lunes, 12 de agosto de 2019

Cagar

Mi dedicación este verano no ha sido plantar la sombrilla en primera línea de playa, ni viajar al otro lado del mundo para "épater le bourgeois", ni subir al Everest, ni siquiera andar los siete mil kilómetros del Camino de Santiago para encontrarme a mí mismo, no. Mi dedicación obsesiva y absoluta de este verano ha sido una: cagar. Desde que me dieron las vacaciones, una herida o una almorrana o qué se yo se ha instalado en mi ano y lo único que me ha preocupado en cada uno de los días del verano es esto: cagar. Suelo hacerlo por las mañanas, nada más levantarme, pero el miedo al dolor, al parecer, evita que cague regularmente. Esto provoca que durante todo el día esté preocupado por no descargar lo que me voy comiendo a lo largo de la jornada. No puedo pensar en otra cosa, ni playas paradisíacas, ni monumentos imponentes, ni lecturas únicas, ni paisajes sorprendentes, no. En lo único que pienso es en cagar. No hay otra preocupación. La fisura duele, la psique impide el desalojo y yo, que habitualmente suelo hacer de cuerpo con regularidad, no consigo defecar en toda la jornada. Pasa un día y dos, me preocupo, me levanto con la obsesión de ir al váter a descargar, no lo hago. Tenemos por delante un día lleno de actividades, comidas, bebidas, pero no hay otra cosa que ocupe mi cabeza: cagar. Esa es mi obsesión, mi objetivo veraniego, mi reto, mi paraíso. Lo sé, no debería hablar de esto. No debería mostrar mis debilidades a amigos y enemigos, para lo único que va a servir es para divertir a todo el mundo, mientras yo padezco lo que no está cagado. Lo sé, pero soy idiota, y también lo sé.    

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