Secciones
sábado, 26 de noviembre de 2022
Luces de Navidad
jueves, 24 de noviembre de 2022
El purgatorio es una ducha
Hoy en Literatura Universal tocaba hablar de Dante. Tampoco nos sumergimos a mucha profundidad, pero sí analizamos la estructura de su Comedia, de su Divina Comedia. Al llegar al purgatorio les pregunto si saben lo que es, y sí, lo saben, porque las monjas se lo explicaron en la catequesis con un ejemplo muy ilustrativo: "El purgatorio es la ducha". Yo, os lo aseguro, no lo había oído nunca, aunque el propio Virgilio es verdad que lava a Dante con el rocío del purgatorio. Al parecer, el purgatorio es una especie de balneario donde las almas van a depurarse. La ducha, el agua a presión, los desprende de sus pecados, de sus vicios, de sus porquerías espirituales, para entrar ya, bien limpios y lijados, en el paraíso. "La ducha, el purgatorio es la ducha", "y debíamos rezar mucho para que la presión del agua llegara a los familiares muertos que se encontraran en esa situación".
Mañana entraremos en el infierno, ¿de la mano de Virgilio?, no, de la mano de las monjitas, porque yo no me quedo sin saber cómo es ese lugar terrorífico, según estas maestras de la imagen. Si el purgatorio es un spa, no puedo imaginar qué alegoría habrán utilizado para el infierno. Ya hablaremos de la interpretación de Dante otro día.
miércoles, 23 de noviembre de 2022
Chico Buarque y el mar
Chico Buarque suena a barcaza deslizándose sobre una tranquila bahía. No sé por qué. Muy pocas veces he surcado los mares, ni falta que hace, porque el agua en abundancia me da pánico, me estremece. Hace poco, en Cudillero, pude admirarlo en todo su esplendor. La maravilla del paisaje, las cervezas de la Chupis y la compañía entrañable de Javi se veían en cierta manera atenuadas por la enormidad de las olas. Me imaginaba a los pescadores en mitad de la marejada, alejados de la seguridad de la orilla, cabrilleando y cabalgando su fiereza con dificultad.
El mar de Juan Ramón Jiménez no es el mío. No encuentro en él eternidad ni sosiego, todo lo contrario. La mar solo me remite a la insondabilidad de la muerte, de la angustia. Por eso no comprendo que la música líquida de Chico Buarque, la sensualidad de sus melodías, me traslade a un mar que no reconozco, un mar, este sí, de poetas ribereños, calmo, aceitoso, sobre cuyas olas se podría bailar con ritmo sosegado, con vaivén de mulata. Y caigo en algo que he leído cien veces, mil veces, cien mil veces y que he explicado en clase otras tantas: el mar es tanto un símbolo de muerte como de vida, una contradicción en sí mismo; un monstruo que devora a sus adoradores y que, a la vez, les ofrece lo mejor de su vientre; el mar es tan traicionero como acariciador, tan zalamero como insolente. Y sigue sonando Chico Buarque y ya no está el mar, todo me suena a fútbol y a samba brasileña. Pero en el desierto no se puede jugar al fútbol ni tampoco hacer el amor con libertad.
martes, 22 de noviembre de 2022
Volver a Shakespeare
Vuelvo a Shakespeare cada cierto tiempo, ahora con más fe que nunca, porque Shakespeare, como dice Rafael Narbona, es el poeta del caos y, para mí, el poeta del páramo. Sí, me imagino a los personajes de Shakespeare deambulando siempre en un paisaje árido, sin posibilidad de vida, sin esperanza, con un destino fijo, la muerte. Un camino desdibujado en el que solo el final trágico es evidente. Veo una tierra seca (a pesar del bufón de Lear y su lluvia constante, a pesar de las humedades del norte), una encina bajo la que cobijarse, un árbol que será arrasado por el rayo, sin remisión, en cuanto los caminantes se sirvan de su refugio. El tormento de Hamlet, la desesperación de no encontrar soluciones a la existencia, la siento más viva que nunca y, en esas analogías, veo a Shakespeare como mi autor de cabecera, el que ha sabido plasmar la tragedia humana con mayor efectividad.
El destino es la caída en un pozo: vemos con horror a Macbeth y a Otelo, espantados de su propia crueldad; sentimos el amor sin horizonte de Romeo y Julieta o la frustración de Falstaff al constatar la ingratitud de su amigo íntimo. Shakespeare es un dios registrador, nos da fiel testimonio de lo que nos espera y no hay ninguna pluma que haya estado tan iluminada como la suya. La muerte crea un vacío, una angustia en sus personajes tan viva como si fuera cierta. Por eso veo las creaciones de Shakespeare siempre en la paramera, en el rastrojo, en una naturaleza inhóspita, sin refugio, con un horizonte tan plano y evidente como el de nuestra propia naturaleza.
Y a pesar de todo, Shakespeare reconforta, porque aunque sus argumentos no dan respiro a la esperanza, sin quererlo, nos brindan la clave para sobrevivir: el amor por la palabra. Escarbando entre las vísceras de un cuerpo derrengado, aparece la rosa, no la toquéis, dejadla.
"William Shakespeare, poeta del caos" por Rafael Narbona
lunes, 21 de noviembre de 2022
Reivindicación del páramo
Reivindico el páramo, el campo amarillo, seco, agostado por la falta de lluvias, el rastrojo, el paisaje sin horizonte, sin árboles, plagado de aerogeneradores, la intemperie asolanada, la Mancha esteparia, sin montañas, con horizontes eternos y caminos rectos como Bernarda. Reivindico el secarral, el llano en llamas, el vientre yermo de la paramera. Me abruma la belleza verde de los paisajes del norte, me intimida el fragor de la naturaleza, me ahoga la humedad permanente de esas praderas rozagantes. No, reniego de la fertilidad de las selvas, reniego de los arroyos, de las cascadas, del mar embravecido golpeando el acantilado espectacular. Quiero morir en el páramo, tumbado sobre un pedregal o sobre los restos del trigo recién segado, descoyuntado por el peso del sol, aturdido por la inmensidad de lo inabarcable.
Cuando viajo al norte, todo es tan feraz, tan deslumbrante, que asfixia tanta sorpresa; en cambio, cuando en el páramo, después de quilómetros y quilómetros, descubres un olivo, una acacia, un almendro, la rareza aquilata su belleza, se realza, como una metáfora solitaria en mitad de una poesía desnuda. Reivindico la encina sola, el techo derruido de una casa de barro, la tierra agrietada, el polvo de la mies recién recogida. No más parques naturales, ni montañas nevadas, ni frondosos bosques de hayas. Prefiero extasiarme con la inconsistencia de la nada.
No hagáis mucho caso de lo que digo. Ahora mismo estoy bajo cubierto, no veo ningún paisaje, salvo el de las paredes del salón, la calefacción funciona a toda tralla y oigo a Etta James. Ni praderas verdes, ni páramos somnolientos. Lo mismo me daría estar en Cantabria que en Albacete. La intemperie es para los intrépidos.
domingo, 20 de noviembre de 2022
Yo soy todavía un nosotros
Yo soy todavía un nosotros. Hablo de música brasileña, "a Astrud Gilberto la vimos nosotros..."; viajo a lugares ya visitados, "en Bilbao teníamos nosotros el hotel..."; como en restaurantes de Asturias, "aquí nosotros pedimos un cachopo enorme..."; veo Ser o no ser, "esa la vimos nosotros en La Latina..."; visito el Museo del Prado, "el Jardín de las Delicias lo descubrimos nosotros cuando..."; saboreo un vino del Terrerazo, "ese lo bebíamos nosotros..." Yo soy todavía un nosotros y no me duele, todo lo contrario. Me acompaña a los lugares más insospechados, hasta donde nunca estuvimos. Yo soy todavía un nosotros, y no me empacha, porque no recuerdo cuándo yo era un yo. Quizás siempre fui un nosotros, quizás nunca yo fui un yo hasta que no estuvo ella, quizás. Por eso se me hace imprescindible llevarla de viaje, sentarla a mi mesa, señalarle un paisaje, comentarle la escena de una película o de una obra de teatro, invitarla a un vino... Porque sin su compañía, sin mi nosotros, no sé si sabría hablar, no sé si sabría apreciar el sabor de la realidad. Yo soy todavía un nosotros, pese al tiempo transcurrido, pese a los hospitales, pese a los sueños macabros, pese al espejo vacío, pese al silencio. Soy un nosotros, y no deliro.
miércoles, 16 de noviembre de 2022
Cae la noche
Cae la noche. Me he propuesto superar la murria de la tarde. No quiero desgarrarme, ni abroncarme, ni compadecerme de mí mismo. Sí, cae la noche, y saldré a saborearla, a sentir el aire de noviembre en el rostro, a deambular por las calles iluminadas de la pequeña ciudad. Visitaré bares y tomaré cervezas. Cae, cae la noche, y yo no caeré con ella, porque estoy cansado de andar como alma en pena por los rincones de la memoria. Cae la noche, se adueña de los descampados y devora a los perros y a sus dueños, y me anima a envolverme en ella, a arroparme en su aliento de loba implacable. Ando y ando sin rumbo. Observo el pasar cotidiano de la vida junto a mí, la niña que oye reguetón en el bus, el abuelo que se tambalea sobre el bastón, la señora que acaba de salir de la peluquería, el adolescente que besa a su pareja con los ojos cerrados. Cae la noche y salgo de casa, con la esperanza de que suene jazz en el próximo antro o que baje el precio de los licores. Porque no sé si os habéis fijado, pero los vicios son cada vez más caros y peor vistos. El poder del bizcocho de zanahoria está pudiendo con los torreznos y la leche de soja se impone al güisqui de malta. Cae la noche y, con ella, la bohemia. Que caiga la noche es un proceso natural, pero que se sirvan en los bares tés negros, no.
domingo, 13 de noviembre de 2022
Ruta verdadera de "Luces de bohemia"
La segunda posta la hicimos en el Reino de los Vinos Antiguos. Rezan los evangelios apócrifos de Valle que allí, Max Estrella se echó al coleto lo que luego sería el veneno que acabaría con su vida, un vino de Madrid con aromas a amoníaco y bostas de la estepa. También entre esas mismas paredes se encontraron don Latino y Sancho Panza, se besaron en las mejillas y se espetaron insultos impronunciables, que sus acompañantes no quisieron oír, uno por ciego y falto de malicia; el otro, por estar fuera de sus cabales.
Tras saludar a Larra, que contemplaba lloroso los muros del Palacio Real, caímos en un palacio de cristal, en el templo del modernismo y las croquetas. Asustados por el lujo de sus vidrieras y deslumbrados por las luminarias, descubrimos que fue allí donde Max Estrella se veía de joven con el que luego sería gobernador, donde conquistó a madame Collet, donde vivió mejores tiempos que los que se cuentan en el libro de Valle. Embriagados por la claridad, el modernismo y la cerveza, salimos de otro talante.
La lluvia había cesado y nos encaminamos hacia la buñolería modernista, pero igual que Cervantes desvió el camino de sus héroes hacia Barcelona para llevar la contraria a los amigos de Lope, nosotros hicimos un quiebro y paramos en un antro oscuro, este sí en el callejón de Álvarez Gato. Después de reírnos de nuestros cuerpos descompuestos en los espejos del esperpento, asaltamos la Pompeyana. Allí, Max Estrella abrazó la lúbrica religión de los antiguos dioses, se hizo fiel a Atenea y nombró sacerdote de los sátiros a su infame compañero. Comimos y bebimos arrinconados por los turistas y reconfortados por las herejías de las paredes.
Quedaba la última posta, el fin de nuestro camino literario y no pudimos elegir mejor destino, animados por los vapores etílicos y el desgobierno de nuestras entendederas: un bar de copas inspirado en Lewis Carroll, aunque pasado por el tamiz de Telecinco. Tuvimos que esperar en la entrada porque tenían prioridad las rubias de más de uno setenta. Nos sirvieron licores en tazas con el rostro de Valle (su lengua, atravesada por un piercing y su dignidad arrastrada por la decoración del local). Allí fue donde don Latino fornicó con la Lunares, donde Max Estrella sufrió el síncope que acabó con su vida. A pesar de su ceguera, no pudo aguantar el efecto del vino de Madrid y el mal gusto de la decoración. Cuando palpó la taza en la que le sirvieron el aguardiente y notó que la nariz, la barba, la lengua y las lentes eran las de su creador torció el gesto y espichó. Nosotros salimos más contentos de lo que habíamos entrado. Al fin y al cabo, las muertes literarias apenas duelen.
lunes, 7 de noviembre de 2022
El comensal solitario
Es curioso el proceder de algunos restaurantes cuando reservas solo para una persona. Ya me ha sucedido en varias ocasiones: te colocan en un rincón de la barra o en un tonel apartado o en una esquina de espaldas al jolgorio, como para que no estorbemos. Tampoco me extraña. Ocurre como con los feos y los gordos en los platós de televisión, los suelen situar fuera del campo de la cámara, porque no dan juego, porque al espectador le gusta ver caras agradables y cuerpos bien formados; y a la clientela de un bar no le da buena espina un solitario. Lo más normal es que sea un borracho, un raro o una mala persona, con la que no quiere cuentas nadie. En el caso de los llaneros solitarios, para el cine daban juego, pero para ambientar un salón comedor como que no. Es difícil ir de restaurantes sin compañía y no precisamente por la falta de conversación (ahora, a través del guásap, se pueden organizar tertulias virtuales con mucha facilidad y variada riqueza), sino por la sensación de ser un marginado, un paria. La última vez, a mí y a dos chicos árabes nos situaron en una zona aislada del bullicio, donde nuestra condición de solitarios y extranjeros del sur no molestara demasiado. No pasa nada. Ahora, lo que resulta más complicado es pedir arroces ("mínimo dos px") y raciones para compartir (ayer por poco reviento con un plato de mejillones). Por desgracia, a través del móvil, aún no podemos saborear unas vieiras. Todo se andará.
miércoles, 2 de noviembre de 2022
Diarios de la pena negra XV
2 de noviembre de 2022
PALABRAS NEGRAS
Solo brotan de mis entrañas palabras negras.
Un espíritu machadiano me ha invadido:
los paisajes se cubren de tardes melancólicas,
de álamos polvorientos,
de tierras de ceniza.
Llego al refugio solo,
como solos estamos al nacer,
como solos moriremos.
Y quiero reencontrarme,
reconocerme,
despertarme,
pero me falta el aire.
Una rueda pinchada,
un tropiezo,
una bolsa que se rasga,
son suficientes para entrar
en una profunda sima de tristeza.
Las polvorientas encinas,
los ramajes yertos,
las grúas vacías
el esqueleto de los edificios,
todo ofrece un aspecto abrumador
de desdicha.
Solo brotan palabras negras,
por suerte son solo palabras:
el meconio de los desgraciados,
el lodo de las soledades,
la grasa de las cocinas descuidadas.
Palabras, palabras negras,
sucias palabras negras
de soledad correosa.
lunes, 31 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XIV
31 de octubre de 2022
A raíz de un artículo de Irene Vallejo, recuerdo un mito de la tradición clásica. Y me desmorono. Los sueños me llevan siempre a ella. Hoy, por ejemplo, Eva no estaba muerta, resucitaba, los médicos se habían equivocado por completo y ella se había despertado en la morgue, plena de alegría y de vitalidad. Nadie sabía cuál había sido la equivocación, pero estaba claro que no estaba muerta, que volvía a casa y volvíamos a planear nuestra jubilación.
Al despertar, tuve que cambiar la hora y, luego, amoldarme a la nueva realidad. Por suerte estaba en Bilbao y nada es como parece. Leo el texto de Irene Vallejo y, a pesar de rememorar un mito que a mí, cuando lo conocí me pareció demasiado efectista y melodramático, se me agarra al paladar como el cruasán que acabo de engullir en el desayuno. Jupiter y Mercurio bajan al mundo de los mortales y solo una pareja de mortales los acoge, humildes, hospitalarios. Ellos cobijan a los dioses y les dan lumbre, comida y vino (qué más puede pedir un viajero). Baucis y Filemón avivan el fuego, les ofrecen carne y unas jarras bien condimentadas, para que los extranjeros no pasen calamidades. Los dioses, agradecidos, al ver que esa pareja les entregaba todo lo que tenían para agasajarlos, se apiadan de ellos y quieren premiarlos. Les dan a elegir, les ofrecen la vida eterna, el colmo de los placeres y ellos no dudan: "Quiero morir el mismo día que Filemón" -dice Baucis. "Yo quiero lo mismo"-dice Filemón. "No quiero ver la tumba de mi compañera". Jupiter y Mercurio se sorprenden, no comprenden cómo alguien que puede elegir libremente sobre su destino, elige la muerte. A mí me resulta tan razonable que me da miedo.
martes, 25 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XIII
25 de octubre de 2022
Beber y beber hasta perder el norte, hasta abandonar la realidad, hasta el punto de que a las nueve sacas el móvil y estás a pique de llamarla, para decirle que mañana volverás a casa, que no se preocupe, que no has bebido mucho (mentira), que al llegar harás la comida, que sacarás a la perra, que tenderás la ropa...; pero no, en seguida, a pesar de la embriaguez, la realidad te abofetea, recuerdas que no vas a volver a ningún sitio, que nadie te espera, que ella no estará para recoger tus despojos, que ya nadie te recriminará ser tan crápula. Y oyes los versos de Cernuda, tan vivos, tan hirientes como nunca, "libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin sentir un escalofrío..." Beber y beber hasta no ser uno mismo. "Embriagaos", sigo a Baudelaire, "de vino, de belleza, de cualquier cosa, pero embriagaos". Y luego, durante la resaca, el día es más gris; la noche, más oscura; el viento, más frío; las habitaciones, más estrechas; el abismo, más insondable. Y octubre, más grave.
lunes, 17 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XII
17 de octubre de 2022
Ella tiene dieciséis años y ha sufrido más que yo. Mucho más que yo. Sí, aunque parezca mentira, hay gente que puede sufrir más que uno. Llega a clase con la sonrisa puesta, con el amor por la literatura entre los dientes y con una motivación que no es propia de una joven. Porque ha sufrido más que yo, mucho más que yo. Y no es habitual que la gente sufra más que uno. Menos todavía los adolescentes. Se sienta y espera a que comience la clase, con avidez, con hambre de letras, de palabras. Me acongoja tanta pasión. Y la envidio. No porque haya sufrido más que yo, sino por estar más entera, más firme, con dieciséis años que yo con casi sesenta. Hoy me he quemado la lengua con el guisado de costilla y pensaba en ella, en su sufrimiento y en mi falta de ánimo. En mi apresuramiento, en mi indecisión, en mi incoherencia, en mi despiste continuo. Ayer, tan necesitado de gente, de conversación, como estoy, me equivoqué de sala al ir al cine y vi la película equivocada, sin compañeras a mi lado, porque mi subconsciente parece perseguir la soledad. Y ella me mira, alegre, avispada, con los ojos llenos de horizonte, y yo tengo que imitarla. Ella ha sufrido más que yo, mucho más, y ahí está, sentada, con la barbilla apoyada en la mano, a la espera del argumento de la Odisea, a la espera de Ulises. Me he clavado un vidrio en el pie, en el talón para ser más exactos. Sabía que se había roto una copa en la cocina y no he dejado de ir descalzo. Noto el dolor del vidrio hiriendo la carne, y aun así, ella ha sufrido más que yo, mucho más que yo, y conserva la mirada limpia, transparente como el aire de octubre.
miércoles, 12 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XI
12 de octubre de 2022
Desde el abismo en el que me precipito, tengo la falsa sensación de que la caída es transitoria, de que todo esto es reversible. Imagino que Eva me reclama para que vuelva a casa, la veo abrazando amorosamente a mi hija, escribiendo en su diario de viajes el último episodio de nuestras peripecias, entra en el bar donde estoy comiendo solo y se sienta a mi lado y pide una ensalada, lee y me da su opinión sobre mis engendros, riega las plantas, paseamos a la perra, revisa las clases del día siguiente, prepara su cartera, se acuesta a mi lado, la beso y me despido de ella. Porque no, porque no volveré a pisar tierra firme, porque este abismo es para siempre, esta caída no tiene remisión. Y ya es tarde para aprender a volar, es demasiado tarde. Por muchas alas que se empeñen en fabricarme quienes me aprecian, creo que no voy a ser capaz de manejarlas.
Solo se detienen el vértigo y la angustia cuando ella aparece como en sueños, con esa mirada verde de las sirenas, con la piel tan fina y blanca como el sudario de Penélope, tejiendo y destejiendo su presencia fantasmagórica. Vivo con la esperanza de Telémaco, a pesar de conocer la sentencia de los dioses, a pesar de saber que ella naufragó y yo mismo fui quien la arrulló en su último aliento. A pesar de la certeza, lo único que me consuela es imaginarla una y otra vez aparecer en la orilla, en el borde del precipicio, con el brazo extendido para salvarme, para detener la caída irreversible.