jueves, 27 de abril de 2023

Prohibir libros



¿Por qué se prohíben los libros? ¿Por qué se queman? ¿Por qué en cualquier época se ha perseguido a escritores y a lectores? ¿Por qué incluso se ha ajusticiado a quien llevaba un libro en la mano? ¿Por qué el padre del poeta Miguel Hernández le propinaba palizas espeluznantes a su hijo cuando al niño Miguel se le ocurría leer mientras cuidaba de las cabras?

Al padre de Miguel, cabrero de profesión, le molestaba y mucho que su hijo leyera cuando lo mandaba a pastorear. Él lo quería pastor y nada más que pastor. Sabía que si Miguel adquiría más cultura de la necesaria, se iría del pueblo y perdería mano de obra barata. El padre del poeta quería a su niño ignorante, sumiso, para hacer de él lo que le placiera. El padre de Miguel es el poder y el dinero. Los poderosos, los gerifaltes, siempre han necesitado lacayos, criados, súbditos que les hagan el trabajo sucio, que no analicen su condición miserable y que no cuestionen el liderazgo de los amos.

En todos los momentos de la historia ha habido censura de libros, quema de libros, persecución de escritores y lectores, porque el libro se puede convertir en un arma subversiva, en un despertador de las conciencias. El primer índice de libros prohibidos apareció en España en el siglo XVI. La Iglesia católica tenía miedo de que el vulgo pudiera interpretar la Biblia a su albedrío, les aterraba que pudieran pensar por sí mismos. Los querían ignorantes, sumisos, como al niño Miguel. Cabía la posibilidad de que si cualquiera leía un Lazarillo o una Celestina o un Decamerón le viniera a la mente la idea de que el clero estaba corrupto, que el amor es un deleite espiritual o que el sexo era incluso placentero. La Iglesia, en pleno conflicto con los protestantes, eligió la persecución de los lectores. Había pena de muerte para quien fuera sorprendido con alguno de los libros del índice. El cura del Quijote hace una quema ejemplar, porque, según él, los textos escritos son peligrosos para el desarrollo de mentes débiles. Es todo un símbolo de algo que se hacía habitualmente. Quemar libros supone eliminar el peligro de que a uno le dé por ser un justiciero, un loco romántico, un amante de la aventura y de la vida. El cura del Quijote quería a Alonso Quijano ignorante y sumiso, como el niño Miguel.

En los siglos XVIII y XIX Voltaire, Baudelaire, Wilde, Lord Byron y muchos otros también sufrieron la persecución por escribir aberraciones que solo conducían a la locura, a la obscenidad y al desacato. Había que preservar la legalidad del biempensante. Los moralistas de la época, como el padre de Miguel, querían a sus hijos ignorantes y sumisos.

En el siglo XX, Hitler y Stalin llevaron al extremo la obsesión de eliminar todos los títulos dañinos, que no estuvieran de acuerdo con su fanatismo. Las SS quemaban libros, cuadros y lo que es peor, a quienes los escribían, a menudo judíos. Stalin se libró de todos los intelectuales que en principio lo rodearon. Algunos países musulmanes dictaron sentencia de muerte contra un hombre, ¿por qué?, por escribir un libro. Quieren a las masas ignorantes, sumisas y fanáticas, como el niño Miguel, y a fe que lo consiguieron.

Según los moralistas del XVI, una Diana (un libro amoroso y pastoril) en el regazo de una mujer puede provocar más desgracias que un cuchillo en manos de un loco. Porque, además, la prohibición se agudiza cuando la lectora es la mujer (que se lo digan a los talibanes). Las mujeres, desde siempre, han leído más que los hombres y a los popes de todas las religiones les entra el canguelo cuando ven a una mujer con un libro entre las manos. Porque si se perdiera la sumisión de la mujer, si la mujer dejara de servir al poder, ¡ay!, entonces, los cimientos de los estados y las iglesias temblarían y entonces sí que se habría perdido todo. Quieren a la mujer ignorante, sumisa y fanática, como deseaba el padre del niño Miguel.

Porque el libro inyecta poderes diabólicos: anima al intelecto y a la reflexión, provoca la duda y eso es incompatible para quien te quiere cabrero, supersticioso y sumiso. Miguel Hernández consiguió ser poeta, y de los buenos, se arrancó el yugo de la sumisión y de la ignorancia, aunque luego lo persiguieron y lo dejaron morir. A nosotros nos está costando más.

lunes, 24 de abril de 2023

A medias

Últimamente todo lo dejo a medias. Desde que murió Eva no hay proyecto que complete, todo se queda en el aire, en mitad de su trayecto. Aquella novela sobre Lope que llevaba bastante avanzada cuando se desencadenó la tragedia no consigo retomarla por muchos intentos que hago. Todo se me queda a mitad de camino, incluidos las actividades que he emprendido con los alumnos, y eso sí que me duele. No hay manera de que consiga concluir nada. En mi departamento me han dejado por imposible, porque no pueden confiar en mí, porque no hay manera de que cumpla con lo que prometo. Estoy en un sí pero no. Estoy en otro mundo, muy lejos de este. Intento incorporarme, pero no lo consigo. No sé si se debe al trauma de la ausencia o a que era ella la que me animaba y me impulsaba a no truncar todo por el camino. Puede que me haya convertido en un ser a medias, en un ente sin final, en una bicicleta sin pedales.

miércoles, 12 de abril de 2023

Nada que decir

Ahora que no tengo nada que decir, escribo. Escribo para tener algo que decir. Siempre que me siento ante el ordenador con la mente en blanco, no tengo más que empezar a teclear para que acudan a mi cabeza recuerdos, reflexiones, historias, tonterías, chascarrillos, dudas, ripios... Es curioso cómo la mente se pone en funcionamiento en cuanto la forzamos, en cuanto la azuzamos con la amenaza del vacío. Nuestra modernidad está obsesionada con no parar, con tener siempre algo que hacer, con no aburrirse ni detenerse. Pero esta actitud poco tiene que ver con poner en funcionamiento el raciocinio, al contrario, a menudo ser espectadores sin pausa te somete a ciertas esclavitudes: no mirar hacia dentro, impedir la puesta en marcha de los mecanismos racionales y pensar demasiado en la exhibición pública. Ver partidos de fútbol no es lo mismo que jugar al fútbol. Ver deporte no es lo mismo que practicarlo.   

martes, 11 de abril de 2023

Jueves Santo en Cádiz



En la madrugada de Viernes Santo, Cádiz está ocupada por los servicios de limpieza. Mangueras, camiones de riego, turbinas de aire, escobas, contenedores, milicias de empleados empeñados en despejar de porquería las plazas y las callejas. Todo un zafarrancho después de una guerra o de una ordalía sin culpable. El Jueves Santo por la noche debió de haber un botellón multitudinario, una orgía, un dispendio de excesos sin respeto ninguno por el bien cívico. Las fiestas comunales son así, a pesar de conmemorar la muerte de alguien. Ni siquiera la gravedad del luto es capaz de evitar la locura de quienes quieren apegarse a la frugalidad de la vida, al rito comunal, a la fuerza atávica de la fiesta. El agua a presión barre todo tipo de inmundicias, las esconde para que el turista y el viandante mañanero no se encuentre con el caos. Cádiz, a las seis de la mañana, me recordó a Nápoles en todo su esplendor de contenedores rebosantes. Los estrados vacíos, el terciopelo rojo de los doseles, reciben con agradecimiento el denuedo profesional de los chalecos fosforescentes. Cádiz es La Habana con dinero. La alegría que se respira en las calles es similar en las dos ciudades, en una de ellas, inexplicable por la pobreza de sus habitantes; en la otra, paradójica por el sentido último de sus ritos. Cádiz también es Nápoles con saetas y mangueras.


domingo, 9 de abril de 2023

El mercado de Cádiz



Amanece una mañana luminosa en Cádiz, bajo el estruendo de los tambores y las cornetas. Una oportunidad magnífica para disfrutar de la vida efervescente de un mercado casi griego. Bajo el atrio gaditano se reúne la multitud para comprar, vender, hablar y ver. Solo callan los atunes, las barracudas, los langostinos de Sanlúcar, las fresas de Conil, el queso Payoyo. Los productos del mar me pueden. 
Las tabernas que rodean el mercado se abren, lúbricas, a mi sed de gambas y manzanilla. Todo bulle, todo hierve, la vida no se detiene y menos en el Sur: discusiones sobre la idoneidad de los pasos; arroz negro de Obama; viejos alcoholizados que piden la voluntad con un vaso de cartón; camareras siempre alegres (¡qué portentos!), a pesar del trajín inaguantable de su oficio. El deje casi moruno de los gaditanos transmite siempre alegría, música, aunque las conversaciones reflejen las mismas miserias que las de cualquiera. 
Paseo por las callejuelas frescas y amenas. Sus nombres son, muchos de ellos, personajes del Ruedo Ibérico de Valle-Inclán, gente de esperpento y revolución. Gente como Fermín Salvochea. La única procesión que he seguido ha sido la de este anarquista ejemplar. Os animo a que paseéis por Cádiz siguiendo los pasos de este buen hombre. 
Paro en una taberna con barra de palo, como debe ser. Entra un parroquiano y el camarero le ofrece lo de siempre. Es conmovedor cómo el viejo cliente acuna con la palma de la mano la manzanilla y espeta, "vamos al toro que es una mona", lo trasiega de un trago y pide otra con un golpe de vidrio en la mesa. El hombre, al parecer, solo habla con refranes, "gallina vieja hace buen caldo", esto no sé por qué lo dice. Y pide la espuela. Se despide y sale por la puerta grande, "¡Adiós, Manolo!, a ver si hoy llegas a tu casa. Sí, en Cádiz es difícil llegar a casa y más aún entrar, os lo digo por experiencia propia, aunque no lo voy a contar para no quedar de idiota delante de todo el que lee estas tontunas. Termino la procesión de Salvochea, como debe ser, por "to lo arto", y no digo más.

miércoles, 5 de abril de 2023

La bahía y el viento



 Un grupo muy numeroso de muchachos y hombretones, vestidos todos con el mismo equipaje, se preparan para llevar el paso de su cofradía, se ajustan las fajas, se animan, beben cerveza, güisqui con limón y, pocos, agua. El malecón refulge con un sol que todavía no hiere del todo. Un viento furioso saca espinas del mar, ese viento que según la leyenda vuelve locos a los cuerdos y remata a los que ya lo están. 

La catedral casi pisa el malecón y ayuda a guarecerse de la locura. Las callejas de Cádiz también, frescas, medievales, jalonadas de tabernas. El viento no se atreve a entrar en ellas, se queda allí, cerca del mar rizado de la bahía, acechando a los cuerdos y a los locos. Los que ya lo estamos no le tememos tanto, ahora no. La última vez que estuve aquí, hace no mucho, sí le temía, con razón. El viento, azuzado por la muerte, arrasa todo lo que toca. Pero a mí ya no puede hacerme daño, mi reciente idiotez me ha vuelto indiferente a los temporales. 

En la puerta de una taberna, un borracho canta entre quejíos de locura, este también. Se desgañita y se lamenta de su suerte. No es que entienda la letra, pero se le nota el desespero en la crispación de las manos. Se sienta en un taburete y esconde las greñas entre sus piernas. No sabe que el viento no llega hasta aquí, no sé por qué lo teme, quizá por la negrura del vino. 

Las muchachas, emperifolladas para celebrar la procesión, miran desde lejos, con desmayo, a los muchachos, todavía envolviéndose en las fajas negras, negras como ese viento luminoso que esconde tantas desgracias, negras como el vino, allá en el malecón, no muy lejos de los callejones. Los modernos, los ateos y los idiotas paseamos a la orilla del mar evitando las procesiones. Los devotos, los antiguos y los idiotas se sientan, agolpados a uno y otro lado de la calle, a la espera de que muchachos y hombretones se ajusten correctamente las fajas. Las muchachas, con sus mejores galas y bien repintadas, esperan ver el paso y oler la hombría de los costaleros. Toda la ciudad bulle, bulle de extranjeros, gaditanos y de algunos idiotas, que nos perdemos en cada vuelta de esquina. 

En el Mercado Central, por la mañana, el bullicio era distinto, aunque los idiotas éramos los mismos. Parece un atrio griego propicio para la compra venta y para pegar la hebra. El deje gaditano me alegra. Aquí tampoco llega el viento, aunque la locura está presente en todos lados. Los erizos se abren descubriendo su fangoso interior, las ostras se revuelven en su moco marino. "Miho, mi niña, cariño, perla, presiosa...", apelativos cariñosos que hacen de la lengua un lugar ameno y acogedor. Yo no veo del todo esa luz maravillosa de la mañana gaditana, no termino de levantarme con ella, no termino de apreciarla porque son muy negras las fajas, es muy negro el vino; porque es muy negro el viento; porque es muy negra hasta mi camisa, preñada de calaveras.        

martes, 4 de abril de 2023

Castelar y Fermín Salvochea

 


En la Plaza de la Candelaria de Cádiz nació Emilio Castelar, insigne estadista, famoso por el buen uso de la retórica. "Eres un Castelar" se decía en la época para señalar a alguien que hablaba especialmente bien. Además, en esta plaza, que parece importada directamente de Cartagena de Indias (a lo mejor fue al revés), los jardines son frondosos y entre las plantas tropicales podemos encontrar una escultura imponente que rinde homenaje al orador republicano junto a una placa que recuerda la cuarta posta de la ruta de Fermín Salvochea, otro ferviente luchador por la república, anarquista, defensor de la jornada de ocho horas y del ateísmo. Es curioso que acabe de releer Baza de espadas de Valle-Inclán, donde Fermín es casi el personaje protagonista. Y en el primer sitio que visito en Cádiz me lo encuentro.  

Es noche cerrada y los capuchinos rodean la plaza como si fueran a detener de nuevo al pobre anarquista y a callar al temible orador. De fondo se oye el deje desgarrado de una saeta cantada por una garganta de aguardiente. Los niños, mientras tanto, comen helados y los adolescentes se comen el morro, ajenos a los devaneos religiosos y bajo la peana en donde Castelar mira hacia el cielo para hacer más convincentes sus palabras, cagado de arriba abajo por las palomas. Los pájaros duermen entre la fronda, a pesar del estruendo de la procesión y del estilete del cantaor. Se oye rebullir alguno, ajenos también a la gravedad de las supersticiones humanas. Los niños se han acabado ya los helados, pero los adolescentes nunca se acaban los morros, porque su pasión no nace de un capricho ni del fanatismo ni de una imposición social, sino de las tripas mismas.

viernes, 31 de marzo de 2023

¡Cuánto penar para morirse uno!


 

"¡Cuánto penar para morirse uno!", cuánto y cuánto. Nunca como ahora, Miguel, he sentido tan hondos a los poetas y a los músicos. Me recreo en la pena, en esa pena que vuelve cada cierto tiempo, inmisericorde, sin visos de abandonarme, sin reparos en romper todo lo que toca. De pequeño lloraba por el dolor de oídos, me reventó la hernia y mi madre penaba de médico en médico para que me inyectaran antibióticos con que salvar a su niño escuálido y cabezón. Desde esa primera niñez de dolores físicos, no había llorado tanto y, desde luego, nunca con tanta frecuencia como ahora. Me basta esconderme en el aula, Miguel, escuchar ciertas músicas o leer ciertos versos y reventar de pena, reventar de melancolía, reventar (eso quisiera yo). No, este llanto poco tiene que ver con aquel del niño enfermo. Uno se rompe, se deshace, se derrama y apenas te permite escribir, apenas, porque la pena te inunda, se desboca, Miguel, tú lo sabes bien. Me recreo con esta pena despiadada, necesito oír a los poetas, la música, necesito destrozarme las entrañas para que no me reviente el alma, para desaguar la pena... "tanto penar para morirse uno". Me gusta sentir cómo corre la humedad de las lágrimas por las mejillas, notar el moco de agua labios adentro. Y sobre todo prefiero hacerlo aquí, en el aula, donde ella pasaba sus horas, donde tanto y tanto vivió, donde era maestra, donde era. Ya no somos.     

miércoles, 22 de marzo de 2023

El ignorante



No sé si la ignorancia te hace más feliz, lo que sí sé es que te hace más ignorante. Es una obviedad palpable. La ignorancia no ayuda en nada, todo lo contrario. A algunos los lleva por el camino de la perdición, a otros por el del adocenamiento y, a los más, a ser víctima de cualquier mierda que se les ocurra a los poderosos para manipularnos. Al ignorante se le puede sujetar del ronzal y llevarlo para acá y para allá sin que el cafre se cuestione nada. Al ignorante se le puede convencer de cualquier cosa y es muy fácil inculcarle las ideas más simples y descabelladas. El ignorante no duda, porque no tiene opciones a las que engancharse. Si alguien con mala fe y cierto poder retórico, quiere convencer a un ignorante, le costará muy poco trabajo hacerlo, porque, entre otras cosas, pensar y valorar opciones es algo descartado por una mente vacía. ¿Por qué medran con tanta facilidad las idioteces y los convenciones que poco asiento tienen en la racionalidad?, porque son de fácil digestión y porque hay una masa ignorante que no se los cuestiona en ningún momento. 

Actuamos por imitación, es una característica animal y muy acentuada en los primates. Solo los humanos (no todos) somos capaces de evaluar nuestros comportamientos y valorar racionalmente (a partir del conocimiento y la voluntad) si nos convienen o no, pero es una labor ardua. Pensar conlleva conocer y conocer conlleva el trabajo de formarse, de ir deshaciendo nuestra ignorancia, poco a poco, muy poco a poco. A los alumnos adolescentes les cuesta mucho argumentar, elaborar textos donde se explique una postura o una opinión. A los alumnos adolescentes y a todo el mundo, porque implica pensar, un trabajo que acarrea pertrecharse de conocimientos, de instrumentos para llevar esa tarea adelante. Y esto, al principio es una tarea agria y de mucha dificultad. Poco a poco uno va descubriendo los placeres del conocimiento, pero muy poco a poco. Y también descubre que estos no siempre proporcionan felicidad, sino frustración y decaimiento. Con todo, el ser consciente es el que ha empujado al ser humano hacia el progreso, hacia el avance, hacia la civilización. Y también, a veces, a la condición de Ramón Tamames. ¡Qué paradoja!      

martes, 21 de marzo de 2023

Fílide, la dulce y llorada Fílide



Mi clase (la biblioteca) huele a flor de almendro porque las chicas de Literatura me han regalado unas ramas preñadas de aroma. Huele a flor de almendro, cuando ayer, precisamente, recitábamos la elegía que Miguel Hernández le dedicó a Ramón Sijé, "A las aladas almas de las rosas… / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero". Y al oír los versos en boca de Serrat se me encogió de nuevo el alma y una pena inmensa casi me derriba (a mí también). Yo también reclamaba "escarbando la tierra con los dientes" a mi "compañera del alma", porque sí, porque me quedaron muchas cosas por decirle, porque me faltaron muchas manos que ofrecerle, muchos labios inconclusos. Hoy, ese "almendro de nata" (ayer nostalgia dolorosa), lo han convertido ellas en júbilo, en carne, en realidad manifiesta y sensorial. Hoy, ese perfume de la flor de almendro alumbra la biblioteca como un bálsamo de renacimiento, con el dulzor propio de la juventud recién parida. Fílide se convirtió en flor para que su amado no la extrañara. Fílide, la dulce y llorada Fílide.

domingo, 19 de marzo de 2023

Cumpleaños

Hoy he cumplido tantos años que me da pereza contarlos. Y lo he celebrado corrigiendo. No porque sea un masoquista ni un sádico, sino porque me apetecía pasar el rato con mis alumnos. Es una tarde de domingo, áspera, solitaria, de sol resplandeciente. La calle atrae con impudicia, sin embargo, solo me apetece esa perversión, esa manera extraña de estar acompañado. He leído sus respuestas a un examen largo, muy largo, y he sentido la proximidad de sus neuras, de sus cavilaciones, de sus obsesiones. En un principio, preguntar por Luces de bohemia o por la Generación del 27 parece que nada te va a decir de ellos, pero sí, vaya que si lo dice. Esa chica estudiosa que ha completado cinco folios por las dos caras, que ha estampado hasta la última coma de los temas propuestos; ese chico lunático que pretende hacer literatura en cada una de las palabras que escribe y apenas se entiende nada; esa letra clara y redonda que te conforta y te lleva a una personalidad bien definida, a pesar de su corta edad... Y tantas páginas más, escritas a mano, con la angustia de haber dormido poco o nada, con la desesperación de obtener una buena nota que los sitúe en el disparadero social, en perfecta posición para medrar o reventar, para entrar en el círculo infernal de la madurez. No es un cumpleaños al uso, eso es lo que quería, alejarme de los tópicos... Que no, no he corregido ni un examen. Me he bebido una botella de vino y he imaginado qué habría pasado si hubiera corregido, es mucho más divertido de esta manera. Seguro que no me desvío ni un tanto así.     

lunes, 13 de marzo de 2023

"Living"



Todo es natural, todo cadencioso, con un ritmo perfecto, sin estridencias, con el aroma del mejor cine clásico. Todo fluye con naturalidad, con dolor, con sufrimiento, con la alegría de vivir, con el engaño de vivir. Todo es cine, todo es vida. El protagonista no usa un gesto de más, renueva la pantalla cada vez que aparece, la hace sangrar de nostalgia, de contención a punto de desbordarse. El cine clásico ha vuelto, y de qué manera. No puedo achacarlo a nada en concreto, al tremendo trabajo de los actores, a la sinfonía precisa de las imágenes, al robusto argumento, al poder incuestionable de la imagen cuidada, a la credibilidad terrible de la historia, al buen gusto; no sé, es algo que va más allá de todo esto, más allá de la perfección, más allá de lo plausible. El arte, cuando se trata de cine, es como la música, penetra en el espectador hasta llevarlo al regazo de las emociones para conmoverlo, sin que sepamos exactamente por qué, para abofetearlo, para sacarlo de sí mismo, para confundirlo con la humanidad toda. Una experiencia maravillosa, Living, no cabe decir nada más, ni nada menos. 

martes, 7 de marzo de 2023

"Yo, el Vaquilla"



Siguiendo con mi revisión de clásicos del cine español, ayer pude disfrutar otra vez de una obra cumbre del neorrealismo. Yo, el Vaquilla es una película impactante. 

Empiezo por el protagonista, quien nos presenta su autobiografía desde la cárcel. El testimonio es escalofriante, casi más que la moda de aquellos años. Su aspecto de quinqui heroinómano no nos puede hacer olvidar que Juan José Moreno Cuenca está actuando, no es él mismo (de ahí ese unicejo poblado, puro maquillaje). Desde que vi Tar, protagonizada por Cate Blanchet, no había asistido a una interpretación tan estremecedora. 

Nada más empezar la película nos damos cuenta de que se quiere acabar con los tópicos, con los mitos: el pequeño Juan José no llama "mama" a su madre, sino "mamá", chúpate esa, clasismo de mierda. Como hija de la más rancia tradición picaresca, la historia nos introduce en un mundo de delincuencia que el Vaquilla respiró desde su más tierna infancia. Sus altas capacidades en los estudios no evitaron que lo expulsaran de por vida del colegio por robar algo de material escolar. En la actualidad estaría cursando el Grado Básico de Formación Profesional, no se le habría impuesto un castigo tan inhumano. Le promete a su madre que estudiará para abogado, para librarla a ella de las penas que le pudieran imponer. Porque la madre del Vaquilla se dedica a robar, tiene un sexto sentido para detectar, en las casas que asaltan, fajos de billetes de mil pesetas. Donde ninguno de sus colegas delincuentes ve nada, ella, ¡zas!, descubre un montón de parné. 

Lo naïf de las actuaciones es intencionado, para ofrecernos esa imagen de verdad absoluta, apoyadas también por la incoherencia de la historia y la desconexión de los hechos (así es el mundo real: incoherente, inconexo, sin sentido). Las hostias que su madre y el tío Manolo le pegan al niño Juan José son estruendosas, dignas herederas de las películas de Bud Spencer. A base de mandobles con la mano abierta, Juan José aprende a ser un ladrón honrado: tironea bolsos, roba fábricas, atraca tiendas, asalta casas, pero siempre tiene un gesto de liberalidad con sus allegados. Además es casto: "Yo, por ser aún pequeño, no atraía a las chicas con tetas; y las otras no me gustaban". 

Y me dejo para el final lo mejor de la película: las persecuciones en automóvil. Qué despliegue de efectos, qué verdad (otra vez) en esos policías que esperan en la cuneta a los delincuentes para salir detrás de ellos y tirotearlos (sin tino) desde las ventanas de un 124. ¡Qué habilidad la de un niño que apenas llega a los pedales para derrapar, fintar, esquivar a los "secretas"! De adolescente me quedé con las ganas de aprender a hacer un puente; ahora, de mayor, admiro a ese héroe de los ochenta, por su espíritu artístico, por su vida aventurera, por las hostias que le dieron, por haber conocido los reformatorios de Barcelona, por sus viajes a Perpignan, por su pericia en la conducción, por sus vicios... bueno, no. 

lunes, 6 de marzo de 2023

"Cuando la realidad te asalta"

Cuando la realidad te asalta

de tan malas maneras,

uno se olvida de que la poesía

es extrañamiento temblor borde abismo caída espasmo.

Se olvida de la esencia

porque la realidad ha arrasado

el aliento, los campos de cristales,

el páramo. 

Y ya no queda nada,

solo dolor y fiebre de cuarenta grados.

Cuando la realidad te asalta

(y no es una metáfora)

de tan malas maneras,

uno intenta escupirle a la cara,

vejarla, estuprarla, rajarla, desvencijarla, rechazarla,

y no es posible, 

porque se ha olvidado uno

de la esencia, de que la poesía ha de extrañar,

ser temblor borde abismo caída espasmo.

Y esto me lo ha recordado

una poeta de veintipocos años.  

miércoles, 1 de marzo de 2023

La Comedia del Arte y el humor en clase



Hoy, en Literatura Universal, un nuevo espectáculo representado por las nueve alumnas que me están alegrando el curso. Apoyándonos en los métodos de la Comedia del Arte y mezclándolo con argumentos de las obras de Shakespeare, han hecho dos interpretaciones espontáneas, desternillantes y sin vergüenza (cosa muy rara en estas edades) que para sí las quisieran "Els Joglars". Es evidente que estoy exagerando (y mucho), pero estas funciones me devuelven la confianza en que se puede dar clase sin ahogar el espíritu dinámico y efervescente de los adolescentes, se puede disfrutar del aula si hay un mínimo de motivación y de interés por parte del alumnado, se puede divertir uno y divertirlos a ellos si se produce esa rara convergencia de quien quiere educar con quienes quieren aprender. El humor como vínculo mágico. 

El problema es que no es muy habitual esa entrega incondicional del alumnado al aprendizaje y aún lo es menos atrevernos con el humor para acercarnos a ellos, en realidad un método tan viejo como el mundo. Es muy engorroso preparar algo distinto todos los días, pero da, a veces, tantas satisfacciones que uno no puede sino compartirlas. La comodidad de la clase magistral es, a menudo, un refugio para la pereza y no es incompatible con hacer el payaso de vez en cuando. El humor es, sin duda alguna, la mejor estrategia para conectar con el otro. Yo sin los Monty Python o sin Muchachada Nui o sin Juan Carlos Ortega o sin Faemino y Cansado o sin Los Roper o sin La cantante calva o sin la Comedia del Arte o sin El enfermo imaginario o sin La dama boba no sería el mismo. En mis circunstancias actuales, no sería nada.