domingo, 13 de julio de 2014

Menosprecio de playa y alabanza del finlandés


¿Qué locura nos asalta a los pueblos mediterráneos para acudir en masa a la playa durante el verano? ¿Cuál es el atractivo de pasar los días de ocio en una ciudad costera?: ¿rebozarnos en arena?, ¿no poder acercarnos al mar sin pisar a alguno de los cadáveres que ya a las 9 de la mañana descansan en el suelo?, ¿asarnos bajo un sol de justicia?, ¿derretirnos en sudor con esos climas húmedos que no te dejan ni respirar?, ¿mezclarnos con la masa de guiris o de indígenas entregada al trikini y a la borrachera fácil?, ¿disfrutar de las hermosísimas vistas de los rascacielos a pie de mar?...
No sé, es todo un gran misterio. Comprendo que alemanes, ingleses y hasta finlandeses se mueran por recoger unas horas de sol de nuestros veranos cuando han estado sepultados durante el año entre nieves, nubes y frío esterilizador, pero no consigo entender por qué nosotros, que hemos almacenado suficiente radiación solar durante el año como para iluminar varios bares con entusiasmo, cantos y bailes, nos empeñamos en tostarnos todavía más, con el peligro de que se nos se seque el cerebro, se nos amojame el deseo y se nos fundan las córneas. Por qué, repito, nos empeñamos en empotrar nuestro verano entre sombrillas, cuerpos calcinados, arena y el bullicio de todo el año multiplicado por cien.
Nuestros adolescentes, por ejemplo, no imitan a los finlandeses el resto del año. No se dedican a estudiar sin descanso para superar nuestra valoración en el informe PISA. Algo muy natural, por otra parte. Los impulsos que ofrece el clima mediterráneo no son los de Escandinavia. ¿Qué puede hacer un chico finlandés cuando fuera de casa ni siquiera hay luz y el pavimento está helado? ¿Qué puede hacer un chico español sino salir a disfrutar del clima templado de los inviernos y de la suavidad de la primavera y el otoño? Es un comportamiento natural. No así el que nos lleva a imitarlos en su diáspora veraniega.
A una actriz porno (y conste que no conozco a ninguna, hablo por intuición) cuando llega a casa en su tiempo de reposo, lo último que se le ocurriría sería llamar al vecino para tener una sesión de sexo que le aliviara el día. Su entrepierna escaldada y el desgaste físico la empujará a perseguir placeres espirituales como acariciar a su perro, leer un libro o ver una película francesa de la Nouvelle Vague.  ¿Por qué entonces a nosotros, hombres y mujeres del Mediterráneo, con la piel curtida por el sol y la cabeza llena de ruidos, no se nos ocurre otra cosa en nuestro tiempo de ocio que perseguir el calor y el escándalo? ¿No sería mucho más natural buscar un sitio fresco, verde, lluvioso incluso, silencioso y tranquilo donde reposar nuestra trepidante vida mediterránea, como la actriz busca sin duda las lanas del perrito y la paz de un libro para escaparse del tráfago de los penes y los mordiscos? Es una pregunta retórica, no respondáis.
Y dicho todo esto, expuesta mi postura con analogías y lógica aplastante (faltan las citas de autoridad), mañana mismo me voy a la playa. Así somos los de estos lares, morenos, inconsecuentes, irreflexivos y un poco idiotas. Si fuera finlandés, como primer cambio sería rubio, luego me comportaría con mayor rectitud y racionalidad, aunque es posible que todo fuera un poco más aburrido.

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