"¡Cuánto penar para morirse uno!", cuánto y cuánto. Nunca como ahora, Miguel, he sentido tan hondos a los poetas y a los músicos. Me recreo en la pena, en esa pena que vuelve cada cierto tiempo, inmisericorde, sin visos de abandonarme, sin reparos en romper todo lo que toca. De pequeño lloraba por el dolor de oídos, me reventó la hernia y mi madre penaba de médico en médico para que me inyectaran antibióticos con que salvar a su niño escuálido y cabezón. Desde esa primera niñez de dolores físicos, no había llorado tanto y, desde luego, nunca con tanta frecuencia como ahora. Me basta esconderme en el aula, Miguel, escuchar ciertas músicas o leer ciertos versos y reventar de pena, reventar de melancolía, reventar (eso quisiera yo). No, este llanto poco tiene que ver con aquel del niño enfermo. Uno se rompe, se deshace, se derrama y apenas te permite escribir, apenas, porque la pena te inunda, se desboca, Miguel, tú lo sabes bien. Me recreo con esta pena despiadada, necesito oír a los poetas, la música, necesito destrozarme las entrañas para que no me reviente el alma, para desaguar la pena... "tanto penar para morirse uno". Me gusta sentir cómo corre la humedad de las lágrimas por las mejillas, notar el moco de agua labios adentro. Y sobre todo prefiero hacerlo aquí, en el aula, donde ella pasaba sus horas, donde tanto y tanto vivió, donde era maestra, donde era. Ya no somos.
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viernes, 31 de marzo de 2023
¡Cuánto penar para morirse uno!
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