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domingo, 29 de abril de 2018

"La hija del sepulturero" de Joyce Carol Oates


Verdadero novelón (en el buen sentido) casi decimonónico que se lee con avidez. La historia de Rebecca Schwart, luego Hazel Jones, plasma las vicisitudes de una mujer que recorre los últimos casi 70 años del siglo XX (de 1936 hasta el 2000). Los obstáculos casi insalvables con los que se encuentra son los hombres de su vida. Entre otros, primero su padre, Jakob Schwart; luego su primer marido, Nile; y su propio hijo (Niles o Zacharias): los ama, la aman, la violentan, la ignoran, la desprecian, la humillan y, a pesar de todas estas vicisitudes, ella sale adelante. Es una verdadera heroína moderna que pasa por encima de las neurosis y frustraciones del padre (exiliado alemán con su familia desde 1936, sepulturero en EE.UU. y profesor de Matemáticas en Alemania), por encima del desprecio social: es judía, pobre y alemana. Se salva, junto a su hijo, de la locura violenta del primer marido, recorre la América profunda en su huida y, con identidad falsa, rehace su vida y la de su hijo. Lo que podría ser un culebrón melodramático, lo convierte Joyce en una historia angustiosa, siempre interesante y con el estilo cuidado de los grandes novelistas tradicionales.
Después de leída, podríamos hacer un dibujo psicológico minucioso de la personalidad de Hazel / Rebecca, de sus temores, vergüenzas y neurosis; de sus patologías y frustraciones. Y también de la América profunda de los años 40 y 50. Parece un personaje de Zola al que le hubieran inyectado una fuerza especial con la que superar el terrible determinismo social que no termina de destruirla, pese a los esfuerzos de unos y otros. Solo el recuerdo de su madre, el instinto materno y una prima que nunca verá (o sí) impulsan la vitalidad de Rebecca. Judía en una sociedad antisemita; mujer, en una sociedad patriarcal y violenta; pobre, en una sociedad capitalista.   

domingo, 15 de abril de 2018

"Limónov" de Emmanuel Carrère


En el epílogo de Limónov, la biografía novelada del escritor y político ruso Eduard Veniamínovich Savenko, Emmanuel Carrère afirma que este personaje, por su trayectoria personal y política, es un doble de Vladimir Putin; con la única diferencia de que Eduard Limónov ha fracasado en todos sus intentos por llegar al poder. Hoy más que nunca está de actualidad esta biografía porque, si hacemos caso a las palabras de su autor, nos podría servir para analizar la mente autoritaria y destartalada de un hombre poderoso que amenaza con una nueva guerra fría, Vladímir Vladimirovich Putin. Incluso para comparar, desde un punto de vista patológico, una afición común: enseñar el torso musculado a todo el mundo. 
La biografía de Limónov no puede ser más novelesca, ni más estrafalaria. Carrère cuenta con estilo ágil y distante (a veces no tanto) cada una de las peripecias en las que se ve envuelto el autor ruso, desde sus experiencias en la indigencia y en la prostitución masculina, hasta las de su encarcelamiento por terrorismo, pasando por su participación en la guerra de los Balcanes del lado de Miloseviç y Karaciç. 
Limónov nos ayuda a comprender desde dentro la rápida desintegración de la URSS y la entrada de Rusia en el más feroz capitalismo; así como el conflicto de los Balcanes. Es curioso cómo dibuja la subida al poder de Putin: en un principio elegido por los magnates de la economía rusa para que les sirviera como un títere fiel, se rebela contra ellos hasta el punto de encarcelar a dos de ellos a los tres meses de ser elegido. Las contradicciones de Limónov, los excesos de Limónov, los bandazos ideológicos de Limónov, las aventuras literarias y periodísticas de Limónov..., todo ello lo trata Carrère con agilidad y buen oficio; aunque adolece la novela, como El Reino, de la intromisión excesiva y poco justificada de la vida personal del propio autor. 
De todas formas, Limónov podría ser, sin ninguna duda, la novela que nunca pudo escribir Javier Cercas; aunque lo ha intentado ya varias veces con Soldados de Salamina, Anatomía de un instante y El impostor. Así como Prohibido entrar sin pantalones de Juan Bonilla, donde se cuenta la vida de Maiakovski (otro ruso excesivo), sería la versión mejorada de la historia de Carrère desde el punto de vista literario.  

sábado, 31 de marzo de 2018

"Puro fuego" de Joyce Carol Oates


Puro fuego es una novela juvenil tan hábilmente escrita que parece una novela para adultos (o viceversa). De una fluidez y dinamismo en la redacción, muy adecuados con la vertiginosa aventura que viven las adolescentes protagonistas. Es cierto que la historia de la pandilla, formada en un principio por cinco chicas defensoras del honor femenino y enderezadoras de tuertos machistas, peca un tanto de fantasía pueril y no del todo creíble. Pero la habilidad narradora de Joyce hace olvidar los primeros tanteos inverosímiles de la trama. 
Las cinco chicas fundadoras del grupo "Foxfire" son una especie de "señoritas andantes" que se enfrentan a las tropelías y abusos de los hombres. Como doñas "quijotas" o, mejor, "amadises" en estado puro, castigarán a los abusadores y le darán su merecido a los pandilleros que campan a sus anchas en la América de los años 50. No son hidalgas, eso no, sino jovencitas desclasadas y hartas de ver a su alrededor violencia machista e injusticias. La cabecilla de "Foxfire", Legs, tiene un mentor viejo y alcohólico que la introduce en el marxismo y en el anticapitalismo. Ella será la intrépida defensora del honor femenino y, junto a sus compañeras, emplearán sus encantos de "lolitas" para engañar y castigar a los endriagos del machismo. 
Su derrota hacia la delincuencia las situará fuera de la ley y las enviará a un destino tan angustioso como excitante. La sociedad las ha rechazado y ellas solo se sienten seguras en el seno de su propia comunidad, creada precisamente para luchar contra la exclusión que sufren como mujeres y como víctimas del capitalismo feroz. Oates fabula un deseo de juventud que se convierte en una crítica potente contra una sociedad injusta, patriarcal y materialista.        

lunes, 26 de marzo de 2018

"Orlando" de Virginia Woolf


"Las ilusiones son al alma lo que la atmósfera es a la tierra. Destruid ese tierno aire y muere la planta, palidece el color."

Solo he echado de menos en Orlando, la novela de Virginia Woolf traducida por Borges, un paseo por el mundo cibernético del siglo XXI. Orlando es una historia hipnótica y lírica, que atraviesa cuatro siglos con un mismo personaje. El tiempo, el sexo, el mundo se envuelven en la poesía, en el espacio y en el yo cambiante del (la) protagonista en una especie de caleidoscopio mágico que atraviesa desde 1588 a 1928. Orlando tiene una religión, la poesía; y un hábitat propio, la naturaleza. Orlando se enamora en todas las épocas, como hombre o como mujer, y se queda solo o sola. Su biógrafa se las ve y se las desea por ceñir su yo, un yo poliédrico, confuso, desmesurado, humillado, altivo, desconcertante. Orlando persigue una obra para la posteridad. O no. A veces, persigue solo su deseo exclusivo de escribir, su pasión. O no. En ocasiones busca lectores, lectores que puedan disfrutar de "La encina", su poemario revisado a lo largo de cuatrocientos años y en el que se borra más que se escribe, hasta que se convierte en un libro en blanco. O no. Porque acaba por publicarlo y por obtener premios y éxitos con él.

Orlando se hace una pregunta, "¿qué es la vida?", y, como es lógico, no puede respondérsela ni su propia biógrafa. Cambia de sexo y descubre, en el tránsito de hombre a mujer, cuáles son las peculiaridades de cada uno y cómo resulta especialmente difícil el desempeño de la hembra en un mundo de machos. El tiempo de la historia lo marcan los reyes de Inglaterra y ciertos poetas isabelinos (Shakespeare, Donne, Marlowe y Jonson) y dieciochescos (Pope, Swift...). 

En Orlando la componente metaliteraria es fundamental. Sus reflexiones sobre la poesía y sobre la literatura en general llenan muchas páginas y, no solo eso. El protagonista parece cruzar los siglos para poder saborear la posibilidad de construir un poemario incontestable, porque, "La poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora (...) Una simple canción de Shakespeare ha hecho más por los pobres y los malvados que todos los predicadores y filántropos de la tierra." Virginia Woolf, como cualquier otro creador tiene dudas serias sobre su creación: "...cómo escribió y le pareció bueno; releyó y le pareció vil; corrigió y rompió; omitió; agregó, conoció el éxtasis, la desesperación; tuvo sus buenas noches y sus malas mañanas; atrapó ideas y las perdió; vio su libro concluido y se le borró; personificó sus héroes mientras comía; los declamó al salir a caminar; rio y lloró; vaciló entre uno y otro estilo; prefirió a veces el heroico y pomposo; otras el directo y sencillo; otras los valles de Tempe; otras los valles de Kent o Cornwall; y no llegó nunca a saber si era el genio más sublime o el mayor mentecato de la tierra." Y llega a pensar que la palabra más poética es la que no existe: "La conversación más vulgar es a menudo la más poética, y la más poética es precisamente la que no se puede escribir." Reniega de la literatura vestida de gris, de la literatura que no arriesga: "Todos esos años había imaginado que la literatura -sírvanle de disculpa su reclusión, su rango y su sexo- era algo libre como el viento, cálido como el fuego, veloz como el rayo: algo inestable, imprescindible y abrupto, y he aquí que la literatura era un señor de edad vestido de gris hablando de duquesas." Porque nuestras pasiones más fuertes, junto con el arte y la religión, son "reflejos que vemos en el hueco negro del fondo de la cabeza cuando efímeramente se oscurece el mundo visible." Nos avisa de los riesgos de ser un genio porque "cuando la Mente es mayor, el Corazón, los Sentidos, la Grandeza del Alma, la Caridad, la Tolerancia, la Buena Voluntad, y el resto casi no pueden respirar." Y de la irresoluble condición de poesía y verdad: "Desesperó de resolver el problema de la poesía y la verdad y cayó en un hondo abatimiento."

El tiempo es otro de los ejes en torno al cual se mueve Orlando. El/la joven de 30 años recorre la Inglaterra isabelina: se desliza sobre un Támesis helado y lleno de vida en el que un Orlando hombre descubre a su primer amor, Shasha. Ya en el siglo XX, rueda en coche como mujer en busca del hombre con el que se casó en la época victoriana. Es la desmesura temporal de la propia vida porque "es difícil contar el tiempo: nada lo desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte."

El paso de hombre a mujer le da pie para hablar de la condición femenina. De quejarse con retranca del comportamiento del hombre: "Y dio en pensar a qué punto habíamos llegado, cuando una mujer tiene que ocultar su belleza para que un marinero no se caiga del palo mayor. ¡Que se los coma la viruela!" Sitúa a la mujer muy por encima del hombre por su habilidad para manejar la mente humana: "Vale más estar libre de ambición marcial, de la codicia del poder y de todos los otros deseos varoniles con tal de disfrutar en su plenitud los arrebatos más sublimes de que la mente humana es capaz, que son: la contemplación, la soledad, el amor." Aprende a ser mujer y a saborear el placer de ser uno y una, de gozar del cuerpo masculino y del femenino con igual delectación.

A pesar de no renegar del amor, hay otra objetivo que ayuda a ser feliz: la soledad. Porque después de hacer el amor se saborea de una manera especial: "Nunca es tan sensible la soledad como inmediatamente después de que a uno le hayan hecho el amor." La búsqueda del silencio, de momentos de pequeñas muertes cada día, revitalizan a Orlando y lo convierten en un dechado de vitalidad:  "Si sus perros no desarrollaban el don de la palabra, si no se le cruzaba un poeta o una princesa, podría vivir los años que le quedaban tolerablemente feliz." "¿Es preciso que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos?"

Orlando es un personaje multiforme que nos descubre todos nuestros "yoes", si tuviéramos alguno. Es un ser literario que devora literatura y vida. Es un engendro del tiempo, de la soledad, del amor y de la contemplación. 

sábado, 24 de marzo de 2018

"Papá Goriot" de Honoré de Balzac


«París es un océano. Arrojas la sonda, pero nunca conoces su profundidad. Recórrelo, descríbelo: sea cual sea el cuidado que te tomes para atravesarlo, para describirlo, siempre habrá un lugar virgen, una guarida desconocida, flores, perlas, monstruos, algo inaudito, olvidado por los buceadores literarios».

Papá Goriot es un retrato cáustico del París decimonónico y burgués, pero no solo eso. Es, además, un análisis de la condición, o mejor, de la perversión social del individuo. 
Honoré de Balzac nos introduce en el ambiente opresivo de una pensión, gobernada por la viuda Vauquer y a la que llega un estudiante de Derecho, Eugène Rastignac. Los personajes de la pensión servirán para acompañar la iniciación del joven en la depravada sociedad parisina. Vautrin (criminal y homosexual) intenta inclinar al joven hacia el pragmatismo, la prima Beauseant lo introduce en los salones, el propio Goriot será su más fiel servidor en lo que respecta a la aventura con su hija... Rastignac se enamora de una mujer casada, Delphine, hija de Goriot. Las dos hijas de Goriot tienen amantes con el consentimiento tácito de sus maridos y viven de las rentas que su padre les proporciona. Son personajes absorbidos por la condición perversa de la vida de los salones. Se avergüenzan de su padre, solo lo quieren para que les pague los lujos y llegan al punto de no acompañar al moribundo en sus últimas horas, pese a los requerimientos del propio Goriot y de Rastignac. 
Todos viven obsesionados con el dinero y las apariencias. Todos se desviven por las fuentes de sus rentas: los realquilados (Vauquer), las víctimas (Vautrin), la hacienda (Goriot), el padre (hijas de papá Goriot), el juego y las relaciones (Rastignac), la herencia (Victorine)... Vautrin intentará convencer a Rastignac de que no se deje llevar por los sentimientos, sino por quien le puede proporcionar una buena renta (Victorine).
Papá Goriot es una novela de iniciación, donde la vida se abre camino en una selva de engaños, hipocresía y materialismo, donde solo Goriot se muestra como un ser desinteresado y generoso. Por eso, en ese entramado, Goriot resulta en ocasiones ridículo y patético, porque es el único que no se rinde a las convenciones del lujo y se conduce únicamente por la generosidad y el amor paterno. Es un cuerpo extraño en esa sociedad dominada por el veneno del materialismo y la falta de humanidad. Rastignac, el muchacho que descubre, acompaña al viejo Goriot durante su agonía e intenta que las hijas se acerquen al lecho de su padre. No lo consigue. Solo en alguno de los delirios de moribundo, papá Goriot reniega de sus hijas para, inmediatamente, arrepentirse. Está fuera de lugar, no pertenece a ese mundo. La condición humana lo ha vencido.       

sábado, 17 de marzo de 2018

"Un hombre sin patria" de Kurt Vonneg


Kurt Vonnegut escribió con 82 años, en 2004, este opúsculo en el que repasa el mundo en el que vivimos desde una perspectiva sardónica, llena de humor y originalidad. Se ríe de todo y lanza una crítica mordaz contra el poder y contra casi todo, empezando por él mismo:
"Yo vengo de una familia de artistas. Y aquí estoy, ganándome la vida con el arte. No ha habido rebelión. Es como si hubiera heredado la gasolinera ESSO de la familia."
"Si de verdad quieren fastidiar a sus padres y les falta valor para hacerse gays, lo mínimo que pueden hacer es dedicarse al arte."

Uno de los objetos centrales del libro es el saqueo de los recursos humanos, que sin duda nos va a llevar a la autodestrucción, y la promoción que de este saqueo hacen los gobiernos occidentales:
"Todos somos adictos a los combustibles fósiles y nos negamos a reconocerlo. Y como tantos otros adictos al afrontar el mono, nuestros dirigentes cometen ahora crímenes violentos para conseguir lo poco que queda de lo que nos tiene enganchados."

La psicopatía en el poder es una de sus grandes preocupaciones:
"¿Qué podemos decir a nuestros jóvenes, ahora que personalidades psicopáticas, es decir, personas sin conciencia, sin sentido de la compasión ni de la vergüenza, se han apropiado de todo el dinero de nuestro gobierno y de nuestras empresas para quedárselas?" "Los psicopáticos son gente correcta y saben perfectamente el sufrimiento que sus actos pueden causar a los demás, pero les da lo mismo." "Muchos de estas personalidades psicopáticas sin escrúpulos ocupan ahora puestos de importancia en nuestro gobierno federal, como si fueran líderes y no enfermos." "En nuestra preciosa Constitución hay un fallo trágico, y no sé qué puede hacerse para arreglarlo. Es el siguiente: solo los casos clínicos quieren ser presidente. Ocurría exactamente lo mismo en el instituto. Solo los que estaban claramente desquiciados se presentaban a delegados de clase." (Hay que recordar que Vonnegut no conoció a Trump presidente).

Los medios de comunicación están vendidos al poder:
"Nuestras fuentes de información diarias (los periódicos y la televisión) son ahora tan cobardes, tan poco considerados con el pueblo estadounidense, tan poco informativos, que solo por los libros nos enteramos de lo que ocurre." (El problema es que el 60 por ciento de la población no lee libros y al otro cuarenta no creo que los libros les sirvan para informarse de la situación real en la que vivimos).

¿Qué opciones tendrá un niño que nace en la América de 2004?:
"La verdad es que la criatura tendría la buena suerte de nacer en una sociedad en la que hasta los pobres tienen sobrepeso, pero también la mala suerte de nacer en una donde no hay un sistema de sanidad público ni una educación pública digna para la mayoría, donde la inyección letal y la guerra son formas de entretenimiento, y donde cuesta un riñón ir a la universidad."

¿Y si un marciano hiciera un estudio sobre las costumbres americanas?:
"Dijo con una voz finita, finita, que había dos cosas de la cultura estadounidense que ningún marciano había podido llegar a comprender. "Vamos a ver", exclamó, "¿qué diantres es lo que le ven a las mamadas y al golf?"

El clero católico y el mismo dios son también objetos de su sarcasmo:
"Me he convertido en un asexual radical. Soy tan célibe como, por lo menos, el cincuenta por ciento del clero católico romano heterosexual."
"Dios tendría que ser ateo, porque la mierda nos inunda y todo esto va a estallar de un momento a otro."

Ironía antibelicista:
"Los chinos eran tan necios que solo utilizaban la pólvora para hacer fuegos artificiales."

Reivindicaciones culturales:
"¿Creían que los árabes eran tontos? Intenten hacer una división larga con números romanos."
"¿Pero qué opinión tienen los humanistas de Jesús? Lo que yo digo de él, como todos los humanistas, es: "Si lo que dijo es bueno, y gran parte de ello es absolutamente hermoso, ¿qué más da si era dios o no?"

Sobre el patriotismo:
"Soy un hombre sin patria, excepto por los bibliotecarios y el periódico de Chicago "In These Times". 
De los prejuicios culturales:
"Primera norma: no empleen el punto y coma. Es un hermafrodita travestido que no expresa nada en absoluto. Lo único que indica es que has ido a la universidad."

Aunque siempre nos quedará la música:
"Por muy corrupto, codicioso e insensible que llegue a ser nuestro gobierno, las grandes empresas, los medios de comunicación y las instituciones religiosas y benéficas que tengamos, la música siempre seguirá siendo maravillosa."

sábado, 3 de marzo de 2018

"Calígula" de Albert Camus


Una obra de teatro estrenada en 1945, el año en el que concluyó el horror nazi. Camus hace una reflexión en Calígula sobre el sentido de la existencia y el peligro de que un tirano aproveche el poder para su propio capricho. La obra va mucho más allá: llevar el absurdo hasta sus últimas consecuencias genera una tragedia sin límites; si nada tiene sentido, ¿por qué es mejor proteger la vida que la muerte?; y una vez convertidos en dioses, ¿por qué no acabar con el sufrimiento de la existencia? 
Calígula quiere cambiar su mundo. Podría ser perfectamente Hitler o Stalin, pero la profundidad crítica de la obra de Camus trasciende el mero simbolismo político. Calígula se hace hombre, madura, pierde a su hermana y amante Drusila y enloquece: "Con solo mover la lengua, lo veo todo negro y la gente me da náuseas. ¡Qué duro y amargo es hacerse hombre!". Se da cuenta de que el mundo no está regido por el amor, sino por el dinero: "¡El amor, Cesonia! Me he enterado de que no es nada. La razón la tiene el otro: ¡el Tesoro Público!". Descubre la banalidad y cobardía de los cortesanos que lo adulan y lo temen (los patricios) y se queja amargamente de que es muy difícil cambiar la condición de las castas: "Mucho me temo que se necesiten veinte (personas) para convertir a un senador en un trabajador". 
Camus en Calígula analiza su viejo mundo destrozado por la guerra y el nuestro desde la perspectiva de un loco que llega al poder. Pero a ese loco lo han hecho así sus propios cortesanos y la impiedad de un dios que le arrebata el amor. Calígula encarga a Helicón que le traiga la luna, que le consiga un imposible: “No soporto este mundo. No me gusta tal como es. Por lo tanto, necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad”.  Sus cortesanos lo acercarán a ella. 
Una obra clásica con todos sus atributos. 

sábado, 24 de febrero de 2018

"El tiempo amarillo" de Fernando Fernán Gómez


En las memorias de Fernando Fernán Gómez, me ha alegrado encontrar referencias muy cariñosas del escenógrafo y dramaturgo Enrique Rambal:


"A mi abuela le hubieran entusiasmado las representaciones teatrales de Rambal que pocos años después nos encantarían a mis primos y a mí..."
"Rambal fue sobre todo, además de un actor eficaz para el género que cultivaba, un extraordinario director, excepcional en el panorama español y que no tuvo continuadores."

Son muy curiosas sus apreciaciones sobre la experiencia en un colegio de la Institución Libre de Enseñanza:

"Otro de los atractivos del colegio era que las horas de recreo duraban más que la clase y que la maestra no enseñaba nada. Hubo que comprarme un plumier y más lápices de colores de los que ya tenía y cuadernos para pintar. A mi abuela le parecía que eso eran cosas para tener en casa y jugar con ellas, pero no para llevar al colegio (...) -¿Qué has hecho hoy en el colegio? -Hemos estado cantando."

Y también su opinión sobre los padres y la educación de sus hijos:


"Que los padres sean los encargados y los responsables de la educación de los hijos siempre me ha parecido un disparate. La inmensa mayoría de los padres no solo no está capacitada para educar a niños, sino ni siquiera para elegir colegios."


Otras curiosas citas:

"Cuando a William Saroyan, en su viaje por España, le preguntó un periodista qué le había parecido la gente de Madrid, respondió que a los que iban por las calles, entraban en las tiendas y despachaban en las cafeterías, los había visto ya en California."

"Si las revoluciones sientan tan mal a los camareros, quizás vaya siendo cosa de pensar en no hacerlas."

"Respecto a la felicidad, siempre he estado de acuerdo con la respuesta de Einstein a una interviú:
-¿Es usted feliz?
-No, ni falta que me hace."

sábado, 20 de enero de 2018

"El club de los mentirosos" de Mary Karr


Algunos de los pocos fragmentos que he leído con verdadero interés de este libro y no precisamente por su valor literario, sino por las peculiaridades del sistema educativo americano. Esta moda insulsa de la autobiografía maldita se me atraganta cada vez más. Es evidente que hay que confiar poco en las listas de libros recomendados por los periódicos "serios" (demasiados intereses):

"En Texas, además, una pandilla de chavales de cuarto sin vigilancia habría puesto los pupitres del revés, escrito palabrotas en la pizarra, prendido fogatas en las papeleras, escogido a un cabeza de turco al que martirizar. Aun así la maestra salió al pasillo disimuladamente y nos dejó solos sin dedicarnos más que una breve mirada."

"La mayoría de mis compañeros se echaba sobre los cuadernos e intentaba dormir. Un niño evaluaba la calidad de la jornada durmiéndose encima de un papel milimetrado. Luego trazaba un círculo alrededor de la mancha de baba que había quedado y comparaba el tamaño y la forma con la mancha del día anterior."

"El absurdo sistema se basaba en ir pasando de nivel sin ningún tipo de supervisión. Incluso tenías que corregirte tú mismo los exámenes. El monitor (una alumna) te pasaba la clave con las respuestas y un lápiz rojo para señalar los errores."

martes, 26 de diciembre de 2017

"Expiación" de Ian McEwan


Expiación de Ian McEwan es todo un novelón. Sí, un novelón de la más arraigada estirpe decimonónica, aderezado con lo mejor de la innovación narrativa del siglo XX. El propio autor nos expone su libro de estilo por boca de un editor, quien recomienda cómo pulir su obra a la protagonista. Metaliteratura de lo más digerible y muy útil para cualquiera con exceso de testosterona literaria moderna y trascendente. 
Fue un error ver la película antes de leer el libro, pero lo hice inconscientemente. Y no es que la película carezca de valor, todo lo contrario, pero habría disfrutado mucho más de la trama. La novela no solo ofrece una anécdota jugosa y llena de peripecias que mantiene la expectativa con firmeza, sino que, además, profundiza en el carácter de los personajes con maestría, lejos de esos best seller aliterarios con las costuras al aire. 
McEwan es un maestro de la narrativa. Me alegro de encontrarme con estos autores para certificar que la novela no solo no es un género en decadencia, sino pleno de vitalidad. Si a una buena historia se le une el genio y una técnica literaria impecable, obtenemos estos placeres. La estructura de la novela juega con esa protagonista-escritora que tendrá que publicar su obra póstuma para que no se querellen contra ella, a pesar de que es ella la "mala" de la historia. La habilidad de McEwan para escoger narradores y dotarlos del habla y de la personalidad necesarias es uno de sus principales logros. En Cáscara de nuez riza el rizo (un feto narra el asesinato de su padre a manos de su madre y su hermano), pero en Expiación, no se queda corto. La narradora (lo conocemos al final) es una autora de éxito que cuenta un pasaje de su vida para expiar una culpa de adolescente. La novela es un género sin fondo y algunos, como este autor inglés, saben muy bien como buscar en sus profundidades.    

sábado, 11 de noviembre de 2017

"De erotismo y literatura" por Natalia Carbajosa



Escribir un relato erótico no es difícil. ¿Quién no ha contado alguna vez un chiste subido de tono y lo ha aderezado con detalles de su propia imaginación, buscando la exactitud verbal, anticipando con cuidados indicios el desenlace y vertiendo con estudiado mimo el dramatismo y la comicidad? De ahí a ponerlo por escrito no va tanta distancia. Escribir un relato erótico que no contenga nada más tampoco parece cosa del otro mundo. Novelas hay, y voluminosas, de esas que se llaman «de ingredientes», en las que los autores van dosificando convenientemente los elementos: un tanto de sexo, un tanto de violencia… claro está que hay que saber escribir o, mejor dicho, redactar, para poder hacerlo. Pero otra cosa muy distinta es ubicar uno o varios episodios eróticos en un contexto más amplio, en el que dichos episodios se relacionen con naturalidad con el resto de preocupaciones de la existencia humana: el amor, la muerte, la vida, que diría el poeta; la soledad, la ambición, los sueños no cumplidos, la nostalgia, el rencor, la amistad, el poder… y mezclar en todo el humor y el drama sin renunciar a un ápice de empatía; esto es, consiguiendo que el lector no deje de sentir como suyas las vicisitudes de los personajes, que no los vea de pronto ajenos a sí mismo porque el escritor, por pereza o por falta de talento, le haya reducido al papel de voyeur. Escribir así, con Eros formando parte de la vida, es hacer literatura.

La narrativa española de las últimas décadas cuenta con un volumen de relatos de Marina Mayoral, felizmente reeditado ahora, que cumple con creces las condiciones recién mencionadas. Su título, tomado del arranque de un poema de Kavafis («Recuerda, cuerpo»), constituye un apropiado resumen de los doce cuentos que componen el volumen: la educación o, más bien, la ausencia de educación sentimental y sexual de una sociedad —la de la España predemocrática— en la que nadie, y menos aún las mujeres, podía expresar sus deseos íntimos. El poema de Kavafis, citado al comienzo del libro, dice así:

Recuerda, cuerpo, no solo cuánto fuiste amado,

no solamente en qué lechos estuviste,

sino también aquellos deseos de ti

que en los ojos brillaron

y temblaron en las voces —y que hicieron

vanos los obstáculos del destino […]

Aunque pueda resultar extraño, a quien esto escribe, los versos de Kavafis le trasladan sin esfuerzo al «Recuerde el alma dormida» de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. En ellas, el imperativo «recuerda» mantiene la acepción del verbo medieval «acordar», es decir «despertar» («despierte el alma dormida»); mientras que en los versos del poeta de Alejandría se mantiene la etimología del latín «re-cordare», o sea, volver a traer al corazón. Esta deliberada confusión semántica que aquí se propone viene a cuento porque, precisamente, el mandato que reciben los personajes de los cuentos de Marina Mayoral, en un contexto en el que todo lo referente al cuerpo ha de permanecer soterrado y por supuesto separado de lo que, en la cultura occidental, hemos dado en llamar su contrario (el alma), parece no ser otro que «despierta, cuerpo»: cuerpo que es también corazón («cor, cordis»), receptáculo que, a su vez, solemos identificar con el alma.

Y así, de ese mandato al que, en mayor o menor medida, todos los personajes responden, porque nadie puede sustraerse a lo que algún otro escritor ha descrito como «la fuerza de la sangre», surgen encuentros inesperados con extraños que cambian para siempre el rumbo de una vida. O bien la vida cotidiana continúa discurriendo al calor de una nueva sabiduría física, dejando al descubierto una parte de cada criatura que a ellas mismas, hasta entonces, les resultaba ajena o permanecía vedada e inaccesible. Curiosamente, el erotismo resultante de estas experiencias, a veces tamizado de melancolía no reñida con la comicidad, explícito a la par que elegante, sensual y lleno de ternura, asimétrico en cuanto a las clases sociales implicadas y abordado desde muy variados puntos de vista narrativos, se convierte en un poderoso foco que arroja luz sobre esas zonas oscuras del alma que nunca antes habían aflorado en toda su limpidez y plenitud. En otras palabras: el alma jamás habría despertado del todo, de no ser por la oportuna/inoportuna irrupción del cuerpo en la escena. Se trata, pues, de un verdadero ejercicio de fusión, reunión o reunificación de lo que, en primer lugar, no debió separarse, con el permiso de Platón y del cristianismo.

Por otro lado, la sabiduría adquirida a través del cuerpo deja en los personajes una aceptación de la incoherencia insalvable en la que les coloca esa nueva consciencia de la piel. Los ejemplos abundan: un conquistador empedernido cuya virilidad queda a salvo en manos, literalmente en las manos, de una desconocida; una mujer que piensa devotamente en su marido cuando tiene relaciones con otros hombres; un apuesto sacerdote que posee todos los instintos de un depredador Casanova; una abnegada hija y maestra que acepta el extraño equilibrio de su doble vida… El conflicto que para todos ellos abre la llamada de la carne es a la vez su redención: la belleza y el placer del cuerpo los vuelve más complejos y, por ende, más humanos, aun cuando en público escrutinio pudieran ser duramente censurados. Únicamente los dos últimos cuentos, «La última vez» y el que da título a la colección, «Recuerda, cuerpo», quizá más traspasados por la ternura y la nostalgia que los demás sin llegar a caer en el sentimentalismo, se desvían un tanto de la tónica general. El primero, por estar narrado no desde el punto de vista de quien ha adquirido la experiencia del placer físico, sino de quien sufre sus consecuencias y se debate en la incertidumbre del saber y no saber del todo; el segundo, por constituir una versión magistral del clásico «lo que pudo haber sido y no fue», eso que confiere a las historias de amor frustrado su carta de inmortalidad.

Si bien el tema erótico establece el hilo conductor, en mayor o menor grado, de todos los relatos que conforman el libro, es el estilo lo que le da su tono característico, a pesar de la variada participación de distintas voces. En un lenguaje directo a la vez que cuidado, no exento en ocasiones de ciertos guiños metaliterarios al lector, Marina Mayoral va construyendo personajes sólidos y creíbles en situaciones insólitas que, no obstante, nunca resultan estridentes ni pierden su naturaleza literaria para convertirse en mera anécdota o chiste, lo que hubiera sido fácilmente el caso en manos menos expertas. Sin menospreciar en absoluto la novela, además, debemos tener presente que el cuento es un género muy complejo justamente por su concisión, es decir, por tener que presentar en cuatro pinceladas situaciones y ambientes que, en este caso, aluden a lo que no está a la vista ni resulta socialmente aceptable. Por otra parte, en los libros de cuentos sucede como en los de poesía: al margen de cada unidad compositiva en sí, se requiere una labor de ensamblaje que relacione unas piezas con otras, que las haga dialogar entre ellas.

En el caso de Recuerda, cuerpo, son muchos los elementos lingüísticos y referencias a lugares y personajes los que nos remiten a un universo compartido, pero entre todos ellos destaca la belleza y poesía de los títulos: «Aquel rincón oscuro», «Adiós, Antinea», «El dardo de oro», «Los cuerpos transparentes»… Y, por supuesto, «Recuerda, cuerpo», excelente colofón para un libro que, por cierto, no ha perdido un ápice de vigencia en los veinte años transcurridos entre su primera edición en 1998 y la más reciente. Y es que, aunque cambien las circunstancias y los usos sociales, y a pesar de la liberación sexual, los deseos humanos y los conflictos de nuestro yo con nuestro propio cuerpo, no menos que en su relación con otros, siguen siendo universales. Su lugar en la psique sigue siendo, como refiere acertadamente el primer cuento, «aquel rincón oscuro», por cuanto nos obliga a relacionarnos con el mundo desde un plano ignoto, si no ya por escrúpulos morales o religiosos, porque abre la puerta a una parte de nuestro ser que nunca terminamos de conocer.

Por otro lado, con humor y con memorable comprensión de la fragilidad humana está contada la admiración que todos sentimos por la armonía física y de carácter en «La belleza del ébano». Ese es el apropiado título del cuento en el que con más claridad, a mi entender, se contrapone el elogio de aquel donde cuerpo y alma encuentran, por fin, acertado equilibrio («Era el ideal clásico: la inteligencia, el talento, en un cuerpo bello, deseable y que sabe hacerse desear») con la mirada amorosa que suple lo que falta, con muy buena voluntad, en una hechura menos armoniosa: «un arquitecto famoso que para hacer el amor se quitaba antes que nada los pantalones y después el calzoncillo, y se quedaba con los faldones de la camisa flotando en torno a algo que apenas se entreveía, sobre unas piernas magras y blancas, más blancas aún por el contraste de los calcetines negros […] Pero ella lo quería, quería a aquel tipo bajito, que había echado tripa y había perdido el pelo a su lado y que tenía talento, eso no se lo negaba nadie». A este respecto, tuve la suerte de conversar con la autora, quien me explicó la concepción neoplatónica que sostiene la trama del cuento; y es que, cuando nos enamoramos de alguien en la juventud y el amor perdura a lo largo de los años, seguimos anteponiendo la imagen de ese momento inicial, esa primera pulsión (como dice la canción de Serrat: «recuerde —¡sí, recuerde!— antes de maldecirme / que tuvo usted la carne firme / y un sueño en la piel / señora»), a la decadencia física que a todos nos va transformando en otra cosa. Así, gracias a ese complejo mecanismo psicológico que hace del ojo un almacén de la memoria antes que un órgano visual, podemos responder con dignidad a nuestros hijos cuando nos preguntan: «¿Pero por qué te casaste con papá, si tiene barriga, y está calvo, y está hecho un cascarrabias y un hipocondriaco, etc., etc.?». Ay, que poco saben ellos todavía de las tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida…

Algunos de estos relatos poseen resonancias clásicas (don Juan, King Kong, Safo, el rey Midas) o están situados en la mítica ciudad de Brétema, tan cara a toda la literatura de Marina Mayoral. Sin embargo, la «mitología» que, en mi opinión, los preside con más fuerza que el resto de elementos, aunque estos se hallen perfectamente integrados en las distintas tramas, es precisamente ese canto a la belleza del cuerpo, a su poder transformador y su reivindicación de los sentidos, tanto para ser despertado en la plenitud de sus facultades, como para ser recordado el resto de la vida a través del velo amable de aquella primera imagen. «Cómo temblaron por ti, en las voces, recuerda, cuerpo», a decir del poeta. Pues eso. Que el cuerpo sea voz, y que viva el erotismo hecho literatura.

sábado, 4 de noviembre de 2017

"El signo de admiración" de Antón Chéjov

En la noche de Navidad, Perekladin, secretario colegiado, se acostó molesto e incluso ofendido.
-¡Déjame en paz, mujer del diablo! -rugió contra su esposa, cuando esta le preguntó por qué tenía una cara tan desencajada.
El motivo era que acababa de regresar de una visita donde se habían dicho muchas cosas ofensivas y desagradables contra él. Se comenzó hablando de los beneficios de la educación en general. Luego, con falta de sensibilidad, se pasó a hablar del grado de educación de la cofradía de los empleados; a propósito de lo cual hubo muchas lamentaciones, muchos reproches, y hasta burlas a causa de su bajo nivel. Y entonces, como suele ocurrir cuando se reúnen unos cuantos rusos, de las materias generales pasaron a las acusaciones personales. 
-Tomemos, por ejemplo, a usted mismo, Perekladin -dijo un joven- . Usted ocupa un puesto bastante importante...., ¿y qué educación ha recibido?
-Ninguna. A nosotros no se nos exige -respondió con suavidad Perekladin-. Basta escribir con corrección, eso es todo...
-Pero, ¿dónde ha aprendido usted a escribir con corrección?
-Es cuestión de hábito... En cuarenta años de servicio se te acostumbra la mano... Sí, claro, al principio era difícil, cometía faltas, pero luego me acostumbré... y no me ha ido mal...
-¿Y los signos de puntuación?
-Tampoco se me dan mal los signos de puntuación... Los pongo como se debe...
-¡Hum!... -el joven quedó confuso-. Pero la costumbre es algo muy distinto a la educación. No basta poner correctamente los signos de puntuación... ¡no basta! ¡Hay que ponerlos a conciencia! Usted pone una coma y ha de saber por qué la pone... ¡sí! En cambio, esa ortografía suya, inconsciente... refleja, no vale nada. Es un producto mecánico y poco más. 
Perekladin había callado y hasta había sonreído con modestia (el joven era hijo del consejero de Estado y tenía estudios superiores), pero al acostarse dio rienda suelta a su indignación y a su ira.
"He servido cuarenta años -pensaba- y nadie me había llamado tonto, y ahora, pues vaya, ¡menudos críticos me han salido! ¡Inconsciente... refleja... producto mecánico! ¡Que el diablo se lo lleve! ¡Seguro que sé yo más que él sin haber pisado todas esas universidades!" 
Después de haber insultado al crítico mentalmente con todos las injurias que conocía y de haberse calentado bajo la manta, Perekladin comenzó a tranquilizarse.
"Ya sé... comprendo... -pensaba medio adormilado-. No voy a poner dos puntos donde hace falta una coma, lo que demuestra que tengo conciencia de lo que hago, que comprendo. Sí... así es, jovencito. Primero hay que vivir un poco, prestar algún servicio, y después podrás juzgar a los viejos..."
En los ojos cerrados de Perekladin, que se estaba quedando dormido, a través de nubes oscuras y sonrientes, voló una coma de fuego, como un meteoro. Tras ella, otra; una tercera, y pronto, todo el oscuro fondo sin límites que se extendía ante su imaginación se cubrió de montañas de comas volantes...
"Tomemos por ejemplo estas comas... -pensaba Perekladin, notando que sus miembros iban quedando dulcemente entorpecidos por el sueño que avanzaba-. Las comprendo perfectamente... Si quieres, puedo encontrar un sitio para cada una de ellas... y... y conscientemente, no porque sí... Examíname y lo verás... Las comas se colocan en sitios diferentes, en unos hacen falta, en otros no. Cuanto más confuso sale un papel, tantas más comas se necesitan. Se colocan delante de "el cual" y delante de "que". Si en el papel se enumeran los funcionarios, a cada uno de ellos hay que separarlo con una coma... ¡Lo sé!"
Las comas doradas se arremolinaron y desaparecieron volando hacia un lado. En su lugar llegaron volando puntos de fuego...
"Los puntos se colocan al final del papel... Donde es necesario hacer una pausa larga y mirar al que escucha, también se coloca un punto. Después de todos los trozos largos, hace falta un punto para que el secretario, cuando lea, no se quede sin saliva. En ningún otro sitio, se coloca el punto..."
De nuevo llegan volando comas... Se mezclan con los puntos, ruedan, y Perekladin ve una turbamulta de puntos y comas y de dos puntos...
"También conozco a esos... -piensa-. Donde una coma es poco y un punto es mucho, allí hay que poner un punto y coma. Delante de "pero" y de " en consecuencia", siempre pongo punto y coma... Bueno, ¿y los dos puntos? Los dos puntos se colocan detrás de las palabras "se ha acordado", "se ha decidido".
Los puntos y comas así como los dos puntos se apagaron. Llegó el turno de los signos de interrogación. Estos saltaron de las nubes y se pusieron a bailar el cancán...
"¡Vaya una cosa, el signo de interrogación! Aunque hubiera mil, a todos les encontraría sitio. Se ponen siempre que se ha de hacer alguna pregunta o, supongamos que se pregunta por algún papel: "¿Adónde ha sido llevado el resto de las sumas del año tal?", o bien: "¿No encontrará posible, la dirección de policía, transmitir la presente a Ivanov y demás?..."
Los signos de interrogación sacudieron sus ganchos en señal de conformidad y al instante, como una voz de mando, se alargaron en signos de admiración...
"¡Hum!... Este signo de puntuación se emplea con frecuencia en las cartas. "¡Muy señor mío!", o bien "¡Su Excelencia padre y bienhechor!..." Pero, ¿cuándo se pone en los documentos?"
Los signos de admiración aún se alargaron más y siguieron esperando...
"En los documentos se colocan cuando... esto... eso... ¿cómo es? ¡Hum!... En realidad, ¿cuándo se colocan en los documentos? Espera... Que Dios me dé memoria... ¡Hum!..."
Perekladin abrió los ojos y se volvió sobre el otro costado. Ni tiempo había tenido de volver a cerrarlos cuando, sobre el fondo oscuro, volvieron a aparecer los signos de admiración.
"Maldita sea... ¿Cuándo hace falta usarlos? -pensó, esforzándose por arrojar de su imaginación a los inoportunos huéspedes-. ¿Es posible que lo haya olvidado? O lo he olvidado o bien... no los he puesto nunca..."
Perekladin empezó a hacer memoria del contenido de todos los papeles que había escrito durante los cuarenta años de servicio; pero, por más que pensó, por más que arrugó la frente, en su pasado no encontró ni un signo de admiración.
"¡Esta sí que es buena! Me he pasado cuarenta años escribiendo y no he puesto ni una sola vez un signo de admiración... ¡Hum!... ¿Cuándo se coloca a ese diablo larguirucho?"
Por detrás de la fila de signos de admiración de fuego, apareció riendo maliciosamente el hocico del joven crítico. Los propios signos se sonrieron y se fundieron en un gran signo de admiración.
Perekladin sacudió la cabeza y abrió los ojos.
"El diablo lo entiende... -pensó-. Mañana he de levantarme para rezar maitines y este satanás no se me va de la cabeza... ¡Fu! Pero... pero, ¿cuándo se usa, demonios? ¡Bonita costumbre la tuya! ¡Bonita manera de que la mano se familiarice! ¡En cuarenta años, ni un signo de admiración! ¿Eh?"
Perekladin se santiguó y cerró los ojos, pero en seguida volvió a abrirlos: sobre un fondo oscuro, seguía aún alzándose un gran signo...
"¡Uf! Así no te vas a quedar dormido en toda la noche."
-¡Marfusha! -exclamó, dirigiéndose a su mujer, que se jactaba a menudo de haber acabado los estudios en su internado-. ¿No sabes, querida, cuándo se coloca el signo de admiración en los documentos oficiales?
-¡Solo faltaría que no lo supiera! No en vano estudié siete años en un internado. Recuerdo de memoria toda la gramática. Este signo se coloca en las invocaciones, en las exclamaciones y en las expresiones de entusiasmo, de indignación, de alegría, de cólera y de otros sentimientos.
"Eso... -pensó Perekladin-. Entusiasmo, indignación, alegría, cólera y otros sentimientos..."
El secretario colegiado se puso a reflexionar... Llevaba cuarenta años escribiendo papeles, los había escrito a millares, a decenas de millares, pero no recordaba ninguna línea que expresara entusiasmo, indignación o algo por el estilo...
"Y otros sentimientos... -pensó-. Pero, ¿es que en los documentos oficiales son necesarios los sentimientos? También alguien que no sienta los puede escribir..."
El hocico del joven crítico echó de nuevo una ojeada por detrás del signo de fuego y se sonrió con malicia. Perekladin se incorporó y se sentó en la cama. Le dolía la cabeza, un frío sudor le brotaba de la frente... En un rincón, alumbraba débilmente una mariposa; los muebles, limpios, tenían aire de fiesta. En todos se respiraba el calor y la presencia de una mano de mujer. Sin embargo, el pobre empleadillo tenía frío, experimentaba una sensación de incomodidad, como si hubiera enfermado del tifus de repente. El signo de admiración no se alzaba ya dentro de los ojos cerrados, sino ante él, en la alcoba, junto al tocador de la mujer, y le hacía unos guiños burlones...
"¡Máquina de escribir! ¡Máquina! -susurraba el espectro, lanzando sobre el funcionario un frío seco-. ¡Madero sin sentimiento!"
El funcionario se cubrió con la manta. También debajo de ella vio al espectro. Pegó el rostro contra la espalda de la mujer y, por detrás, allí estaba de nuevo... Toda la noche se estuvo torturando el pobre Perekladin y tampoco por el día lo dejó en paz el espectro. Perekladin lo veía por todas partes: en las botas que se estaba calzando, en el platito de té, el la condecoración de san Estanislao...
"Y los otros sentimientos... -pensaba-. Es verdad que no ha habido ningún sentimiento... Iré ahora a casa del superior a poner mi firma... ¿acaso eso se hace con algún sentimiento? Así, por nada... Una máquina de felicitaciones..."
Cuando Perekladin salió a la calle y llamó a un cochero, tuvo la impresión de que, en vez del cochero, se le acercaba un signo de admiración.
Cuando llegó a la antecámara del superior, en vez de portero, vio el mismo signo... Y todo le hablaba de entusiasmo, de indignación, de ira... El mango de la pluma con el plumín también parecía un signo de admiración. Perekladin lo cogió, mojó el plumín en la tinta y firmó:
"¡¡¡Secretario colegiado Efim Perekladin!!!"
Y al colocar esos tres signos, se entusiasmó, se indignó, se alegró, montó en cólera.
-¡Toma! ¡Toma! -balbuceaba presionando la pluma.
El signo de fuego se quedó satisfecho y desapareció.        

viernes, 13 de octubre de 2017

"Del diario de un ayudante de contable" de Antón Chéjov


1863, 11 de mayo.
Nuestro sexagenario contable, Glotkin, ha tomado leche con coñá porque tenía tos y ha enfermado de delirium tremens. Los doctores, con la seguridad acostumbrada, afirman que mañana morirá. ¡Al fin seré contable! Me prometieron el puesto hace mucho tiempo.
El secretario Kleschov será llevado ante los tribunales por haber pegado a un solicitante que le llamó burócrata. Por lo visto, el asunto está ya decidido.
He tomado un medicamento contra la gastritis.

1865, 3 de agosto.
El contable Glotkin ha enfermado otra vez del pecho. Ha empezado a toser y a tomar leche con coñá. Si muere, su puesto será para mí. Alimento ciertas esperanzas, aunque débiles, pues, por lo visto, el delirium tremens no siempre es mortal.
Kleschov le ha quitado una letra de cambio a un armenio y la ha hecho pedazos. O mucho me equivoco o el asunto llegará a los tribunales.
Una viejecita (Gurevna) me dijo ayer que no tengo gastritis, sino hemorroides internas. ¡Es muy posible!

1867, 30 de junio.
Según la prensa, en Arabia se ha declarado el cólera. No se excluye que la epidemia se extienda por Rusia; si sucede, quedarán muchas plazas vacantes. Es muy fácil que el viejo Glotkin muera; entonces yo obtendré el pueblo de contable. ¡Qué vitalidad la de este hombre! A mi parecer, vivir tantos años es hasta censurable.
¿Qué podría tomar contra la gastritis? ¿Y si tomara santonina?

1870, 2 de enero.
En el patio de Glotkin, un perro se ha pasado la noche aullando. Mi cocinera Pelagueia dice que la señal es infalible, y hemos estado, ella y yo, hasta las dos de la madrugada hablando de la pelliza de pieles de castor y del batín que me compraré cuando sea contable. Quizá me case. No voy a casarme con una joven soltera, por supuesto. No sería propio de mi edad. Me casaré con una viuda.
Ayer a Kleschov lo echaron del club por contar en voz alta una anécdota indecente y por burlarse del patriotismo de Poniujov, miembro de la diputación comercial. Según ha llegado a mis oídos, Poniujov irá a los tribunales. 
Quiero que me visite el doctor Botkin para curarme la gastritis. Dicen que cura bien...

1878, 4 de junio.
En Vetlianka, según he leído, hay epidemia de peste. La gente muere como moscas, escriben. Glotkin bebe, por si acaso, vodka de pimienta. A un viejo como él, es difícil que el vodka le sirva de algo. Si la peste llega aquí, no hay duda de que seré contable.

1883, 4 de junio.
Glotkin se está muriendo. He ido a verle y le he pedido perdón, con lágrimas en los ojos, por haber esperado con impaciencia su muerte. Me ha perdonado con magnaminidad, con lágrimas en los ojos. Me ha aconsejado tomar café de bellotas para combatir la gastritis.
En cuanto a Kleschov, ha estado de nuevo en un tris de ser llevado a los tribunales: ha empeñado a un judío un piano alquilado. Y a pesar de todo, tiene ya la orden de Stanislav y el grado de asesor colegiado. ¡Es sorprendente lo que pasa en este mundo!
Jengibre, dos onzas; galanga, una onza y media; vodka fuerte, una onza; sangre de siete hermanos, cinco onzas; mezclarlo, macerarlo en una botella de vodka, y tomarlo en ayunas. Una copita cada día, contra la gastritis.

El mismo año, 7 de junio.
Ayer enterraron a Glotkin. ¡Ay! ¡Y no me ha sido favorable la muerte de este anciano! Lo veo en sueños por las noches. Lleva una clámide blanca y me hace señas con el dedo. Y, ¡oh desgracia, desgracia para mí, que estoy maldito! No soy contable, lo es Chálikov. Quien ha recibido el puesto no he sido yo, sino un joven que goza de la protección de una generala. ¡Adiós mis esperanzas!

1886, 10 de junio.
A Chálikov le ha abandonado la mujer. El pobre está desconsolado. Es posible que, abrumado por la pena, vuelva la mano contra sí mismo. Si lo hace así, seré contable. Ya se habla de ello. No están perdidas, pues, todas las esperanzas. Se puede vivir y quizás no estoy tan lejos como creía del abrigo de castor. En cuanto al matrimonio, nada tengo en contra. ¿Por qué no casarse si se presenta una buena ocasión? Pero es necesario que alguien te aconseje. Es un paso muy serio.
Kleschov ha cambiado sus chanclos con los del consejero privado Liermans. ¡Es un escándalo!
EL ujier Paisi me ha aconsejado que emplee sublimado corrosivo contra la gastritis. lo probaré.

domingo, 8 de octubre de 2017

"Alegría", versión actualizada de un cuento de Chéjov


Eran las doce de la noche.
Juan Nadie, excitado, con el pelo revuelto, entró en tromba a casa de sus padres y se asomó con euforia a todas las habitaciones. Ya se estaban acostando. La hermana leía en la cama el final de una novela. Los hermanos, estudiantes de instituto, dormían.
-¿De dónde vienes? -le preguntaron sorprendidos sus padres-. ¿Qué te pasa?
-¡No me preguntéis! ¡Nunca lo habría imaginado! ¡No me lo esperaba, no! ¡Esto... esto es hasta inverosímil!
Juan Nadie soltó una carcajada y se sentó en el sofá. Era tanta su alegría que no podía mantenerse en pie.
-¡Es increíble! ¡No os lo podéis imaginar! ¡Mirad!
La hermana saltó de la cama y envolviéndose con una manta se acercó a su hermano. Los adolescentes se despertaron.
-¿Qué te ocurre? ¡Tienes la cara desencajada!
-¡Es de alegría, madre! Es que ahora me conoce toda España. ¡Toda! Antes solo vosotros sabíais que existía el registrador de hacienda Juan Nadie; ¡ahora lo sabe toda España! ¡Ay, madre! ¡Dios mío!
Juan se levantó con rápido movimiento, corrió por todas las habitaciones y volvió a sentarse.
-Pero, ¿qué ha ocurrido? ¡Habla de una vez!
-Vosotros vivís como los animales en el bosque: no leéis periódicos, no veis la tele, no tenéis internet. ¡Y hay tantas cosas admirables en internet, en los periódicos y en la tele! En cuanto ocurre cualquier cosa, enseguida se sabe, nada queda oculto. ¡Qué feliz soy! ¡Dios mío! Sabéis que en los periódicos, en la televisión y en internet solo se habla de las personas famosas; pues bien, ¡hoy han hablado de mí!
-¡Qué dices! ¿Dónde?
El padre estaba pálido. La madre fijó la mirada en la imagen de la Virgen y se santiguó. Los adolescentes saltaron de la cama y tal como iban, en pijama, se aproximaron a su hermano mayor.
-¡Sí! ¡Han hablado de mí! Toda España conoce mi nombre. ¡Mirad!
Juan sacó su móvil del bolsillo y buscó la página del periódico de más tirada. Señaló con el dedo una noticia que aparecía en portada.
-¡Leed!
EL padre se puso las gafas.
-¡Venga, leed!
La madre volvió a mirar a la Virgen y se santiguó. El padre carraspeó un poco y empezó a leer:
"El 29 de diciembre a las once de la noche, el registrador de hacienda Juan Nadie...
-¿Lo veis? ¡Sigue!
"... el funcionario de hacienda Juan Nadie, al salir del gastrobar "La Perla de Gandía", en la calle de Malasaña, con evidentes síntomas de ebriedad...
-Éramos Manolo Sandio y yo... ¡Lo describen con todo detalle! ¡Continúa! ¡Sigue! ¡Escuchad!
"... con evidentes síntomas de ebriedad, resbaló y cayó bajo la moto del profesor de secundaria Luis Fernández. El profesor, en el intento de evitar el atropello de Juan Nadie, se subió  a la acera , con tan mala suerte que atravesó el escaparate de la joyería Espirales, lo que aprovecharon unos maleantes que por allí rondaban para desvalijarla y salir corriendo. El suceso provocó un tiroteo entre la policía y los ladrones, de origen búlgaro, que causó varios heridos. Juan Nadie, que se había quedado sin sentido tumbado en el suelo, fue llevado a la comisaría, fue examinado por un médico y dio positivo en el control de alcoholemia y drogas. El golpe que recibió en la nuca...
-Fue contra el guardabarros delantero, padre. ¡Sigue! ¡Sigue leyendo!
"...que recibió en la nuca fue de diagnóstico leve. Del suceso se ha levantado el correspondiente atestado. El paciente recibió asistencia médica..."
-Me aplicaron el pescuezo paños mojados con agua fría. ¿Os habéis enterado? ¿Eh? ¡Pues ya lo veis! La noticia corre por todas las redes sociales, por los periódicos y por las televisiones. Dame el móvil.
Juan se metió el móvil en el bolsillo con mucho cuidado.
-Voy corriendo a casa de los López y de los Martínez para enseñárselo... Quiero que lo sepan de primera mano. Para que vean que soy yo realmente de quien hablan los medios. También se lo tengo que decir a los Ramírez, a los Pérez, a los Domínguez... ¡Me voy corriendo! ¡Adiós!
Juan se coló el abrigo y la bufanda y, lleno de alegría, con aire de triunfo, salió apresuradamente a la calle.

sábado, 9 de septiembre de 2017

"Matadero Cinco: un soldado perdido en el tiempo" por Grace Morales



Alemania, febrero de 1945. La ciudad de Dresde era un gigantesco hospital de campaña, sus edificios, convertidos en refugio para los heridos del frente oriental. El abastecimiento de comida, cada vez más escaso. Muchas fábricas ya habían sido destruidas por las bombas aliadas. Pero Dresde mantenía un nudo ferroviario que podía dañar los intereses soviéticos, cuyo ejército ya se encontraba a las puertas de Silesia. La inteligencia británica decidió reabrir la Operación Thunderclap del 44, rendir por aire los enclaves del oeste, pero esta vez solo las ciudades más importantes. Para acelerar en el tiempo el final de la guerra, decidieron bombardear Dresde, conocida como la Florencia del Elba por la enorme cantidad de museos y monumentos, una ciudad repleta de belleza. La noche del 13 de febrero, los pathfinders británicos arrasaron Dresde en dos oleadas de bombas incendiarias. Dejaron casas y seres vivos consumidos por una lluvia de fuego gigantesca que succionó el oxígeno e hizo explotar todo lo que había debajo. Al día siguiente, los cazas norteamericanos dejaron caer otras tantas toneladas de bombas sobre diversos objetivos en la ciudad y sus alrededores. A causa de la nube de humo y las condiciones climáticas, algunas bombas se desviaron, llegando hasta Praga.

Durante mucho tiempo, este episodio del fin de la Segunda Guerra Mundial quedó oculto por los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki del verano del 45. Pocos datos se ofrecieron con precisión, especialmente el número de víctimas. Eran casi todos civiles o soldados heridos y la ciudad, su centro urbano, un lugar de gran valor histórico que no poseía interés militar alguno, salvo la venganza del mando británico por los raids alemanes. Los libros hablaron de ciento treinta mil personas muertas, mientras que las cifras oficiales oscilan entre las veinticinco y las sesenta mil. Las pocas imágenes que hay de Dresde tras los bombardeos son terribles, y cuesta imaginar la reacción de los escasísimos supervivientes.

Por puro azar o broma del destino, uno de esos supervivientes fue un soldado norteamericano. Dejémoslo más bien en un crío de diecisiete años, sin la más mínima habilidad militar, que había sido hecho prisionero por los alemanes en Bélgica y trasladado a Dresde para trabajar en una fábrica de jarabe para preparados de vitaminas. Se salvó de morir en estos pavorosos ataques porque corrió a esconderse con sus compañeros en un enorme almacén de carne del antiguo matadero de la ciudad, donde los alemanes los tenían confinados, excavado en la piedra bajo la ciudad. El Matadero n.º 5. El prisionero se llamaba Kurt Vonnegut y venía, sí, de una familia de inmigrantes alemanes que se habían instalado y prosperado en Minneapolis. Ya convertido en escritor, tardó veinte años en llevar a una novela lo que había vivido aquellos días en Europa. Sobre todo, lo que vio nada más subir del improvisado refugio, entre el telón de humo que tapaba el sol. Lo que quedaba de Dresde. Según él, no había mucha diferencia entre la superficie de la Luna y aquello, salvo que el suelo estaba caliente y los pies se hundían en una papilla de cenizas.

Un escritor con semejante experiencia a sus espaldas podría haber aprovechado para formar parte de la lista de autores que han retratado estos acontecimientos, aunque desde distintas posturas ideológicas, siempre con una mirada épica sobre la batalla y sus trágicos desenlaces (desde Jünger a Hemingway). Pero Kurt Vonnegut no era un escritor como ellos. Sus recuerdos de la Segunda Guerra Mundial suponían un peso que le resultaba imposible de reproducir con palabras. En el primer capítulo de Matadero Cinco, que sirve como asidero explicativo de donde parte esta increíble historia, Vonnegut expone la dificultad que le supuso describir lo indescriptible, la contemplación de una ciudad destruida hasta los cimientos, confundiéndose el polvo de los edificios con el de los huesos de los muertos, o cómo antes de llegar a Dresde pasó unos días infames en un campo de concentración para soldados, donde se alumbraban con velas hechas de sebo humano. En el estilo satírico que le hizo mundialmente famoso, el autor explica que él quería hacerse rico con un libro en esa tradición de la literatura bélica, pero tras escribir cientos, miles de páginas, no le salía. ¿Cómo era posible escribir sobre una matanza de este calibre? En sus propias palabras, «No se puede decir nada inteligente».

También deja clara la intención en estas primeras páginas. La novela puede y va a ser muchas cosas, pero por encima de todo es un desesperado alegato antibelicista, una narración que mostrará un mensaje mil veces repetido, pero no por ello escuchado lo suficiente: el absurdo, más trágico que la propia muerte, de las campañas militares. La sucesión de hechos espantosos y situaciones ridículas, a la que vez que idiotas, no exentos de comicidad que rodean a cualquier enfrentamiento de esta clase. Los seres humanos lo sabemos, pero volveremos a la guerra una y otra vez, en un ciclo imperturbable de locura y desgracia.

Matadero Cinco tiene otro título: La cruzada de los niños, en referencia a la edad de los soldados que, como Vonnegut, participaron en la batalla de las Ardenas. En ese primer capítulo nos muestra otros ejemplos de fanatismo loco, por ejemplo, la «cruzada» medieval en la que se embaucó a miles de niños que creían que iban a luchar en Tierra Santa, cuando en realidad, y después de un viaje penoso, serían vendidos como esclavos en África. A lo largo del libro aparecerán mencionados títulos de novelas muy célebres ambientadas en una guerra y más casos de traumas, como el del escritor Ferdinand Céline, quien, tras ser herido en la Primera Guerra Mundial, quedó perturbado, obsesionado por el tiempo y la muerte. El autor también se detiene en la historia de Dresde y repasa sus etapas de esplendor artístico, así como anteriores episodios de destrucción, como el incendio de la guerra de los Siete Años, en el que también quedó reducida a escombros. Igual que fueron devastadas Sodoma y Gomorra, con una lluvia de fuego. Vonnegut incide de esta manera en el aspecto cíclico de la historia, en la incansable e imbatible estupidez humana y la inevitabilidad de los acontecimientos. Las tres ideas sobre las que está construida Matadero Cinco.

Pero esa novela convencional sobre la guerra termina en el capítulo primero. A continuación se despliega una historia que tiene más que ver en el tono con crudas narraciones picarescas, tipo El aventurero Simplicíssimus(Von Grimmelshausen, 1668), o sátiras contemporáneas de Matadero Cinco, como la novela Trampa 22, de Joseph Heller (Catch-22, 1961). Esto es algo totalmente diferente. Vonnegut describirá las penalidades del soldado adolescente desde que es lanzado en paracaídas sobre algún punto de Luxemburgo en el invierno de 1944, pero no se limita a estos hechos, sino que pondrá delante de nosotros la vida entera de su protagonista, porque esta experiencia resonará y volverá a lo largo de todos los días, para que intentemos comprender con él de qué manera ha cambiado su percepción del mundo, cómo se ha trastocado su mente y la realidad. Y nos lo narra de forma no lineal sino a saltos temporales, tal y como los vive Billy Pilgrim, el alter ego de Kurt Vonnegut en la novela. El autor se desdobla en este personaje, muy típico de su literatura, un pobre hombre sobrepasado por las circunstancias, pero además se reencarna un par de veces a lo largo de la narración, apareciendo como él mismo y como el veterano escritor de ciencia ficción Kilgore Trout. Trout, uno de los más celebrados personajes de Vonnegut, está inspirado tanto en él mismo como en su amigo el escritor Theodore Sturgeon(llevando al límite la broma, el autor Philip José Farmer publicaría en forma de novela del espacio uno de los títulos que Vonnegut atribuye a Trout en su novela Dios le bendiga, Mr. Rosewater (1965), con ese mismo seudónimo: Venus en la concha, en 1975). El personaje del señor Rosewater, por cierto, también aparece en Matadero Cinco, un recurso habitual. De esta forma, escritor y personaje recorren un ciclo de realidad-ficción congruente con el de espacio-tiempo.

El soldado Pilgrim (‘peregrino’) experimenta en plena batalla un extraño fenómeno. Es capaz de ver su vida pasada y futura, puede sentirse y verse antes de nacer, saber cuándo y cómo va a morir, qué pasa después de la muerte, así como revivir episodios de su pasado o contemplar con todo detalle experiencias de su futuro. Una explicación racional a estos viajes en el tiempo la daría cualquiera, aludiendo a una herida de guerra o un profundo shock traumático, pero eso es lo de menos, porque la capacidad de Billy Pilgrim de ver el tiempo y ser consciente de que todo está escrito es la filosofía de Vonnegut que subyace en Matadero Cinco. Un determinismo fatalista del que solo cabe aprovechar los escasos momentos felices.

Desde la batalla de las Ardenas, Billy Pilgrim entra y sale de diferentes épocas de su vida con un parpadeo. Lo hace de tal forma que puede presenciar el momento de la muerte de su padre o volver a un instante de sus días como bebé. Así, vuelve a repetir de forma infinita todos los instantes de su vida. En un contrasentido humorístico, se dedicará profesionalmente a la gestión de una cadena de ópticas (un cargo millonario que recibe, de forma totalmente casual, de su yerno) y está empeñado en hacer que sus compatriotas obtengan una visión clara del mundo. Él, que ve las cosas de esta forma tan peculiar. Y si lo de los viajes en el tiempo ya es extraño, cuando Pilgrim es un hombre maduro, casado y con dos hijos, van y aparecen los extraterrestres. No aparecen de forma casual: es durante la fiesta de aniversario de su boda, y en un instante que hace saltar la emoción que el protagonista ha estado guardando desde los días de la guerra, cuando Billy es abducido por una nave espacial y es trasladado al planeta Tralfamador. Allí, los extraterrestres, unos seres de medio metro que parecen desatascadores puestos al revés, pero de color verde, encierran a Pilgrim con una famosa actriz de Hollywood, ambos desnudos, en una cúpula geodésica del zoo, para que los tralfamadorianos se entretengan observando las curiosas costumbres de los dos terrícolas, y a cambio le ofrecen información acerca de su mundo y la sabiduría que han acumulado tras recorrer el universo. La cúpula fue un invento de Buckmisnter Fuller, el arquitecto visionario que desarrolló soluciones para un planeta sostenible y creía que la guerra desaparecería. Será uno de los pocos lugares felices donde viva Pilgrim, que desde los episodios de la guerra vagará por su biografía sin tener conciencia de lo que hace. Se casa con una mujer a la que no quiere, sus hijos serán dos extraños y los acontecimientos del mundo habrán dejado de tener el menor interés.

La novela se desliza por la ciencia ficción, no como simple recurso cómico para aligerar la terrible experiencia del soldado Pilgrim, sino como la única salida que el escritor y también protagonista de los acontecimientos de Dresde encuentra para dar sentido a una vida absurda que culmina en la muerte. En el psiquiátrico donde es recluido tras volver a casa, Billy Pilgrim canaliza sus pesadillas en la lectura de las space operas de Kilgore Trout, el veterano escritor de sci-fi que no ha logrado el éxito comercial. Las historias de robots e invasores del espacio se mezclan con los acontecimientos de la vida de Pilgrim, que son, a su vez, los hechos de la biografía de Vonnegut. Como otros compañeros de generación (Robert Sheckley), el autor escribió la mayor parte de sus libros en clave de ciencia ficción, con un profundo mensaje crítico sobre la sociedad estadounidense. Los mensajes religiosos del cristianismo se subliman en relatos pulp sobre máquinas del tiempo, sus experiencias en Tralfamador se convierten en un novela de Trout titulada El gran tablero, los marcianos devienen en dependientes de librerías de revistas porno, y los militares son constantemente ridiculizados, por ejemplo, a través de Joseph W. Campbell Jr., el histriónico jefe de los Free American Corps, un desertor que se ha pasado a los nazis para luchar contra los comunistas y quiere devolver a sus compatriotas el orgullo perdido. (Salvo en el uniforme y una fantasía como de superhéroe entre cowboy y mando de las SS, el discurso recuerda y mucho al actual presidente de los Estados Unidos. Recomiendo vivamente la novela de Vonnegut donde Campbell es el protagonista absoluto, Madre noche [1961]).

Matadero Cinco se cierra en uno de sus numerosos círculos. Las últimas páginas son las más duras, un viaje a un planeta de sabios tralfamadorianos que conocen la cuarta dimensión. En ellas se revela el corazón de las tinieblas de este viaje del soldado Pilgrim. No se encuentra al final de su vida, sino justo al principio, cuando él y los supervivientes de la destrucción de Dresde tienen que cavar entre las ruinas y encontrar a los muertos, miles de cadáveres reunidos bajos refugios inútiles. La muerte es un absurdo inevitable que solo pueden controlar ciertas entidades extraterrestres con conocimientos superiores a los nuestros. Los seres humanos podemos sobrellevarla de diversas formas —con la religión, el amor a los semejantes, la locura, los tebeos de ciencia ficción o el existencialismo filosófico—, pero lo que no se puede superar son los efectos de la guerra.

Así es la vida

La novela se publicó en un momento crucial de la historia. Kennedy y Martin Luther King habían sido asesinados y la guerra de Vietnam era duramente contestada en la calle. Un relato sobre un episodio tan espantoso, que la opinión pública no conocía, escrito con la mirada sabia y humorística de su autor, en el mejor estilo de escritores como Mark Twain o Cervantes, le convirtió en un ídolo de la contracultura. Por ser «antiamericana», «ofensiva en el lenguaje» y posiblemente también «comunista», Matadero Cinco fue y sigue siendo perseguida por la censura (en algunos lugares de Estados Unidos han llegado a quemarla en público), pero es una obra a la que hay que volver, por el valor literario y por el testimonio personal. Kurt Vonnegutmurió hace diez años, pero yo también creo en la noción del tiempo tralfamadoriana. Las ideas e imágenes de su obra son momentos únicos que permanecerán siempre y al mismo tiempo. And so it goes…