viernes, 18 de diciembre de 2020

Gente sin barbilla

Cuando entré en la primera clase, los vi así, sin barbilla. Todos éramos gente sin barbilla, sin gesto, sin sonrisa, sin muecas de desaires, sin babas, sin caries, sin barba de dos días, sin comisuras de labios, sin la mitad de nuestra alma. El misterio ronda cada uno de nuestros encuentros, un misterio provocado por la ausencia de barbillas. En el aula, con alumnos a los que vemos todos los días parcialmente es todavía más intrigante. Porque cuando descubrimos el rostro completo de esa gente, ya no parece esa gente. A todos los imaginábamos con un mentón más prominente, a todas se les ha afilado la barbilla. Nuestra imaginación nos domina y cuando no vemos algo, es ella la que se adueña de nuestra percepción y nos dibuja perfiles que luego, al contrastarlos con la realidad, son falsos o, como poco, inexactos. 

La constatación de que la imaginación burla a nuestros sentidos se presta a todo tipo de elucubraciones. Por ejemplo, cuando hace mucho tiempo que no vemos a un "allegado" o cuando muere alguien próximo tendemos a fijar un daguerrotipo que se va difuminando poco a poco, conforme pasa el tiempo, hasta convertirse en un esfumado que en absoluto corresponde a la realidad, como en esas pesadillas donde tu madre tiene el cuerpo de un hombre o tú mismo el de un elfo. Así ocurre también con los libros que hemos leído hace tiempo o con las películas o con las obras de teatro o con cualquier tipo de recuerdo. Nuestra imaginación es capaz de inventar las impresiones más perversas, desde una ventana que no existe, hasta la habilidad de un amigo que en realidad era la torpeza en persona. La imaginación está ahí, al acecho, siempre pendiente del fallo de nuestros sentidos para colocar su propio engendro. Cuando ves al chico de la primera fila quitarse la mascarilla en el patio, aparece, no él, sino la versión sensorial de sí mismo. A veces, la imagen que habíamos construido de su barbilla era mucho más atractiva y tendemos incluso a no creer a nuestros ojos. 

La imaginación, a menudo, nos salva de la grosera realidad.    

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