viernes, 22 de junio de 2012

Otro extracto de "Bilis" (escena de Sucesores de Casto Garcés)


SUCESORES DE CASTO GARCÉS 
–No se te ocurra darle nada más de fiado a la llorona de los cojones.
–No te preocupes, Bonifacio, solo voy a ver con qué romance amanece esta mañana –a Vidal Medina le gustaba la conversación de mostrador, el trato jocundo con los clientes (cuando se dejaban).
Manuela llevaba un mamón talludo colgado de la cadera. El babero apenas le cubría las posaderas, que asomaban desnudas y mugrientas bajo el brazo de la madre. Dejó al muchacho sobre el mostrador de mármol y este dio un respingo al notar en el culo el frío de la piedra.
–¿No tendrá alguna corteza para que la chupe este desgraciado que me tiene en carne viva los pezones? –pidió la madre, vestida con andrajos y retales.
–No seas cerda y no me dejes al crío con el culo al aire encima del mostrador. Aquí se viene a comprar, no a mendigar –no vio la ocasión de la chanza “Siete Trajes”, le contrariaba el aspecto astroso de la madre y del hijo.
–Fíeme algo de tocino para freír, don Vidal.
El muchacho buscaba la teta escurrida de la madre a través de un jersey de lana, desbocado por mangas y cuello. Manuela, la “Tísica”, apartaba la mano del mamón bajo la molesta mirada del dependiente, que negaba su petición y le señalaba la puerta.
–Deme pulpa de remolacha. Solo tengo esto –sacó unas perras del seno y las estampó sobre el mármol.
–Si les das de comer pienso de animales, no te extrañe que tus hijos caminen solo a cuatro patas. Hay que tener cabeza, Manuela. Si no podéis darles de comer, para qué tenéis hijos. Sois peor que las ratas –a Vidal le molestaba la pobreza, le causaba una sensación viscosa que no podía soportar.
–Me los manda Dios, don Vidal, me los manda Dios.
–No mezcléis a Dios en vuestras cochinadas. Siete críos, y todos muertos de hambre y comidos por los piojos, porque no paráis de joder. No tendréis tanta hambre cuando os entregáis al vicio de esa manera –el moralismo del dependiente procedía más de su rabia contra la miseria que de cualquier otra convicción.

La mujer cogió el cucurucho de pulpa y humilló la cabeza. Las que esperaban turno callaban, sonriendo entre dientes y apretando la cartilla de racionamiento entre sus
manos.
-¿A quién le toca? –Medina probó suerte otra vez, a ver si la próxima clienta le proporcionaba alguna alegría. Un camisa azul se abrió paso en la cola del
mostrador del detall. La boina roja enrollada en la mano y el rostro joven y decidido:
–¿Tú eres Vidal Medina?
–Para servir a Dios y a la Patria –masculló el dependiente, azorado ante la presencia del falangista.
–¿Están aquí también Bonifacio Bocanegra y Emilio Poves? –el aspecto marcial del falangista se descomponía por un tic en el ojo que le hacía bailar el párpado.
–Sí, andan por ahí dentro –señaló la trastienda con mano temblorosa–, ¿quiere que les avise?
–No, no es necesario. Dales esta citación para asistir esta tarde al ayuntamiento. No es nada importante, unas puntualizaciones acerca de vuestro socio rojo –aclaró el falangista, quitándole hierro a su presentación violenta.
La cola había menguado sospechosamente desde que el muchacho entró en el almacén, lo que no se correspondía con el trato extremadamente afable que presentaba el del bigotito ante el mostrador.
–A sus órdenes mi... ¿señor? –dijo sin ninguna coherencia Vidal, a la vez que levantaba el brazo y extendía la mano.
–Puedes llamarme Joaquín, además ya me conoces, soy el hijo de doña Luz. No estamos en un cuartel –le bajó la mano con una dulzura que incluso tranquilizó un tanto a “Siete Trajes”–. Por cierto, llevad algo de beber para amenizar el trámite –se distendió Joaquín al final, aunque el párpado no dejaba de aletear.
Vidal Medina corrió hacia la trastienda en cuanto el muchacho se largó de allí. Los de la cola siguieron apretando con fuerza y con más silencio sus cartillas de abastecimiento.

martes, 19 de junio de 2012

El aire que te ahoga

Sientes pasar los días
con la pasión exhausta de un niño sin voz.
Ves la vida tras un cristal sucio
que no deja adivinar los perfiles.
Sabes que estás ya afuera,
en ese lugar donde los peces boquean,
en la nasa del pescador 
que ya no ofrece ninguna esperanza.
Tienes la certeza de haberte perdido 
en la sosegada humedad del agua varada,
sumergido en las aguas tranquilas del estanque,
que ni siquiera dejaban lugar a la aventura de la corriente.
Golpeas con las últimas aletas
el mimbre trenzado de la nasa
y comprendes que ya no hay solución,
que los coletazos hubieran sido útiles para remover el limo,
para abandonar la calma chicha de las aguas podridas,
pero ya no,
solo sirven para perder las escamas en la desesperación
del aire que te ahoga.

sábado, 16 de junio de 2012

Extracto de "Bilis", primer capítulo

Una cita de Rafael Sánchez Ferlosio que podría ilustrar el comienzo de mi novela, "Bilis": "Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes". Aquí dejo un extracto de la misma, el breve primer capítulo, compuesto de la materia desgarradora de la cita:


I
El día que murió mi padre me cagué en Dios hasta que se me rajó el paladar. No había cumplido los quince años y no recuerdo que me mojara las mejillas ni una sola lágrima, eso sí, los votos salían escupidos a borbotones, calientes y densos, como la sangre del cerdo tras el tajo del matarife.
Con el pelo relamido por una mano de aceite, su cadáver reposaba en una cama de bronce, callado y oscuro, bajo la penumbra de una bombilla a punto de fundirse. Mi madre sollozaba junto a él, arrodillada, sometida a la desgracia de una viudedad temprana, acongojada por la mirada atónita de mis tres hermanos. Seis meses antes recogimos de la cárcel una ruina de cuerpo, deshecho en toses de perro.
Le habían regalado una neumonía que le reventó los pulmones. Me detuve en sus párpados (que mi madre había plegado para ocultar una mirada perdida), en los algodones que deformaban su nariz, en la boca entreabierta, en la mandíbula caída.
Rastrillé con la mano las crenchas que se habían despegado de mi cabello, peor aceitado que el suyo, sin apartar mi odio vacío del cuerpo enjuto que se hundía en el colchón de lana del dormitorio.
La fotografía coloreada de mis abuelos presidía la escena con la inmovilidad macilenta de un decorado de teatro abandonado. Suspendido en la pared, acribillado por el tiempo, el retrato de Francisco, el “Semental”, acunaba al hijo desde su imagen de muerto lejano, junto a su tercera esposa, irreales tras una pátina morada que les resaltaba las mejillas. 
Mi madre intentó cogerme la mano para enlazar nuestro dolor y yo la aparté con un desprecio frío que nacía del resentimiento y del desconcierto. Mis hermanos asomaban la jeta desde el umbral de la puerta: animales asustados en el brocal de un pozo. Los absorbió un tropel de viejas enlutadas que me desesperaron con sus besuqueos rancios. “¡Quita, hostia!”, oyó mi madre que le escupía a una de ellas, cuando intentaba abrazarme. A través de sus ojos aguados, Soledad me miró con aspereza, para reconvenir mi comportamiento, al tiempo que yo me zafaba con desprecio de otra vecina, envuelta en tocas de orines secos. Las dejé rumiando un “pobre diablo, se cree que es un hombre...”.
Volví sobre mi padre, al que acababan de enlazarle las mandíbulas con un pañuelo amarillento, y las paredes se cerraron sobre mí aplastándome el pecho. Una sensación de ahogo y de desolación infinita me acongojó hasta sentirme tan frágil como la bombilla parpadeante que colgaba del techo. Noté un plomo denso que me revolvió las tripas y advertí que mi abuelo Marino no estaba ya en condiciones de aligerármelo, que mis hermanos apenas podían piar, que el mundo era un saco de miserias del que supuraba gota a gota un suero viscoso que empastaba las miradas de estupor. Mis hermanos seguían asomados a la puerta, aterrorizados ante la posibilidad de que el pozo de la alcoba los engullera sin compasión. Me ceñí el cinturón y salí sin decirles nada. Ni siquiera atendí a los ojos de súplica de mi hermana pequeña, que buscaba una explicación al desconcierto que produce la muerte.

El recuerdo es un mal esposo del pasado: nunca le es fiel. No confío en su dibujo, solo en la impresión pertinaz que deja la muerte cuando el que desaparece está muy próximo a nosotros, solo en esa bombilla oscilante y en ese pañuelo amarillento que se fijó en lo más alto del paladar para dejar un sabor amargo en todos los tragos de la memoria, solo en esa impresión hepática que me viene a la boca cuando el pasado me visita y me devuelve al desamparo de aquellos años. Las caricaturas que nos presenta la memoria tienen el tono de una película muda en la que se hubieran hurtado también algunos rostros, pero esas quemaduras que deja la muerte siempre supuran un dolor reconocible.
Mi padre murió, sí, y yo rabiaba por la mala suerte con que me agasajaron la infancia y la juventud. Una rabia difícil de olvidar y que dejó su mancha indeleble en la violencia de mi comportamiento. Una bilis difícil de retener y que ha agriado mi enfrentamiento con la vida. La gente me estorba, y no es una manía de la vejez. Mi hosquedad se mostró sin disimulos el día que velamos a mi padre: con menos de quince años y con una espalda hecha ya para el trabajo, no aguantaba a ninguno de los que rodeaban al cadáver, ni a los socios del almacén que maldecía todos los días, ni a las vecinas chismosas que acudían al olor de la desgracia, ni siquiera soportaba que me tocara mi madre. Salí de allí golpeado por el desamparo y por el asco de verme rodeado de aquel olor rancio de gente que acumulaba miserias y se nutría con las de sus vecinos como único alimento de su consuelo. 

miércoles, 13 de junio de 2012

Poema de la media noche

De donde se extraen los recuerdos más negros,
del lugar de la memoria en el que medran los tumores más dañinos, 
más ponzoñosos,
los que provocan la caries del pasado
y descubren en su crueldad la herida abierta de un recuerdo
de gangrena.
Del fondo de la cava en el que, mohosa,
se pudre nuestra vida,
invadida por una capa de orín
que nos atrofia,
y nos empuja a mirar hacia arriba:
hacia el pasado, para no ver sino la niebla del recuerdo;
hacia el futuro, para no adivinar sino un turbio olor a humedad y a fosa.
Desde aquí, desde esta gruta vana que vacían los días,
os hablo, perdido a las dos de la mañana,
en la poza más profunda y más agria.
Dejad que me ahogue la noche
hasta apagarme las palabras,
dejad que se hunda mi mirada
en la oscuridad más rotunda,
dejad que los labios se anuden 
con puntadas de estraza, dejad...   

sábado, 9 de junio de 2012

¿A quién le puede interesar "Bilis"?



¿A quién puede interesar "Bilis"? Una sencilla relación para que te incluyas o no en una de las categorías:
1. A quien ha tenido abuelos o padres con un pasado trágico.
2. A quien ha tenido abuelos o padres.
3. A quien haya vivido en mi pueblo.
4. A quien haya vivido los años de posguerra.
5. A quien haya vivido.
6. A quien disfrute de resucitar paisajes.
7. A los buscadores morbosos de la realidad en la ficción.
8. A los buscadores morbosos.
9. A los entregados a la melancolía.
10. A quien haya trabajado en un comercio.
11. A quien haya trabajado.
12. A quien le cueste reconstruir el pasado.
13. A quien no confíe en la memoria.
14. A quien confíe más en la imaginación y en los sueños.
15. A quien le sosiegue el sonido de los trenes.
16. A los cazadores de perdices.
17. A los que desean ser rescatados... de la molicie.
18. A los amantes de la buena literatura (y esto es un deseo más que una realidad).

viernes, 8 de junio de 2012

"Bilis", sinopsis

Dejo aquí la sinopsis de mi nueva novela, "Bilis", un verdadero encargo emocional del que ya tuve la gratificación que esperaba, lo demás vendrá dado:



Las ratas devoran a sus congéneres más débiles en caso de necesidad, son desconfiadas, destructivas y voraces. Los socios de Sucesores de Casto Garcés gozaban del instinto de las ratas más enconadas, las de cualquier posguerra. Marcelo Atienza lo pudo comprobar cuando entró en el almacén a los 11 años, tras el encarcelamiento de su padre. El comercio rural de la España franquista lo vistió y le dio de comer, pero también le molió las espaldas. Años después, Marcelo recibirá a los espectros del pasado que removerán la digestión de su memoria y le provocarán el desasosiego de haberlo perdido todo, hasta el recuerdo. Un recorrido intenso por la economía autárquica de los abastos de posguerra y por los subterráneos de una sociedad envenenada. Todo ello narrado desde el humor negro, la ironía y la intriga. 

jueves, 7 de junio de 2012

Bilis, casi lista

Mi nueva novela casi está a punto, os dejo aquí para los incondicionales (¿uno, dos, no sé?) otro de los retratos antiguos que van a ilustrar la portada. En mi casa ya es todo un superventas (casi todos mis hermanos la han leído a fuerza de machacarles sin piedad). Es curioso, pero al escribir esto había puesto "nivela" en vez de "novela", la podría haber llamado así, pero creo que esto ya lo hizo un tal Unamuno. Bueno, mi padre seguro que se hubiera alegrado.

lunes, 28 de mayo de 2012

Creía que este debate estaba superado, pero a la vista está que no. Debemos resucitar a Voltaire para que este cieno de las supersticiones agoreras e interesadas deje de ahogar nuestras sociedades, su discurso del siglo XVIII se puede aplicar a cualquiera de las monsergas y actitudes de nuestros profetas actuales y a la actitud de rebaño de la masa. Os dejo una ilustración francesa que viene muy al pelo de saltos de verja, concilios sectarios y asuntos de esta ralea.

sábado, 26 de mayo de 2012

La amante tóxica


















Se despojó de su blusa de raso,
dejó caer la falda hasta la orilla de los tobillos,
destazó sus zapatos de tacón alto,
luego se desprendió de las ligas
y despegó las medias de sus muslos,
se arrancó las bragas francesas de punto,
descorchó el sujetador de lencería islandesa.


Me paré a observarla y comprobé asombrado
su mirada de cristal,
su piel de plástico bruñido,
su pubis denso con rizos eléctricos de alambre,
sus pezones de goma espuma y caramelo.
Le apreté un pecho y de su boca brotó un gañido
de tetera hirviente,
la abracé,
le di la vuelta,
y leí en su nuca:
"no morder, producto tóxico".

viernes, 25 de mayo de 2012

Voces prestadas


















He leído tantas palabras
que no sé si mi voz es mía,
tantas voces me han desgarrado,
tantas lenguas me han zaherido,
que no sé si mi voz es mía.

Oídme falso en los foros cibernéticos,
oídme  atropellado en las noches de amor,
oídme  turbado en los días de bar,
oídme confundido en la oquedad de las aulas,
y no escucharéis nada
sino un eco disperso
de voces prestadas.

Una olla podrida de salivas y labios,
una orquesta informe de trazos y manos,
una voz sin voz que oculta muchas voces.

domingo, 20 de mayo de 2012

En el barranco de Víznar, en Granada, un grupo de estudiantes y profesores de San Clemente y de Ordizia rendimos homenaje a la figura de Lorca y de todos los poetas del 27. Os dejo un poema que leyeron dos de mis alumnos rodeados de un silencio estremecedor:


PARA FEDERICO, LUIS, VICENTE, RAFAEL Y LOS AMIGOS DE ORDIZIA

Si Lorca nos oyera,
si Cernuda viviera por escucharnos,
abrirían la tierra
que enmudece sus labios,
y descenderían por las laderas
sus recuerdos amargos
para ser enterrados.

Si Alberti fuera el viento,
si Aleixandre pudiera abrir los años,
no estarían perdidos
en la arboleda, en llanto,
y no habría destrucción, sino amor,
y lloverían labios
para ahogar las espadas.

Les gustaría ver
cómo nos perdemos entre sus cantos,
cómo hasta Andalucía
llegamos para amarlos,
sudamos por conseguir una huella
de sus ilustres pasos,
de sus nubes y llamas.

Sentirían la flor
de juventud de nuestros abrazos,
la alegría nueva
que ellos no gozaron,
el deseo de manchegos y vascos
más realidad que nunca,
por ellos levantada.

Si los vemos y oímos,
no han muerto porque están en nuestras manos,
si aún los sentimos,
es que no han acabado
porque oímos su llanto.



miércoles, 16 de mayo de 2012

"Ardiente mar"

Poema escrito en el Puerto de Santa María, sobre la arena hirviendo de su playa, con cincuenta muchachos alrededor y junto a la vela de Alberti:



Ardiente rompe el rumor del mar
riendo entre los remos.
Ardiente sorbe el seso el sol
en el sopor de las sienes.
Ardiente bebe el mar la brisa
y lo borda en las bocas.
Ardiente niega la arena las nubes
y navega ardiente en los nudillos.
Ardiente sol, ardientes arenas,
dejad a la brisa y al mar
que arrastren nuestras "caenas".

jueves, 10 de mayo de 2012

Suave se ocultó la noche


Suave se ocultó la noche,
nadie se opuso a la aurora,
ni siquiera los amantes
de semilla, sangre y sombra,
tampoco los panaderos,
de pala, puño y pistola,
ni aun ladrones y asesinos
que matan, sueñan y roban.



Dócil llegó la mañana
para alejar las alcobas
de los perfumes intensos
del amor y de las lobas,
para ahuyentar el calor
de harina de las tahonas,
para salvar de la muerte
a la amada triste y sola.

domingo, 6 de mayo de 2012

Poemas de amor




Quería que le escribiera un poema de amor,
pero no quedaba tinta en el tintero,
entonces me recordó que yo no escribo con pluma.
Quería que le escribiera un poema de amor,
pero se le rompió la punta al lapicero,
entonces me avisó de que traería un cuchillo.
Quería que le escribiera un poema de amor,
pero el ordenador se había colgado,
entonces llegó ella con un sacapuntas.
Quería que le escribiera un poema de amor,
pero se acabó el papel,
entonces apareció con la sábana blanca del ajuar.
Quería que le escribiera un poema de amor,
salí corriendo y cuando apenas la veía,
grité: "¡Prefiero recitártelo!"

sábado, 5 de mayo de 2012

"Bilis", revisión de su tripa

Termino la revisión de la tripa de mi nueva novela, Bilis, que me ha enviado la editorial. Me causa un poco de pudor decirlo, pero he disfrutado mucho releyendo la segunda parte ("Galerías en la trastienda"). De la primera parte ("Ratas") me basta con la impresión que tuvo mi padre de las 100 primeras páginas (no le dio tiempo a leer más): nunca hasta entonces le había visto llorar, y no creo que fuera por la pena de ver a su hijo escribir tan mal (o quizás sí). Por tanto, ya tengo las críticas de dos lectores totalmente objetivos, yo mismo y mi padre. Es suficiente.