sábado, 31 de enero de 2015

"¿Hay algo tan seguro, resuelto, desdeñoso, contemplativo, severo y serio como el asno?"


Cuando leemos esto: "Porfiar y polemizar son cualidades vulgares, más visibles en los espíritus más bajos, mientras que desdecirse y corregirse, abandonar una postura errónea en pleno ardor de la discusión, son cualidades raras, fuertes y filosóficas", parece que quien lo escribió lo hubiera hecho después de ver un programa de debates en televisión o una tertulia radiofónica o acabara de asistir a un pleno del Congreso de los Diputados en el siglo XXI. La clarividencia de los clásicos tiene estas cosas: con más de cuatro siglos bajo tierra, son capaces de definir la calidad del ser humano y sus comportamientos con un tino sorprendente. Y también sirve para mostrarnos una certeza: cambia más la apariencia de las selvas que la de las sociedades. Cierto es que Montaigne muda con tal facilidad de convicciones que podríamos apoyar una tesis y la contraria en pocas páginas de distancia. Y ahí creo que reside uno de sus principales aciertos: en la versatilidad para abrirse a cualquier idea. El hombre duda, la razón no es incuestionable y la vida es interpretada al albur de los días, no del dogma. Sigue hablando el pensador francés sobre la conversación: "Solo aprendemos a discutir para contradecir, y, como todos contradecimos y a todos nos contradicen, sucede que el fruto de disputar es arruinar y aniquilar la verdad". Cualquiera que haya escuchado hasta el final o un fragmento de uno de estos programas donde se polemiza sobre la política actual, llegará a esta misma conclusión si no se deja llevar por la misma inercia de la contradicción a la que alude Montaigne. Y encontramos la solución para evitar convertirse en un polemista de esta calaña en los mismos Ensayos: "Es imposible departir de buena fe con un necio" y "Yo preferiría que un hijo mío aprendiera a hablar en las tabernas a que lo hiciera en las escuelas de la palabrería". No tuvo hijos Montaigne, pero estoy convencido de que esto último lo decía de corazón y yo lo suscribiría casi cinco siglos después. Termino con una cita de aplastante conclusión: "La obstinación y la opinión apasionada son las pruebas más ciertas de la estupidez. ¿Hay algo tan seguro, resuelto y desdeñoso, contemplativo, severo y serio como el asno?"

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