El fracaso casi siempre reserva una cita para los escritores. Samuel Beckett (Dublín, 1906-París, 1989) no consiguió editor para su primera novela, Sueño con mujeres que ni fu ni fa (Dream of Fair to Middling Women), concluida hacia 1932. El manuscrito se publicó póstumamente, tres años después de su muerte. Ahora aparece en español, cuidadosamente traducido, revelando la poderosa inspiración de un autor que desde sus inicios exploró los límites del lenguaje y nunca ocultó su pesimismo sobre la condición humana. Sueño con mujeres que ni fu ni fa narra las peripecias de Belacqua, un joven poeta que vagabundea por París y Dublín, dividido entre su vocación artística y una dolorosa educación sentimental.
El parentesco entre Belacqua y Stephen Dedalus, protagonista del Retrato del artista adolescente, es innegable y tal vez deliberado. No hay que olvidar la relación de amistad y colaboración entre Beckett y Joyce. Ambos trabajaron conjuntamente en las investigaciones que desembocaron en Finnegans Wake(1939), un texto hermético y deslumbrante, que sólo puede abordarse como una experiencia onírica, donde la creatividad y el ingenio subvierten las convenciones sobre el sentido y la racionalidad. Belacqua no es un personaje, sino un hilo que discurre por el laberinto del lenguaje, alentado en un principio por la temeraria ilusión de transformar el desorden del mundo en algo inteligible, pero que descubre la impotencia de la razón y la escritura. Después de extenuar las palabras, Belacqua intuye que lo más honesto sería optar por el silencio. Aunque Samuel Beckett utilice un lenguaje exuberante, joyceano, repleto de neologismos, citas literarias o palabras en otros idiomas, ya apunta hacia su madurez: “La experiencia del lector tendrá lugar en los intervalos, no en el término de los enunciados”. Su resistencia a publicar su primera novela cuando el reconocimiento había disipado todos los obstáculos, refleja su evolución posterior, tan alejada de las piruetas estilísticas y metalingüísticas.
Beckett nunca concibió la obra de arte como el producto de una subjetividad exasperada. El artista sólo es el cauce de una fatalidad preestablecida. Es absurdo hablar de creación, pues la obra preexiste a su autor como una ley de la naturaleza. Beckett se considera un traductor, no un demiurgo. A pesar de su contacto con la psicología de Jung, no atribuye ningún poder curativo a la palabra o el arte. Ser el artífice de una revelación no convierte al artista en un genio.
En el romanticismo nace la miseria de un yo hipertrofiado. Belacqua refleja aspectos biográficos de Beckett, pero no pretende ser un relato autobiográfico, sino una epopeya de la odisea humana. Belacqua no es un pedagogo ni un reformador, pero nos enseña que la vida es tedio, banalidad, insignificancia. Al igual que Vladimir y Estagon en Esperando a Godot, sospecha que existir es litigar con una falsa expectativa, una incertidumbre que ya está presente en el útero materno. Samuel Beckett sostenía que conservaba recuerdos prenatales y atribuía un significado simbólico al hecho de haber nacido un Viernes Santo.
En la trama difusa -pero no inexistente- de esta primera novela ya se encuentran todas las claves de su poética: la tensión con el lenguaje, el nihilismo, un lirismo desbordante, que sin embargo apunta hacia una escritura minimalista. Los “renglones se hinchan”, las palabras se precipitan unas sobre otras, como “eyaculaciones de espuma y claridad”, la poesía convierte el cuerpo en “una laguna de amaranto”, pero “la belleza está más allá de las categorías”.
Ser poeta significa utilizar las palabras como un trampolín hacia la nada, pues la belleza no es nada, salvo un vacío perfecto. Al igual que Nietzsche o Wittgenstein, Beckett entonó las exequias del lenguaje, pero sin renunciar a él. Belacqua pretende ser el Cézanne de la palabra, tutelado por Goethe y Leibniz, pero la realidad, además de ser irrelevante, es grotesca. Samuel Beckett siempre cultivó el humor. Admirador de Buster Keaton y los hermanos Marx, describe a sus personajes con una perspectiva irónica y deformante que recuerda el esperpento valleinclanesco.
Sueño con mujeres que ni fu ni fa es un prodigio verbal que responde a una profunda meditación sobre el arte, el hombre y el ser. No es una narración convencional, sino una antinovela donde convergen el aliento poético y la especulación filosófica. Beckett no escribe para entretener, sino para mostrar que el destino del hombre es el fracaso y la pérdida. “Cada palabra es una mancha innecesaria en el silencio y la nada”. ¿Podemos salvar algo? Sí, la pereza, la única pasión honesta en un mundo “cloroformizado” y previsible. Beckett pudo ser un segundo Joyce, pero prefirió ser Beckett, aceptando la paradoja de anhelar el silencio y no lograr callar.