martes, 11 de agosto de 2020

Veranos viajeros: el chigre de Delfina


Delfina es una mujer mayor que regenta el chigre más antiguo de Cangas de Onís. Estos despachos de sidra reconvertidos en tabernas tienen un parentesco directo con los tabancos de Jerez, antros oscuros, de respirar hondo, sin lujos metálicos, que se prestan al trago corto y a la charla tendida. En la bodega de Delfina no hay pantallas de televisión, ni máquinas tragaperras, ni siquiera una tablet. Solo un escanciador rústico de sidra, un mortero de bronce y una mesa camilla con dos sillas, una para ella y otra para el cliente que le apetezca escucharla. El mostrador es de madera tambaleante y el botellero, que flanquea la barra, va del suelo al techo. El mayor atractivo del chigre no es su aspecto decadente, sino la charla de Delfina. Solo estuve durante unas copas allí, sin embargo, su dueña me descubrió en un breve relato el esnobismo del turismo moderno. Delfina está muy contenta de que los Lagos de Enol y Ercina hayan dado tanta popularidad a la zona y de que vaya tanta gente de vacaciones a hacerse un selfi en el final de etapa más conocido de la Vuelta a España. Pero sonríe con sorna cuando habla de la peregrinación masiva a ese paraje. Delfina no juzga ni se postula ante el cambio de los tiempos, solo cuenta historias esclarecedoras. 

En los años cincuenta, una señorita de la alta sociedad de Cangas tuvo el capricho de casarse por amor con un guaje del pueblo. Ambos decidieron que su relación era tan exclusiva que, para el viaje de novios, debían elegir un sitio especial, no Biarritz, ni el Sardinero, como era costumbre entre las élites del momento. Se fueron de luna de miel a los lagos de Enol y de Ercina. Su decisión motivó la mofa y la befa del pueblo. Todos creían que ese matrimonio no iría a ningún lado porque a nadie se le ocurría entonces elegir parajes tan vulgares teniendo posibles. Aunque el paisaje no cambie con el tiempo, la perspectiva desde el que lo contemplamos la dibujan las modas. Esto no lo dijo Delfina (que en realidad se llama Esther), pero la sentencia se podía extraer de su gesto risueño.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario