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martes, 6 de enero de 2015
Del principio de autoridad en la educación
¿Cuántas veces nos hemos tragado una enseñanza, una sentencia, una tesis y no la hemos cuestionado porque viene de un autor con prestigio? ¿Cuántas veces hemos dejado de pensar porque ya piensa por nosotros un autor reconocido? ¿Cuántas veces hemos tragado la hostia de la educación sin cuestionarnos si lo que estamos tragando tiene o no espinas? Los sistemas educativos, desde tiempos inmemoriales, se asientan en un paradigma que es muy útil para domesticar y someter, pero inservible para la generación de espíritus creativos y con conciencia propia, el principio de autoridad. Decía Séneca que "nos enseñan para la escuela, no para la vida". Esto lo dijo hace más de 2000 años y, sin embargo, nos encontramos en la misma tesitura. Cuando me preguntan directamente los chicos para qué vale aprender sintaxis, tengo que emplearme a fondo para argumentarlo y, en el fondo, no estoy seguro de que valga para nada en la forma que se lo enseñamos. En la escuela, en los institutos, creamos verdaderos monstruos. Monstruos que, llegados a un nivel, no desean otra cosa que copiar contenidos y acumularlos en su memoria, como la novia que guarda el ajuar que solo va a utilizar una vez. Habría que preocuparse por quién sabe mejor, no por quién sabe más. Solamente nos esforzamos por llenar la memoria y dejamos vacíos el entendimiento y la conciencia. Es un mal muy antiguo y, por ello, más sorprendente que no se haya extirpado. Montaigne, en el siglo XVI, habla de que "la autoridad de los que enseñan suele ser un obstáculo para los que quieren aprender" y recomienda una metodología al maestro que parece sacada de los más revolucionarios pedagogos de nuestros días: "Que el preceptor haga al niño pasarlo todo por su tamiz y no dejar nada en su cabeza por mera autoridad y prestigio ajeno". Mis alumnos de 2º de bachillerato tienen miedo de opinar en un comentario de texto porque es algo que va a salir de su propio criterio. Han llegado a los 17 y 18 años y creen que su opinión no va a valer nada, que no sirve. Es muy triste. Termino con dos citas de Michel de Montaigne (y no todas las de este autor me sirven, que quede claro): "Que al alumno se le proponga diversidad de juicios: escogerá si puede, y si no, quedará en la duda. Solo los tontos lo tienen todo claro y zanjado". "...así el niño transformará y refundirá los componentes que toma de otros para hacer con ello una obra totalmente suya, a saber, su juicio".
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