Sevilla me atrae de manera casi azarosa: primero, la fijación que sentía mi padre hacia todo lo andaluz; luego, fue el servicio militar; ahora, es el lugar elegido por mi hija para vivir. Una de las novelas que escribí me llevó a Sevilla impulsivamente en su último capítulo. Con la que en este momento paso el rato, me sucede lo mismo. Paseo por la ciudad con la vista puesta en mis personajes. Es como esas rutas que se organizan alrededor de un libro famoso (o no tanto), solo que en mi caso el itinerario va dictando la trama y va configurando el carácter y las peripecias de los los protagonistas. Ayudan las conversaciones cadenciosas, dulces, líquidas del andaluz, incluso influyen en el ritmo y en el humor de los diálogos. En fin, que de esta forma se visita la ciudad con los ojos tan abiertos, con los oídos tan atentos y hasta con el olfato tan dispuesto que me parece estar a finales del siglo XVI en el Arenal, en la plaza de la Alfalfa, en el Guadalquivir, en la cárcel con Cervantes, en el corral de comedias con Lope... Lo de menos es el rigor histórico. Lo de más es que parezcan vivos, que se relacionen con desparpajo y liberalidad. Son mis compañeros de viaje, mis compadres. ¿Bebería Lope manzanilla?, la va a beber hasta caer redondo, os lo aseguro. ¿Comería Miguel chicharrones?, yo lo invito, hasta hartarse.
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viernes, 8 de diciembre de 2023
Sevilla, Cervantes y Lope
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