sábado, 10 de enero de 2015

"Recomendaciones lecto-gastronómicas: hoy, Michel de Montaigne"


Montaigne es una sopa, una sopa de picadillo. Su lectura prepara el estómago para una comida más sólida, lo reconforta, abre el apetito. La jugosa sustancia de su caldo se extrae de los ingredientes más diversos de la cultura griega y latina (Sócrates, Platón, Plutarco, Cicerón, Séneca...), esto hace que el paladar se llene de muy distintos sabores que a menudo chocan por su contradicción; sin embargo, el ánimo sosegado del francés consigue darle un toque de consistencia que conforta el paladar de cualquier comensal. Las pequeñas historias que inserta en sus ensayos son como esos tostones con los que te encuentras en mitad de una cucharada: inesperados, crujientes y con toda la sustancia de una cocción lenta y reposada. Cuando uno se sienta a la mesa, no puede esperar más de un plato de cuchara: son innumerables las sentencias y el buen provecho que se saca de su lectura, a pesar de los juicios contradictorios, a pesar de sus devaneos, de sus digresiones, de sus aventuras desmelenadas por cualquier vericueto. Lo que prevalece es la humildad de un plato tan sencillo y a la vez elaborado a partir de unos ingredientes tan sólidos y tan variados. Si además nos acercamos a él después de haber cenado con algún discurso moderno, con el cuerpo descompuesto por el fanatismo o por escuchar y leer juicios vociferantes y sin argumentos, nos calmará el malestar y nos dispondrá para, con su alimento, atacar un segundo plato más sólido, un entrecó de Shakespeare o unos duelos y quebrantos de Cervantes. Se sirve en cualquier posada humilde, en cualquier figón que tenga un poco de amor por la cocina tradicional. Es posible que no podáis acabar con todo de una sentada, pero acercaos a los Ensayos, aunque sea para sorber algunas cucharadas, os aseguro que el efecto es muy reparador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario