sábado, 15 de octubre de 2016

"Ante la santa indignación" por José Andrés Rojo


Algo hay de voz que truena en los artículos periodísticos de Rafael Sánchez Ferlosio, pero solo algo. Porque también hay humor y esa actitud, un tanto traviesa, del que va a entrar en distintas materias para hurgar en sus recovecos y molestar. Ferlosio parte habitualmente del enfado que le produce el mal uso de las palabras y de toda esa parafernalia de la que se sirven cuantos se afanan en poner en circulación mercancías fraudulentas. Le molesta que se llame encuentro a lo que, en todo caso, fue un encontronazo entre culturas cuando se produjo el descubrimiento de América. Le molestan los nacionalismos que sostienen sus diferencias en la imposición de los rituales que las consagran (abomina de la identidad). Le molesta que el terror pretenda exhibir unos objetivos cuando se sostiene en el culto de los medios, las gestas del terrorista. Le molesta el victimato que se engalana de medallas postizas. Le molesta que se exhiba la cultura como un escaparate mientras se mutilan los medios para que se difunda. Le molesta toparse una y otra vez con los ortegajos de Ortega. Así que esa voz truena, pero luego cuando va entrando en materia es la escritura la que marca el paso, y es esa escritura la que va incorporando —en sus largas frases llenas de subordinadas— observaciones, referencias, hallazgos, bromas o sugerencias que convierten cada pieza en un lugar donde la batería de argumentos termina por desnudar todas las astucias con las que se van levantando los falsos ídolos de nuestro tiempo.

Salvo acaso en lo que se refiere a ETA y a los GAL, que han dejado ya de ocupar las primeras páginas, las reflexiones de Ferlosio siguen retratando con agudeza e inteligencia las miserias —políticas, sociales, ideológicas y culturales— de este país. Pero ni siquiera vale la salvedad: sus apuntes sobre la naturaleza del terrorismo resultan hoy indispensables para entender mejor esta época de terror. Ferlosio, sin embargo, no se engaña, y reconoce con una lucidez melancólica la inutilidad de su trabajo: “Predicar una nueva fe entre practicantes de un viejo culto animista, tibio y desgastado puede ser un propósito con esperanza de éxito, pero proponer el escepticismo y el agnosticismo entre gentes entusiasmadas y enfervorizadas con sus propios dioses patrios no solo parece tarea desesperada, sino también el mejor modo de atizar el fuego, ya que para la llama de la creencia no hay mejor leña que el hostigamiento, porque permite inflamarse a los creyentes en eso que suele llamarse santa indignación”. Los dioses patrios son de distinta especie, pero ese fervor infantiloide con que en estos días se celebran las posiciones propias como la mayor conquista permanece intacto, si no exacerbado. Haber convertido la corrupción en uno de los grandes espectáculos políticos y televisivos ha venido a confirmar lo que ya criticaba en 1990: “El escándalo, lejos de ser estímulo liberador que incite a los particulares a irrumpir hacia los negocios públicos, funciona justamente como un opio que les permite conformarse, sin saberlo, con su privacidad”. Luego está esa manía de convertir la actividad política en una “huera y redundante contienda entre sujetos” mientras, como afirmaba en 2002, “su genuino objeto, el trato con las cosas, quedaría abandonado a la incompetencia y al azar”. Y, bueno, Ferlosio no oculta el malestar que le produce todo aquel que “bramando enardecido en santa ira” no duda en apurar “hasta la última gota la ocasión de cargarse de razón".

Gastos, disgustos y tiempo perdido recoge las colaboraciones periodísticas de Ferlosio (las hay de 1962, pero cubren sobre todo el periodo que va de 1978 a 2012, algunas de ellas excepcionalmente largas) y muestra sus variados registros, sobre todo el de articulista, pero hay también crónicas políticas y taurinas, un reportaje y una entrevista; incorpora algún prólogo y algún pregón, e incluye su ensayo crítico sobre la conquista de América, Esas Indias equivocadas y malditas. Algunas expresiones afortunadas, como esa de “la santa indignación” o como las de “cargarse de razón”, “sentimiento justiciero”, “victimato” o “barniz de monumentalina”, van emergiendo a lo largo de sus aproximaciones a un puñado de cuestiones: los nacionalismos, el terrorismo, las fiebres identitarias, el fariseísmo político y social, el papel del Ejército y la policía en la naciente democracia española, la omnipresente razón de Estado, la concepción de la cultura como patrimonio, la corrupción. La época de Suárez, la llegada de los socialistas y su deriva posterior hasta aterrizar en la infamia del dóberman, el triunfo de Aznar, las cosas de Zapatero: Ferlosio va ofreciendo un sofisticado y brillante diagnóstico sobre la historia reciente de España. Nada le es ajeno, ni el caso Miró, ni las cuitas del GAL, ni el narcicismo abertxale, ni siquiera la bobalicona entrega de Nancy Reagan a la elección de su marido como presidente de Estados Unidos. Hay tantas joyas que solo vienen a confirmar que la mejor literatura está también en los periódicos.

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