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martes, 12 de agosto de 2014
Tipología del escritor, según Anastas Draganov
Según el escritor búlgaro Anastas Draganov, se puede clasificar a los escritores en tres categorías y, por extensión, se pueden establecer tres tipos de literatura si atendemos a la idiosincrasia del creador:
1. El escritor erguido ante la realidad que lo rodea, atento a todo lo que ocurre y hábil para recoger lo que palpita en su entorno social. Podríamos llamarlo el creador lechuza, de mirada periférica. Se coloca en su atalaya y desde allí observa la evolución de sus congéneres para estamparla e inmortalizarla en sus obras. Digno hijastro de Atenea, se sirve de sus facultades para hacer de notario de la realidad.
2. El escritor ensimismado, reflexivo, atento más a sus sentimientos y cavilaciones que a los impulsos del entorno. Una imagen que representaría con claridad a este tipo de creadores sería la del Pensador de Rodin. Enclaustrado en su cerebro, desprecia con frecuencia la vulgaridad del mundo y sus contratiempos. Si consigue conectar por casualidad o por su oneroso trabajo intelectual con sus lectores suele ofrecer páginas emocionantes. El creador Rodin lo llama nuestro autor búlgaro.
3. El tercer tipo de autores con que nos encontramos es muy de nuestro tiempo. Surge en la modernidad y se ha multiplicado su número en la posmodernidad y en la sociedad tecnológica. Se trata de alguien que se quiere tanto a sí mismo que intenta una y otra vez aprovecharse de su sexo oralmente. Esta acción le provoca que solo tenga su ombligo a la altura de su mirada. Lo llama Anastas el creador Narciso. Lo único que suele conseguir plasmar en sus obras es el recuento de la pelusilla que va acumulando en el ombligo, así como una enfermiza pasión por el reconocimiento público.
Pese a la diferenciación de tipos que nos ofrece esta taxonomía, la mayoría de los literatos posee una característica común, nos dice Draganov: todos ellos tienen los brazos ocupados o inutilizados. Solo cuando les brotan o liberan las extremidades superiores y son capaces de labrar el papel como se ara un campo o como un ebanista trabaja la madera; solo cuando se olvidan de sí mismos y se acercan al común de los mortales, se consigue elaborar una obra maestra, se logra la genialidad. A los de la tercera categoría, por supuesto, les resulta casi imposible olvidarse de sí mismos y mucho menos dejar libres sus manos para otros menesteres que no sean los de sujetarse el miembro o agarrarse los muslos.
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