miedo los iluminados. A mí también. Temo a esa gente que habla en nombre de un colectivo, de una patria y, sobre todo, me dan miedo los que hablan en nombre de un dios.
Me causan repeluzno esos hombres que, cuando vociferan e insultan en los campos de fútbol, lo hacen en nombre de su equipo, de una institución que está por encima de los individuos, de un club que amalgama los sentimientos de sus miembros y les hace convenir en todo, mientras se defienda el nombre de sus colores, de la patria chica, de la aldea a la que representan.
Me enfadan esas mujeres que se erigen en portavoces ultraterrenas del feminismo y se escudan tras esta, la más justa de las luchas, para defender sus intereses personales, sin pensar en el flaco favor que infligen a la batalla legítima por los derechos de la mujer, oprimida desde el principio de los tiempos por el macho poderoso.
Me espantan esos espantajos que creen poseer el espíritu de la patria y proclaman el odio hacia todo aquel que no "piense" igual, porque en ellos reside el espíritu de la nación, la esencia de los valores primigenios.
Me aterran los sacerdotes y los predicadores que dicen hablar por boca de sus dioses (los únicos verdaderos) y anatematizan a diestro y siniestro y hacen apología de su Dios hasta convertirle en un arma mortífera e infernal.
Me intimidan, me aterran los iluminados, porque son peligrosos, porque han causado todas las guerras que conocemos, porque son proselitistas del odio y desconocen el diálogo, el racionalismo, la tolerancia y el principio de humanidad. Me espanto de mi condición de hombre y de mis atributos.
martes, 14 de noviembre de 2023
El jardín de las delicias
Ahora, soledad, desconcierto. Antes, sosiego, abulia. Mucho antes, entusiasmo, furor.
El salón en penumbra, Melancolía de Lars Von Trier en la pantalla, una novia insatisfecha, enferma emocionalmente, obsesionada con los cometas que pueden destruirla, abatida por los rituales. Pájaros muertos caen desde el cielo, como hojas de otoño. El sofá vacío, con la ausencia aún estampada en los rincones.
El salón vivo, sin preocupaciones, entregados a las ficciones y a los planes de viajes. El sofá es nuestro coche cama, confortable y tranquilo.
El salón, destartalado; el sofá, hogar del sexo; los gatos rondando alrededor de la estufa; jóvenes, como nosotros, golpean la puerta para invitarnos a la fiesta.
El ánimo apresado por el terror vivido, por la muerte, por la ausencia. Solo el móvil y la ficción ofrecen refugio.
El dulce pasar de la madurez compartida; la dulce confianza de la convivencia; una tortilla de patatas, felicidad de la noche. Los Pirineos como horizonte.
El espíritu encendido de la juventud, las fuerzas intactas, el entusiasmo en la nuca, las yemas de los dedos bullen con la piel eléctrica.
Al final, el parto, la hija que rompe las lindes del antes y el mucho antes. Solo ella consuela el ahora.
Los tres actos de la función, las tres jornadas de la comedia, el tríptico de El jardín de las delicias.
miércoles, 8 de noviembre de 2023
Duermevela
Me acuesto solo. Entro pronto en un sueño plácido, esponjoso, hasta que un vaivén del colchón me deja aturdido, en duermevela; hasta que noto un brazo que me abraza los hombros, amorosamente, con cariño; hasta que una voz me susurra al oído: "No te preocupes, estoy bien". Me espanto, quiero despertar, quiero abrir los ojos, pero no me atrevo. Por fin puedo moverme, me despierto del todo, abro los ojos, pero no soy capaz de encender la luz. Extiendo el brazo a lo largo de la cama. No hay nada o no palpo nada. Estoy solo. Cierro los ojos, pero el sueño no vuelve. La voz, esa voz de mujer sí que está allí, conmigo, esta vez desde dentro, desde no sé dónde: "No te preocupes, estoy bien". No puedo conciliar el sueño, sudo, me aparto el edredón, tengo frío, la voz resuena otra vez, como un eco sordo, acurrucado, perdido: "No te preocupes, estoy bien". Espero al día, con los ojos de par en par, sin luz, con la compañía del espanto y del consuelo.
jueves, 2 de noviembre de 2023
Lo único que me salva es el humor. O el amor, no lo sé. Amo a los Monty Python, amo a Faemino y Cansado, amo a los hermanos Marx, amo a Chaplin, amo a Aristófanes, amo a los Coen, amo a Lope de Vega, a Cervantes, a Vonnegut, a Saunders..., amo a Rajoy. A todo aquel que me hace reír, lo amo, porque me saca de los infiernos y me salva de las brasas del verano. Por eso, en clase, cada vez intento reír más. He comprobado que el humor es el mejor medio para conectar emocionalmente con los alumnos, y de ahí a enseñar hay un tramo muy corto. No fuerzo el humor, porque debería tener las mismas consecuencias que forzar el amor, la cárcel. Están tan acostumbradas las alumnas a que el aprendizaje ha de ser un plomo serio y grave que, cuando en una clase se hace algo que provoca no solo la sonrisa, sino el descojone pleno, hay desconcierto. Primero, por lo inusual de la situación académica; luego, cuando se dan cuenta de que han aprendido algo sin ser martirizados ni aburridos mortalmente, se quedan, primero, confundidos y, después, muy satisfechos. Que conste, que a mí me pasa lo mismo. Antes no me atrevía a tanto, no sé por qué.