Julio es un sueño que se desborda con el fuego, con las noches de luciérnagas abrasadas y con el ulular del autillo en el bosque. La calima transforma a los animales y revive a los trasgos, aparecen las ninfas y surgen del restallido de la luna Titania y Oberon para adueñarse de las criaturas. Así lo creó Shakespeare, así nos lo recuerda en la magnífica representación de El sueño de una noche de verano montada por la compañía americana The Actors´ Gang, dirigida por el "inmenso" Tim Robbins. Es domingo, día de la decisión griega, día en que toda Europa mira a Grecia, el día en que sobre el escenario de Almagro dos parejas de atenienses van a buscar su suerte erótica en las profundidades del bosque, donde los esperan las maravillosas criaturas que jugarán con su destino hasta que se cansen o se compadezcan de ellos. ¿Casualidad o profecía?
Shakespeare es el teatro, es la vida, es el genio en su más espléndida versión. No puedo imaginar qué sensación produciría El sueño de una noche de verano en los espectadores de la época. Es una obra de ingeniería dramática perfecta, compleja, sorprendente, en la que se ponen en solfa todos los tópicos literarios y dramáticos de la época referentes al amor y a su tratamiento. Por la escena aparecen héroes griegos, personajes mitológicos, referencias satíricas al petrarquismo, a la concepción tópica del amor cortés, parodias del melodrama, de las novelas caballerescas, de Tristán e Isolda, burlas a los lugares comunes del teatro y del cuento (ese muro agujereado que valía para salvar cualquier obstáculo amoroso). Se pasa las reglas por el forro para reinventarlas, para sobrepasarlas y provocar en el público la estupefacción más absoluta. Y por encima de todo esto, la palabra: un gorjeo apasionado de profundas sentencias y alegres ironías.
La pasión erótica salta, se desmelena, pura broma, tan veleidosa como las flores mágicas que emplean los elfos para jugar con los humanos. El escenario se convierte en un bosque animado que no deja de proporcionar emociones. La convención teatral choca con la imaginación desbordada del bardo y se produce una eclosión que llega hasta lo más alto del graderío.
La plaza de Santo Domingo de Almagro, transformada en teatro, ha desaparecido, ha sido engullida por los dinámicos actores que sudan, bailan, cantan, lloran, ríen, sufren, gozan y se amartelan. Ellos son el escenario, el bosque, Atenas, el amor, el teatro, la vida. Una desbordada coreografía de casi tres horas disueltas en los minutos breves de un sueño. Al finalizar, la catarsis es absoluta. El público se levanta, grita, aplaude con fuego, jalea, aúlla. Hemos salido del sueño y quisiéramos volver a él. La gratitud rompe el sosiego de la noche almagreña. Los cómicos se rinden, algunos de ellos lloran, emocionados por las reacciones que han provocado. Solo Shakespeare bien entendido es capaz de alterar así las almas de la modernidad. El genio se cobra sus víctimas.
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