sábado, 6 de marzo de 2021

Tebeos




Cuando era chico

leía tebeos,

los devoraba.

Iba con ilusión

al quiosco de Mecherete

y con dos reales

alquilaba un Tiovivo

o un Pulgarcito.

Aún recuerdo

la emoción

de leer un ejemplar

desconocido,

sin mancha,

recién sacado de la imprenta.

No era verdad,

todos esos tebeos,

andaban ya muy manoseados,

pero si no los habías leído.

los abrías como nuevos,

como regalos de los dioses.

Mortadelo, Carpanta, Zipi y Zape,

Rompetechos, 13 Rúe del Percebe,

Agamenón, las hermanas Gilda,

Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte,

Pepe Gotera y Otilio,

Gordito Relleno,

doña Urraca, don Pío,

el botones Sacarino,

don Pelmazo, la familia Ulises...

No hay delincuente mayor que la memoria,

te da el cambiazo.

Te usurpa tu verdadero pasado,

agrio, de pantalón corto y rodillas ensangrentadas,

de temores y orines que escuecen,

por otro de historias cómicas,

detectives ridículos, gemelos gamberros,

hambrientos con bigote, viudas con paraguas,

muchachos con uniforme...

No, la vida en el pueblo, no era de papel.

Para conservarla,

hacían falta los bloques de hielo de Gilete

y para tragarla,

el vino a granel de la cooperativa.

Bebíamos muy jóvenes,

porque la matanza del cerdo

era difícil comprenderla serenos.

Los padres eran muros de piedra

que arreaban las costillas al menor indicio

de rebeldía.

Las madres, mujeres silentes,

sometidas a la maldición

del matrimonio.

Sacarino y Otilio

sabían

cómo ocultar el miedo

en el sótano.

Agamenón,

con su 54 de pie,

me hacía reír

y sepultaba a la mujer de las inyecciones

en un agujero del campo.

Todo eran miedos, bicicletas y pelotas de fútbol.

La infancia no fue como la recordamos,

por suerte (o por desgracia),

los tebeos han adulterado la memoria

de tal forma,

que ya no sé si mi madre cocinaba el pollo de Carpanta

o si las patillas de Pantuflo Zapatilla eran las de mi padre.

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