lunes, 3 de julio de 2017

Emilio Lledó: "Hay que hacer mentes libres" por Tereixa Constenla



Ser el sabio oficial de un país es agotador. Todos, todo el rato, quieren una frase redonda, una enseñanza iluminadora, una conferencia memorable. Emilio Lledó (Sevilla, 1927) dice que está aburrido de escucharse a sí mismo. Pero no lo está. Sabe que solo a través de la palabra puede incitar a la reflexión. Y en hacer pensar está desde que se convirtió en profesor de Historia de la Filosofía: “Creo mucho en la cultura, en el sentido técnico de la educación, de hacer una persona crítica, y al mismo tiempo la educación es también unos modales. Por eso la Educación para la Ciudadanía es fundamental. No se trata de enseñar asignaturitas, sino de hacer pensar”.

En Dar razón (KRK), el libro que resume 50 años de entrevistas con el filósofo y académico, se aprecia esa pervivencia de sus afanes: “Se ve que tengo las mismas obsesiones”. Si en 1965 lamentaba “la estrechez de muchos de nuestros planteamientos pedagógicos”, en 2017 censura “la proliferación de colegios privados que rompen el principio de igualdad”. La devoción de ayer hacia los libros de texto se ha trasladado hoy a los ordenadores. Ni unos ni otros, por sí solos, enseñan a pensar.

En este ejercicio de revisión que propone la obra –editada originalmente en 1997 por la Junta de Castilla y León-, Lledó recupera el prefacio original, donde abordaba la dificultad de trasladar el carácter de lo oral a lo escrito, "la gran transformación a la que obliga el paso de la siempre cálida, redonda, articulación de cada sonido, hacia ese espacio plano de una escritura que no ha sido escrita, que fue hablada y oída 'al aire de su vuelo' y que tendría que forzar la conversión de un lector en un nuevo e imprevisto oyente.

Eran tiempos difíciles con algo bueno: la confianza en que el futuro era la tierra prometida. “He vivido la guerra y el franquismo, tengo una experiencia muy larga de esperanzas y desesperanzas. Cuando era profesor en La Laguna, Valladolid o Barcelona había la esperanza de que las cosas iban a mejorar. Y, de alguna forma, algo de franquismo sigue. El nombre de democracia sirve a mucha gente, a aquella a la que se refería aquel cartel que, durante la guerra civil, se veía en algunas calles ‘No pasarán’. Pero pasaron y, con todas las variaciones que sean, siguen pasando”.Tras la relectura, Lledó no ha sentido incomodidad. “Me reconozco en él, aunque en este libro era como si me desnudara un poco. Reconocerse en el pasado y encontrar en él una cierta coherencia siempre da alegría”. Coherencia y coraje para explorar territorio movedizo en 1970. Un periodista de El Día de Tenerife formula como quien no quiere la cosa: “Ya que habla usted de los griegos sería muy conveniente que habláramos de la democracia”. Entrevistado y entrevistador entran al pantano. “La gente ha hecho caso a eso que desde chicos nos enseñan: ver, oír y callar”, añade el primero. “Sí”, responde Emilio Lledó, “y no hay nadie que se levante a decirle al basileus (gobernante) que no está de acuerdo con sus decisiones…”.

Y no es que el profesor piense que todo es lo mismo: “En estos años de democracia se han logrado cosas importantes; pero tal vez se ha tenido miedo al recordar la historia inmediata o al comprobar que, como en el 23F, podían caer amenazas de golpes de estado. Ha habido cosas traídas por la democracia, como la libertad de expresión, aunque no vale para nada si solo sirve para decir imbecilidades. La verdadera libertad de expresión es la que procede de la libertad de pensamiento. Lo que hay que hacer es mentes libres”.

¿Y no le tentó la política para transformar la educación? “No nunca. Habría sido tan radical que no habría durado ni dos días. Por ejemplo, pienso que el dinero no puede, en democracia, marcar las diferencias de la educación. Soy un adicto a la enseñanza pública”.

Pero Lledó es poco dado a la desesperanza profesional. “La vida me da la vida. Yo no me aburro. Estoy feliz en mi trabajo”. Rodeado de 10.000 libros, escribe en un despacho donde conviven los retratos de Aristóteles y Kant con los de sus hijos y nietos. Acaba de recibir tres obras suyas traducidas al francés y un ejemplar de Imágenes y palabras, que acaba de reeditar Taurus, uno más de la larga treintena de libros que ha escrito. Cree que podría haber publicado algunos más con algo de pragmatismo y ayuda. A punto de cumplir 90 años, después de haber recibido el Nacional de las Letras y el Princesa de Asturias de Humanidades, sigue con ganas de aportar. Su nuevo ensayo abordará aspectos de la identidad, la intimidad, la ideología y el afecto. “Me siento querido por muchos exalumnos. Pienso que he sido profesor y me ha gustado lo que hacía. Tal vez he contagiado ese gusto. Sentía que lo que hacía era importante, no porque lo hiciera yo, sino por la educación”.

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