¿Quién nos araña constantemente la conciencia para que nos sintamos insatisfechos con lo que creamos? ¿Qué parásito desconocido se filtra entre los vanos de nuestra actividad creadora para que solo esta no nos sirva, para que el placer mayúsculo que otorga finalizar una narración o un poema, no sea suficiente? ¿Por qué necesitamos el aplauso de la gente, por qué no nos sirve únicamente ese gozo máximo que se extrae del proceso creativo? ¿Qué bacteria nos infecta y nos malforma esa sensación y la convierte en insatisfactoria hasta que no conseguimos los beneplácitos (a menudo falsos) del público?
Y después de conseguidos algunos aplausos sinceros, la infección no se detiene, se extiende y nos exige que nuestra obra entre en el mercado comercial y sea vendida y leída masivamente (no, no yo no quiero eso, me digo a menudo; pero me miento, mi aspiración sería vender millones de ejemplares). Hay que ser muy simple, supongo, para ser contagiado de este mal, para rendirse una y otra vez a vanidades tan pueriles, tan adolescentes. Esta creo que es una de las claves de los grandes autores, de los genios, que saben administrarse un antídoto de sensatez ante la amenaza de la vana idiotez de la gloria (bueno, mejor no "meneallo", como dijo Don Quijote a Sancho cuando el escudero se acababa de cagar de miedo literalmente a los pies de Rocinante).
Si analizo, no necesito nada, me siento tan colmado cuando acabo las cuatro páginas diarias de una novela, o el último verso de un poema, que me pondría a dar saltos de contento y saldría a celebrarlo como si de un acontecimiento extraordinario se tratara (a veces lo hago). ¿Por qué luego aparece esta mala garrapata y se adhiere a mi obra y la empuja a que se conozca, a que se lea, a que se venda, y muerde mi simpleza y le extrae la poca sangre que le queda de humildad, de sencillez? Seguramente es el peaje de un gozo máximo, todos los placeres pagan un precio por ser conseguidos en este desmadejado mundo: la gula, la lujuria, la pereza...; pero no creo que debamos abandonar su persecución. Es cierto que la vanidad, la obesidad, la sífilis, la atrofia nos pueden hacer reventar de miseria, pero hay que buscar antídotos contra ellas.
¿Me ha transformado el hecho de intentar hacer público todo lo que escribo? Sí, sin duda, me ha hecho más idiota. ¿Se ha transformado mi forma de escribir al tener el objetivo de hacerlo público? Sí, ahora escribo mucho más y mejor. Por consiguiente, ¿hay que ser más idiota para ser buen escritor? Mejor no "meneallo".
Sí, me administro un antídoto para esta idiotez nacida de la vanidad, pero como todos los antídotos se trata de un veneno que hay que dosificar para no envenenar al paciente. Me inyecto nihilismo en vena de vez en vez: exprimo la vida y le intento sacar el jugo y veo que solo caen gotas de nada y muerte, entonces, me recupero, pero mejor no "meneallo" demasiado.
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jueves, 26 de julio de 2012
El idiota, la creación y el nihilismo
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