Leyendo la novela Pasos,
de Jerzy Kosinski, me topé con esta descripción sencilla, poética y
precisa de una felación: “Tenerlo en la boca es una sensación extraña. Es
como si de pronto todo el cuerpo del hombre, todo, se hubiera encogido y
reducido a esa única cosa. Y entonces crece y te llena la boca. Se convierte en
algo rebosante de fuerza, pero a la vez sigue siendo frágil y vulnerable.
Podría asfixiarme. O yo podría arrancarlo de un bocado. Y cuando crece, soy yo
quien le da vida; mi aliento lo mantiene, y se desenrosca como una lengua
enorme. Me ha gustado lo que ha salido de ti: como cera caliente, se fundía de
pronto sobre mí, en mi cuello y mis pechos y mi abdomen. Me sentía como si me
bautizaran: era tan blanco y puro”.
Ahí tenemos resumida la filosofía de la fellatio: la mezcla de fuerza y vulnerabilidad extremas, la
concentración sensorial en un solo punto, el cumshot bautismal. Dándole vueltas a ese párrafo y a otros
similares me fueron viniendo a la cabeza muchas preguntas sobre el sexo oral:
¿Por qué hay mayor prevalencia de felaciones respecto a cunnilingus? ¿Es cierto
que el esperma es nutritivo? ¿Qué diferencia hay entre fellatio e irrumatio?
Este artículo dará respuesta a estas preguntas sin pretender ser
una guía práctica, aunque si eso es lo que buscáis, la educadora
sexual Violet Blue ha escrito todo lo que hay que saber sobre cómo hacer cunnilingus y felaciones. Pretendo más
bien un somero repaso cultural y sociológico a la afición humana por acercar la
boca a los genitales; un hobby que, como tantos otros, empieza por
uno mismo.
1. El consuelo del forever alone
“Si tuviera un clon de mí mismo, consideraría establecer una
relación seria con él. Salir con tu propio clon no puede considerarse
gay”. Jarod Kintz
Sentado sobre un montículo en las aguas primordiales de Nu, el
dios egipcio Atum, “el completo”, el Sol
del Atardecer, único ser existente en el universo, se aburre. La solución
que encuentra es curiosamente parecida a la mía en estos casos: masturbarse. No
le basta con utilizar la mano en su sagrado miembro, así que se da placer con
la boca, formando un círculo sobre sí mismo (pensad en esa perturbadora imagen
la próxima vez que veáis un ourobouros,
la imagen de la serpiente que se muerde la cola). Al sentir el semen en su
boca, Atum no lo engulle, a pesar de sus divinas proteínas, sino que lo escupe,
y de esa mezcla de esperma y saliva surgen Shu (dios del aire) y Tefnut (diosa
de la humedad y el rocío).
Este ejemplo mitológico de autarquía sexual lleva inevitablemente
a pensar en las posibilidades del sexo oral autónomo. Aparentemente, menos de
un 1% de hombres puede alcanzarse el propio pene, y solo un 0,2% tiene la
flexibilidad suficiente para realizar una autofelación completa y tratar de
engendrar dioses al escupir después su propio esperma. Me pregunto qué
divinidades habrán surgido de Ron Jeremy, uno de los pocos actores porno
de cuya capacidad autofeladora ha quedado constancia. Las mujeres lo tienen a
priori más difícil para autosatisfacerse oralmente: tienen que avanzar unos
centímetros extra. Y para cualquier género es una actividad proclive a
contracturas y peligros: me viene a la cabeza el famoso diálogo de Clerks sobre el tipo que se rompió
la espalda intentando llegar hasta su propio pene y logró la victoria después
de muerto, como el Cid campeador.
Otra forma de acceder al sexo oral sin partenaire ni
peligro de muerte es mediante soluciones mecánicas. En el caso masculino, más
allá de las muñecas hinchables a lo Wilt con
lo que en catalán se llama boqueta petonera, existen aparatos parecidos a
latas aterciopeladas que con muy poca fortuna (o eso dicen, ejem) tratan de
imitar la sensación de una fellatio.
El utensilio femenino equivalente sería el Sqweel, nombre
comercial de un invento delirante formado por pequeñas lenguas giratorias. En
la entrada del Sex Machine Museum de
Praga hay expuesto uno bastante antiguo y de aspecto más amenazador que otra
cosa. Y en webs especializadas en bricosexo puede encontrarse una sierra
mecánica simuladora de cunnilingus
llamada Lick-a-chick.
2. Breve historia del congreso bucal
“Clinton mintió. Un hombre puede olvidar dónde aparcó el coche o
dónde vive, pero nunca olvida el sexo oral, por malo que sea”. Barbara
Bush
Pero volvamos al Antiguo Egipto, tierra de pirámides y sexo oral.
Tras una pequeña diferencia de opinión, el dios Seth primero entierra vivo y
más tarde descuartiza en catorce pedazos a su hermano Osiris. La viuda Isis se
lanza a la búsqueda de los fragmentos y los encuentra todos menos uno, el pene,
que ha sido devorado por los peces. Frustrada, Isis fabrica un falo de barro
cocido (quién sabe si del mismo tamaño que el original), lo une al cadáver y lo
besa, “soplando” la vida en su interior y resucitando a su marido. Thierry
Leguay, autor de Histoire raisonnée
de la fellation, fija en este mito la mención más antigua al sexo oral.
No es la única. Como expliqué en el Jot Down número 3, una leyenda
atribuye a Cleopatra la invención del vibrador empleando un tubo de
cobre relleno de abejas. Y otra historia apócrifa la sitúa como experta
feladora, probablemente por su nombre griego Merichane, que significa “la boquiabierta”, “la de boca grande” o
“Julia Roberts”, pero que en un alarde de imaginación se ha traducido a veces
como “la boca de los diez mil hombres”. Una improbable leyenda similar atribuye
a la emperatriz china Wu Zetian un decreto por el que los embajadores
de otras tierras debían rendirle pleitesía mediante un cunnilingus. Y en una
lectura atenta del Cantar de los
Cantares de la Biblia resulta sospechoso el versículo “Tu ombligo es
un cántaro en el que no falta el vino aromático”, que tiene más sentido,
como defienden
ciertos lingüistas, traduciendo “vulva” en lugar de
“ombligo”. En el Kama Sutra,
escrito alrededor del s. III a. C., existen referencias ilustradas al “congreso
bucal” o auparishtaka. Y más explícitas y hasta cómicas resultan
las piezas
pornográficas de cerámica de la cultura moche, que floreció en
Perú entre el 200 y el 700 d. C.
Podemos seguir el rastro histórico del cunnilingus a través de
expresiones populares camufladas. Por ejemplo, tipping the velvet, expresión extraída del porno victoriano y usada
por Sarah Waters como título de una lésbica novela traducida aquí
como El lustre de la perla. O la
frase moustache ride (“cabalgada
de bigote”), orgulloso eufemismo cowboy
originado en Texas en el siglo XIX para describir a la mujer sentada sobre la
cara del hombre. En cuanto a su representación gráfica, ya
comenté que es complicado encontrar en el arte imágenes
explícitas de vulvas. En los frescos eróticos conservados en Pompeya
podemos ver varias escenas de cunnilingus,
pero a los romanos les dedicaré una sección entera más adelante. Alguna de las
representaciones pictóricas más precisas y ponedoras de cunnilingus las realizó Édouard Henri-Avril, que bajo el
pseudónimo de Paul Avril pintó a finales del siglo XIX escenas eróticas de todo
tipo con habilidad y elegancia.
Pero la gran explosión del sexo oral, y en particular de la fellatio, en el imaginario popular
llegó en 1972 con la película Deep
Throat (Garganta profunda) y
su lisérgico argumento: una chica descubre que su clítoris está alojado en la
garganta, por lo que las felaciones profundas (y, supongo, los ataques de tos)
le producen arrebatadores orgasmos. Existe constancia histórica del clítoris
movedizo de Marie Bonaparte, pero todo tiene un límite.
Reconozco la importancia de Deep Throat como
icono liberador de masas, pero nunca me ha gustado la película en sí. Su actriz
protagonista, Linda Lovelace, aparentemente rodaba porno bajo la amenaza
constante de un marido alcohólico y maltratador. Años más tarde Linda se
convertiría en ferviente activista antiporno, aunque afirmó amargamente en una
ocasión que se sentía explotada por las abolicionistas. Desde mi punto de
vista, erradicar la pornografía porque existan abusos en su seno es como querer
eliminar las zapatillas deportivas por los talleres ilegales de Camboya. Sin
embargo, cierto es que el porno necesita una renovación a fondo, y dejar de
santificar Deep Throat sería
un buen comienzo.
En películas recientes se muestran felaciones y cunnilingus no simulados en un contexto
no pornográfico: The Brown Bunny, con Chloë
Sevigny (como ya comenté), Baise-moi, Intimacy, Shortbus, Nine
songs… O el tórrido cunnilingus
de James Bullard en Ken
Park, que llegó al cartel de la
película. Pero la apoteosis sociológica de la fellatio llegó con la no
ficción: Monica Lewinsky y su “relación impropia” con el
presidente Clinton. Semanas de discusiones sobre si podían o no
considerarse adulterio una mamada y la inserción de un habano. Y, como colofón,
una mancha en un vestido que bien podría haber exhibido Andy
Warhol como pop art.
3. La sutil
diferencia entre fellatio e irrumatio
“Pedicabo ego vos et irrumabo”. Gayo Valerio Catulo, Carmen 16
En el fantástico ensayo El
sexo y el espanto, de Pascal Quignard, se analiza la sexualidad grecorromana
desde todos los ángulos posibles. Su moral sexual no distinguía especialmente
entre homosexualidad y heterosexualidad (conceptos que no utilizaban), sino
entre actividad y pasividad. La sodomía activa no representaba ningún problema,
pero un homosexual pasivo no podía participar en política ni tenía derechos
ciudadanos. Un dominus que
sodomizara a uno de sus esclavos no tendría problema, pero uno que se hiciera
sodomizar por un esclavo cometería una infamia.
Con el sexo oral ocurría algo parecido. En una fellatio la parte activa se
introduce el miembro en la boca mientras que el dueño del pene “se deja hacer”.
Para un ciudadano romano ese chupar espontáneamente (fellare significa “chupar”) sería incomprensible. La irrumatio la realizaban penetrando
activa y repetidamente la boca del receptor pasivo: lo que en argot actual se
llama face fucking. Para un
romano la sodomía activa (pedicare) y
la irrumación eran virtuosas; la felación y la pasividad anal, infames.
La boca es el órgano de la oratoria y la política: silenciar a un
ciudadano irrumándole, es decir, metiéndole el miembro en la boca, era un
insulto, una demostración de poder. De ahí la amenaza de Catulo en Carmen 16: ante un par de amigos que le consideran
impúdico o sensiblero, el poeta responde “pedicabo ego vos et irrumabo”, es
decir, “os follaré el culo y la boca”, reafirmaré mi hombría (virtus).
El cunnilingus tenía tan
mala fama como la fellatio. Se
le atribuía a las mujeres griegas de Lesbos (el verbo lesbiázein significaba “lamer”), y según Quignard, “esta
práctica, tolerable en los gineceos, en el caso del hombre libre era
considerada una infamia a partir del momento en que le crecía la barba”. Y no
precisamente porque los pelos fueran a resultarle rasposos en la vulva a la
mujer. Sin embargo, el cunnilingus
tuvo un insospechado defensor: al emperador Tiberio le apasionaba
lamer la vulva de las matronas. Y es que los Princeps (emperadores) tenían poder y autoridad para realizar lo
prohibido, aunque eso no les librase de una cierta chirigota popular. Cuando
una dama noble llamada Malonia prefirió suicidarse antes que dejarse
lamer por Tiberio, una sátira inmortalizó la frase Hircum vetulum capreis naturam ligurire (“el chivo viejo lame
las partes naturales de las cabras”).
Aunque hoy en día la centralidad de la irrumatio haya sido sustituida por la fellatio, su carga de dominio y sumisión
se mantiene. Vemos un buen ejemplo en este fragmento de El animal moribundo, de Phillip
Roth, donde una irrumatio provoca
una cruenta batalla de sexos, sin prisioneros y a cara de perro:
Cierta noche, cuando ella
estaba tendida en la cama, pasivamente boca arriba, a la espera de que le
separase las piernas y me deslizara adentro, en lugar de hacer eso le apoyé la
cabeza en ángulo contra la cabecera de la cama, y con mis rodillas a uno y otro
lado de su cuerpo, me incliné hacia su cara y rítmicamente, sin interrupción,
la follé por la boca. (…) Con la intención de conmocionarla la mantuve allí inmóvil
tomando un mechón de su cabello y rodeándome el puño con él, como una tralla,
como una correa, como las riendas que se fijan al bocado de la brida. (…) Ese
acto de dominio le permite pensar: ‘Esto es precisamente lo que yo imaginaba
que era el sexo. Es bestial… este tío no es un bestia pero se encamina hacia la
bestialidad’. Después de correrme, cuando me retiré, Consuelo no solo parecía
horrorizada, sino también enfurecida. (…) Todavía me encontraba encima de ella
(arrodillando y goteando sobre ella), y nos mirábamos fríamente a los ojos
cuando, después de tragar con dificultad, dentelló. De improviso. Cruelmente. A
mí. No lo fingía. Era instintivo. Dentelló empleando toda la fuerza de los
músculos masticatorios para alzar con violencia la mandíbula inferior. Era como
si me estuviera diciendo: ‘esto es lo que podría haber hecho, esto es lo que
quería hacer y esto es lo que no he hecho’. Por fin la respuesta directa,
incisiva y elemental de la reservada belleza clásica. (…) Ese fue el verdadero
comienzo de su dominio, el dominio en el que mi dominio la había iniciado. Soy
el autor de su dominio sobre mí.
No se bromea con la vagina dentata. Aunque ya que hablamos de mordiscos: hace poco me hablaron
de una escena clave de La muerte de
Mikel, película de Imanol Uribe de 1984, en la que un
criptohomosexual Imanol Arias pone a prueba su matrimonio mordiéndole
por sorpresa la vulva a su esposa en pleno cunnilingus.
Pero busquemos un reposo momentáneo a tanta lucha de poder con un
interludio gastronómico.
4. Cocinar con
ingredientes naturales
“Una cucharadita de semen contiene la misma cantidad de proteínas
que la clara de un huevo. Sin embargo, su obtención puede ser mucho más
divertida”. Miriam Stoppard
Hace tiempo, mientras buscaba argumentos para convencer a posibles partenaires de
la riqueza de proteínas, vitaminas y minerales de mi esperma, topé con un libro
que recomiendo calurosamente: Cosecha
natural. No solo elogia las propiedades organolépticas del semen (sabor
dinámico dependiente de la dieta del proveedor, olor agradable, textura suave),
sino que proporciona trucos y recetas para cocinarlo. Platos de nouvelle cuisine como “Caviar
ligeramente más salado”, “Ostras artesanas”, “Batido de fresa rico en
proteínas” o cócteles como el lebowskiano “Ruso casi Blanco”. En algún caso el
libro recomienda añadir el ingrediente clave ante los comensales, justo antes
de servir el plato, para que tenga la mayor frescura posible.
Entiendo que pueda parecer una dieta chocante, pero tampoco es tan
extraña. En varias tribus de Papúa Nueva Guinea existen rituales de paso a
la edad adulta que incluyen la ingestión de semen de personajes notables de la
aldea, como forma de alcanzar la masculinidad y la madurez sexual. Pero no muy
lejos de allí, en Malasia, tanto la sodomía como la felación son consideradas
antinaturales y (al menos teóricamente) castigadas con penas de hasta veinte
años de cárcel y un número similar de latigazos. Vivimos en un mundo extraño.
En cualquier caso, la ingesta de semen tiene un beneficio
reconocido para la salud. La preclampsia (una peligrosa complicación del
embarazo) está causada por el rechazo biológico de la madre a las proteínas
“externas” de feto y placenta, que contienen la carga genética ajena del padre.
Así pues, la ingestión regular del esperma del padre podría aumentar la
tolerancia inmunológica de la madre a esas proteínas, reduciendo a la mitad el
riesgo de preclampsia… suponiendo que el esperma ingerido sea el del auténtico
padre, ejem.
5. You never go ass to mouth!
“Hoy en día puedes hacer lo que quieras —anal, oral, fisting— pero tienes que llevar
guantes, condones, protección”. Slavoj Žižek
Hay quien cree erróneamente que el sexo oral está completamente
exento de riesgos de ETS. Pero ay, el único comportamiento con riesgo cero es,
tristemente, la abstinencia. El sexo oral es comparativamente muchísimo menos
peligroso que el vaginal o anal, pero no está exento de posibilidad de contagio
de VIH, HPV o algún otro simpático virus, sobre todo si hay heriditas en las
encías o la lengua. Lo mejor es asegurarse de la salud del partenaire,
pero en caso de dudas, se recomienda usar preservativo para las felaciones y
una barrera de látex para el cunnilingus.
¿Incómodo? Pues sí, qué se le va a hacer.
Otro factor higiénico a tener en cuenta durante una felación es
qué estaba haciendo justo antes el miembro irrumador o felado. Y aquí podemos
recurrir de nuevo a la sabiduría de Kevin Smith, esta vez en Clerks 2: “You never go ass to mouth!”,
es decir: “¡Nunca del culo a la boca!”. Supongo que no es necesario que entre
en detalles.
Hay quien se preocupa por el riesgo de embarazo mediante sexo oral
de forma indirecta. Boris Becker hizo nacer en 2001 una leyenda
urbana al respecto que siempre he encontrado particularmente graciosa. Cuando
una modelo rusa llamada Angela Ermakova la acusó de ser el padre de
su hija recién nacida, Becker sostuvo que eso era imposible, porque solo había
mantenido sexo oral con ella (je, como Clinton). Pero al resultar positiva
la prueba de paternidad, los abogados de Becker sostuvieron que la concepción
había sido un plan de la mafia rusa. La modelo habría retenido el esperma en la
boca, congelándolo antes de diez minutos, para inseminarse y poder chantajear
al tenista. Ignoro cuánto tiempo mantuvo Boris esa estupidez, pero la historia
terminó cambiando a un más plausible polvo de cinco minutos en un armario de
artículos de limpieza.
Y ya que entramos en el mundo de los deportistas, me permito una
advertencia. El barcelonés Dani Plaza, medalla de oro en 20 km marcha en
Barcelona 92, practicó un larguísimo cunnilingus
a su mujer embarazada la noche antes del control antidopaje y dio positivo en
nandrolona. La relación causa-efecto entre ambos fenómenos parece tenue al
primer vistazo, pero no más que el chuletón de Contador o las
explicaciones de Dennis Mitchell (“di positivo en testosterona porque
la noche anterior tomé cinco cervezas, follé cuatro veces y no dormí”).
6. ¿Hoy por ti, mañana
por mí?
“Se la he chupado a algún tío simplemente porque en ese momento me
quedé sin conversación”. Anne Lamott, Crooked Little Heart
Según ciertas
encuestas, solo un 32% de mujeres y un porcentaje inferior de
hombres obtienen placer proporcionando sexo oral; a ellos dedicaré las últimas
frases del artículo. Pero antes, pongámonos en la situación de la
desafortunada persona que no disfruta engullendo obeliscos ni hocicando vulvas
pero sí obtiene placer de que otro se afane entre sus genitales. El impulso que
le lleva a practicar activamente sexo oral está bien estudiado por la
sociología: el altruismo recíproco. El hoy por ti, mañana por mí, el “quid pro
quo, señorita Starling” de Hannibal Lecter. Y conste que, aunque lo diga el
caníbal, quid pro quo no
significa “una cosa a cambio de otra”, sino “confundir una cosa con otra”; más
correcto sería do ut des, this
for that, da y recibirás, los generosos heredarán la Tierra. Un
comportamiento en el que no se pide algo explícitamente, pero cuando se otorga
se espera recibir un pago similar a cambio, aunque no sea en ese mismo momento
o incluso procedente de la misma persona. Los regalos de valor cuidadosamente
calculado entre japoneses, los banquetes recíprocos de los indios Yanomami, los
hobbits y sus mathoms (regalos inútiles pero
siempre correspondidos). Para mucha gente las felaciones y cunnilingus siguen un patrón similar: algo cansado y costoso, pero
que puede verse recompensado con una sesión oral equivalente u otro tipo de
estimulación sexual percibida como unidireccional. Lame y serás lamido. Es un
deber hacia la humanidad castigar el egoísmo: si se aísla sexualmente a los
individuos “tramposos” que se niegan a corresponder, ese comportamiento irá
desapareciendo evolutivamente y viviremos en un mundo mejor.
Hay quien intenta no equiparar felación y cunnilingus empleando la leyenda negra de la vulva maloliente, que
convertiría el sexo oral femenino en una tortura intrínseca y algo que
practicar solo muy de vez en cuando. Tonterías. Ya dije y mantengo que un coño
limpio y libre de vaginosis huele y sabe de maravilla. Ni siquiera hace falta
recurrir a la Honey de El perfume del invisible de Milo Manara.
Los motivos por los que practicar sexo oral son muchos y variados,
sea como juego previo al coito o práctica sexual en sí misma. Siempre me han
intrigado las metáforas de béisbol de las películas americanas de institutos,
en las que el sexo oral debe ser más que “llegar a la segunda base” pero menos
que un home run; en cualquier caso una actividad que permite intimidad
sexual entre adolescentes sin perder la virginidad ni arriesgarse a un embarazo
(excepto si eres Boris Becker).
Pero el principal motivo por el que hacerlo es, evidentemente,
porque se disfruta. Así quiero terminar este pequeño repaso a la oralidad
sexual: homenajeando a ese poco más del 30% de personas que disfrutan
enormemente del hecho de estar proporcionando placer; héroes y heroínas que
pasan horas concentrados en un acto zen, un paréntesis plácido en el
espacio-tiempo que reduce todo el universo, todo, a una boca, unos genitales y una
cara. Porque el rostro de la persona que recibe la felación o el cunnilingus es en realidad el auténtico
protagonista. Zor Neurobashing,
de Omnia-X, tiene claro que hay que
llevar la contraria al título de este artículo y mantener los ojos bien
abiertos: “lo que excita son las caras, los gemiditos y los retorcimientos de
la chica. Y cuanto más les gusta, mejores caras ponen y claro, el
condicionamiento es muy bueno”. Como en toda artesanía, la práctica constante
permite la excelencia. Así sea.