martes, 23 de enero de 2018

"Elegantia iuris" por Yolanda Gándara



Hay belleza en el lenguaje del delito. La elegancia de la semántica arcaica proporciona a los términos legales una estética que nos puede pasar desapercibida por la reincidencia con la que nos hemos acostumbrado a oírlos. Habituados a comer con el cohecho y cenar con la malversación, tal vez no reparemos en la armonía de estas palabras. Si nos detenemos a observarlas en su forma, despojadas de su significado y aplicación jurídica, descubrimos la poesía del léxico del delito.

Cohecho es —presuntamente— una preciosa alegoría relacionada con el cultivo. Dice Covarruvias que «según algunos la palabra cohecho es castellana y metafórica, porque cohechar se dice propiamente aderezar el labrador la tierra, ararla y cavarla, y disponerla con esto, y con estercolarla y regarla, si puede, para que le dé fruto». El sentido recto de cohechar pervive en nuestros días con el significado de «Alzar el barbecho, o dar a la tierra la última vuelta antes de sembrar», según el Diccionario de la Real Academia; una imagen que remite, sea cierto o no el origen metafórico, a la aplicación en las labores de corruptela: abonar el terreno para recolectar. Cohechar para cosechar. En el sentido fraudulento forma parte desde antiguo de nuestra literatura. Cervantes da cuenta de su fama y difusión entre los coetáneos de Don Quijote:

Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva: raíces tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones; y pues vos sabéis que sé yo que no hay ninguno género de oficio destos de mayor cuantía que no se granjee con alguna suerte de cohecho, cuál más, cuál menos, el que yo quiero llevar por este gobierno es que vais con vuestro señor don Quijote a dar cima y cabo a esta memorable aventura.

Según Corominas, también tenemos un referente agrícola en el término prevaricación, que proviene del latín praevaricari, «hacer guiñadas el arado», es decir, torcerse al hacer los surcos. El Diccionario de Autoridades recoge una acepción no punible de prevaricar, lamentablemente ya en desuso, que dice así: «Significa también trastocar, o invertir y confundir el orden y disposición de alguna cosa, colocándola fuera del lugar que le corresponde. Lat. Pervertere». La prevaricación de Adán es el primer pecado o, podríamos decir, el delito original. Cervantes usa el término prevaricador en el Quijote en dos ocasiones. Una de ellas cuando el hidalgo acusa a Sancho de «prevaricador del buen lenguaje».

Fiscal has de decir, dijo Don Quijote, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.

La idea de conducirse de mala forma o llevar a otros por el mal camino (o de desviar caudales que no sean de agua) es compartida por muchos términos del campo semántico de la corrupción, aportando matices gráficos en su composición. Este mismo sentido general que implica no obrar de forma recta lo comprende malversar, que puede parecer un verbo creado en un duelo de raperos acusándose de hacer malas rimas, si nos abstraemos de su mala reputación. De la mala reputación del término, no de la de los raperos. La malversación no es tan añeja como el cohecho o la prevaricación y su etimología, en principio, es diáfana; pero su frescura no debería suponer un obstáculo para reparar en su cadencia y su reminiscencia lírica.

Sobornar deriva del verbo ornare (adornar, arreglar) con el prefijo sub-, que viene a significar preparar a alguien de forma oculta, por debajo, para obtener un beneficio. Con soborno volvemos a la imagen laboriosa de su sinónimo cohecho pero con una figura más cálida, cercana y sonora.

Si hay una expresión tremenda, imponente, magnífica, digna de ser pronunciada por Pedro Piqueras, esa es la de lesa humanidad. Un concepto amplio que conserva vivo el uso derivado de laesus (dañado, ofendido) junto al resistente ileso, sa de la lengua común.

Pérdidas irreparables para el lexicón de la malfechoría son los delitos de alcahuetería y lenocinio o el no menos hermoso de baratería, similar al cohecho o el soborno y de dudosa etimología en la que es difícil delimitar si barato con el sentido de «bajo precio» es previo o posterior al de «engaño». En el capítulo XLV del Quijote podemos conjeturar sobre el significado de Barataria como un lugar fraudulento, si bien es cierto que dar barato también significaba «dar propina» y con ese sentido lo utiliza Cervantes en otros pasajes.

Diéronle a entender que se llamaba «la ínsula Barataria», o ya porque el lugar se llamaba «Baratario» o ya por el barato con que se le había dado el gobierno.

Sirva esta intromisión en la intimidad de las voces delictivas como defensa de su honor y de su imagen. En la mía propia, en prevención de ser acusada de apología, aporto como prueba exculpatoria uno de los pasajes más populares y hermosos de la obra de Cervantes y hago mías las palabras de Don Quijote.

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

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