sábado, 4 de julio de 2015

Teatro en Almagro: "Enrique VIII o la cisma de Inglaterra" de Calderón de la Barca


Se apagan las luces. Se abre el escenario de la noche estrellada. Es Almagro. Los actores de la Compañía Nacional comparecen de nuevo sobre el escenario para excitar como nadie los sentidos de los espectadores. "Enrique VIII o la cisma de Inglaterra", una obra de un joven Calderón con demasiadas concesiones al poder. Pero son tantos los referentes que uno tiene sobre sus personajes: series de televisión ("Los Tudor", "Enrique VIII"), películas ("Elisabeth", "Las hermanas Bolena"...); que todo parece familiar. La leyenda del rey implacable y caprichoso que partió peras con el Vaticano se engendró muy pronto. No solo Calderón, también Shakespeare recogió un argumento histórico tan sabroso. Pero a Calderón le puede la juventud, las ganas de agradar a la corte española y a la Iglesia.Sí es cierto que el drama interno de Enrique, su desesperación al darse cuenta de que sus pasiones han malogrado su gobierno, apunta alto pero no alcanza la pieza. El espíritu de la Contrarreforma condiciona la peripecia dramática y malogra la dinámica teatral. Sin embargo, la Compañía Nacional de Teatro Clásico es capaz de exprimir una piedra y extraer vino de ella. El exquisito decir del verso y su transformación en palabra útil para la evolución de los caracteres; la escenografía, en consonancia con las pasiones desbordadas del rey y ajustada para que no sea más relevante que la palabra; la disposición escénica de los actores, el vestuario, las actuaciones (algunas de ellas subyugantes a pesar del abuso de tópicos en sus parlamentos), la música en directo... La obra se convierte en un espectáculo total, un bocado del barroco mordido con astucia y traído sobre la escena para que gocemos con arqueología viva. Cuando vemos los restos de una civilización perdida, suele recorrernos un escalofrío de melancolía. La Compañía Nacional revive las ruinas, las resucita, acciona los resortes de una sociedad perdida y nos la ofrece en bandeja de plata sobre un escenario impoluto, regio, sin fisuras.
Al acabar, se encienden las luces, se marchan los murciélagos del escenario y queda la sensación de haber asistido a un prodigio de magia y taumaturgia. El tiempo recobrado. En la plaza, verde de Fúcares, se respira el bullicio de julio en Almagro. La brisa de la noche ha expulsado al bochorno y refrescamos las gargantas secas de verano y la conmoción de los escenarios. Por los corredores del Parador nos cruzamos con Tim Robins. No soy mitómano, en absoluto, pero es curioso ver a los actores despojados de sus personajes, sin maquillaje, sin palabras. De todas formas, no puedo dejar de imaginar al americano atascado en un ventanuco del monasterio al haber intentado dar "el gran salto" o de camino a su ejecución en una silla eléctrica repujada de cuero. Los hombres no son más que hombres decía Pasquín, el bufón de Enrique VIII, ni siquiera son capaces de crear la más sencilla flor de un prado. No sé si estoy de acuerdo.  

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