El hecho de que se interrumpiera la educación reglada no habría supuesto mayor problema para el Estado. Formar al pueblo ha sido siempre algo secundario y peligroso. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a mantener cerradas por más tiempo las aulas. Muchos padres y madres ya no aguantaban a sus niños en casa. Habían convivido estrechamente seis meses con ellos y pocos están preparados para aguantar a un adolescente, tampoco a un infante, tan cerca durante tanto tiempo. La decisión de retrasar la vuelta sí que habría provocado una rebelión contra los pretendientes. Sí, había algunos padres que no estaban dispuestos a escolarizar a sus niños sin todas las garantías sanitarias, pero eran los menos. Se presentaba por tanto un peliagudo dilema: había que abrir las escuelas sin retardo, atender las normas sanitarias básicas que conllevaba la peste e invertir lo menos posible en personal. La solución, aceptada por unanimidad, fue comprar muchos hidrogeles y muchas mascarillas (más baratos que los profesores). Ese era el plan. Se corría el riesgo de que todo saltara por los aires si se disparaban las estadísticas de contagios. Ningún problema. Los pretendientes de las taifas culparían al gobierno central y el central a los gobernadores de las taifas.
Telémaco conoció por Atenea, la de los glaucos ojos, las decisiones de los pretendientes y partió hacia tierras lejanas, abandonó su lugar y su trabajo de profesor, esperanzado de que en algún territorio extranjero se cuidara un poco más la formación de los jóvenes.
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