Canta, oh musa, la peripecia de vuelta al cole en plena pandemia.
La de los ojos glaucos, la diosa Atenea, protegía con mano firme al viejo Telémaco. Ya muerto su padre, el poliédrico Ulises; y muy anciana su madre, la paciente Penélope, Telémaco, el de la pluma afilada, se enfrentaba de nuevo, como en su juventud, a los desmayados pretendientes. En esta ocasión, no ansiaban el matrimonio con Penélope, sino administrar el sistema educativo del que se habían hecho cargo hacía ya muchos lustros. Telémaco, ahora profesor de secundaria, esperaba con ansia las directrices de los pretendientes para preparar su vuelta a las aulas en plena pandemia. Ellos, como hicieran cuando esquilmaron las cráteras de Ulises, bebían y comían hasta hartarse a costa del erario, sin hacer nada por ganarse el sustento que se les proporcionaba. Engordaban y los párpados apenas les permitían abrir los ojos. Los pretendientes, encargados por la ciudadanía para trazar un plan de vuelta al cole, habían sesteado durante todo el verano y, espoleados por los medios de comunicación, por los padres y por el pueblo en general, decidieron, por fin, reunirse.
Negros cuervos sobrevolaban el atrio donde se organizó el encuentro. Los augures predijeron que nada bueno se avecinaba a la vista del vuelo nervioso de sus oscuras alas. Llegaron de cada una de las taifas de la península en lujosas naves, arrastrando sus enormes posaderas, lastrados por la gula y la pereza. Todos, incluido Telémaco, el de la pluma afilada, esperaban las decisiones de los pretendientes. Un viejo augur leía las vísceras de un conejo. El liviano maloliente reveló lo que todos ya sabían: era muy tarde, solo quedaba una semana para instalar a los alumnos en sus pupitres y, cualquier medida que tomaran sería puesta en marcha con precipitación y sin presupuesto. La de los glaucos ojos, Atenea, pidió a su padre, el omnipotente Zeus, que la ayudara, porque se avecinaban tiempos que ni siquiera ella, la de los pies alados, se veía capaz de controlar. CONTINUARÁ.
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