miércoles, 30 de diciembre de 2020

Hoy es un día de mierda (29 de diciembre de 2020)

Hoy, 29 de diciembre de 2020, es un día de mierda, como todos los 29 de diciembre desde hace 9 años. Ese mismo día, en 2011, no había pandemia, todos lucíamos el rostro sin miedo a la peste, la megafonía de la iglesia seguía vomitando insoportables villancicos, el sol calentaba livianamente la muerte de mi padre y yo rozaba su piel fría con las yemas de los dedos. Es 29 de diciembre, otra vez. La resaca del güisqui mal digerido espesa la mañana y la convierte en un bulto de angustias. Ni siquiera el vómito se atreve a salir para depurar el estómago, colapsado por el alcohol y la carne de cabra. Es 29 de diciembre, otra vez, en una habitación de hotel de un pueblo todavía más inhóspito que el mío. El viento varea las adelfas de un barranco próximo y extiende su veneno de rutina por las calles engalanadas de luces y compras. Como aquel día de 2011, aquel día en el que el sol no se atrevía a calentar el zaguán en la casa de mi padre, mientras esperábamos, desconcertados, a los empleados de la funeraria. Hay un plomo agrio en el recuerdo de esos días, un regusto que se queda en el paladar durante años y años. La ropa interior blanca de mi padre, la piel áspera de mi padre, el rostro acartonado de mi padre, el pasillo de llantos y el olor a morfina atrapada en el gotero. El tiempo va gangrenando la memoria y extiende los agujeros de la carcoma. Nadie es ajeno a esta falacia de la vida, nadie puede evitar las ausencias, los amplios espacios de la nada en los que se instalan los muertos. Hoy, 29 de diciembre, es un día de mierda. El espejo me devuelve la palidez de la resaca. La angustia me acompaña en el amanecer y no me suelta hasta bien entrado el mediodía. Los gusanos de la madera roen sin cesar la carne de la memoria. 

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