martes, 15 de diciembre de 2015

Cosas que me encuentro en el buzón III


Ayer encontré un caracol en mi buzón. Un caracol vivo. No había cartas de amor, ni de amistad, ni de cortesía, ni siquiera había recibos del banco, ni propaganda del Chárter, ni folletos de los testigos de Jehová, tampoco multas de la DGT. Solo un caracol, vivo, un caracol. Una cáscara babosa pegada al fondo metálico, que no se dignó a sacar el cuerpo cuando le mostré la luz. Un caracol. Eso recogí ayer al descubrir el buzón. Siempre que lo abro, espero encontrar una sorpresa que me cambie la vida, siempre. No sé por qué. Es una esperanza tan frustrante como la de encontrar a un alumno o a un amigo amante de la poesía. Un caracol. Escondido en las profundidades de mi buzón. Huye de la sequía, del sol, de la propaganda electoral, de Bertín Osborne, de las novelas de Maxim Huerta, de las últimas películas de Almodóvar, de la gala de los MTV, qué sé yo. Es posible que solo lo haya espantado el burro que anda suelto en el pinar de al lado. Si no lo hubiera encontrado en un lugar tan emblemático, lo habría incluido en los ingredientes de la paella del domingo, pero todo lo que me encuentro en mi buzón me merece un respeto pese a las frustraciones que me provoca.Si me pongo en lo mejor, este caracol podría ser el augurio de un acontecimiento extraordinario. Las valvas, en la mitología clásica, eran indicio de fortuna. Al final he tenido que recurrir a la ficción, no hay esperanza para la realidad.    

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