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sábado, 23 de noviembre de 2013
"Escritores enredados"
Desde que me paseo por blogs y perfiles de Facebook de escritores y artistas, suelo experimentar una sensación de rechazo hacia ellos que me provoca una reacción contradictoria: aborrezco sus obras para los restos.
No voy a dar nombres, pero a muchos de estos autores los he leído antes de conocerlos en las redes sociales y he tenido alguno de sus libros en alta estima. Conozco el peligro de confundir al autor con su creación. Se pueden citar muchos ejemplos de malas personas que han desarrollado carreras literarias de mérito indudable (cualquiera conoce a más de uno). Y a pesar de saber que hay que discriminar al personaje de su engendro, no puedo evitar confundirlos cuando me sumerjo en esas páginas inanes en las que vierten sus opiniones cotidianas y muestran sus egos hidropésicos e inaguantables. Es superior a mí: los oigo opinar sobre la realidad diaria, comentar asuntos privados y solo percibo su vanidad y su soberbia golpeando una y otra vez sobre el pobre lector rendido a sus pies.
Leí, antes de conocer a su autor por las redes sociales, una novela y un libro de poesía de uno de estos escritores. La novela en concreto me pareció muy interesante. Pues bien, entusiasmado con él, busqué su nombre en Facebook y comencé a seguir con cierta asiduidad sus comentarios porque es inevitable interesarte por la personalidad de un artista que admiras. Al cabo de unos meses, no solo no volvió a despertarme la curiosidad nada de lo que decía en su perfil, sino que aborrecí su obra sin aparente razón alguna. Ya no he vuelto a leer nada de él ni tengo intención de hacerlo. Mal hecho, pero inevitable.
Lo mismo me ha pasado con un puñado de autores más a los que si no admiraba, sí que me parecían dignos de ser leídos. Desde luego hay excepciones, pero son demasiado escasas.
Una vez sacadas las pertinentes conclusiones (tampoco era muy difícil llegar a ellas), he tomado la determinación de no volver a visitar ningún perfil de escritores que haya leído o que me hayan interesado y últimamente huyo hasta de los desconocidos.
Pero me surge una duda y un problema si no metafísico, sí de índole circense, yo también escribo y también tengo páginas abiertas en Internet. Estoy seguro de que incurro en las mismas idioteces que ellos, pero me salva algo muy importante, no tengo lectores. Si alguna vez los tuviera (es bastante improbable), no hay que ser muy inteligente para saber lo que uno debe hacer: antes de que la complacencia lo hinche a uno hasta reventar y llene sus alrededores de humores pestilentes de engreimiento, es necesario que desaparezca del orbe cibernético. Que solo lo conozcan a uno por su obra y que lo aguanten los que lo han alimentado (si son capaces).
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