sábado, 24 de octubre de 2015

De San Clemente a la playa de Barcelona I: la partida


¿Cómo conseguir en el mundo moderno, en el mundo de los viajes instantáneos, que un trayecto entre Cuenca y Barcelona se convierta en una odisea digna de Ulises? Tomen nota:
1. La emoción de lo imprevisto. Miguel (nuestro alumno aventajado) se ha dejado el DNI en casa. El autobús ya ha salido de la dársena (nunca había utilizado esta palabra). ¿Llegará su padre a Mota del Cuervo antes de que lo haga el autobús?, ¿conseguirá darle el carné a tiempo?, y lo que es más importante, ¿es verdad que los negros tienen las ingles blancas?
2. Ruta del Quijote en autobús de línea. Pese a la intempestiva hora de salida (5:45), vale la pena recorrer las ventas por donde don Quijote y Sancho deambularon. Eso sí, hay que imaginarlas desde el asiento del autobús, a través de la ventanilla oscura, porque es de noche y solo se ve la difusa luz de las farolas y la de los clubs de carretera.
3. Atasco urbano. Después de tres horas y media de aventura en bus, nada mejor que introducirse de lleno en la locura del tráfico madrileño. Solo los elegidos pueden saborear este singular canto a la estridencia y a la desesperación. Una hora y pico de embotellamientos, ambulancias del SAMU y un peculiar taxista de entrecejo poblado. Su aspecto enfermizo muestra falta de sueño y de estupefacientes.
4. Delicias de aeropuerto. El paraíso del paciente y del exhibicionista. Convertirse en carne de matadero y experimentar la sensación de un ternero a punto de ser descabellado es una delicia masoquista que se completa en la cabina del avión: sensación de claustrofobia, apiñamiento, sauna gratis sin toalla, ni partes pudendas a la vista. Las azafatas y un personaje de Telecinco surcan el pasillo mientras Miguel (nuestro alumno aventajado) busca el restaurante.
5. El placer de la llegada y el "ikeísmo". Once horas después llegamos a nuestro destino. A pesar de las esteladas, de la herrumbre nacionalista que alimenta los prejuicios de todos, la gente en Calaf sigue siendo gente. En Calaf, en Estambul y en Teatinos. Nos recibe en Barcelona una profesora jubilada que se desvive por nuestra comodidad. En Calaf nos acogen unos profesores que se desviven para que sobrebebamos y sobrecomamos (escalivada, butifarras y pan de pueblo con tomate; esto sí que es delicia nacionalista). Se desvive por nosotros la corporación municipal en un salón desangelado que más parece un cuarto trastero que un salón de plenos. En la pared, el retrato del ínclito Mas y una bandera estelada. El alcalde habla de la intención de la comarca de Calaf de independizarse de Igualada. Este proceso no tiene fin: la evolución llevará el independentismo hasta el cantonalismo y este podría derivar en el "ikeísmo" (cada uno como rey de su casa), lo que significaría que el último estadio (el más avanzado) de este proceso es el que ya ha alcanzado nuestro alumno aventajado (Miguel), de 16 años, al que su padre le lleva la leche a la cama. Sería pues el máximo exponente del "ikeísmo", un independentista de última generación.
Pero la gente sigue siendo gente, se muestran amables y se desviven por nuestra confortabilidad. De Lorca, de Sevilla, de Alcoy, de Barcelona, de Cuenca, todos bebemos vino, todos nos atropellamos en el primer contacto, todos mostramos nuestra naturaleza, todos gozamos al ver la fascinación de un pequeño pueblo por el teatro. Los vecinos de Calaf ha levantado un auditorio espectacular para disfrutar de la fiesta de los escenarios. Más teatro y menos televisión. Más vida y menos banderas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario