Es curioso el proceder de algunos restaurantes cuando reservas solo para una persona. Ya me ha sucedido en varias ocasiones: te colocan en un rincón de la barra o en un tonel apartado o en una esquina de espaldas al jolgorio, como para que no estorbemos. Tampoco me extraña. Ocurre como con los feos y los gordos en los platós de televisión, los suelen situar fuera del campo de la cámara, porque no dan juego, porque al espectador le gusta ver caras agradables y cuerpos bien formados; y a la clientela de un bar no le da buena espina un solitario. Lo más normal es que sea un borracho, un raro o una mala persona, con la que no quiere cuentas nadie. En el caso de los llaneros solitarios, para el cine daban juego, pero para ambientar un salón comedor como que no. Es difícil ir de restaurantes sin compañía y no precisamente por la falta de conversación (ahora, a través del guásap, se pueden organizar tertulias virtuales con mucha facilidad y variada riqueza), sino por la sensación de ser un marginado, un paria. La última vez, a mí y a dos chicos árabes nos situaron en una zona aislada del bullicio, donde nuestra condición de solitarios y extranjeros del sur no molestara demasiado. No pasa nada. Ahora, lo que resulta más complicado es pedir arroces ("mínimo dos px") y raciones para compartir (ayer por poco reviento con un plato de mejillones). Por desgracia, a través del móvil, aún no podemos saborear unas vieiras. Todo se andará.
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lunes, 7 de noviembre de 2022
El comensal solitario
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