(...)La historia de Casandra, registrada en las epopeyas de Homero y Virgilio,
también alimenta la idea de que nuestra cultura es intolerante a la
intervención de las mujeres en política y misógina desde la raíz. El
dios Apolo concedió a Casandra el don de predecir el futuro, pero después de
que ella le diera calabazas la maldijo para que nadie creyera una palabra suya.
Lo hizo, atención, escupiéndole un salivazo en la boca. Los troyanos, incluida su
familia, empezaron a tratar a Casandra de orate y no hacían ni puñetero caso de
sus predicciones, ni siquiera cuando advirtió que la yegua que los griegos
habían dejado en la puerta estaba preñada de catástrofe. La consecuente
destrucción de Troya también desencadenó el final de Casandra, empezando por su
violación y secuestro. No conviene olvidar que la caída en desgracia de un
héroe de la mitología clásica rara vez obedece al azar. Hablando rápido y mal,
Casandra fue castigada por lenguatera.
El pintor inglés Solomon Joseph Solomon ofreció su
visión de esta historia en el lienzo La
violación de Casandra (sugiero que se acompañe la lectura de los
siguientes párrafos con el corte 12 del disco Rid of Me de PJ Harvey,
titulado «Me-Jane»).
El cuadro de Solomon recrea el asalto de Ajax el Menor sobre la princesa de
Troya, que hace un intento desesperado por no perder contacto con la efigie de
Atenea para permanecer bajo su protección. La obra es espectacular, aunque algo
disparatada desde el punto de vista de la física: tanto el asentamiento de los
pies del soldado griego como el del brasero volcado de la parte inferior son
deficientes. El escorzo del paño enganchado al pie de la estatua tampoco es muy
verosímil. Pero lo más interesante de esta pintura es el contraste entre el
físico de Ajax y su cara de pánfilo irredento. La pose se adelanta varias
décadas al estereotipo superheroico de los comic-books americanos: el
tórax erizado y el ángulo del puño derecho, junto con los pies mal anclados y
el remolino de la capa, le dan ese aire clásico (ahora, no entonces) de
Superman aparcado en gravedad cero. Su gesto, sin embargo, es de aburrimiento,
como el de una mula que ha pasado el día allombando sacos de cemento. Sorprende
esa distensión burocrática, casi oligofrénica, pero sobre todo ofende que la
obra sirva para glorificar la anatomía masculina cuando sabemos que esta viñeta
se resuelve con una violación. Curiosamente, la mise en scène se
repite en otra obra principal de Solomon, que años después pintó un san Jorge
en plena faena, rejoneando al dragón con la mano derecha mientras aúpa a una
mujer, otra princesa, con la izquierda. A pesar del paralelismo, podría parecer
que no hay lugar para una comparación moral entre los dos cuadros: en uno sale
un héroe, en el otro un villano. San Jorge está rescatando a Sabra mientras que
Ajax se dispone a abusar de Casandra en presencia de su diosa, pero os animo a
observar la actitud idéntica de los dos supermachos y el papel de bulto
transportable de ambas damiselas, y después a buscar similitudes entre uno y
otro desenlace.
El riff de «Me-Jane», contundente y flexible como una
fusta, es uno de los mejores que ha escrito PJ Harvey. El color tribal de la
percusión y la voz que aparece por detrás del último estribillo son solo dos de
muchos elementos memorables que adornan la canción. La letra relata los
esfuerzos de una mujer doblada de dolores menstruales por mantener a raya a su
correspondiente Tarzán, un Maciste sobreexcitado e incapaz de ensillar sus
instintos. Mientras Tarzán se columpia («Aparta de ahí, ¿no ves que estoy sangrando?»)
Jane dibuja una línea en la arena: no intentes domarme como si fuera un animal.
No soy un potro de gimnasia para que me saltes encima («Estoy intentando
encontrarles sentido a tus gritos»). Hace tiempo que asocio el gesto de
desconexión del Ajax de Solomon con la pesadez machuna del Tarzán de PJ Harvey,
y ambos con la retribución de humildad debida a la mujer por una afrenta tan
vieja como la palabra escrita (mínimo) y la responsabilidad que tienen músicos,
escritores y artistas contemporáneos de hacer aportaciones cabales en favor de
una narrativa popular más equilibrada. La Jane de PJ Harvey es un recordatorio
muy eficaz de que la oposición activa es necesaria para que el privilegio se
haga visible incluso ante los ojos de necios y tarzanes.
Desde algunos frentes se defiende que la militancia feminista no
es cuestión de carné sino de conciencia, pero PJ Harvey siempre ha rechazado de
forma explícita su adhesión. En consecuencia, hay gente que se ha sentido
inspirada por su personaje y su obra para criticarla a continuación por sus
palabras. Es interesante, sin embargo, considerar su aportación desde fuera del
perímetro ideológico, como alfa de una generación de músicos en la que la
visibilidad, como casi siempre, estaba muy cara para las mujeres. Ella fue el
talento natural que cortó el nudo gordiano sin romper a sudar, la aspirante que
se ganó el derecho a reinar sacando la espada de la piedra como si fuera un
cuchillo hincado en un melón. «Prefiero hacer cosas en vez de pensar en ellas»,
decía durante aquellos primeros años. Con el paso del tiempo se ha convertido
en una figura de culto, con una puesta en escena mucho más sobria y un discurso
más sosegado, pero su muthos sigue siendo claro y preciso. Hace poco
lo demostró recitando el
poema Ningún hombre es una isla, de John Donne, como
comentario personal a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. A pesar de
lo engañoso del contexto (caben muchos matices), no son tantas las
oportunidades que tenemos de ver a una mujer siendo ovacionada por un statement
de contenido político. El miasma sexista todavía es una realidad y las afecta a
todas de una u otra forma, pero en el contexto de una industria especializada
en banalizar todo lo que toca pocas voces demandan tanta atención y respeto del
público como la de Polly Jean Harvey.
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