Ha salido un libro en Reino Unido titulado Medieval Bodies del historiador Jack Hartnell. Habla del cuerpo humano y sus partes en relación a las artes, la medicina y la política en la Edad Media. Un esfuerzo loable por desmitificar una época sobre la que a menudo se transmiten imágenes caricaturescas cuando no se trata de forma peyorativa o se emplea su nombre como adjetivo insultante. Hay que elogiar esta nueva iniciativa de la Wellcome Collection, un museo y biblioteca gratuitos londinense, que se dedica a divulgar la cultura de la salud y de la ciencia desde diferentes ángulos. Dicho lo cual, cuando el libro cayó en mis manos, leí el título y vi su contenido de refilón, acudí al índice rápidamente con una idea fija en la cabeza, una palabra: pene.
Pero poco pene había o no demasiado. La obra menciona someramente que existió una ansiedad por castración «severa» entre los hombres de la época. Un pánico que aparecía en numerosas narraciones. Las mujeres o bien podían cortárselo limpiamente o, algo peor, mediante un hierro afilado oculto en su vagina. Una trampa mortal.
Sin aclarar el misterio, el autor cita un poema épico francés del siglo XIII, el Roman de la rose, ilustrado en el siglo XIV por el taller parisino del matrimonio Montbaston, que pintó a un par de monjas que recolectaban grandes penes que crecían en los árboles. Hartnell reflexiona sobre la imagen. Se pregunta si es una escena que refleja el miedo a la pérdida del pene o si se trata de un anhelo protofeminista de combatir un mundo falocéntrico. Como español bautizado en la fe católica yo veo a las monjas haciendo acopio de obscenas erecciones en actitud amenazante, pero experto no soy.
El poema lo escribió Guillaume de Lorris, lo continuó Jean de Meung y se marcaron una historia bastante misógina. Ya recibió grandes críticas en su día, la humanista y filósofa veneciana Christine de Pizan pidió que quemaran los manuscritos. En la impagable página Reading Medieval Books la autora buscó el significado de ese dibujo de la recolección de penes incorpóreos que en la actualidad ha causado sensación en las redes. En un pasaje de la obra, que es una reflexión sobre el amor, el Genio —hombre— explica que los varones han de aprovecharse sexualmente de las mujeres porque para eso están. Alegóricamente, también compara la escritura con el coito, escribir es penetrar y la hoja en blanco es la mujer.
Entonces dice: «Aquellos que no escriben con sus «herramientas» en esas hermosas y preciosas tabletas que la naturaleza ha hecho para ellos, deberían sufrir la pérdida de su pene y testículos». Aparte de misógino, estas palabras son un alegato contra la sodomía, dice. En términos actuales, homofobia.
A continuación, el análisis cita la opinión entre medievalistas e historiadores del arte de que probablemente Jeanne Montbaston fuese analfabeta y que esa escena que dibujó no era más que lo que le vino a la cabeza cuando tuvo que emprender la tarea de ilustrar una historia con monjas, arboledas y sexo. Algunos han sugerido que al dar rienda suelta a su imaginación con esos ingredientes mostró sus fantasías sexuales. A la citada analista se le ocurría una hipótesis más bien de consuelo. Podría ser que si para escribir hace falta un buen pene, como dice el poema, ahí estaba la monja, con su actitud serena y confiada, recolectando una buena cantidad de penes incorpóreos para ponerse a ello.
Parece claro que los dibujos fueron cosa de Jeanne Monbaston, puesto que su marido, a la hora de imprimir estos libros, ya estaba muerto, aunque se han distinguido de la obra producida en su taller cuáles eran sus dibujos, cuáles los de él y en cuáles trabajaron ambos. Lo indiscutible es que las imágenes que añadieron en los márgenes no tenían una relación directa con la narración. Era un poema alegórico con dibujos alegóricos también, el vivo ejemplo de un programa electoral contemporáneo. La mayor parte de ellos, sin embargo, no tenía connotaciones sexuales. Son los obscenos los que han llamado la atención de los historiadores.
En una conferencia pronunciada en Leuven en 1993, el profesor de Historia del Arte de la Edad Media en la Universidad Radboud de Nijmegen (Holanda), Jos Koldeweij, explicó que la recolección de penes incorpóreos aparece dibujada justo cuando el poema dice que el poder de la naturaleza obliga a todas las criaturas vivas a participar en la actividad sexual.
Unas páginas más adelante, otro dibujo llamó su atención. Un caballo llevaba tres penes en las alforjas. Carga con ellos cabizbajo. Más adelante, dos monjas colocan en su regazo el racimo de penes incorpóreos que han cosechado. En el margen del otro extremo de la página, un hombre entrega a una mujer un gran falo incorpóreo también con una corona. La ecuación, para el doctor Koldeweij, se despeja al final, cuando aparecen dos hombrecillos enfrentándose a una bestia, uno con una estaca y el otro con una espada, y el que lleva el sable va desnudo y empalmado, válgame la redundancia. Dice el profesor: «el garrote, la espada y el falo forman una triada ascendente». Son una línea de defensa.
Una página más adelante, la conclusión: una monja con cuerpo de ave rapaz, —movidas de Jeanne Monbaston—, se enfrenta a otro monstruo. En el ala izquierda sostiene amenazante un pene incorpóreo, y en la derecha, que oculta tras la espalda, un garrote. La monja con alas se está protegiendo de la otra bestia asiendo el falo frente a ella. Koldeweij no tiene dudas: el pene incorpóreo aleja el mal, protege a su propietario, trae buena suerte y evita la desgracia. Hablar de fantasías sexuales de la ilustradora sería «ridículo y ahistórico», sentenció. Porque estábamos ante un caso de pene entendido como talismán que atraía la fertilidad, la riqueza y el poder.
Esta tradición ancestral todavía estaba presente en los siglos XIII y XV hasta que la cristianización y la civilización acabaron definitivamente con ella. El vivo reflejo de esa concepción de los miembros viriles se podía encontrar en el Malleus Maleficarum (Martilo de las brujas), que reunía en 1486 supuestos sucesos relacionados con brujas que probaban su existencia y amenaza. En su segundo volumen, escrito por los inquisidores Jakob Sprenger y Heinrich Krämer, se relataban las confesiones que habían obtenido en los tribunales sobre hechizos.
Uno de los capítulos hacía mención a cómo las brujas se las arreglan para «perjudicar la capacidad de engendrar». Estas criaturas de Satán podían hacer «que una mujer no pueda concebir, o un hombre cumplir el acto» o «embrujarlos de tal modo, que un hombre no pueda ejecutar el acto genital con una mujer». Y no se trataba de una disfunción eréctil cualesquiera, no, las malditas «arrebatan el miembro viril como si fuese arrancado por completo del cuerpo». Los casos reales estaban recogidos en el epígrafe titulado «De como, por decirlo así, despojan al hombre de su miembro viril».
Uno:
En la ciudad de Ratisbona, cierto joven que tenía una intriga con una muchacha y deseaba abandonarla, perdió su miembro, es decir, que se arrojó sobre él algún hechizo de modo que no podía ver ni tocar otra cosa que su cuerpo liso. En su preocupación por ello, fue a una taberna a beber vino, y después que estuvo sentado allí durante un rato, entró en conversación con otra mujer que allí estaba, y le habló de la causa de su tristeza, se lo explicó todo, y le demostró en su cuerpo que así era. La mujer era astuta y le preguntó si sospechaba de alguien, y cuando él nombró a la persona, y reveló todo el asunto, ella dijo: «Si la persuasión no es suficiente, debes usar alguna violencia para inducirla a devolverte la salud». De modo que por la noche el joven vigiló el camino que la bruja acostumbraba seguir, y al encontrarla le rogó que restableciese la salud de su cuerpo. Y cuando ella afirmó que era inocente y que nada sabía de eso, él se le arrojó encima, le enrolló con fuerza una toalla en torno del cuello, y la asfixió, diciéndole: «Si no me devuelves la salud morirás a mis manos». Entonces ella, incapaz de gritar y con el rostro ya hinchado y ennegrecido, dijo: «Suéltame y te curaré». El joven entonces aflojó la presión de la toalla, y la bruja le tocó con la mano entre los muslos, y dijo: «Ahora tienes lo que deseas». Y el joven, como dijo después, sintió con claridad, antes de verificarlo con la vista y el tacto, que el miembro le había sido devuelto por el simple contacto de la mano de la bruja.
Dos:
Una experiencia similar es la que narra un venerable padre de la casa dominica de Spires, muy conocido en la Orden por la honradez de su vida y por su erudición. «Un día —dice—, mientras escuchaba confesiones, vino a mí un joven, y a lo largo de su confesión me dijo, acongojado, que había perdido el miembro. Asombrado ante ello y nada dispuesto a creerle, ya que en opinión de los sabios, creer con demasiada facilidad es una señal de ligereza, obtuve pruebas de ello cuando nada vi luego que el joven se quitó las ropas y me mostró el lugar. Luego, usando el consejo más prudente que pude, le pregunté si sospechaba que alguien lo hubiese hechizado de esa manera. Y el joven respondió que sospechaba de alguien, pero que estaba ausente y vivía en Worms. Entonces le dije: «Te aconsejo que vayas a ella lo antes posible y te esfuerces por ablandarla con dulces palabras y promesas», y así lo hizo. Porque volvió luego de pocos días y me agradeció, diciéndome que estaba intacto y que había recobrado todo. Y yo creí sus palabras, pero una vez más las confirmé con la evidencia de mis ojos.
Temer, tampoco había mucho que temer, se trataba de un truco:
No debe creerse en modo alguno que esos miembros sean arrancados en verdad del cuerpo, sino que el demonio los oculta por alguna arte prestidigitatoria, para que no se los pueda ver ni sentir.
Que rige igual con las brujas, sigue, en una explicación en la que, caramba, aparece el árbol de la ilustración de Jeanne Monbaston:
¿Y qué debe pensarse entonces de las brujas que de esta manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común? Hay que decir que todo ello lo hace la obra del demonio y la ilusión. Pues los sentidos de quienes los ven se engañan en la forma en que dijimos. Porque cierto hombre dice que, cuando perdió su miembro, se acercó a una conocida bruja para pedirle que se lo devolviera. Ella le dijo al hombre lesionado que se trepase a cierto árbol, y que podía tomar el que le agradara de un nido en el cual había varios miembros. Y cuando trató de tomar uno grande, la bruja dijo: no debes tomar ese, y agregó que pertenecía a un sacerdote de la parroquia.
Independientemente de la recomendación de Malleus Maleficarum como una de las grandes obras literarias de la humanidad, la conclusión es clara: La colega Jeanne se estaba partiendo el culo con sus dibujos de la devoción popular del momento. No cabe duda de que si el mundo del cómic algún día necesita una gran madrina, aquí tiene una.