domingo, 5 de abril de 2015

"A mi mujer le gustan largas y gordas" por Javier Bilbao


Hace un tiempo, hablando con unos estudiantes de periodismo, les pregunté si en la carrera les enseñaban algo de Google Analytics y su respuesta fue que ni siquiera sabían qué era eso. No me sorprendió, aunque me pareció una lástima al tratarse de una herramienta sencillamente imprescindible para cualquier web. Es lo más parecido a levantar una piedra en el campo y contemplar fascinado todo ese pequeño ecosistema que hasta entonces había permanecido a salvo de miradas ajenas. Solo que esos bichitos que vemos corretear ahora a la intemperie son ustedes, con perdón. Así podemos ver cuántos son, de dónde vienen y qué les interesa. Analytics es el ojo de la cerradura a través del que espiamos a nuestros huéspedes… lo que proporciona cierto placer cotilla, no lo negaremos, pero a veces sus prácticas en la intimidad nos dejan estupefactos. Qué raros sois, humanos.
Aunque existan otros buscadores que también funcionan, como Linux, lo cierto es que Google es el más utilizado y gracias a él nos llegan miles de visitas diarias —al menos hasta que algún día al Gobierno en su infinita sabiduría le dé por cerrarlo— algunas mediante búsquedas tan desconcertantes que quisimos dejar constancia de ellas para la posteridad en este artículo. Pero Analytics se empeña cada día en mostrarnos nuevas pepitas de oro y oigan, es que así no hay manera. Y es que hay gente que considera este buscador un canal adecuado para, sin ir más lejos, entrar en contacto con alienígenas: «quiero comunicarme con extraterrestres yo manuel» y añade sus dos apellidos. A lo que Google con buen tino le mandó a nuestra página. Otros esperan encontrar «paginas ultrasecretas de videos porno de» (no pondremos el resto por decoro). A ver, alma de cántaro, ¿si son «ultrasecretas» esperas hallarlas con una simple búsqueda? También resulta frecuente añadir datos personales no se sabe muy bien con qué finalidad, como en «tengo 74 años y quiero ver peliculas eroticas completas de ornella muti desnuda» e incuso preguntar a Google información personal que al parecer uno mismo desconoce: «como saber si soy periodista». Menuda fiesta debió de pegarse el día anterior.
Raro es el día en el que alguien no hace una consulta comenzándola con un «busco» y concluyendo con un «por favor». Educación ante todo, como en «desearia ver mujeres jovenes desnudas follando, puede ser?», aunque por supuesto otros preguntan con peores maneras, «como coño jugar a los juegos del hambre con un mac?» o bien dan por supuesto que Google conoce personalmente a su familia: «vidente quien puede contestar ahora quien le esta haciendo brujeria a mi sobrino federico?». Las relaciones familiares y sentimentales son todo un mundo, una constante fuente de interés, aunque a veces ni siquiera se pregunta nada, solo se afirma: «me encanta meterle el dedo en el culo a mi marido» o «a mi mujer le gustan largas y gordas». Quizá esperan que Google les dé la enhorabuena. Otras ocasiones la preocupación por los seres queridos se nota más interesada, desde «como preparar una reconciliasion impactante y termine en un encuentro sexual fogoso», hasta «cm hacer q un hombre casado q te gusta q le an dicho q eres perra convencerlo q no es asi». O bien directamente hechicería: «si yo he hecho con una foto de una cuñada escribir y meter la foto conjelador me puede caer una maldicion». Y también hay quien busca excusas para justificarse: «si el niño pregunta quienes el culpable de aventura».
Las búsquedas vinculadas al sexo son un filón inagotable. Las hay escalofriantes: «como cortar el frenillo del pene con una tijera en la casa». Extrañas: «como ber el pene a mi chico cuando lo introduce a mi vagina». Satánicas, «las caras del demonio imaginadas en las vaginas» o piadosas: «puede ser bendecida una relacion por dios despues de haber caido en fornicacion». Pueden ser intelectuales «películas pornográficas que vale la pena ver en nombre del arte» o todo lo contrario: «por que ay buelles que tiene la vergota larga i no se les nota i llo que la tengo mas gorda no se ve». Algunas son un tanto paradójicas, «imagenes porno de la mujer invisible», pero nos ha picado la curiosidad, hemos continuado la búsqueda y aquí pueden verla, en una postura realmente desvergonzada. También Google puede servir de consultorio sobre salud sexual: «que pasa si el hombre termina echandote los germenes en la boca» o «cuando nos damos cuenta las mujeres que hemos tenido un orgasmo?» (si lo pregunta sospecho que entonces no lo ha tenido). No faltan los que se lo toman todo muy en serio: «tutorial para comer coño». Sí señor, muy profesional.
Es en general muy habitual que se busquen imágenes para que las coloreen los niños, bien de animales, objetos, escenas cotidianas… aunque una que sea de «personas teniendo sexo para colorear» es, cuanto menos, llamativa. La cantidad de parafilias que se descubren día a día es inabarcable, oceánica, leer algunas diría que hasta es dañino para la salud mental si no la tuviera averiada de antes. Pero por favor, no se escribe horgasmo, secsis, orjia, bajina y birjinidad. Las perversiones, aunque sea, que estén escritas correctamente. Pero no hay que caer en el desánimo, también hay quienes se interesan por la historia, «cuanto media la polla de un romano» (habría de todo, aunque suponemos que se llevaría la palma Pijus Magnificus) o por el bricolaje: «como hacer una cama de cemento con partes eroticas». Suele ser bastante habitual que la gente intente encontrar pareja simplemente buscando en Google: «mujeres que quieran ver mi pene», «seminaristas de la diocesis de getafe que buscan novia» o bien «quiero casarme con un arabe gay activo con mucho dinero». Por pedir… Pero no todo es vicio en la red, y una búsqueda que nos estamos encontrando todos los días desde comienzos de diciembre es, con variantes, la de «existen los reyes magos sí o no». ¿Acabará Google con el espíritu de la Navidad?
Además del sexo a la gente también le gusta el fútbol y pide un «hechizo palos numeros ganadores para hoy 17/11/2014 de la quiniela de hoy». Otros viven su afición con cierto tormento interior «tengo unos amigos del madrid que no paran de decir que el atleti es malo y cosas malas que hago» y sin salirnos del ámbito futbolístico pero volviendo de nuevo al porno: «cuantos centimetros tiene el pene de los futbolistas del barcelona».
La música es otro ámbito que nos trae muchas búsquedas, lo que nos ha permitido descubrir que existe demanda de «canciones tristes para perros», así como «rock para emos muy doloroso» e incluso vocaciones apáticas «me gustaria ser musico pero me aburro a la hora de hacer una cancion». Lo más común sin embargo es que se busquen nombres de grupos, cantantes o temas proporcionando alguna pista, que se supone que el buscador debe comprender, como «cancion que canta un negro en un idioma raro», «cancion en ingles de los ochenta de un grupo que el cantante tenia una voz muy sexi» o «cual es la cancion de los beatles que una parte dice a goru now evi no y she algo asi».
Otros también buscan consejos y sugerencias de todo tipo con las que se intenta hacer la vida algo más llevadera: «como pillar un colocon que me deja medio muerta», «como obtener algo deseado por medio de la energia cuantica» o «para ganar una discusión hay k pararse mirando al norte o sur». Y algunos quieren dejar directamente sus vidas en manos de lo que les diga Google: «quiero estudiar algo y no se que me pueden recomendar?» o bien «que sugerencias se le puede dar al actor mario casas? unas tres sugerencias por favor». Esta la ha hecho él mismo, si no no se entiende. No son pocas las ocasiones en que se solicita el correo de alguien: «necesito el correo de eduardo tarot el evidente», (llamándose así sospechamos que solo prevé obviedades). Y finalmente hay búsquedas directamente inclasificables: «película de papá cerdito que se rompa el teclado de la escuela de de la mamada cel y papá cerdito corre hasta el castillo más alto». ¿Cómo puede el buscador responder a tal cosa sin enloquecer? Al menos a veces se encuentra otras mucho más fáciles: «cual fue la primer persona en el planeta que le pusieron victor». Esta me la sé, fue Víctor.
En conclusión, está próximo el día en que Google tomará conciencia de sí mismo y tal vez no lance un ataque nuclear contra la humanidad, pero con las risas que se echará a nuestra costa y la manera en que nos sacará los colores… quizá acabe siendo peor. Qué paciencia tiene, de verdad.

viernes, 3 de abril de 2015

Me llamó esa noche... y fue


Me llamó esa noche… y fue. La multitud agolpada en las estrechas callejas de la vetusta ciudad. La emoción contenida de innúmeras almas que se hermanan en un solo sentimiento. La devoción que abriga como un manto de lana en una fría noche a la intemperie. Nunca había sentido el fervor de la masa, la conmoción de fundirse en uno con todo un pueblo. Noté una herida luminosa en lo más profundo, una saeta de cera fundida atravesándome el pecho, un dolor dulce lamiéndome las entrañas. Noté el fuego de sus mejillas sonrosadas al verlo aparecer por encima de las cabezas de la multitud, flotando sobre los hombros de los costaleros. Lo vi, me miró… y fue. Iluminó mi noche oscura del alma con llama de amor viva y coreamos al unísono el cántico espiritual como si las gargantas se hubieran fundido en una sola voz: “¡Genaro, Genaro, Genaro es cojonudo...” La Moncha había avisado con una teta fuera, avivada la imagen por el vaivén de los penitentes. Pero no esperaba la conmoción de su mirada; una mano alzando la botella de orujo al cielo, la otra asida a la farola que sirve de báculo al señalado con el poder del licor ardiente. Su nariz esculpida con mano diestra para señalar el fuego de la ebriedad, Pasó bajo mi consternación y llegaron como un fogonazo los tres misterios que iluminan la vida de un redimido:
1.       1. El bofetón de tu padre al llegar a casa por primera vez con la mirada turbia,
2.       2. La primera mañana que preguntas por lo que hiciste la noche anterior.

3.       3. La noche que recibes la iluminación de Genarín  por transustanciación del orujo en fe. 

martes, 10 de marzo de 2015

"Estos martes de exámenes con veneno"


Estos martes de exámenes con veneno. Estos días de angustia y de café. Este soborno permanente a la memoria. Estos aromas a primavera encarcelada. Estas aulas cargadas de lejía, de amoniaco, de productos corrosivos contra el entusiasmo. Este sadismo de la disciplina, del orden, de la burocracia. Estas ansias por asesinar la anarquía. Esta perversión por acallar los gritos, por domesticar el tiempo, por amansar los vientos. Este clima de muerte sostenida, impuesto a un paisaje de temblores y tormentas. Este silencio artificial que amamanta rencores y arañas. Este espacio agreste, de una sola voz, que alguna vez fue espasmo y voltereta, ahora ya cariada por el empeño rudo de estos martes de exámenes con veneno que vuelven una y otra vez a levantar las escamas de la adolescencia y a inyectar en la carne la ponzoña de la sepultura.  

domingo, 8 de marzo de 2015

"El infinito" de Giacomo Leopardi



Siempre caro me fue este yermo collado
y este seto que priva a la mirada
de tanto espacio del último horizonte.
Mas sentado, contemplando, imagino
más allá de él espacios sin fin,
y sobrehumanos silencios; y una quietud hondísima.
Tanta que casi el corazón se espanta.
Y como oigo expirar el viento en la espesura
voy comparando ese infinito silencio
con esta voz: y pienso en lo eterno,
y en las estaciones muertas, y en la presente viva,
y en su música. Así que en esta
inmensidad se anega el pensamiento
y naufragar en este mar me es dulce.
Traducción de Antonio Colinas.

Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
E questa siepe, che da tanta parte
De l'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminato
Spazio di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiete
Io nel pensier mi fingo, ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e 'l suon di lei. Così tra questa
Infinità s'annega il pensier mio:
E 'l naufragar m'è dolce in questo mare.



domingo, 1 de marzo de 2015

Solo soy intención


No puedo confesar
quién soy,
por pudor 
y porque solo soy intención.
La intención de lo que quisiera ser.
De esto sí os puedo hablar:
quisiera ser sencillo,
humilde, discreto,
alegre, despierto,
displicente con los soberbios
y generoso con todos los demás;
quisiera no ser dogmático,
ni hipócrita, ni colérico;
quisiera ser sincero
y embustero a partes iguales,
gozar de los placeres
y contenerme 
para gozar más de los placeres;
quisiera ser lunático,
errático, satánico,
quisiera tocar las nubes
para chuparme los dedos
y que me los chupen;
quisiera hablar de tráfico,
de arsénico, de léxico
y no atender al discurso
monótono de los voceros;
quisiera abrasarme
para luego bañarme 
en agua helada;
quisiera ser profesor 
de los que no hieren
y escritor de los que 
alguien lee.
Y sobre todo, quisiera olvidarme
de mí mismo.
Pero el mundo no me deja
ser como quisiera ser.
Los obstáculos son muchos, 
a veces insalvables.
La envidia,
esa cerda huida de su porqueriza,
se atraviesa en los cruces de caminos
junto con sus crías
para entorpecer el paso,
para tumbarse sobre la hierba 
y dejarlo todo perdido 
de purines y de barro.
La soberbia,
ese trigo verde que se yergue
como los cardos entre la siembra
para dar una harina agria e indigesta.
El poder,
esa puta afeitada con cosméticos
de droguería barata
que te atrae con la golosina de su sexo
para pegarte unas ladillas o una sífilis irreversible.
O las iglesias,
esas buhoneras camufladas
de mujeres honradas
que te venden un cielo de abalorios 
con la oferta del espanto. 
Y tantas y tantas intrusiones
asesinan la intención que uno tiene
de andar sin armas en los bolsillos.  

sábado, 28 de febrero de 2015

Ejercicios anti-Lomce: "Huir del aula"


Una conseja más que recomendable para no convertirse en un probo funcionario adoctrinador:

Era la cuarta semana de clase. Los chicos ya habían abandonado el entusiasmo del comienzo de curso, sepultado por el olor a naftalina de las aulas. Se imponía un revulsivo. Aquella mañana había una feria de ganadería en el pueblo. Los pastores llevaban a sus mejores sementales para cruzarlos y así evitar la endogamia, nefasta para la cría de corderos de calidad. "Hoy salimos a la calle". La alegría no se podía contener, era desmesurada la emoción por abandonar las cuatro paredes del aula. Escuchaban las indicaciones para elaborar el trabajo de campo con la emoción del semental que huele a la hembra. Si alguien hubiera observado desde fuera el fenómeno, habría pensado que dentro de clase torturamos a los chicos o que nunca habían salido de allí en todos los días de su vida. Se plegaron a todas las condiciones impuestas. Los alumnos que nunca hacían nada se esmeraron por afilar el lápiz y por comprobar que el bolígrafo no tenía la tinta helada. Al llegar a los rediles donde se guardaba a los corderos, se lanzaron con decisión a la búsqueda de los pastores. Los entrevistaban con emoción, apuntaban sus palabras en el cuaderno como si estuvieran recogiendo las palabras del oráculo. "¿Cuántas ovejas hay aquí?", "¿Ovejas?, vamos a ver, muchacho, no les ves los botones?" Anotaban la palabra "botones" y me preguntaban si podían recoger los tacos. El más pequeño de todos, con problemas de salud y de integración, era el centro de atención de los ganaderos, lo rodearon como a un reportero famoso, lo subieron a mujeriegas sobre uno de los sementales y él se sintió héroe por un día.
Los ganaderos se reúnen todos los años para cruzar camadas, para que la simiente no se les envenene. Nosotros no, dejamos que se apolillen los muchachos en el aula. Los rociamos con insecticidas para desinfectarlos de cualquier atisbo de originalidad o creatividad. Nos esmeramos por pudrirles la simiente, para que no puedan reproducir ningún pensamiento propio ni exprimir ninguna idea sin el revoque de los "estándares" normativos. No es una idea nueva, ni mucho menos. Solo tenemos que seguir a Francisco Giner de los Ríos y no los catecismos que nos imponen un año y otro desde los nuevos ministerios: 
«Transformad esas antiguas aulas —dice Giner—; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres. Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales, que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas.»

sábado, 21 de febrero de 2015

"Qué nos enseñan Los cuentos de Canterbury" por Javier Bilbao

«¡Que Cristo me condene! ¡Déjame! ¡Capaz serías de hacerme besar tus viejos calzones, jurando que eran una reliquia de santo, aunque tuvieran palominos! ¡Pero, por la cruz que encontró santa Elena, preferiría tener tus cojones en mis manos antes que tus reliquias! ¡Cortémoslos y te ayudaré a llevarlos, te los envolveré en excrementos de cerdo a modo de relicario!», esta respuesta que le espeta el Posadero al Bulero es uno de los pasajes que mejor definen el espíritu de Los cuentos de Canterbury: religiosidad, humor un tanto escatológico, la inevitable blasfemia que surge de combinar ambos, así como la camaradería entre los peregrinos protagonistas que se sobrepone a la rivalidad entre las profesiones y clases sociales que estaban emergiendo en la sociedad medieval. Pero la obra de Chaucer, pese a quedar incompleta, abordó también otros muchos elementos como la fatalidad de la fortuna, el antisemitismo, la superstición, la avaricia y, muy especialmente, el matrimonio y las relaciones entre hombres y mujeres.
A esta recopilación de cuentos inspirada en El Decamerón y escrita a finales del siglo XIV se le atribuye el haber consolidado la lengua inglesa, pero no es eso lo que ahora nos interesa. Citando la Biblia, el autor afirma que «todo lo escrito se escribió para que nos sirviera de enseñanza, y este fue mi único anhelo». Ahí nos detendremos, veamos entonces qué podemos aprender o al menos qué es lo que servidor —en una lectura personal y sin pretensiones académicas— encuentra particularmente interesante, aquellas pepitas de sabiduría que nos hagan crecer interiormente y, en último término, nos permitan sentarnos en el aire como un maestroshaolin. Que de eso se trata.
La excusa argumental que da inicio a a la obra se basa en un grupo de peregrinos en dirección a la catedral de Canterbury que recalan en la posada del Tabardo. Allí el dueño del local les propone un concurso de narraciones —inicialmente cuatro por persona aunque solo leemos una— y al ganador le invitará a cenar en el viaje de vuelta. Ellos aceptan y las historias van sucediéndose en muy diversos estilos e intenciones, acordes a la personalidad de cada uno y siendo el propio Chaucer un personaje más, que en un guiño metaliterario incluso es abroncado por otro. Respecto a la época en la que está ambientada, es la misma de la citada obra deBoccaccio, así que también refleja el enorme impacto que tuvo la peste negra… aunque ni siquiera llegue a mencionarla directamente. En torno a la mitad de la población inglesa murió en apenas un par de años, dejando en consecuencia una gran cantidad de vacantes disponibles en todos los ámbitos productivos para los supervivientes. Una estructura social que había permanecido rígida durante siglos repentinamente se volvía mucho más abierta, había muchas más oportunidades para todos. Quizá sea eso lo que España necesite en estos tiempos, quién sabe, pues el resultado entonces fue el de dar paso a una nueva sociedad mucho más dinámica, la del Renacimiento. En el caso concreto de los personajes de las diversas historias y de los propios narradores, este hecho se refleja en su interés por prosperar, ascender y enriquecerse (con buenas o malas artes) de una manera que sus antepasados ni se habrían planteado. Quizá el caso más paradigmático sea el de la viuda de Bath, que en el prólogo a su cuento se muestra ufana en torno a cómo se ha casado en cinco ocasiones, heredando las tierras y la fortuna de cada uno de sus desdichados maridos.
Una víctima de la peste devorada por las ratas, Le miroir historial, siglo XV.
Una víctima de la peste devorada por las ratas, Le miroir historial, siglo XV.
Pero la revalorización de la ambición y el dinero no disminuyó sin embargo el odio a los judíos en la sociedad tardomedieval, del que Los cuentos de Canterbury tan buena muestra son. El origen del antisemitismo era una combinación de intolerancia religiosa y recelo ante la prosperidad que estaban alcanzando y la manera de hacerlo, pues los acreedores raramente lograrán caer simpático a alguien. Y es que a los cristianos el Evangelio de Lucas les decía «y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? (…) prestad, no esperando de ello nada», mientras que a los judíos por su parte el Deuteronomio les dictaba que «Al extranjero podrás prestarle a interés», siendo considerado extranjero alguien de distinta fe. Así que el préstamo con interés era algo repudiable que quedaba proscrito a los cristianos (el rechazo visceral que hoy en día generan los bancos en tantas personas quizá sea un lejano eco de ello) y ese espacio fue ocupado por esa diáspora de las doce tribus que tal como comienza relatando el cuento de la Priora «practica el sucio negocio de la usura, vicio aborrecido por Cristo y por los que practican su fe». Por cierto un personaje este, el de la Priora, de quien en su presentación se destaca su buena educación, pues era capaz de masticar sin que se le cayera la comida de la boca. No valoramos hoy en día como es debido el tener dientes.
La historia que nos cuenta, ambientada en la judería de una gran ciudad de Asia, se centra en un inocente niño cristiano que rezaba y cantaba con devoción camino de la escuela, para lo que debía cruzar dicho barrio. Pero entonces «la serpiente Satanás, que tiene en el corazón del judío un nido de avispas, se hinchó y dijo: ¡infeliz pueblo hebreo! ¿Os parece bien que un niño vaya por ahí entonando canciones cuyas palabras son un insulto a nuestra antigua fe?». Al oír esto los vecinos comenzaron a conspirar y el pequeño acabó degollado y tirado a un pozo que usaban para hacer sus necesidades. La madre, preocupada al ver que su hijo no llegaba a casa, recorrió el barrio y entonces se produjo el milagro de que, aún degollado, cantaba con voz melodiosa desde el fondo de aquel vertedero de inmundicias, dejando así en evidencia a sus asesinos, que fueron prendidos y ajusticiados. ¿Qué aprendemos entonces del cuento de la Priora? Pues que el judío usurero es de naturaleza conspiradora, diabólica y conviene darle su merecido pero no de cualquier manera, ojo, dado que «cada culpable fue descoyuntado, sus extremidades atadas a cuatro briosos caballos, y después colgados según ordenaba la ley». Mmm… no, me temo que no es una buena enseñanza. Sigamos con otra a ver.
Una de las características que dan modernidad a esta obra son los recursos narrativos que emplea, con tramas que se entrecruzan, pistolas de Chéjov (como los peñascos en el cuento del Terrateniente), una narración autoconsciente que recurre a las elipsis y a acotaciones («dejémoslos por un momento en su felicidad para volver con este otro personaje») e, incluso, a cuentos dentro de cuentos que a su vez forman parte de la historia central, como si de la película Origen se tratase. Esto lo vemos por ejemplo en el peculiar cuento del Capellán de monjas, una fábula sobre unas gallinas y un zorro que narran a su vez otras anécdotas protagonizadas por humanos, y también en como cada uno de los peregrinos explica su historia buscando a veces provocar a los otros ridiculizando su profesión, que a su vez replican con otra en sentido contrario, dándole así un hilo conductor al conjunto. Es el caso del cuento del Molinero.
En él se cuenta como un carpintero más ambicioso que espabilado es engañado por el estudiante que vive de alquiler en su casa, quien le hace creer que un inminente diluvio acabará con todo. Atemorizado, el carpintero se mete en un tonel colgado del techo por la noche, a lo que el estudiante aprovecha para ir a su cama y retozar con su esposa. Mientras tanto, otro aspirante a gozar de los favores de esa solicitada mujer canta junto a su ventana y ella, para espantarle, le ofrece un beso en la oscuridad. Él acepta y al aproximar los labios lo que asoma es el culo de ella (muy áspero y peludo, se describe). Ávido de venganza el amante frustrado vuelve con un tizón al rojo vivo y reclama otro beso, siendo esta vez el estudiante quien hace la broma de mostrar su trasero. Entonces le arrea con el tizón y el estudiante grita desesperado «¡Agua, agua!», lo que despierta al carpintero y lo agita al creer que ese grito es el aviso del inminente diluvio, haciéndole caer con gran estrépito y atrayendo así a todos los vecinos, que al ver la situación estallan en risas. En definitiva, por sus detalles y extensión es básicamente un chiste contado por Chiquito de la Calzada y aquí la moraleja está muy clara: no duermas en un tonel ni asomes el trasero por la ventana. Tal vez no sea la mayor perla de sabiduría de la historia de la literatura, pero nunca se sabe cuándo puede servir.
Manuscrito Ellesmere, siglo XV.
Manuscrito Ellesmere, siglo XV.
El siguiente cuento, narrado por un carpintero, tiene evidentemente como objetivo de sus dardos a un avaricioso molinero, cuyas esposa e hija son mancilladas por dos estudiantes a los que intentó estafar. Como vemos la infidelidad es un tema recurrente, presente también en otras historias y que contribuye a hacer de Los cuentos de Canterbury en su conjunto todo un tratado sobre el amor y el matrimonio. De hecho se suele atribuir a Chaucer el haber sido el primero en atribuir al día de San Valentin el significado que actualmente le otorgamos de celebración de los enamorados (aunque no por estos cuentos sino por su obra anterior, El parlamento de las aves). El cuento de Melibeo nos muestra por ejemplo a un hombre poderoso que se plantea iniciar una guerra contra sus vecinos como desagravio, pero su esposa Prudencia con gran elocuencia le termina persuadiendo para que opte por el perdón y la convivencia pacífica. La relación entre ambos es una estrecha alianza frente al mundo, en la que ella con una actitud aparentemente suplicante termina logrando que él haga todas y cada una de las cosas que le va pidiendo, como si fuera una marioneta en sus manos, aunque eso sí «Dios sabe que en mi propósito lo digo como lo mejor para ti, por tu honor y también para tu provecho». Algo similar a lo que encontramos en el cuento de la viuda de Bath y en el del Terrateniente, en el que se describe el amor como una entrega mutua en la que una parte es sierva y dueña simultáneamente de la otra:
El amor no debe ser forzado ni limitado por el dominio, ya que cuando este aparece, el dios encoge sus alas y emprende la retirada. Al amor no se le pueden señalar fronteras. Las mujeres, por propia naturaleza desean la libertad, no quieren ser tratadas como esclavas, y lo mismo sucede con los hombres.
Por su parte el cuento del Mercader, sobre un hombre rico que ya tiene cierta edad y se muestra ansioso por adquirir una joven esposa, va aún más allá al poner en boca de su protagonista que «un hombre que no esté casado es una basura». Aunque su hermano se ve obligado a refrenar tanto entusiasmo haciéndole ver que «solo Dios sabe las lágrimas que derramé desde que me casé. Que cuente las satisfacciones del matrimonio el que quiera o el que haya tenido suerte, yo solo puedo hablar de disgustos y obligaciones». Lo que entronca con otra de las ideas recurrentes que nos muestra Chaucer, la de que, por así decirlo, la hierba siempre nos parece más verde al otro lado del prado. Cada uno desea la suerte del vecino aunque el vecino envidie la nuestra, un sesgo psicológico recurrente y muy estudiado hoy día. Por cierto, al final del cuento del Mercader el protagonista acaba siendo un cornudo ante sus propios ojos, aunque ella termina convenciéndole de que no es lo que parece y siguen felices.
Para ir concluyendo no podemos dejar de mencionar la adaptación al cine que dirigió el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini y que le valió el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1972. No ponemos el enlace no vayan a cerrarnos el chiringuito, pero pueden encontrarla en YouTube en castellano. Es una versión muy similar en muchos aspectos a la que hizo previamente de El Decamerón, que conforma con la posterior de Las mil y una noches su llamada «Trilogía de la vida». Hay que decir que ha envejecido bastante mal, parece rodada con cuatro duros, tiene unas actuaciones pésimas y un hilo argumental un tanto inconexo, como si se hubiera reunido con un grupo de amigos un fin de semana y esto es todo lo que les hubiera dado tiempo a rodar. Eso sí, aparece mucha gente desnuda y follando, lo que provocó un considerable escándalo en su época, también en el Partido Comunista Italiano (al que el cineasta era tan afín) que lo tildó de «capitalista, reaccionario y lleno de concesiones con la sociedad de consumo». Visto hoy en día resulta bastante curioso que un partido político haga crítica cinematográfica, pretendiendo extender en ese ámbito también sus tentáculos como si de una iglesia o secta se tratase. El aludido por su parte tuvo una respuesta para todos ellos. «Mi película es casta», comenzaba diciendo, y no le malinterpreten, no se refería a que fuera bipartidista y corrupta, sino a que «no hay en ella escenas vulgares ni pornográficas. La pornografía es un vicio como otro cualquiera porque comercializa el erotismo, que es una de las cosas más bellas del mundo».
En cualquier caso, si no quieren verla completa sí que les recomiendo efusivamente los dos últimos minutos (a partir del 1:43:50) que recogen el prólogo del cuento del Alguacil. Pura poesía en imágenes en las que se plasma cómo un fraile soñó con que iba al infierno y allí, al no encontrar ningún otro de su condición preguntó al ángel que le guiaba si acaso estaban todos en el cielo, a lo que este le llevó ante Satanás y le gritó:
—Levanta el rabo Satanás! ¡Enséñanos tu culo y deja que veamos dónde está el nido de frailes en este lugar!
Y como un enjambre de abejas por el culo del demonio salieron veinte mil frailes en tropel, que pulularon por todo el infierno.

jueves, 19 de febrero de 2015

Escucha


Escucha:
me gusta
que me escupas,
que me insultes,
que me menosprecies,
que hieras con la aguja
de tus zapatos
la parte más blanda
de mi rabadilla,
que me ahogues
con tu intransigencia,
que pudras mi sonrisa
con tu rencor.
Y me gusta, sobre todo,
cuando me doy la vuelta
y me lamo las heridas,
restaño el boquete
de tus zapatos,
me aplico silencio
en el cuello,
y compruebo
con satisfacción
cómo la perversión
ha salvado a mi buen humor.

domingo, 15 de febrero de 2015

"Un Papa" por Javier Marías ("El País Semanal")

Este Papa actual cae muy bien a laicos y a católicos disidentes, y bastante mal, al parecer, a no pocos obispos españoles y a sus esbirros periodísticos, que ven con horror las simpatías de los agnósticos (utilicemos este término para simplificar). Las recientes declaraciones de Francisco I respecto a los atentados de París (qué es esa coquetería historicista de no llevar número: Juan Pablo I lo llevó desde el primer día) no parecen haber alertado a esos simpatizantes y en cambio me imagino que sus correligionarios detractores habrán respirado con alivio. Un Papa es siempre un Papa, no debe olvidarse, y está al servicio de quienes está. Puede ser más limpio o más oscuro, más cercano a Cristo o a Torquemada, sentirse más afín a Juan XXIII o a Rouco Varela. Pero es el Papa.
Francisco I es o se hace el campechano y procura vivir con sencillez dentro de sus posibilidades, pero esas declaraciones me hacen dudar de su perspicacia. Repasémoslas: “En cuanto a la libertad de expresión”, respondió a la pregunta de un reportero, “cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común … Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el Doctor Gasbarri, que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñezato. ¡Es normal! No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás … Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al Doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana … Yo no puedo burlarme de ella. Y este es el límite … En la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi mamá”.
El primer grave error –o falacia, o sofisma– es equiparar y poner en el mismo plano a una persona real, que seguramente no le ha hecho mal a nadie ni le ha impuesto ni dictado nada, ni jamás ha castigado ni condenado fuera del ámbito estrictamente familiar (la madre del Papa), con algo abstracto, impersonal, simbólico y aun imaginario, como lo es cualquier religión, cualquier fe. Con la agravante de que, en nombre de las religiones y las fes, a la gente se la ha obligado a menudo a creer, se la ha sometido a leyes y a preceptos de forzoso y arbitrario cumplimiento, se la ha torturado y sentenciado a muerte. En su nombre se han desencadenado guerras y matanzas sin cuento (bueno, no sé por qué hablo en pasado), y durante siglos se ha tiranizado a muchas poblaciones. Las religiones se han permitido establecer lo que estaba bien y mal, lo lícito y lo ilícito, y no según la razón y un consenso general, sino según dogmas y doctrinas decididos por hombres que decían interpretar las palabras y la voluntad de Dios. Pero a Dios –a ningún dios– se lo ve ni se lo oye, solamente a sus sacerdotes y exégetas, tan humanos como nosotros.
La madre de Francisco I fue probablemente una buena señora que jamás hizo daño, que no intervino más que en la educación de sus vástagos, y contra la cual toda grosería estaría injustificada y tal vez, sí, merecería un puñetazo. Pero la comparación no puede ser más desacertada, o más sibilina y taimada. A diferencia de esta buena señora, o de cualquier otra, las religiones se han arrogado o se arrogan (según los sitios) el derecho a interferir en las creencias y en la vida privada y pública de los ciudadanos; a permitirles o prohibirles, a decirles qué pueden y no pueden hacer, ver, leer, oír y expresar. Hay países en los que todavía las leyes las dicta la religión y no se diferencia entre pecado y delito: en los que lo que es pecado para los sacerdotes, es por fuerza delito para las autoridades políticas. Hasta hace unas décadas así ocurrió también en España, bajo dominación católica desde siempre. Y hoy subsisten fes según las cuales las niñas merecen la muerte si van a la escuela, o las mujeres no pueden salir solas, o un bloguero ha de sufrir mil latigazos, o una adúltera la lapidación, o un homosexual la horca, o un “hereje” ser pasado por las armas. No digamos un “infiel”.
Así que, según este Papa, “la fe de los demás” hay que soportarla y respetarla, aunque a veces se inmiscuya en las libertades de quienes no la comparten ni siguen. Y en cambio “no se puede uno burlar de ella”, porque entonces “estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al Doctor Gasbarri…”. Sin irse a los países que se rigen por la sharía más severa, nosotros tenemos que aguantar las procesiones que ocupan las ciudades españolas durante ocho días seguidos, y ni siquiera podemos tomárnoslas a guasa; y debemos escuchar las ofensas y engaños de numerosos prelados en nombre de su fe, y ver cómo la Iglesia se apropia de inmuebles y terrenos porque sí, sin ni siquiera mofarnos de la una ni de la otra, no vayamos a “provocar” como ese pobre Doctor que se ha llevado los hipotéticos guantazos de Francisco I. Con semejantes “razonamientos”, no se hace fácil la simpatía a este Papa. Al fin y al cabo es el jefe de una religión.

sábado, 14 de febrero de 2015

Bucólicas (Invierno)


Amainaron las ventiscas,
se llevaron con ellas tres días
de furia y vidrios.
Se calmó el cielo
y las sendas acogieron
de nuevo a los caminantes.
Los montes dejaron de rugir
y la tierra ya no hería
los ojos.
Amainó el mundo
y todo fue pereza.
Las nubes regresaron,
se posaron sobre nosotros
como lápidas cargadas de nieve,
nieve que no caía,
detenida en el aire,
apenas humedeciendo el suelo.
Los caminos de nuevo poblados
de simiente y huellas recias.
¿Qué se llevaron los vientos?
¿A quiénes arrastraron con ellos?
Solo las urracas lo saben:
graznan de pérdida
sobre las vides.
También las campanas:
gimen de añoranza
bajo las nubes. 

"Las tripas del hambre" por Juan Bonilla

Se diría que hoy el lugar del periodismo, del gran periodismo si hay que ponerse explícitos y contundentes, es el libro. Los periódicos no tienen sitio para reportajes sin mesura: son caros, demasiado caros, es mucho más barata la opinión, que es al periodismo lo que la llama de un mechero al sol: por mucho que estén hechas de lo mismo, no es lo mismo. Esto no era más que una forma de empezar, de alcanzar las cinco o seis líneas para decir: si ha tardado 10 segundos en leer estas líneas, sepa que en el mundo han muerto cuatro personas de hambre mientras lo hacía. Cuatro personas cada diez segundos. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, una...Otras cuatro personas. Muertas. De hambre.
Nos lo recuerda Martín Caparrós en un monumental reportaje titulado El hambre y recién publicado por Anagrama. Tiene 620 páginas. Podía haber ido cabiendo en algún periódico de a poquito, no sé. Lo que sé es que es una enérgica muestra de gran periodismo, pero también sé que eso es lo de menos. Habrán muerto otras ocho o 10 personas de hambre mientras yo escribía estas líneas. Caparrós calcula que en las horas que un lector se tome en leer su libro morirán unas ocho mil personas de hambre. Ocho mil. Personas. Muertas. De hambre. La verdad es que se lo pone difícil a cualquier lector. El arsenal de datos que va distribuyendo por su reportaje -o por su serie de reportajes enlazados- es tan contundente, tan escalofriante, tan aplastante, que al final se sale de El hambre con el mantra que va repitiéndose a lo largo del libro abriendo pequeños paréntesis entre los reportajes: ¿cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Porque lo cierto es que todos sabemos que estas cosas pasan, y lo cierto es que el tema de "el hambre en el mundo", que nos ha acompañado desde pequeños (las huchas del Domund, las barrigas hinchadas y las piernas esqueléticas de los niños, Biafra, Zaire, Etiopía: casi podríamos escribir cada uno de nosotros un pequeño poema vanguardista y biográfico alineando meramente las hambrunas a las que hemos asistido como espectadores desde niños) está tan arrinconado que sí, lo raro es preguntarse cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que estas cosas pasan. ¿Quién es el valiente que va a enfrentarse a la pregunta y no va a apartarla como un mueble corrompido por la carcoma? Ah, aquí está: Martín Caparrós.
Martín Caparrós empieza en el lugar más pobre de la tierra: Níger, y empieza con un niño que muere de hambre, aunque la madre piensa que es de otra cosa porque el niño comer, come. ¿Qué come? Una bola de mijo y agua que no alcanza para alimentar a un niño de un año y medio. Cosas de estas sucedieron antes y seguirán sucediendo, diría cualquiera: de hecho, el propio Caparrós anota que en la misma semana que muere ese niño con el que empieza el libro, murieron otros cincuenta y nueve. Pero ¿por qué suceden? Y sobre todo, ¿cómo es posible que permitamos que sucedan? O bien, ya que suceden y aceptando que nada podemos hacer para que dejen de suceder, ¿cómo es que no estamos todo el santo día hablando de ello? No quiero ni pensar en el número de personas que habrán muerto de hambre desde que empecé el texto.

Martín Caparrós. | DOMÉNEC UMBERT
"Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre, sentimos hambre dos o tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre -y al mismo tiempo, nada más lejano para muchos de nosotros que el hambre verdadera", anota Caparrós, que emprende una aventura terrorífica armado con dotes de gran periodista: los datos y los hechos son fundamentales, pero también las armas del sabio narrador que es. Contar el hambre a través de las historias de quienes pasan hambre. Investigar en por qué hay hambre. Propone incluso soluciones a hechos puntuales que de tan sensatas resultan insultantes (¿cómo coño no se hace así?, se pregunta a veces uno cuando Caparrós, por ejemplo, después de estudiar un caso enla India -el país que más hambre padece del mundo desde hace mucho- se pregunta qué pasaría si a la empresa que tiene la patente de un tipo de semilla mucho más productiva que la tradicional se le quitara esa patente o se la forzara a negociar. Se permite incluso rebajarse -o ascender- a la poesía: comemos sol, dice, comer es ensolarse, comer es hacerse de energía solar, fotones diversamente cargados caen incesantes sobre la superficie del planeta. las plantas los atrapan y los transforman en materia digerible, el 10% de la superficie del planeta se dedica a eso, un cuarto de hectárea por cada ser humano, todo lo que comemos, directa o indirectamente, a través de la carne de los animales que las comen, son esas fibras vegetales cargadas de sol, esa energía es la que necesitamos para recuperar y reconstruir nuestras propias fuerzas. Para saber cuánta energía consigue cada cuerpo hay una medida: la caloría. Un adulto necesita de unas 2.200 calorías de comida diarias. Si no las obtiene, pasa hambre. Un chico, según su edad, puede necesitar 700 o 1000 calorías. Si no come, el cuerpo se lo come a él: un cuerpo hambriento es un cuerpo que se come a sí mismo, dice Caparrós.
Niger, India, Bangladesh, Kenia, Argentina, Estados Unidos...y España, sí, también España, claro que sí. Las historias que van apareciendo en El hambre no sólo nos interpelan inevitablemente (¿Cómo carajos...?) sino que también pone sobre la mesa una serie de cuestiones que es vergonzoso que no estén a la vista a diario: porque esas historias no se limitan a retratar el hambre a través de algunas de sus víctimas, sino que indagan también en quienes hacen todo lo que pueden por tratar de paliar el estado de cosas -ellos son los que sí han sabido darse una respuesta a la pregunta/mantra del libro: en la medida de sus posibilidades se niegan a mirar a otro lado- y también analiza la voracidad de los especuladores de alimentos para los que el hambre de muchos significa fortuna y riqueza. Mil millones de seres pasan hambre en el planeta. Uno de cada cinco. Y miles mueren cada día. El libro de Caparrós, gran periodismo, nos pone malo el cuerpo, pero eso no es lo peor: lo peor es que le planchará el alma al que la tenga. Porque, en serio, ¿cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Ahora que el hambre apenas sale en las noticias, ahora que la cooperación internacional ha sufrido un tremendo varapalo , ahora que están aquí imágenes que nos parecían remotas -gente rebuscando en la basura, colas y colas de gente con hambre en casas de misericordia donde obtener unas pocas calorías-, este libro de Martín Caparrós se nos muestra como un reportaje indispensable, sobrecogedor, terrible y maestro. Ojalá contagie su egoísmo: "He andado por el mundo y cada vez me desespera más. Pero cada vez creo más en la desesperación o la desesperanza. Y creo que sería bueno separar la acción de los resultados de la acción. No hace lo que quiero hacer por la posibilidad del resultado sino por la necesidad de la acción: porque no me soporto si no hago. Y creo que nada es completamente cierto si no lo hago por alguna forma de egoísmo. Y que los grandes momentos de la cultura se producen cuando el egoísmo de miles consiste en decidir que deben hacer algo por los otros: que esa es su forma de hacer algo por ellos mismos, su egoísmo. Entonces: pensar cómo sería un mundo que no nos diera vergüenza o culpa o desaliento -y empezar a imaginar cómo buscarlo."

Un personaje de Roberto Bolaño

A través de un artículo de Juan Bonilla, conozco a un "poeta" cura del Opus Dei, Ibáñez Langlois. Un personaje tan estrafalario que hasta le sirvió a Bolaño como motivo para crear uno de sus entes literarios. Dice Bonilla de él que es un poeta en guerra contra un mundo que corre el riesgo de irse a pique, un misógino mayor que el propio Catulo: considera que todas las mujeres son putas. Una "perla" criada en el seno más rancio de la Iglesia que angustia con poemas como este:

PROSCRITOS
Terroristas del mundo, alucinados, 
drogadictos, pilotos de la muerte, 
pervertidos de la profunda noche: 
habéis equivocado los caminos. 
En Dios está el terror y la violencia 
y la gloria y el sexo y la ignominia. 
En Dios está la ciencia y la locura 
y el fruto prohibido y el horror. 
Venid, adoradores, al peligro 
y a los vértigos de su santo rostro.
O esto:
Jesús en ti confío pero tú 
no confíes en mí que en un abrir
y cerrar de ojos te he crucificado.