Llevo las gafas de Pessoa. Las compré en una librería de Lisboa donde se lucraban indecentemente con la imagen del poeta. Las gafas de Pessoa, las gafas de nadie. Veo, a su través, a los chicos de bachillerato completando un examen en el que deben comentar un fragmento del Rey Lear. El rey Lear, un personaje maltratado por la vejez y por el "fool". Pessoa, el "fool", el rey Lear, heterónimos de los propios alumnos de bachillerato, de mí mismo y de tantos otros. Abocados al destino del no ser, de la inanidad. Pero ellos, los chicos, no actúan con desesperanza. A pesar de encontrarse en un trance angustioso, que cada vez les supone mayor obsesión, no miran al horizonte, no ven al final del día la amenaza de la no existencia. La angustia con la que han entrado a clase es un síntoma de esperanza en la vida, de valoración del instante. Se agarran con pasión a su futuro próximo, a continuos exámenes que los someten a alimentar la vida con pequeñas angustias. Dosis de sufrimiento para convencernos de que la vida es necesaria, útil, con pleno sentido.
El "fool" se ríe de ellos amargamente, de mí, de Pessoa, de todos. El "fool" se divierte contemplando la desesperación de quien ha olvidado las obras de Jonathan Swift o los dramas históricos de Shakespeare. El "fool" se ríe de las gafas de Pessoa, que ni siquiera me cubren los ojos, de la seriedad del momento y de la gravedad con que se lo toman los alumnos y yo mismo. El "fool" está colgado de la pared, asomado a la ventana, dentro de mi cabeza, "¿a que no sabes a que se reducen nuestras posesiones?: a la nada". Y baila alrededor de las mesas, se asoma al ventanuco del guiñol, enseña los huecos de su dentadura, "los reyes llevan trajes de payaso y los payasos trajes de rey, todos somos parodia". El examen termina. Me entregan los folios verdes donde cada uno ha derramado los detritus de una noche en vela o las virutas de lo que han oído y experimentado en clase. La angustia se despereza y se transforma en euforia o en frustración, según esfuerzos y caracteres. Son inmortales, inmarcesibles, eternos. No paran de levantar la vida como un cáliz y de ofrecerla a los labios de quien esté a su lado. Se lo agradezco. La lástima es que las gafas de Pessoa me recuerdan otra vez que yo ya no estoy allí con ellos, sino en un lugar en el que el "fool" se aparece vestido de rey y de payaso, por cualquier rincón y en cualquier instante, para derramar el vaso sobre mis zapatos.
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