Es curioso el proceder de algunos restaurantes cuando reservas solo para una persona. Ya me ha sucedido en varias ocasiones: te colocan en un rincón de la barra o en un tonel apartado o en una esquina de espaldas al jolgorio, como para que no estorbemos. Tampoco me extraña. Ocurre como con los feos y los gordos en los platós de televisión, los suelen situar fuera del campo de la cámara, porque no dan juego, porque al espectador le gusta ver caras agradables y cuerpos bien formados; y a la clientela de un bar no le da buena espina un solitario. Lo más normal es que sea un borracho, un raro o una mala persona, con la que no quiere cuentas nadie. En el caso de los llaneros solitarios, para el cine daban juego, pero para ambientar un salón comedor como que no. Es difícil ir de restaurantes sin compañía y no precisamente por la falta de conversación (ahora, a través del guásap, se pueden organizar tertulias virtuales con mucha facilidad y variada riqueza), sino por la sensación de ser un marginado, un paria. La última vez, a mí y a dos chicos árabes nos situaron en una zona aislada del bullicio, donde nuestra condición de solitarios y extranjeros del sur no molestara demasiado. No pasa nada. Ahora, lo que resulta más complicado es pedir arroces ("mínimo dos px") y raciones para compartir (ayer por poco reviento con un plato de mejillones). Por desgracia, a través del móvil, aún no podemos saborear unas vieiras. Todo se andará.
Secciones
lunes, 7 de noviembre de 2022
El comensal solitario
miércoles, 2 de noviembre de 2022
Diarios de la pena negra XV
2 de noviembre de 2022
PALABRAS NEGRAS
Solo brotan de mis entrañas palabras negras.
Un espíritu machadiano me ha invadido:
los paisajes se cubren de tardes melancólicas,
de álamos polvorientos,
de tierras de ceniza.
Llego al refugio solo,
como solos estamos al nacer,
como solos moriremos.
Y quiero reencontrarme,
reconocerme,
despertarme,
pero me falta el aire.
Una rueda pinchada,
un tropiezo,
una bolsa que se rasga,
son suficientes para entrar
en una profunda sima de tristeza.
Las polvorientas encinas,
los ramajes yertos,
las grúas vacías
el esqueleto de los edificios,
todo ofrece un aspecto abrumador
de desdicha.
Solo brotan palabras negras,
por suerte son solo palabras:
el meconio de los desgraciados,
el lodo de las soledades,
la grasa de las cocinas descuidadas.
Palabras, palabras negras,
sucias palabras negras
de soledad correosa.
lunes, 31 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XIV
31 de octubre de 2022
A raíz de un artículo de Irene Vallejo, recuerdo un mito de la tradición clásica. Y me desmorono. Los sueños me llevan siempre a ella. Hoy, por ejemplo, Eva no estaba muerta, resucitaba, los médicos se habían equivocado por completo y ella se había despertado en la morgue, plena de alegría y de vitalidad. Nadie sabía cuál había sido la equivocación, pero estaba claro que no estaba muerta, que volvía a casa y volvíamos a planear nuestra jubilación.
Al despertar, tuve que cambiar la hora y, luego, amoldarme a la nueva realidad. Por suerte estaba en Bilbao y nada es como parece. Leo el texto de Irene Vallejo y, a pesar de rememorar un mito que a mí, cuando lo conocí me pareció demasiado efectista y melodramático, se me agarra al paladar como el cruasán que acabo de engullir en el desayuno. Jupiter y Mercurio bajan al mundo de los mortales y solo una pareja de mortales los acoge, humildes, hospitalarios. Ellos cobijan a los dioses y les dan lumbre, comida y vino (qué más puede pedir un viajero). Baucis y Filemón avivan el fuego, les ofrecen carne y unas jarras bien condimentadas, para que los extranjeros no pasen calamidades. Los dioses, agradecidos, al ver que esa pareja les entregaba todo lo que tenían para agasajarlos, se apiadan de ellos y quieren premiarlos. Les dan a elegir, les ofrecen la vida eterna, el colmo de los placeres y ellos no dudan: "Quiero morir el mismo día que Filemón" -dice Baucis. "Yo quiero lo mismo"-dice Filemón. "No quiero ver la tumba de mi compañera". Jupiter y Mercurio se sorprenden, no comprenden cómo alguien que puede elegir libremente sobre su destino, elige la muerte. A mí me resulta tan razonable que me da miedo.
martes, 25 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XIII
25 de octubre de 2022
Beber y beber hasta perder el norte, hasta abandonar la realidad, hasta el punto de que a las nueve sacas el móvil y estás a pique de llamarla, para decirle que mañana volverás a casa, que no se preocupe, que no has bebido mucho (mentira), que al llegar harás la comida, que sacarás a la perra, que tenderás la ropa...; pero no, en seguida, a pesar de la embriaguez, la realidad te abofetea, recuerdas que no vas a volver a ningún sitio, que nadie te espera, que ella no estará para recoger tus despojos, que ya nadie te recriminará ser tan crápula. Y oyes los versos de Cernuda, tan vivos, tan hirientes como nunca, "libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin sentir un escalofrío..." Beber y beber hasta no ser uno mismo. "Embriagaos", sigo a Baudelaire, "de vino, de belleza, de cualquier cosa, pero embriagaos". Y luego, durante la resaca, el día es más gris; la noche, más oscura; el viento, más frío; las habitaciones, más estrechas; el abismo, más insondable. Y octubre, más grave.
lunes, 17 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XII
17 de octubre de 2022
Ella tiene dieciséis años y ha sufrido más que yo. Mucho más que yo. Sí, aunque parezca mentira, hay gente que puede sufrir más que uno. Llega a clase con la sonrisa puesta, con el amor por la literatura entre los dientes y con una motivación que no es propia de una joven. Porque ha sufrido más que yo, mucho más que yo. Y no es habitual que la gente sufra más que uno. Menos todavía los adolescentes. Se sienta y espera a que comience la clase, con avidez, con hambre de letras, de palabras. Me acongoja tanta pasión. Y la envidio. No porque haya sufrido más que yo, sino por estar más entera, más firme, con dieciséis años que yo con casi sesenta. Hoy me he quemado la lengua con el guisado de costilla y pensaba en ella, en su sufrimiento y en mi falta de ánimo. En mi apresuramiento, en mi indecisión, en mi incoherencia, en mi despiste continuo. Ayer, tan necesitado de gente, de conversación, como estoy, me equivoqué de sala al ir al cine y vi la película equivocada, sin compañeras a mi lado, porque mi subconsciente parece perseguir la soledad. Y ella me mira, alegre, avispada, con los ojos llenos de horizonte, y yo tengo que imitarla. Ella ha sufrido más que yo, mucho más, y ahí está, sentada, con la barbilla apoyada en la mano, a la espera del argumento de la Odisea, a la espera de Ulises. Me he clavado un vidrio en el pie, en el talón para ser más exactos. Sabía que se había roto una copa en la cocina y no he dejado de ir descalzo. Noto el dolor del vidrio hiriendo la carne, y aun así, ella ha sufrido más que yo, mucho más que yo, y conserva la mirada limpia, transparente como el aire de octubre.
miércoles, 12 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra XI
12 de octubre de 2022
Desde el abismo en el que me precipito, tengo la falsa sensación de que la caída es transitoria, de que todo esto es reversible. Imagino que Eva me reclama para que vuelva a casa, la veo abrazando amorosamente a mi hija, escribiendo en su diario de viajes el último episodio de nuestras peripecias, entra en el bar donde estoy comiendo solo y se sienta a mi lado y pide una ensalada, lee y me da su opinión sobre mis engendros, riega las plantas, paseamos a la perra, revisa las clases del día siguiente, prepara su cartera, se acuesta a mi lado, la beso y me despido de ella. Porque no, porque no volveré a pisar tierra firme, porque este abismo es para siempre, esta caída no tiene remisión. Y ya es tarde para aprender a volar, es demasiado tarde. Por muchas alas que se empeñen en fabricarme quienes me aprecian, creo que no voy a ser capaz de manejarlas.
Solo se detienen el vértigo y la angustia cuando ella aparece como en sueños, con esa mirada verde de las sirenas, con la piel tan fina y blanca como el sudario de Penélope, tejiendo y destejiendo su presencia fantasmagórica. Vivo con la esperanza de Telémaco, a pesar de conocer la sentencia de los dioses, a pesar de saber que ella naufragó y yo mismo fui quien la arrulló en su último aliento. A pesar de la certeza, lo único que me consuela es imaginarla una y otra vez aparecer en la orilla, en el borde del precipicio, con el brazo extendido para salvarme, para detener la caída irreversible.
martes, 11 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra X
11 de octubre de 2022
A veces los días son negros como la pez, como la oscuridad, como el fango, como el meconio, como la sangre coagulada. Son negros y te destrozan los intentos de recuperación. Son negros, como el vómito del apestado, como el repicar lento de las campanas, como las noches de luna nueva. Son negros esos días en que todo parece ir hacia el fondo: se rompe el tendedero, te lesionas un gemelo, pillas la tormenta en plena conducción, se abre la fosa de los malditos. Son insignificantes desgracias que te abocan a un porvenir sin sentido. Es verdad, antes la vida tampoco era nada, pero la tenía ordenada: los libros en posición alfabética, la silla para sentarse, el sofá para repantigarse, la cama para tumbarse, el hombro para suspirar sobre él. Todo era una murria inane que te mecía y abrazaba, te vendaba los ojos, para evitar percibir el argumento de la obra. Hoy, uno de esos días negros, ves con nitidez el primer y segundo acto y no muy lejos, el tercero, lúgubre, inevitable, apocalíptico. La soledad, esta soledad impuesta, te abre los ojos para que descubras, sin aliento, qué poco hay de sólido en tu andadura, qué leve es tu pasar, qué frágil. Y ella no está, y ella era mi hombro; y sin ella veo el mundo ingrávido, descarnado, sin apoyo para mi cabeza .
sábado, 8 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra IX
7 de octubre de 2022
Hoy he vuelto a Sevilla. Ya es otoño, la canícula no te desbarata y una tarde de cobre bruñido me ha recibido con la boca entreabierta. He vuelto a Sevilla, al Callejón del Agua, a la Puerta de la Carne, al abrigo de mi hija, que me da refugio, alegría, candor y un vigor de juventud que necesito más que la comida. Las callejas del barrio de Santa Cruz, por la noche, silenciosas, limpias, amorosas, me acogen como si hubiéramos nacido aquí, como si las conociéramos desde la niñez. Abrazo por el hombro a Alma y caminamos juntos, felices, endulzados por una noche de temperatura deliciosa, sin brisa, sin el acogotamiento del sol, con la intensidad y la sencillez de la compañía necesaria. Sevilla es un huerto donde madura el limonero, un panal de turistas que pugnan por encontrar la cola más larga, un barandal de mármol desde donde se contempla un esponjoso anochecer, con manjares en sazón y flores y licor de dioses en las vitrinas. Sevilla es azulejo y piedra, soleá y romance, silencio y rompimiento de cantaor desgarrado. Sevilla es Alma y Cernuda y un poco el burlador. En Sevilla tengo ahora más aire del que puedo respirar.
lunes, 3 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra VIII
3 de octubre de 2022
Antes de la desgracia era un gilipollas con pretensiones, ahora solo soy un triste gilipollas. He avanzado, aunque no lo parezca. Estar triste o ser un triste siempre es mejor que ser un pretencioso. Sí, para lo único que me ha valido sufrir esta tragedia ha sido para bajarme los humos, para ascender a la altura de los gilipollas sin ínfulas. No lo digo como boutade, sino como constancia de mi actual naturaleza.
Hoy, en clase, he constatado con mis alumnos esta condición. Les había colgado en Classroom, para reforzar la sintaxis, las mismas oraciones que habíamos analizado en clase, un lapsus habitual, sin importancia. Ellos me lo han advertido sin ninguna acritud, con el gesto del que comprende a quien no está centrado. Aceptan, comprenden mi nueva naturaleza (la de triste gilipollas) y la asumen como algo que tienen que sufrir necesariamente. El gilipollas pretencioso habría argüido que lo había hecho adrede, para comprobar si estaban atentos a lo que colgaba (he estado a punto de decírselo); pero no, he preferido la verdad, que mi atención se ve disminuida por la murria que me acompaña día y noche. No han protestado, solo han esbozado un gesto de resignación e incluso alguno me ha compadecido. No quiero dar pena, pero la doy. Preparo las clases con el mismo esmero que antes, incluso con más interés, porque el contacto con los alumnos es uno de los pocos impulsos que remueven mi ánimo; sin embargo no puedo evitar estos fallos de raccord. En la siguiente clase, un alumno me ha preguntado "¿qué tal el finde?", y me ha respondido, al ver mi cara de circunstancias, "el mío tampoco ha sido nada del otro mundo". Nadie sabe manejar la solidaridad espontánea como ellos. Nadie tan comprensivo con la gilipollez deprimida como un adolescente.
domingo, 2 de octubre de 2022
Diarios de la pena negra VII
2 de octubre de 2022
La soledad impuesta por la muerte es muy distinta a la soledad buscada por voluntad propia. Antes de que Eva desapareciera, perseguía a menudo esa soledad que me ofrecía paz, tranquilidad, ensimismamiento, un rincón confortable desde donde leer, escribir, amodorrarse. Esa soledad dulce era un refugio para mí, un prado ameno donde relajarme. Nada que ver con esta soledad impuesta que vivo ahora, desgarrada, agria, con colmillos. La temo, me ha quitado el sosiego, apenas me permite escribir, me aparta de los argumentos de las novelas, me hiere cuando me acerco a la lírica o a la música. Temo lo que antes perseguía, temo el fuego que antes me calentaba y ahora me abrasa, temo quedarme conmigo a solas porque ya no disfruto de mí mismo y esto me desasosiega. Con la soledad deseada, las horas se deslizaban sin obstáculos, fluían mansamente, eran devoradas con deleite por el hambre estético.
"Me da miedo quedarme con mi dolor a solas", se lamentaba Soledad Montoya. Nunca como ahora he entendido estos versos, nunca los había sentido tan hondos. Porque el dolor de la pena negra hurga en tus tripas en cuanto te sorprende mirando a las estrellas o leyendo un libro o escribiendo otro. Y te impide seguir, te limita, te engulle. Espero mitigarla en algún momento, hacerla coincidir con el dulce ensimismarse y volver a disfrutar del húmedo lametón del solipsismo. El recuerdo de la enfermedad y de la muerte es un molesto compañero de viaje.
jueves, 29 de septiembre de 2022
Diarios de la pena negra VI
Nadie sabe de la vida hasta que una tragedia imprevista lo asalta. Nadie, ni el hombre de 50 años, ni la mujer de 40, ni un viejo de 70, sabe lo que es la vida hasta que, sin esperarlo, el viento de la muerte hiela lo que está a tu lado. Es entonces y solo entonces cuando la vida muestra su verdadero rostro. La seguridad, el bienestar, lo cotidiano, la rutina, se transforman, se convierten en un plato agrio y de mala digestión que te jode el estómago y te llena la boca de agua como cuando uno está a punto de vomitar. No solo es la soledad lo que ayuda a que nunca termines de digerir la desgracia, también un "no sé qué queda balbuciendo", una constante tristeza de incomprensión. Nadie puede comprender la muerte, nadie. La maldición de nuestra consciencia se agrava con el aullido irracional de la ausencia. Ya lo decía Gil de Biedma, "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde..." Sí, cuando se pone seria la vida, es el momento de armarse de humor y de ironía, porque la gravedad solo sirve para que la amargura cale más hondo, para que el trueno de la tragedia no pare de retumbar. Sí, el humor, la ironía, que toda mi vida he cultivado, en los que siempre he cifrado mi existir, son los únicos elementos de los que uno puede valerse para aliviar la seriedad de la vida, la irracionalidad de la muerte. Nada me puede hacer comprenderla, lo mejor es reírse de nuestra propia desgracia. Quiero recuperar el humor, quiero devolvérmelo porque es lo único que me puede sostener en pie. Cuesta, cuesta volver a reírse de uno mismo, pero ahora, cuando la vida va en serio, es el momento propicio para hacerlo.
miércoles, 28 de septiembre de 2022
"Los enigmas que encierra la obra cumbre de Marcel Proust" por Roland Barthes
lunes, 26 de septiembre de 2022
Diarios de la pena negra V
26 de septiembre de 2022
Ayer fui al cine. Hacía años que no veía una película en una sala convencional. Ya no recordaba la sensación de esperar en grupo un acontecimiento, un descubrimiento, un espectáculo. Tiene poco que ver con la televisión, donde lo ritual, la expectación, desaparecen por ser un electrodoméstico más, una rutina sin aliciente. La sala estaba llena -qué gusto- y ¿cómo no?, lo imprevisto apareció de nuevo, como me viene sucediendo habitualmente desde hace meses. La tromba de agua provocó goteras -casi cascadas- en el techo y parte de los espectadores tuvieron que desalojar el recinto. La película siguió, como si nada hubiera ocurrido, y fue un alivio, porque asistimos a una historia visual magnífica. La sencillez, la profundidad, la falta de pedantería de Alcarrás -esta era la película-, me cautivó desde el primer momento. No es habitual contar una historia rural con tanto gusto, con tanta delicadeza, con tanto mimo, con tanta naturalidad. Desde el primer momento, la directora propone incluirnos dentro de esa familia humilde, cuya vida es la tierra y su fruto. Y lo consigue, y de qué manera. Las escenas de silencio del abuelo, la alegría imparable de los chicos gamberros, la épica del padre que continuamente se caga en dios, la sabiduría oral de la abuela contando historias, la lírica de la hija, la rebeldía del hijo y el papel definitivo de la madre, reviven un mundo que casi se ha perdido, un mundo vaciado por la modernidad, demonizado en esas placas solares que pugnan por arrasar los melocotoneros. La última escena es demoledora.
En Alcarrás no se sermonea, no se atiende a la corrección política, no hay artificiosidad, solo cine, puro cine, distinto al de El espíritu de la colmena o al de El Sur de Víctor Erice, pero hermanado en el fondo con él. Al salir, me metí la mano en el bolsillo y salió una nota, la última lista de la compra que me escribió Eva. La había visto ya en los ojos melancólicos, tranquilos, pero decididos de la madre, y ahí estaba otra vez, con esa letra redonda y clara, sencilla, como la película de Carla Simón. La habría disfrutado mucho, seguro.
domingo, 25 de septiembre de 2022
Diarios de la pena negra IV
25 de septiembre de 2022
En los últimos cuatro meses he envejecido cien años, mil años. Tengo la piel como recién abrasada, gelatinosa, blanquecina, arrugada. La quemadura ha sido grave, el dolor intenso y la fina capa que nos protege de los embates de la intemperie ha quedado inservible. Por suerte, el dolor físico se puede calmar con hielo; por desgracia, el de la ausencia, el de la muerte, no. Al día siguiente de la pérdida, del abrasamiento, la piel se hincha, se convierte en una vejiga purulenta. Hay que reventarla, hay que procurar que no se infecte la parte afectada. Hay que cuidarla con mimo, aplicar crema y cubrirla con un apósito. La carne se queda desvalida sin la piel que la protege. Se corre el riesgo de gangrena.
El golpe de la ausencia irreversible actúa igual. Uno se queda como en carne viva, desnudo ante la intemperie de la soledad, con el riesgo constante de no soportar el desconcierto. Luego la piel quemada cae, se pudre. Si quienes te rodean te han servido de bálsamo, de crema antiquemaduras, aparecerá una nueva, enrojecida, como un niño recién nacido. Solo hay que esperar que el aire y el sol la endurezcan, la conviertan en armadura contra las inclemencias de la vida. Aún la veo una y otra vez en el lecho de muerte, pidiéndome un beso, rozándole la mejilla acartonada con el dorso de la mano. Es la piel abrasada, la piel gelatinosa, hinchada, que todavía no ha caído.
martes, 20 de septiembre de 2022
Diarios de la pena negra III
19/IX/2022
He entrado hoy en las aulas con una congoja terrible y han sido ellos, los alumnos, quienes me la han destazado, quienes me han tratado con más dulzura, con más delicadeza. Parece mentira que los adolescentes, esos a quienes no paramos de descalificar por su falta de educación, me hayan regalado más ternura que nadie. Algunos de ellos habían dado clase con Eva, la mayoría no, pero todos sabían de nuestra desgracia. Hasta los desclasados de 1º de Grado Básico se comportan de una manera más delicada, más suave conmigo, cuando tienen razones familiares y sociales para arremeter contra todo y contra sí mismos con toda la violencia del mundo.
Compartir estas primeras horas del curso con ellos, y lo digo con total sinceridad, ha resultado emotivo, aleccionador y vigorizante. Hasta he tenido una nueva satisfacción en la asignatura de Literatura Universal. A menudo, los alumnos que aparecen por allí, salvo excepciones, no son aficionados a la lectura. Pues bien, tengo cinco chicas entregadas a la literatura como quien se entrega a las influencers más perseguidas. Me han hablado de Las flores del mal, de Madame Bovary, de Dostoyevski... Y eso después de tan solo tres clases. Sí, hay esperanza, y la juventud, contradiciendo a Cicerón, ni es más lerda que antes, ni menos interesante, todo lo contrario, la adolescencia es nutritiva. Como y bebo de ella, en todos los sentidos.