miércoles, 23 de noviembre de 2011

Torrente maldito (undécima entrega)


Atención, por fin ROCÍO se ha dignado a mandar su aportación al relato, pero ha valido la pena la espera. Si no me lo llega a enviar por email, me veo todo el fin de semana copiándolo. Esto tiene muy buena pinta, el giro sorprendente que sufre la trama en el fragmento de Rocío resulta admirable, no os lo perdáis. Como siempre cuelgo el mío también. Para evitar suspicacias, el próximo sorteo lo haré en clase, aprovechando la entrega de notas del examen, para seguir con el buen ánimo. Ahí van.

Mi continuación:

-No sé lo que os habrá contado Carla, pero quería que conocierais mi versión de los hechos: he tenido que dejar a vuestra amiga porque me da miedo. La sigo queriendo, pero últimamente me involucraba en unas historias que me acojonan –Marcelo había conseguido captar inmediatamente el interés de las chicas, no sólo con su fachada, sino también con el motivo de su cita con ellas.
-Es la peor excusa que he oído en años para dejar a una tía –se atrevió a recriminar Julia, ante las miradas de reprobación de sus amigas.

-No me extraña que no me creas Julia. Sé que para ti Carla es más que una hermana, pero espera que te cuente algunas de las situaciones en que me he visto envuelto y verás cómo lo mejor que he podido hacer es dejarla. No por mí, sino porque tu amiga del alma cada vez está más obsesionada con algunas historias y nuestra relación agrandaba cada vez más esa obsesión. Hace una semana acudió al entrenamiento. La vi detrás de la portería, temblando como una libélula. Me acerqué a ella para decirle que me esperara aquí, en “El Cráter” porque hacía mucho frío y ella no me escuchó. Como si estuviera ida, se acercó con la vista fija en mis rodillas. Entonces me di cuenta de que la derecha me sangraba. Ella se agachó y me lamió la sangre con un ansia de loca. Luego me besó y se fue. El cachondeo del equipo fue de órdago, pero eso no tuvo importancia. Yo me quedé muy preocupado por su actitud. Aquello era la gota que colmaba el vaso -las chicas permanecieron calladas, observaron el bronceado rostro de del muchacho, pese a que hacía semanas que no se veía el sol y la nieve cubría las calles. Los labios amoratados por el frío lucían carnosos y mullidos. Los ojos negros y profundos se clavaban alternativamente en las tres. Cada una de ellas se sentía la preferida de ese chico de pelo rizado que hechizaba a todas las muchachas de su curso y también a las de segundo.

Continuó Marcelo relatando con detalle algunas de las locuras de Carla. Hasta Julia había ya desestimado el plan de mostrarse desagradables y duras con él.

Hacía rato que Raquel se había entregado incondicionalmente al encanto natural de Marcelo. Se había puesto los pendientes de azabache de las grandes ocasiones. Colocó sus dos manos bajo la barbilla y balanceó su cuerpo hasta dejar caer los codos en las rodillas, cubiertas por unos leotardos de fantasía. “¿Cómo se había dejado embaucar por esa mosquita pálida y rubia de Carla? Dándoselas de misteriosa lo consiguió aquella noche de fiesta loca, justo cuando yo me iba a declarar. No tengo por qué retenerme. Ella me lo birló antes, ¡la muy guarra! Y estoy convencida de que esa misma noche le conté que estaba loca por él. Al volver del servicio me la encuentro en la esquina de la barra, mostrándole los tatuajes ridículos de su barriga. ¡Maldita zorra!, si no hubiera sido mi amiga, la habría sacado de los pelos. No sé por qué me tengo que enfadar con Marcelo. Con esa barbilla redondeada y dulce como un helado de chocolate…”

La continuación de ROCÍO HERRAIZ:

Con la presencia del vampiro todavía rondando por su mente, Carla se vio sacudida por el vendaval de preguntas que no cesaban de hacerle aquellos dos doctores. Entre tanto, media docena más de enfermeros y doctores irrumpieron en el cuarto para sacar a la enfermera que todavía yacía en el suelo inconsciente. Al levantarla, su cabeza cayó ligeramente hacia atrás, dejando visible la extrema palidez de su rostro, además de una pequeña marca en el cuello, similar a la que tenía Carla el día que llegó al hospital. Entre los dos enfermeros que la habían levantado, la sacaron cuidadosamente pero con rapidez de la habitación, y, tras ellos, el resto del personal, incluidos los que hacía unos instantes habían estado abrumando a Carla con sus preguntas, también abandonaron la estancia, en medio de aquel murmullo de preocupación e incertidumbre que ahora los abordaba...

Una vez hubo salido el último de ellos, este cerró la puerta tras de sí, y fue entonces cuando Carla se encontró de nuevo sola en la estancia, con la esperanza de que volvieran a aparecer ante ella aquellos enigmáticos ojos celestes. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió, en su lugar, lo único que apareció fue un olor tan delicioso como potente, que pronto inundó hasta el más recóndito lugar de aquella habitación, para deleite de las cavidades nasales de Carla. Pero...¿de dónde provenía?

Carla, dejándose llevar por su recién adquirida agudeza olfativa, se abalanzó sobre la cama y pudo observar a los pies de esta, justo en el lugar donde había golpeado la cabeza de la enfermera, un pequeño charco de sangre. De repente, despertó en ella un apetito voraz, acompañado por un deseo irrefrenable de saciar su sed, y, bajando de la cama, se aproximó a la sustancia para percibir mejor el aroma que emanaba de ella. No habían pasado ni dos segundos cuando Carla comenzó a lamer el charquito con un ansia incontrolable que la privaba por completo del uso de razón, y poco después ya no quedaba nada, solamente la lengua de Carla sobre una baldosa impoluta y brillante, buscando hasta el más mínimo rastro de aquello que la había hecho sentir tan frenética, tan viva, tan extraña...

Solo cesó en su impetuosa tarea cuando escuchó los pasos de alguien que se aproximaba a la puerta de su habitación. Se trataba de su madre, pero no venía sola, lo hacía acompañada por un doctor, que no paraba de hablarle sobre ella.

Esta, que todavía no había perdido su curiosidad, se acercó a una ventana, para escuchar con mayor claridad lo que decía aquel médico sobre ella. Al parecer, la enfermera había fallecido, y las expectativas para Carla no eran demasiado buenas. La policía y sus amigos no habían conseguido encontrar nada en el Edificio Central, por lo que descartaban la existencia de algún tipo de animal que hubiese podido morder a Carla. La única hipótesis que parecía esclarecer un poco el misterio sobre la marca yugular y sobre la que se apoyaban ahora era el contagio por parte de Carla de alguna enfermedad desconocida, posiblemente proveniente de la suciedad de aquel edificio, y la cual mostraría como primer síntoma la aparición de aquella extraña marca. Obviamente, la enfermera se habría contagiado al estar en contacto con Carla, por lo que todo parecía encajar. Al oír esto, su madre rompió a llorar, pues era cuestión de tiempo que su hija también muriese. Tras escuchar la batería de estupideces que acabada de narrar el doctor, Carla recordó de nuevo al vampiro. ¿Cómo explicarles que un ser que solo ella había visto era el causante de todo aquello?¿Cómo decirle a su madre que ahora ella también era un vampiro, y que la enfermera solo había muerto para servirle de aperitivo por cortesía del de los ojos azules? No...lógicamente aquella no era una alternativa, pero no podía olvidarse de dónde se encontraba, en el hospital, rodeada de personas por cuyas venas corría su preciado alimento.

En estas se encontraba Carla, meditando si podría o no reprimir su impulso depredador, cuando se percató de su famélico estado. Justo en ese momento, su madre abrió la puerta de la habitación, secándose las lágrimas que brotaban de sus ojos para resbalar por sus enrojecidas mejillas.

Con el rostro congestionado y la voz entrecortada, su madre la invitó a volver a la cama­­, tras lo cual Carla, ignorando la sugerencia de su madre, se aproximó a la puerta y la cerró bruscamente.

De nuevo, sintió aquel extraño impulso que antes la había llevado a actuar como un animal, y perdiendo totalmente el control agarró a su madre por el cuello y le hizo la morcilla, retorciéndoselo como a un pollo, sin reparar en la mirada de aquella mujer que hasta entonces la había apoyado, la había cuidado, la había querido, y que ahora derramaba sus últimas lágrimas por ella, sin tener ni siquiera tiempo para percatarse del cambio que había sufrido su hija y que ahora le costaba la vida. Ahora sí que Carla parecía haber perdido el último resquicio de humanidad que le quedaba, a pesar de la rapidez con la que había matado a su progenitora, bien por ahorrar tiempo o por ahorrarle sufrimiento, por lo que fuere, ahora ya poco importaba, pues esta se disponía a hacer cuenta de su presa sin reparar en quién era el cadáver que tenía a los pies.

Agarró la cabeza inerte de su madre, y cogiéndola por los pelos, la arrastró como pudo hacia un rincón oscuro de la habitación, oculto tras un pequeño armario provisto de vendas, suero, vías y demás instrumental quirúrgico que no entraré a detallar.

Con los ojos desorbitados se arrodilló frente a la muerta, cuyo cuerpo todavía estaba caliente, y desgarrando la camisa que llevaba puesta y que dificultaba el acceso a su cuello, dio un mordisco en la yugular de la susodicha y comenzó a nutrirse del manantial de vida que brotaba de aquel cuerpo cuarentón. Cuando hubo finalizado se sintió reconfortada, tanto que no reparó en que aún llevaba toda la cara impregnada de sangre. Se recostó en la cama, relamiéndose todavía con la dulzura de aquel líquido rojo que tanto le gustaba, y que tan gran sacrificio le había supuesto conseguir, en la lengua, pero entonces un doctor irrumpió en su deleite abriendo la puerta y disponiéndose a entrar.

-Ya traigo los resultados de los análisis señorita... -acertó a decir el doctor que atravesaba la puerta antes de que Carla se abalanzase sobre él para impedir que viese el cuerpo de su madre medio descuartizado.

-Pero...¿qué ha pasado aquí?-le preguntó tras ver la cara de la muchacha, pringada de sangre, asomar por la pequeña rendija que esta le había permitido abrir con su rápida intervención.

-Emmm...pues nada doctor, es solo que me he mordido el labio, no se preocupe que ya me curo yo con la saliva, es que la sangre es tan escandalosa...-acertó a decir Carla.

-¡¿Que te has mordido el labio?! No pretenderás que me crea esa estúpida escusa, vamos...déjame verte mejor...¿No te habrá pegado tu madre?-dijo el doctor.

-No doctor tranquilo, mi madre jamás me pegaría y menos ahora...en mi avanzado estado de enfermedad...¡Váyase no sea que le contagie sin querer!-espetó Carla.

-No creo que me contagies...vamos muchacha...déjame entrar que vengo a hablar con tu madre sobre el resultado de tus análisis...-dijo comprensivamente el doctor.

-Está bien...-cedió por fin Carla con resignación, a pesar del poco hambre que tenía ahora.

Carla abandonó su esfuerzo por sujetar la puerta y se echó unos pasos hacia atrás para dejar paso al doctor. Este, al entrar, se percató del extraño bulto que formaba el retorcido cuerpo de la madre de Carla y se dirigió directamente hacia allí, con un gesto facial que inspiraba poca confianza, como si ya sospechara lo que le aguardaba tras la sombra de aquel armario.

Carla se disponía para su ataque pero entonces el doctor se giró bruscamente al notar el movimiento tras de sí de Carla, que ahora se encontraba suspensa en el aire a algo más de un metro de su cabeza.

Con la mayor rapidez que pudo, el doctor sacó una jeringa con anestésico que llevaba siempre encima para casos críticos, y la empuñó contra el abdomen de Carla que ahora caía con todo su peso sobre él, intentando morderle.

De una patada se la quitó de encima y pudo huir hacia la puerta, cerrándola con llave y dejando a Carla dentro. Carla, que no se esperaba defensa alguna por parte del médico, desconcertada y tendida sobre el suelo tras el golpe que acababa de darse contra la pared, se sintió extraña. No sentía dolor por haber sido estampada con brutalidad, tampoco le dolía el brusco jeringazo que acababa de recibir, pero empezaba a sentirse aturdida y medio mareada se incorporó como pudo y se apoyó sobre la cama. Poco a poco notaba cómo los párpados le pesaban más y más, y aunque no quería dormirse, parecía inevitable. Finalmente el ser de los ojos celestes apareció por una de las ventanas, agarró a Carla y mientras la llevaba hacia la ventana por la cual él había accedido a la estancia está cerró los ojos, todavía consciente de lo que ocurría a su alrededor.

El ser la levantó por un brazo y apoyándola sobre su chepa, se encaramó de un brinco al árbol más cercano, cuyas ramas golpeaban al son del viento el cristal de la ventana que acababan de atravesar. La suave brisa y el frescor del ambiente parecieron despertar un poco a Carla, lo suficiente como para que se diera cuenta de que el cielo se tornaba lentamente más claro y que por el Este ya podían vislumbrarse los primeros rayos de sol...

Ya apeada de la chepa de aquel ser, Carla comenzó a estremecerse entre sollozos. La luz, aquellos destellos brillantes que provenían del horizonte quemaban sus retinas, nublando su visión casi por completo. Entre tanto, su piel cada vez más roja expulsaba un olor a carne requemada, a la vez que se arrugaba menguando poco a poco. Carla no podría soportarlo mucho tiempo más, se dejó caer en la rama sobre la que se encontraba de pie y lo último que pudo ver antes de resbalarse de esta fue el cuerpo descarnado del vampiro, postrado en la rama contigua y en cuyas cuencas ya no podían distinguirse sus preciosos ojos azules.

Dicen que antes de morir, toda la vida pasa por delante de los ojos de una persona, pero en el caso de Carla no fue así. En lugar de ello, su cuerpo comenzó a hincharse como si de un globo se tratase y cuando estaba a punto de reventar y ya a muy pocos centímetros del suelo...

¡Despertó! Se encontraba en su cama, empapada por el sudor que le había provocado aquella espantosa pesadilla. Se sintió aliviada, todo había sido un simple sueño, lo cual significaba que nada era real, ni la discusión con Marcelo, ni la muerte de su madre ni tampoco su extravagante transformación que había acabado en tan desastroso final.

Tenía sed, de modo que se levantó y, a oscuras, palpando cada centímetro de pared que encontraba, consiguió llegar hasta donde se encontraba su móvil. Una vez con este, a modo de linterna, atravesó el angosto pasillo que desembocaba en el salón, y tras atravesar este, por fin llegó a la cocina. Una vez hubo bebido hasta saciar su sed, se dispuso a regresar a su dormitorio, pero como no tenía sueño se puso a ver un rato la televisión.

Desgraciadamente, a esas horas de la noche no había ningún programa que mereciese la pena ver, asique puso Telecinco, para ver el Tarot de Esperanza Gracia, ya que era la única astróloga de la que se fiaba.

Entre tanto, se acercó a un pequeño mueble compuesto por tres cajones. Del trasfondo de uno de ellos sacó una pequeña bolsita transparente que contenía una sustancia blanca. Luego, alargando la mano hacia su bolso, sustrajo su carnet de identidad y una pequeña libreta de la cual arrancó una hoja, y vertiendo un poco de lo que contenía aquella bolsa sobre la mesa, lo alineó con el DNI. Después, haciendo un rulo con la hoja de papel, esnifó dos de las cuatro rayas que tenía dispuestas paralelamente sobre aquella superficie.

Tras repetir el proceso con las dos restantes, se recostó en el sofá y escuchó la predicción de Libra para el martes. Poco después, vencida por el sueño y mareada como estaba, se quedó dormida.

Al despertar, una sensación de pánico invadió a Carla. ¿Dónde se encontraba? Era una habitación húmeda, apenas iluminada por una pequeña bombilla que colgaba del techo. Su abdomen, ¿qué diablos era aquello que llevaba sujeto a su tronco? Asustada, gritó hasta desgañitarse, pidiendo ayuda. Intentó zafarse de las correas que le oprimían muñecas y tobillos, consiguiéndolo solo con las primeras. Al hacerlo, llamó su atención el ruido de un monitor que acababa de encenderse a su derecha. En él, apareció el rostro pálido de una muñeca ventrílocua, muy parecida en aspecto a Belén Esteban, lo cual atemorizó más aún a Carla.

-Hola Carla. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Durante los últimos dos años te has implicado en el mundo de las drogas, arriesgando tu vida cada vez que consumías cantidades ingentes de diversas sustancias. Al verte encerrada aquí, me pregunto si temes por tu supervivencia o solamente gritas por mantener tu mente ocupada en algo que no sea pensar como destruirte a ti misma. Hoy tendrás la oportunidad de demostrar hasta dónde eres capaz de llegar para seguir con vida. El artefacto que llevas en tu cuerpo está sujeto a ambos lados de tu tórax, y funciona como una bisagra. Si no consigues superar la prueba, significará que no valoras tu vida, por lo que este mecanismo te ayudará a desprenderte de aquello que no aprecias, abriéndose y separando tu cuerpo en dos en cuestión de milésimas de segundo, acabando así con tu vida. Frente a ti se encuentra el cuerpo inmóvil del camello que te ha provisto de droga durante todo este tiempo. Tu objetivo es el siguiente, tendrás que sacarle los dos ojos, y en cada una de las cuencas encontrarás una llave. Sólo una de ellas se servirá para librarte del mecanismo al que te encuentras sujeta, pero ¿cuál? En tu bolsillo izquierdo encontrarás un bisturí que te servirá para sacarle los ojos, al fin y al cabo, ¿de qué le sirven si no puede ver todo el daño que le hace a la gente? Date prisa, tienes sesenta segundos para conseguir la llave hacia tu libertad y liberarte o de lo contrario, el dispositivo saltará cuando el temporizador llegue a cero. Vivir o morir, tú decides -le dijo la muñeca a Carla.

Tras esto, Carla se tiró al suelo, todavía sujeta por los tobillos, lo cual no le impidió alcanzar el cuerpo del camello. Sacó el bisturí de su bolsillo y con una frialdad de la cual no había hecho nunca uso, cortó los ojos del hombre. Luego introdujo los dedos índice y corazón en las cuencas. A treinta segundos de morir, ya tenía una llave. Buscó con nerviosismo en el otro ojo hasta encontrar la segunda. Una vez las tuvo, probó con la primera a abrir el dispositivo que la mataría pasados diez segundos, pero ¡no era esa! Rápidamente probó con la otra y a falta de un segundo consiguió abrirlo y quitárselo justo en el último momento. Respiró tranquila. Acababa de matar a un hombre pero eso no parecía importarle en absoluto. Estaba a salvo, era lo único en lo que pensaba en aquel instante y tenía claro que nunca más volvería a probar las drogas.

A su espalda se abrió una puerta, de la cual salió la muñeca subida sobre un pequeño caballo de juguete.

-Mucha gente no agradece seguir con vida...-le dijo la muñeca-pero tú no, ya no.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Búsqueda


Se marchó,
sin despedirse apenas,
con un ligero viento de manos,
con un soplo liviano de párpados.

Se fue,
y aún la espero,
bajo la luz tenue que se apaga,
bajo el techo de sombra que se acerca.

Desapareció
entre la bruma salobre de la madurez,
entre la gravedad inmisericorde del tiempo,
entre las hojas machacadas del otoño.

Y la sigo esperando,
la deseo
en la distancia de la indiferencia,
en la insistencia de los días,
la busco
bajo los pliegues de la piel,
entre la niebla de la presbicia,
en el sopor de la existencia.

Quizás esté ahí:
bajo la desesperanza,
entre la búsqueda,
en las preposiciones.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Variaciones de Enrique Jaspe sobre "Criaturas del Piripao"

Estos son los bocetos que el pintor Enrique Jaspe ha realizado sobre mi novela "Criaturas del Piripao" y su personaje principal, Suero Láinez. Los dos primeros son emblemas a la manera de los que aparecían en los libros del XVI y del XVII para presentar jocosamente el asunto de algunos libros. Como poco, curiosos.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Polvo y nada


No eran perlas en suspensión
bajo la mañana de cristal,
sino polvo y ácaros
al trasluz.

No eran yemas de lágrimas
flotando tras la ventana,
sino liviana suciedad
sin voluntad de suelo.

No eran pellizcos del alma
abandonados por el cuerpo
a su suerte,
sino limo deshecho,
cieno reseco, lodo volátil.

No era mi voluntad
sino una lluvia de átomos
resueltos en nada.

Torrente maldito (décima entrega)


En esta ocasión es ALICIA CABRERA la que continúa la historia de Carla. Atención a los distintos derroteros de uno y otro relato. Por cierto, la próxima en continuarlo será ROCÍO HERRAIZ, elegida en sorteo sin notario, con la ayuda de un bombo de bingo de mi abuela.
En primer lugar, cuelgo el mío:

Julia acompañó hasta su casa a Carla y de vuelta a la suya se topó con Marcelo. No tenía intención de dirigirle la palabra. Estaba furiosa con aquel “pijo” de mierda que le estaba arruinando la vida a su amiga, pero la llamó, cruzó la calle y tomándole el brazo le dijo que quería hablar con ella, con Raquel y con Denia esa misma tarde. Julia no fue capaz de soltarle a la cara todo aquello que pensaba decirle. Al contrario, aceptó la cita para la tarde y se comprometió a avisar a sus amigas. Pensó que entre las tres serían más capaces de enfrentarse con aquel tipo que en el trato personal deslumbraba a las chicas con su aspecto de actor americano y la labia de un locutor de televisión.

Sentadas en el semicírculo de cuero rojo de “El Cráter”, esperaban de uñas a Marcelo. Al verlo entrar, menguó la ira solidaria que sentían hacia él y, cuando se sentó frente a ellas, en un taburete cojo, ninguna de las tres pudo soltar ningún improperio, acalladas por el magnetismo de ese chico que acababa de acicalarse como si fuera a actuar en algún espectáculo...CONTINUARÁ

El relato de ALICIA:

De repente, en medio de aquella conversación se oyó un ruido. Era la puerta de la habitación que se abría lentamente. Una vez abierta de par en par, una gran luz intensa pasaba a la habitación, provocando a Carla un gran escozor y dolor de ojos. Allí pudo observar cómo dos hombres con bata blanca por encima de las rodillas, guantes y mascarilla entraban a la habitación .Ella no los reconocía pero eran los doctores que durante estos tres días le habían estado haciendo pruebas para saber qué era lo que le había pasado. En ese instante uno de ellos exclamó:

-¿Pero qué es esto? ¿Qué ha pasado?

En ese momento, Carla se acordó del ser de ojos azules, aquel que él mismo se hizo llamar vampiro. Y con una fuerza sobrenatural se dio la vuelta para ponerse delante y protegerlos de ellos, pero no fue necesario allí ya no había nadie. Seguidamente uno de aquellos hombres se agachó hacia el suelo, y en ese instante Carla pudo comprobar que una enfermera estaba tirada en el suelo. Mientras tanto, el otro le preguntó a Carla:

- ¿Cuándo has despertado? ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué la enfermera se encuentra tirada en el suelo?

Eran muchas preguntas por parte del doctor, de las cuales Carla no tenía respuestas para responderle. Ahora mismo solo recordaba aquella conversación que había mantenido apenas hacia unos instantes con aquel ser, y de aquella fuerza sobrenatural que le había salido sin saber ¿cómo? ni ¿por qué? Para protegerlo [...] CONTINUARÁ.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Torrente maldito (novena entrega)


Esto va estupendamente. Seguimos intrigados con la historia que están redactando los alumnos de 2º de Bachillerato (a pesar de que a veces derive demasiado hacia "Crepúsculo"). Cuelgo mi continuación y la de IRENE MADRID. La próxima en seguir la historia será ALICIA CABRERA, nuevamente elegida por sorteo limpio y ante notario (Efraín).


Mi continuación:

-¿Lo has visto? –preguntó Carla, ahogada por la carrera y por la angustia.

-Claro que lo he visto, nunca me había topado con una rata de ese tamaño. Y tú sabes que a mí esos bichos me sacan de quicio –respondió más sosegada Julia.

-¡Pero qué rata ni qué niño muerto!… ¿Es que no has visto al monstruo sin ojos que me ha besado, que me ha lamido, que quería poseerme?

-¿Que había alguien en el Edificio Central y te ha besado? No empieces con tus historias, Carla, ya sabes que me pongo muy nerviosa con estas cosas. Bastante he tenido con esa asquerosa rata que ha rozado mis tobillos.

-No, Julia, escucha –tomó Carla la mano de su amiga, cubierta por un guante verde que temblaba nerviosamente-. Me he vuelto a quedar traspuesta y cuando he recobrado la voluntad, he visto un rostro pegado al mío y he notado unos brazos fuertes que me abrazaban. Como si me sumergiera en un sueño, me he quedado pegada a sus labios y entonces he observado, aterrada, que las cuencas de sus ojos estaban vacías… Después no sé ni lo que he hecho –relataba Carla el suceso como si lo estuviera leyendo en uno de esos libros de terror que tanto le gustaban. Julia conocía sus hábitos literarios, pero no se dio cuenta de ese detalle. La fidelidad hacia su amiga cubría casi todos los frentes. La creía siempre y si no hubiera sido por su falta de ánimo nunca la hubiera dejado abandonada a su suerte en el Edificio Central.

El fragmento de IRENE MADRID:

Mientras tanto, en el hospital donde se encontraba malherida Carla, las expectativas no eran muy buenas. Después de una reunión del equipo médico que intentaba descubrir qué había podido dejar en estado de coma a Carla, éstos decidieron hablar con su madre.

El cielo ese día estaba especialmente gris, quizás previniendo la catástrofe que se cernía sobre el hospital. Por la tarde, en la sala de reuniones, los médicos decidieron hablar con la madre de Carla. En la habitación, la enfermera acababa de entrar a ver a Carla, que llevaba 3 días ya en el hospital en estado de coma, ya que sus amigos no habían sido capaces de dar siquiera con algo relevante que pudiera dar una idea de qué había dañado a Carla. De repente, las luces de la habitación se apagaron, pareció detenerse el tiempo, y la enfermera cayó pálida al suelo.

-Despierta, pequeña, despierta-susurró una voz.

Carla se encontraba en un lugar tenebroso, funesto y muy agreste. Quería ver pero no podía, quería caminar, pero no podía moverse, solo podía sentir el agonizante frío que recorría cada centímetro de su cuerpo. De repente, tuvo la sensación de liberarse de las cadenas que cargaba su cuerpo, y por fin abrió los ojos. Se encontraba en un cementerio, parecía abandonado, la hierba crecía libremente sobre las viejas lápidas de mármol.

A lo lejos, vio un destello.
-No, no puede ser, comenzó a balbucear- una mueca de terror apareció en la cara de Carla, que contemplaba atónita el contorno del ser que la había atacado anteriormente en el gran Edificio Central.

-Despierta, vamos, deja atrás tus miedos, y ven, ven conmigo –decían esos ojos azul celeste.

De repente, todo se apagó y se tornó oscuro. Carla había despertado del coma. El primer impulso fue levantarse, pero vio con incredulidad que no podía siquiera moverse. Estaba atada a la cama, en los últimos días había sufrido ataques debido a la fiebre que le había causado la mordedura. Muy decidida, intentó liberarse, y para su asombro, descubrió que apenas con un poco de fuerza había conseguido vencer las cuerdas que la amarraban a la cama. La habitación carecía de luz, sin embargo, Carla veía todo perfectamente. "¿Qué me pasa?" - se preguntaba comprobando que efectivamente la luz era escasa en esa habitación. Sintió un frío sobrenatural sobre su espalda. No quería girarse, pero como si de un acto reflejo se tratara, antes de que se diera cuenta, había girado su cuerpo y ahora contemplaba esos ojos celestes que acababan de perturbar sus sueños.

-¿Quién eres?- preguntó Carla con una voz imponente, una voz que denotaba una actitud distinta hacia ese ser. En las dos situaciones anteriores había sentido miedo, ahora solo sentía fascinación hacia la criatura de los ojos celestes.
-Realmente no importa quién soy, ni de dónde vengo, aunque supongo que la curiosidad siempre os ha caracterizado a la raza humana, aunque es curioso, tú ya no eres completamente humana -
Carla se quedó sorprendida al oír esto, y al ver, que su piel había palidecido.

-¿Quién eres?- volvió a repetir Carla sin demasiada esperanza en obtener una respuesta contundente.
-Mucha gente me define como un espectro de vida nocturna que se sustenta de la sangre de los demás, sin embargo, yo prefiero que me llamen , y sí, soy un vampiro.

Me buscan la policía y tus amigos en aquel edificio..pero no me encontrarán [...] CONTINUARÁ.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Silencio


¿Por qué el silencio solo
no nos sirve?
¿Por qué la soledad sorbe
las fibras de la locura?
¿Por qué las ventanas
del otoño
se empañan con el vaho
de la nostalgia?
¿Por qué la amargura
de la insignificancia?
¿Por qué apartamos las manos
si notamos la baba sedosa
de la lombriz?
¿Por qué aborrecemos su tacto?
¿Por qué ese afán por abrir nuestro vientre
a las milicias de la ignorancia?
¿Por qué deseo ser oído por los que no me escuchan?
¿Por qué gritar nuestro nombre en pantallas de hielo
para que nadie nos abrace con la yema de los sexos?
¿Por qué el silencio solo no nos sirve?

sábado, 5 de noviembre de 2011

Torrente maldito (octava entrega)


Después de algunos problemas con Internet, sigue la saga, ahora le toca el turno al fragmento escrito por RAQUEL REJAS. También incluyo mi parte. La próxima en escribir será IRENE MADRID. No os perdáis los siguientes capítulos.

Mi continuación:

-¿Hay alguien ahí? -preguntó Carla Sterling con la voz temblona.
No obtuvo respuesta. Los huesos de las dos amigas se entrechocaban en las convulsiones involuntarias del miedo. El corredor aparecía tan oscuro como por la noche. Julia sacó del bolsillo una pequeña linterna que utilizaba para buscar en las profundidades de su bolso cuando iba a "El Cráter". Se la pasó a Carla y escondió sus delgados 16 años detrás de su amiga. Los murales de las paredes se mostraban incompletos y temblorosos. Llegaron a la habitación de la bestia. Una gélida flecha de viento heló el rostró de Carla. Quedó inmovilizada, como la noche anterior, en el umbral de la puerta. Julia huyó despavorida escaleras abajo al escuchar un chillido penetrante muy parecido al de una rata. Carla se vio envuelta por unos brazos que le acariciaban los costados. Las manos desconocidas penetraban en su piel gelatinosa y la amasaban hasta proporcionarle, en el estado hipnótico en el que se encontraba, un placer insólito. Ascendieron los dedos hasta su barbilla, palparon los huesos de su mandíbula y una lengua viscosa se abrió paso entre sus labios. Una nueva ráfaga agria la despertó, abrió los ojos y vio cercano el rostro de quien la estaba besando. Cuando su mirada reparó en las cuencas vacías del amante inesperado, aulló con fiereza y apartó de sí a ese cuerpo joven y alto. Llamó a Julia con todas sus fuerzas, pero no la encontró hasta que llegó sin resuello a los bancos de la plaza...CONTINUARÁ.

El relato de Raquel:

Para poder encontrar a Carla tenían que dividirse para dar con el paradero de aquella cosa que no sabían qué era. Hicieron varios grupos, todos ellos acompañados por tres o cuatro policías, para que el monstruo no pudiera hacer daño a más gente. Decidieron dividirse el edificio en seis partes y a cada grupo se le destinaría una distinta, para así buscar en todos los rincones, sin dejarse uno donde mirar. Mientras tanto, Carla estaba en el hospital, sin saber qué le pasaba. No sabían qué medicamento darle para curarle lo que aquel monstruo le había hecho. Al lado de ella estaba su madre, llorando, sin saber qué hacer..., no paraba de echarse todas las culpas de lo que había pasado, por dejarla salir de casa. De repente, la chica entró en estado de coma, haciendo que todos los médicos se alarmasen. Su madre decidió llamar a Marcelo para contarle en el estado en que se encontraba Carla, para que así buscasen más rápido por aquel horroroso lugar. Marcelo, al enterarse, y al saber que todo lo que estaba pasando era únicamente por su culpa, se puso como un histérico a buscar, pero el monstruo no aparecía. Toda la gente se reunió en la puerta principal, perdiendo todas las esperanzas de poder salvar a Carla. Todos menos Marcelo, que estaba en la habitación donde el monstruo tuvo retenida a su novia, intentando encontrar algo que le llevara al paradero de aquel esperpento. Buscaba en el sillón donde había estado sentado el monstruo, pensando que desde ese mismo lugar había estado mirando a su novia. Esto hacía que le recorriese un escalofrío por todo el cuerpo. Miraba las paredes, el suelo... Cuando se paró a pensar que sus amigos le habían dado con la barra de hierro en la nuca, entonces pensó que si fuera una persona normal habría sangre en el suelo, pero allí no había nada. Esto hizo que Marcelo se preocupara cada vez más, lo que le llevaba a pensar hasta en voz alta.

-¿Qué será?... ¿Qué será lo que realmente tenía a Carla?..., ¿un monstruo, un fantasma, un vampiro?... CONTINUARÁ.


viernes, 28 de octubre de 2011

Torrente maldito (séptima entrega)


SILVIA PAÑOS nos ofrece la continuacíón del relato que ya va tomando un camino muy interesante. Atentos a los momentos de pánico y a la relación de los personajes principales. Por otro lado, ofrezco mi continuación que ya poco tiene que ver con el relato de los alumnos de segundo. La siguiente en escribir será RAQUEL REJAS. No os perdáis esta inquietante aventura.

Mi relato:

Se dio la vuelta acongojada y vio frente a ella a su amiga Julia.

-No te asustes Carla, soy yo. Te he llamado a gritos y no me oías. No sé qué te pasa, estás muy rara. Mira qué cara llevas, pareces recién salida de un "after" -le espetó su amiga, con toda la sinceridad de la que no era capaz de usar con otra persona que no fuera Carla.

-¿Y las demás?

-No creo que vengan. Raquel se enfadó mucho contigo anoche por la espantada que diste y, sobre todo, por no pagar tu chupito, aunque terminó bebiéndoselo ella. Me acaban de llamar para decirme que se iban a la capital para comprarse los vestidos de Nochevieja con sus padres -refirió Julia con la misma sinceridad aplastante.

-¡Ay!, Juli, tienes que ayudarme. No sé qué me pasó anoche. Ya dudo de si fue real o no lo que me sucedió, pero el móvil no lo tengo. Debo entrar a este maldito edificio. Debo comprobar si me estoy volviendo loca o no y, además, quiero recuperar mi Nokia. ¿No tenía Raquel una llave maestra de la puerta trasera? -inquirió Carla.

-Sí, pero se la dio a Marcelo porque se encontraba angustiado por las notas del primer trimestre y quería saber las preguntas de los exámenes.
-¡Marcelo, Marcelo, Marcelo! ¡Estoy hasta la yesca de Marcelo! Él ha tenido la culpa de toda esta mierda que me está pasando... Y si intentamos entrar por la rejilla de la calefacción y...

No había terminado de explicar su plan cuando la hoja del portón crujió para quedarse entreabierta. Julia se aferró con fuerza al brazo de Carla. Las dos presentaban una endeblez física similar, así como una parecida falta de decisión. En este trance, y ayudada por las nieblas del insomnio, Carla tomó las riendas de la empresa y arrastró a su amiga hacia el interior...CONTINUARÁ.

Continuación de SILVIA PAÑOS:

Carla estaba muy asustada, no paraba de moverse. Al estar atada en la silla, no podía moverse. La silla y ella cayeron al suelo, mientras el gran hombre curvado (no se sabe bien si humano o monstruo) la observaba. Carla yacía en el suelo. Miró a la puerta, cerrada otra vez. Al girar el cuello, se vio todo el hombro de la camiseta manchado de sangre. La sangre procedía de la mordedura de su cuello. Carla, cada vez más nerviosa y aterrorizada, no paraba de gritar, pero nadie le hacía caso, nadie le ayudaba, ni siquiera el ser que tan solo estaba a unos metros de ella.
Marcelo y Lucía seguían corriendo por los pasillos del Edificio Central. Estaban cansados y ellos solos no podían continuar con la misión de encontrar a Carla. Llamaron a Miguel, a Marcos, a Daniel, a Marta, a Martina..., a todos sus amigos. En pocos minutos. Marcelo y Lucía estaban con sus amigos en el Edificio Central, todos con el mismo objetivo: encontrar a Carla. Ella seguía encerrada, gritando y atada en esa tenebrosa habitación. Los amigos corrían recorriendo los pasillos, abriendo todas las puertas, hasta que llegaron a una que no se podía abrir. El pasillo estaba muy oscuro, los chavales comenzaban a tener miedo, pero no se podían dejar ninguna puerta sin abrir, ya que no podrían soportar la idea de que dejaran la puerta y su amiga Carla estuviera allí.
Carla, cansada de tanto gritar, hizo una pausa. Todo se quedó en silencio. En ese momento escuchó la voz de Marcelo. Carla comenzó a pedir ayuda de nuevo. Marcelo y los amigos comenzaron a intentar abrir la puerta y con unos destornilladores que estaban en la sala de al lado consiguieron abrirla. La sala estaba oscura, no se veía nada. Encendieron un mechero y todos se asustaron mucho al ver lo que había. Miraron por toda la sala y encontraron a Carla tumbada en el suelo, atada a la silla. Todos los amigos intentaban desatarla, estaban alrededor de Carla y de repente apareció por detrás un ser muy grande, muy feo y espantoso. Los chavales estaban aterrorizados. En la sala no estaban todos los amigos, faltaban David y Alberto. Eran los únicos que podían salvarse del malvado monstruo, pero llegaron corriendo, con algo muy pesado en las manos, una barra de hierro que buscaron para poder abrir la puerta, pero al llegar y verla abierta, emplearon la barra metálica para otra cosa. Le dieron un golpe al ser que estaba asustando a sus amigos en la nuca y cayó al suelo inconsciente. Los amigos liberaron a Carla y la llevaron al hospital porque su cuello no paraba de sangrar. En el hospital las noticias no fueron muy buenas: para curar a Carla necesitaban saber qué le había mordido. Los amigos y las enfermeras avisaron a la policía y todos fueron al Edificio Central a buscar al ser que había mordido a su amiga. O lo encontraban, o su amiga podía morir.
Una vez en el Edificio Central, los amigos de Carla y la policía...CONTINUARÁ.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Torrente maldito (quinta y sexta entregas)


El relato avanza con mucha rapidez. En esta ocasión, las que escriben son NOEMÍ MOYA y MÍRIAM POVEDA (casi no me da tiempo a volcarlos en el blog). Atentos a cómo han tomado diferentes direcciones los dos relatos, aunque los personajes principales siguen siendo los mismos. Crece el interés por saber qué les va a suceder. El próximo en escribir se decidirá mañana en clase. Ahí van.

Mi relato:

-El Edificio Central..., estaba abierto..., la ventana se rompió...., y subí..., no sé por qué...., pero subí -el recuerdo próximo de su aventura volvió a alterar a Carla-. Vi un bicho terrible..., no sé lo que era..., me seguía..., me siguió por todo el pasillo... ¡Coño!, el móvil..., me dejé allí el móvil.

Las amigas de Carla pensaron que desvariaba. Se apercibieron de lo descompuesto de su gesto y de los hechos absurdos que relataba sin ninguna ilación. El agua profunda de sus pupilas bailaba en el desvarío de su narración.

-Tranquila, tía. ¿Qué dices del Edificio Central? Los únicos bichos horribles que hay allí se van en vacaciones y ya nos martirizan bastante durante el curso para que nos acordemos de ellos ahora. Todo esto es culpa de Marcelo -cortó Denia abrazando a Carla por los hombros. Su corpulencia le permitía esconder bajo su regazo el pequeño cuerpo de la asustada amiga.

-Tenéis que acompañarme allí mañana. Tengo que recuperar el móvil. Mañana, en el Edificio Central.

-Pero, ¿para qué entraste? -preguntó intrigada Julia que ya empezaba a ponerse nerviosa ante el relato de su amiga. Era la única que había creído algo de lo que contaba Carla.

-No lo sé. Algo me impulsaba hacia adentro. No sé... Quedamos mañana en la puerta del Edificio -se levantó Carla sin haber probado el chupito e ignorando los requerimientos de sus amigas para que se quedara.

La mañana se presentaba blanca y fría. Una nieve lenta caía con suavidad. Carla había pasado la noche en blanco. Al llegar a casa, su madre intentó forzarla para que cenara y para que le diera alguna explicación sobre ese aspecto que traía de desenterrada. La muchacha rechazó con un respingo los requerimientos de su madre y ocultó sus miserias en la habitación que ocupaba desde hacía 10 años. Germaine Sterling, su madre, decidió que salieran de Bristol cuando ella sólo contaba 6 años. La humedad y la tristeza de aquella ciudad inglesa las impulsaron hasta la cálida España. De todas formas, el traslado no evitó que una y otra apoyaran mutuamente sus soledades en un equilibrio peligroso. Carla no había conocido a su padre y su madre casi tampoco: cuando la niña contaba año y medio se desentendió de ellas y se largó en un barco mercante. Germaine sabía que en cuanto cualquier imberbe salido se cruzara en el corazón de Carla, ella se quedaría sola en el mundo sin ningún otro asidero que su desmesurada introversión. Los 16 años adolescentes de su hija no habían maltratado demasiado las espaldas de su madre. Estaba atravesando la edad más conflictiva en una lancha serena que, en cierta manera, asustaba un poco a Germaine. Por eso, los acontecimientos de la última noche casi la habían reconfortado.

Cuando Carla se presentó en los jardines que circundaban el Edificio Central, lanzó la vista hacia la ventana destrozada la noche anterior y comprobó con sorpresa que la persiana estaba cerrada. El portón central también se encontraba perfectamente sellado. Notó que algo se le posaba sobre el hombro.



La continuación de Noemí:

Al separarse, Marcelo estaba muy preocupado por Carla. Se arrepentía de haber discutido con ella. Lucía no dejaba de oír ruidos extraños y decidió sacar su móvil del bolsillo para alumbrarse entre los oscuros pasillos. De repente, alguien agarró a Lucía por detrás y la tiró al suelo. Lucía comenzó a gritar:
-Lucía: ¡Marcelo, Marcelo, ayúdame, Marcelo! -Marcelo, al oír los gritos de Lucía llamándolo, corrió por los oscuros pasillos hasta llegar a ella.
-Marcelo: ¿Qué sucede, Lucía?, ¿estás bien?
-Lucía: Marcelo, no puedo mover la pierna, me duele el tobillo.
-Marcelo: ¿Cómo te has caído?
-Lucía: Alguien me agarró por detrás y me tiró. No pude verle la cara, Marcelo. Tengo miedo.
-Marcelo: No te preocupes, Lucía, yo te ayudaré a levantarte y juntos encontraremos a Carla y nos iremos de este horrible sitio.
Mientras tanto, Carla recupera el conocimiento, pero no sabe dónde están. Es un lugar oscuro, con olor a humedad, un lugar donde nunca ha estado. Carla se encontraba en un sótano, estaba atada, enfrente de ella había un sofá y en ese sofá estaba...CONTINUARÁ.

Continuación de MÍRIAM POVEDA:

Carla estaba aturdida. Sus ojos le estaban jugando una mala pasada, pues no veía con claridad lo que se encontraba frente a ella. Parecía una figura, un animal, una persona... No estaba segura. Movió sus brazos intentando acercar sus manos a su rostro para poder frotarse los ojos con las yemas de los dedos y así, atisbar con mayor detenimiento aquella extraña presencia. No pudo. Fue consciente, en ese momento, de que sus manos estaban atadas al respaldo de la silla en la que se encontraba. Trató de zafarse de aquellas ataduras, pero no tenía fuerzas y el preciso nudo que se había realizado para inmovilizarla tampoco ayudaba demasiado a su liberación.
Escuchó un susurro, un leve movimiento que le hizo olvidarse de aquella difícil tarea. Dirigió la mirada al frente. Ahora sí podía ver lo que se encontraba justo delante de ella. Sintió pánico. Un terrible escalofrío recorrió una a una las vértebras de su columna hasta llegar a sus pies. Notó cómo se le erizaba la piel. Allí estaba, sentado en un sofá, un hombre, encorvado, con el pelo corto, de intenso color azabache. Tenía las manos entrelazadas apoyando sus codos sobre sus rodillas. Clara recorrió su cuerpo. Vestía un traje oscuro. Se detuvo en sus pies, unos relucientes zapatos negros los adornaban, golpeando lentamente la chirriante madera que cubría el suelo de aquel sótano. Carla agachó la cabeza, girándola, buscando el rostro de aquel hombre, oculto entre las sombras que se mezclaban con la tenue luz que alumbraba la estancia. Al fin lo vio. Carla tembló de nuevo. Ante ella, un pálido rostro en compañía de unos intensos ojos celestes. La sonrisa forzada, dejaba resbalar un fino hilo color escarlata que seguía su curso hasta la barbilla. Carla sintió un repentino ardor en su cuello, pero no podía apartar su mirada de la de aquel hombre...CONTINUARÁ.

sábado, 22 de octubre de 2011

Cotidianidad


El yugo bien ajustado a la cerviz
(las astillas infectan el cuello).
Las albardas sujetas con hebillas oxidadas
(el cuero lacera la carne).
Los ramales tirantes muestran la dentadura
(los belfos se desgarran en babas de gelatina).
Los tábanos sorben las mataduras
(la sangre hierve bajo los artejos).
El arriero se ensaña con los lomos
(el látigo levanta jirones de piel).
Pero los bueyes avanzan
con pasos resignados,
humillan la testuz, encorvan el cuello,
sienten correr la sangre corvas abajo,
hunden las uñas en el barro de la fatalidad,
lanzan lenguas de agua
sobre lágrimas de polvo,
y avanzan con el ritmo de la inconsciencia,
hunden las uñas en sus propias bostas,
lanzan lenguas de agotamiento
sobre moscas eternas.

Torrente maldito (cuarta entrega)


Y ya estamos en la cuarta entrega. Las narraciones toman cuerpo y se van convirtiendo en relatos de terror que comienzan a mostrar sus garras por debajo de la puerta de la normalidad. En esta ocasión, la continuadora del relato es la alumna de 2º de Bachillerato, MONTSE MARTÍNEZ. Como siempre, incluyo también mi parte. La próxima en hacerlo (de nuevo elegida en sorteo limpio) será NOEMÍ MONTOYA.

Mi relato:

Las luces nerviosas del pub "Cráter" no impidieron que las amigas de Carla advirtieran su aspecto espectral.

-¡Tía!, ¿dónde estabas? Te hemos estado buscando desde que nos enteramos de la putada que te ha gastado Marcelo -la abordó Denia, cogiéndola de la mano y arrastrándola hasta el semicírculo de cuero rojo que se abría frente a la barra.

-Ya te dije que era un cerdo. No quise chivártelo antes para que no la tomaras conmigo, pero se ha tirado a la mitad de las de segundo -le espetaba Raquel, muy cerca de su cara.

-¡Así reviente! -sentenció Julia, creyendo que el temblor que removía el cuerpo leve de Carla provenía de su reciente ruptura.
Las tres avispas mordían en la débil presa. La despojaron de su cazadora azul que colgaron en la percha junto a la bufanda. Sin la ropa de abrigo, la respiración alterada de Carla se hacía más evidente. Denia observó la extraña apariencia gelatinosa de su piel. Al tocar sus manos, le pareció que los dedos se le hundían en un lecho de cieno.

-No os vais a creer lo que me ha pasado... -pudo decir Carla entrecortadamente.
-Cuenta, tía. Ese pijo de mierda se va a enterar. No pienso dirigirle la palabra en toda mi vida. Los apuntes de Física se los va a dejar su puta madre... -paró Carla con un gesto la retahíla de exabruptos que salían sin medida de la boca de Julia.

-No, no tiene que ver con él. Es otra cosa.

-¿Qué cosa? Estás muy rara, Carla, no paras de temblar. Te voy a pedir un chupito para que entres en calor -se levantó Raquel ajustándose la horquilla que le sujetaba el flequillo alineado sobre las cejas. Pidió cuatro chupitos de licor de mora con vodka.
Cuando volvió, Denia intentaba poner orden en el desorden rubio de la cabeza de Carla. Vio sus ojos muy hundidos como perdidos en un lugar que no era el pub "Cráter". CONTINUARÁ.

Y el de MONTSE:

Marcelo y Lucía corrían todo lo que podían para llegar lo antes posible al edificio abandonado. Para ver si lograban encontrar a Carla. Cuando llegaron, solo gritaban el nombre de Carla, pero allí nadie respondía. De repente, empezaron a oír ruidos extraños por el edificio, pero no sabían de dónde venían.

Carla, después de haber llamado a Marcelo, había caído en un agujero en el que había quedado inconsciente y por eso no contestaba. Los dos amigos, al no encontrarla, decidieron separarse por el edificio y buscarla por lugares diferentes. CONTINUARÁ.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Torrente maldito (tercera entrega)


La historia va tomando forma, tanto en un relato como en el otro. Vamos con la tercera parte, inventada por VIOLETA FERNÁNDEZ, también incluyo la mía. Que disfrutéis de la lectura. Adjunto los vídeos de un tema de "Radiohead", el grupo favorito de Carla.

Mi continuación:

No se oía ningún gemido y Carla, inmovilizada por el pánico, se sintió bañada por un viento grasiento que impregnaba su cuerpo. Se palpó el rostro. Las yemas de los dedos se pegaban a sus mejillas como si fueran de gelatina. La silueta del animal saltó de la mesa para arrastrase con dificultad hacia ella. Vio su lomo erizado, las protuberancias que surgían de su cabeza, las cuencas vacías de sus ojos... Aquello no era un perro, ni un gato, ni una rata. Un aullido terrible salió de su garganta. Recuperó la movilidad de sus piernas y corrió atropelladamente hacia la salida. Cayó de bruces en el pasillo. La gelatina de su piel quedó pegada por un momento al polvo de las baldosas. Giró la cabeza y comprobó cómo la bestia que la seguía ya no estaba allí. Salió con el resuello perdido del Edificio Central. No paró de correr hasta llegar al pub en el que solía quedar con Marcelo. Antes de entrar, hizo ademán de quitarse los auriculares pero se dio cuenta de que ya no estaban en sus orejas. Sin embargo, el "Bones" de los Radiohead seguía sonando en su cabeza. CONTINUARÁ


Fragmento escrito por Violeta:

Carla no sabía cómo actuar, solo pensaba en abandonar aquel siniestro lugar. Decidió caminar por aquel edificio con el fin de encontrar la salida. Pasado un buen rato, la chica no había conseguido llegar hasta la puerta, cogió su móvil y llamó a Marcelo.
-Marcelo: ¡Hola, Carla!
-Carla: Marcelo, tienes que ayudarme. Ven hasta aquí, por favor.
-Marcelo: ¿Cómo? ¿Estás bien? ¡Carla, Carla, contesta! Dime dónde estás.
El móvil cayó al suelo y la voz de Carla no se volvió a escuchar. Marcelo se quedó muy asustado e intentó volver a llamarla, pero esta vez el teléfono estaba apagado. El chico, después de haber mantenido esta conversación, se encontraba desorientado y sin saber qué hacer. Después de darle muchas vueltas, salió en busca de su amiga. Primero fue a su casa y la madre de Carla le contó que había salido hacía un par de horas a dar un paseo. Sin saber dónde ir, comenzó a recorrer los alrededores con la esperanza de encontrarla. Al girar la esquina, vio a Lucía, una compañera de clase, y corrió hacia ella.
-¡Lucía!
-¡Hola, Marcelo, qué sorpresa encontrarte por aquí! ¿Dónde vas?
-A buscar a Carla, ¿sabes algo de ella?
-Pues... ahora que lo dices, quedé con ella a las cinco para ir a la biblioteca y son más de las siete, y todavía no ha venido a por mí.
-¿Dónde quedaste?
-En la calle Rubén Darío, enfrente del edificio abandonado.
-Acompáñame, hay que encontrarla, podría estar en peligro. ¡Corre, no podemos perder tiempo! Por el camino te cuento.
-Marcelo... ¿qué está ocurriendo? CONTINUARÁ

sábado, 15 de octubre de 2011

Las Sibilas


Solo las Sibilas conocen mi silencio,
solo las Sibilas saben de mis entrañas
(ni siquiera con palabras cinceladas en mármol
sabría reconocer mi nombre).
Solo las Sibilas sorben el flujo de mi sangre,
solo ellas saben a qué sabe la ceniza áspera
de mis arterias.
Mis labios solo son capaces de besar
la corteza de las lápidas,
la fría cobertura de lo cotidiano,
la densa viscosidad del barro
de las mañanas,
el torpe discurrir de las horas
tras los cristales.
Solo ellas, solo las Sibilas
poseen ubres nutricias
criadas con el néctar de mis heridas,
divino alimento que me esponja
la sequedad de los trabajos y los días.