miércoles, 15 de julio de 2015

FOTOS CON HISTORIA: "LA BENEMÉRITA" (Fotografía de Cristina García Rodero)


Cuando os lo cuente, no me vais a creer. Estos dos guardiaciviles tan serios, tan formales, tan en su papel de vigilantes del orden, son los dos hombres más delicados de mi pueblo. Fijaos cómo me han vestido, con una mitra de papel que ellos mismos diseñaron para el carnaval de Tarazona. En cuanto olió la fiesta, Mauricio (el del bigotón) desempolvó los patrones del "Burda" y, con paciencia de relojero, diseñó la mitra que veis, orgullo y gloria del carnaval. Lo tendríais que haber visto con el salto de cama que se pone para dormir; esgrimiendo la tiza de modista entre sus dedos, entusiasmado; mientras Meritorio (el que está a mi izquierda), le daba un masaje tonificador en los omoplatos.
Mauricio y Meritorio son pareja de hecho, aunque nadie en el pueblo lo sabe. Me adoptaron de recién nacida y hasta ahora me he cuidado mucho de desvelar el secreto.
Pero ya está bien, me siento orgullosa de ellos, y lo voy a proclamar a los cuatro vientos: mis padres se aman como los protagonistas de "Esplendor en la hierba", con pasión adolescente. Meritorio es más serio, aunque cuando Mauricio le besa el cuello, se estremece al sentir el cepillado de su bigote, como un gato en enero. No he visto persona más feliz en el mundo.
Les gusta ver el "curling" por televisión, sentados en el sofá cogidos de la mano. Se emocionan cuando los jugadores barren la pista y el disco se desliza con pereza; gritan, se encienden y, si gana su equipo, se funden en un beso interminable.
Que todos lo sepan: son mis padres y se quieren como los protagonistas de "Esplendor en la hierba". Si Lorca los hubiera conocido, les habría dedicado un romance.

4 comentarios:

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  2. RELATO DE MARINA CABRERA, 2º DE BTO. C:
    Miraba curiosa, miraba inquieta, miraba perpleja pero miraba y eso era lo importante. Tantos años y nunca me atreví a preguntar que debía mirar, qué era lo que a la gente le parecía emocionar, qué era aquello que captaba la atención, las miradas y algún que otro corazón, eso que a su paso inundaba todo de silencio y llamaba a algunas lágrimas.
    Lo único que hacía yo entre el gentío era parecer conmovida, parecer absorbida. Simplemente imitaba lo que veía a mi alrededor, aparentaba que lo entendía y con eso mi madre se contentaba. Mi madre no quería sino que aparentase, le daba igual que no entendiese, le daba igual que no supiera. Mirábamos todos al mismo lugar y todos parecían sentir lo mismo, menos yo... ¿o acaso es que ellos también fingían?
    ¿Qué importa que una niña no encuentre emoción en ver pasear imágenes de la Santísima Virgen o de Cristo? Lo único importante era que todo el pueblo allí reunido con sus mejores galas (incluyendo a las autoridades y al mismísimo alcalde) viese como aquella niña (que en su interior se encontraba completamente al margen) pareciese emocionada, hechizada y entregada plenamente porque era lo propio, porque así debía ser.

    Muchas más veces he visto en mi vida esta situación: conformarse con aparentar y parecer uno más, fingir emociones inexistentes que ni se acercan a tu verdadero estado anímico, no salir de la línea establecida, hacer lo que todo el mundo esperase que hicieras hasta convertirte, finalmente, en una esclava más de las emociones obligadas.

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  3. RELATO DE LAURA CUENCA 1º DE BACHILLERATO B
    Llevo ya unos años esperando ese angustioso, patético, vergonzoso y casi deshonroso momento. Sí, en efecto soy la que con más miedo que vergüenza(quizás esta vez a partes iguales) se asoma entre esos dos señores disfrazados de guardias civiles. Y digo disfrazados porque son mi padre y mi tío. La historia empieza a coger tintes esperpénticos. Toda esta performance se lleva a cabo por una tradición ancestral en mi pueblo que consiste en recrear el intento de robo del santo del pueblo. Las piezas van encajando: yo soy el santo y mi padre y mi tío quienes deben impedirlo. Lo peor de la tradición es que no lo impiden. El santo fue finalmente robado por los ladrones borrachos del pueblo que fruto de las acaloradas apuestas nocturnas llegaron a jugarse la figura del santo como pago de sus locuras lúdicas. Imagínese el fin….soy raptada, llevada en volandas desde mi casa a la plaza del pueblo donde la multitud me ofrece de comer y de beber hasta límites insospechados. Fiesta popular no lo dudo… y vergüenza general también.

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  4. El relato de Verónica García Moya (1º Bto. C):

    Allí me encontraba yo, año 1988, indignada cuanto menos, inferior, inútil, incapaz de hacer lo mismo que hace un hombre, o al menos, así era como me había hecho sentir mi padre. ¿Por qué mi hermano sí y yo no? Carlos ni si quiera quería ser Guardia Civil, al contrario que yo, que era mi sueño desde que veía a Ángel, mi padre, salir a diario de casa con el uniforme de Guardia. Sueño que se vio frustrado tras la negativa de mi progenitor cuando anuncié en casa que quería presentarme a las pruebas de selección: “¡Ni lo sueñes, María! Una mujer no tiene cabida en la Guardia Civil, por mucho que últimamente se empeñen en sacar puestos para vosotras, no tienes lo que hay que tener para afrontar este trabajo.” Yo asistí perpleja a las necias palabras de mi padre, que no por ser mi padre, dejaban de ser una sandez. Es lo que tiene vivir en un mundo de hombres con ideales patriarcales, creces y vives condicionada por lo que ellos quieren, porque piensan que es lo mejor para nosotras, que no tenemos capacidad de decisión propia porque “no tenemos lo que hay que tener”. Déjenme decirles, que las cosas ya están cambiando.

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